manuel nieves fabián
CUY... GAY...
(Anécdota)
(Anécdota)

Al realizar el balance de fin de año, el director de un centro educativo comprobó que su gestión había sido negativa en el aspecto académico y en la disciplina, tanto de docentes como de alumnos. Por eso, se propuso enmendar estos errores a partir del primer día útil del año siguiente.
Así fue, en el primer día de labores del año escolar, inició incentivando al personal jerárquico y a los docentes que deberían practicar la amistad, el respeto, los buenos modales, la dedicación en el trabajo para beneficio de los alumnos y así superar los momentos difíciles del año anterior.
Aprovechando una de las asambleas del mes de marzo, sugirió incluir dentro del Reglamento Interno un capítulo sobre las “Buenas Relaciones Humanas” que debería reinar en el plantel.
Uno de los aspectos que más acentuó al fundamentar el capítulo en mención fue prohibir terminantemente el uso de apodos y silabeando recalcó:
“No quiero escuchar a partir de la aprobación del presente Reglamento, que sus alumnos les llamen: «Saqcho», «Diablo», «Margarito», «Chicote», «Conejo», «Molleja», «Boquilla», «Chantada», «Chavón», «Mongolito» y muchos apodos más. Como si fuera poco, es denigrante que sus alumnos les hayan perdido el respeto llamándoles: "¡profue!". Todos tenemos nombres y apellidos y tenemos el deber de encumbrar nuestra profesión, la noble misión de ser ¡profesor!”
Y terminó un tanto enfadado, porque esos días los profesores le habían apodado nada menos como "¡Figureti!", debido a su afán de figuración y a su desmedida egolatría.
Ante el tono airado del director, los profesores, un tanto sorprendidos, se miraban unos a otros, y sin observaciones aprobaron el capítulo en referencia.
Concluida la asamblea, uno de ellos que, siempre gustaba poner apodos, un tanto emocionado por las palabras del director, hizo la promesa de respetar a sus colegas; pero ni bien salieron al patio, al encontrarse con un profesor un tanto subido de peso, de cuello corto, orejas pequeñas, ojos saltones y cara alargada, le clavó la chapa de "¡Cuy!".
A partir de aquella fecha, en todo lugar donde se encontraba, como una maldición llegaba a sus oídos las voces un tanto burlonas de su colega: "¡Hola Cuy!"... "¡A dónde vas Cuy!"... "¡Ya nos vemos Cuy!"...
El profesor ya no sabía qué hacer. El Reglamento Interno era letra muerta y "Figureti", más preocupado en su adonismo, no era capaz de acabar con los apodos que ya se había convertido en una tradición.
En sus largas horas de insomnio el profesor ofendido pensó en la manera de cómo vengarse, pero no encontraba la forma de controlar a su colega. Su apodo ya se había generalizado, pues así lo trataban tanto profesores como alumnos.
Un buen día al cruzarse en el portón del plantel con su odioso colega, escuchó con el mismo tono: "¡Hola Cuy!" En ese momento se iluminó en su cerebro una frase de mal gusto, y respondió inmediatamente con fuerza: "¡Hola Gay!", y sin mirarle ni siquiera el rostro se fue a dictar sus clases.
El profesor "chapero" se quedó tan sorprendido y no supo explicarse por qué le había dicho "¡Gay!". Confundido, pensando y repensando estuvo todos esos días, hasta se imaginó que quizás estaría cambiando de gusto sin saberlo él mismo.
Otro día, al cruzarse en el pasillo del plantel, como de costumbre, cual un puntillazo, en tono irónico le saludó: "¡Hola Cuy!". El otro, igual que la fecha anterior, respondió: "¡Hola Gay!"
Al escuchar la frase, con la cara roja de ira, se interpuso en su camino y engrosando la voz, tan sulfurado exclamó:
–¿Gay?... ¡Para que sepas soy bien hombre y no me confundas!
–No te enojes, pero, por qué tú me dices "¡Cuy!" –preguntó.
–Porque te apellidas CUYubamba, pues –respondió.
–Y por qué tú me llamas "¡Gay!" –preguntó el «chapero» con curiosidad y enfado.
–Porque te apellidas GAYoso. –respondió sin suspicacias.
Ambos soltaron una carcajada estentórea y un abrazo selló esa amistad. A partir de ese día se acabaron los apodos. En lo sucesivo siempre solían decirse:
–¡Cómo está profesor Cuyubamba!
–¡Bien gracias profesor Gayoso!
Manuel NIeves Fabián