José Antonio Salazar Mejía
DEL ALTAR DE DIOS AL ALTAR DE LA PATRIA
Del baúl de recuerdos de don Francisco Gonzáles. Los datos los proporcionó en 1990.
El sacerdote Buenaventura Mendoza, huarasino de origen, se desempeñaba como párroco en Huaripampa, departamento de Junín a fines de los años 70 del siglo XIX. Era un hombre muy piadoso y un sacerdote ejemplar. Su parroquia estaba muy bien organizada y todos sus feligreses lo admiraban pues tenía fama de ser un hombre austero y de oración. ¡Qué diferente a otros curas que vivían esquilmando al pobre y en gollerías con los hacendados!
Las almas grandes están para las obras grandes. Los quehaceres cotidianos no sirven más que para templar el carácter y avivar el genio. Tal era don Buenaventura Mendoza, que de humilde párroco de parroquia pobre, saltó a la gloria cuando fuerzas extrañas hollaron el suelo patrio. Declarada la guerra con Chile e invadido el país, los pueblos del interior del Perú se aprestaron a defender el honor nacional. Motivados por el guerrero invencible, Coronel Andrés Avelino Cáceres, los departamentos de Junín y Ayacucho contribuyeron enormemente a la lucha por la resistencia luego de la caída de Lima en 1881.
En Huaripampa, el que inflamaba los ánimos de los defensores de la Patria, era el cura párroco quien se convirtió no sólo en agitador sino también en jefe guerrillero. Organizó a hombres y mujeres y les enseñó el abc de la táctica guerrillera:
Mendocilla y su gente también sucumbieron ante la táctica de guerrillas que utilizaba muy bien la gente de don Buenaventura Mendoza. Ante esto, se decidió el envío de todo un ejército. A mediados de abril de 1882, los chilenos cruzaron el río Mantaro y al mando del coronel Gutiérrez, cuatro compañías, una carabinera y dos piezas de montaña, se dirigieron a Huaripampa.
Vestido con casaca de Coronel, don Buenaventura Mendoza encabezó la defensa. El ataque al poblado se realizó el 22 de abril. Los chilenos diezmaron a los guerrilleros a cañonazos; los veinte jinetes capitaneados por el sagaz sacerdote también fueron exterminados. Desmontado, Mendoza no se amilanó y por más de tres horas resistió el ataque de las poderosas fuerzas enemigas.
En la Batalla de Huaripampa, junto al presbítero huarasino don Buenaventura Mendoza fallecieron decenas de guerrilleros, hombres y mujeres. El ejército ha reconocido esta acción heroica y el 12 de julio de 1911 trasladó los restos del héroe ancashino que se encontraban en la capilla de Huaripampa, a la Cripta de los Héroes, en Lima, junto a los más grandes patricios que ofrendaron su vida por el Perú, donde reposan aupados por el manto de la gloria imperecedera.
Jose Antonio Salazar Mejía
El sacerdote Buenaventura Mendoza, huarasino de origen, se desempeñaba como párroco en Huaripampa, departamento de Junín a fines de los años 70 del siglo XIX. Era un hombre muy piadoso y un sacerdote ejemplar. Su parroquia estaba muy bien organizada y todos sus feligreses lo admiraban pues tenía fama de ser un hombre austero y de oración. ¡Qué diferente a otros curas que vivían esquilmando al pobre y en gollerías con los hacendados!
- ¡Padre Buenaventura, mi hijito se me muere! ¡Bautícelo padre, por favor! –Y el buen cura le echaba el agua bendita sin cobrar por sus derechos.
- ¡Señor cura, una avalancha ha destruido el caserío de Llacuash! –Y don Buenaventura realizaba colectas y acopio de víveres para los damnificados.
- Soy medianero en la hacienda El milagro y el dueño me ha echado de mi casita. –Y el cura tenía que ir a interceder por el infeliz.
Las almas grandes están para las obras grandes. Los quehaceres cotidianos no sirven más que para templar el carácter y avivar el genio. Tal era don Buenaventura Mendoza, que de humilde párroco de parroquia pobre, saltó a la gloria cuando fuerzas extrañas hollaron el suelo patrio. Declarada la guerra con Chile e invadido el país, los pueblos del interior del Perú se aprestaron a defender el honor nacional. Motivados por el guerrero invencible, Coronel Andrés Avelino Cáceres, los departamentos de Junín y Ayacucho contribuyeron enormemente a la lucha por la resistencia luego de la caída de Lima en 1881.
En Huaripampa, el que inflamaba los ánimos de los defensores de la Patria, era el cura párroco quien se convirtió no sólo en agitador sino también en jefe guerrillero. Organizó a hombres y mujeres y les enseñó el abc de la táctica guerrillera:
- A ver, nunca lo olviden…¿si el enemigo se descuida…? –Les preguntaba.
- ¡Lo atacamos! –Respondían a coro sus improvisados soldados.
- ¿Si el enemigo avanza…? –Volvía a preguntar.
- ¡Retrocedemos!–Le contestaban con entusiasmo.
- Pero siempre, siempre…
- ¡Lo acosamos y derrotamos!
- A ver capitán Mendocilla, ¿cómo es esa noticia que tres pelotones han sido aniquilados en las cercanías de Huaripampa? ¿Cree usted que el Alto Mando de la Ocupación me va aceptar un informe así? –Verdaderamente molesto, quien hablaba en esos términos era el coronel chileno Marco Aureliano Arriagada, jefe del Batallón Vencedores.
- Es que… al parecer fueron emboscados por fuerzas superior, mi coronel… -dubitativo, Mendocilla trataba de explicar lo inexplicable.
- ¡Fuerzas superiores… fuerzas superiores! Esos son alegatos de cobardes. Le encomiendo personalmente a usted Mendocilla, ¿me oye?, personalmente a usted, la solución a este problema. No me importa cuántos son ni quien los dirige. ¡Ejecútelos a todos, o lo regreso a Chile degradado y en cadenas!
Mendocilla y su gente también sucumbieron ante la táctica de guerrillas que utilizaba muy bien la gente de don Buenaventura Mendoza. Ante esto, se decidió el envío de todo un ejército. A mediados de abril de 1882, los chilenos cruzaron el río Mantaro y al mando del coronel Gutiérrez, cuatro compañías, una carabinera y dos piezas de montaña, se dirigieron a Huaripampa.
Vestido con casaca de Coronel, don Buenaventura Mendoza encabezó la defensa. El ataque al poblado se realizó el 22 de abril. Los chilenos diezmaron a los guerrilleros a cañonazos; los veinte jinetes capitaneados por el sagaz sacerdote también fueron exterminados. Desmontado, Mendoza no se amilanó y por más de tres horas resistió el ataque de las poderosas fuerzas enemigas.
- ¡Vengan por mí, si son tan valientes! –Les retaba el indómito sacerdote. -¿Tanto chileno no puede con un cura peruano? ¡Vengan, venga, que acá les espero!
- Así que este es el culpable de nuestras desazones. ¡Macháquenle las manos con las culatas de sus rifles! –ordenó el coronel Gutiérrez. -Destrócenle esas manos que tantas vidas chilenas han segado.
- Mi coronel, este hombre no se queja… –Comentaba admirado uno de los verdugos.
- ¡Prendan fuego y quémenle las plantas de los pies! A ver si es tan valiente y no chilla. –Fue la monstruosa decisión del oficial chileno.
En la Batalla de Huaripampa, junto al presbítero huarasino don Buenaventura Mendoza fallecieron decenas de guerrilleros, hombres y mujeres. El ejército ha reconocido esta acción heroica y el 12 de julio de 1911 trasladó los restos del héroe ancashino que se encontraban en la capilla de Huaripampa, a la Cripta de los Héroes, en Lima, junto a los más grandes patricios que ofrendaron su vida por el Perú, donde reposan aupados por el manto de la gloria imperecedera.
Jose Antonio Salazar Mejía