josé antonio salazar mejía
EL SANTO PATRÓN DE TARICÁ

Versión de don Julio Castillo, tariqueño residente en Lima. Recogida en el 2003.
“Mi abuelito era un viejito bien raro. Nos contaba cosas muy interesantes. Él era de Taricá; y cuando hablaba en quechua, era de otro mundo del que hablaba. Nos contaba historias fantásticas, en las que todos los seres tenían vida, hasta las piedras y los cerros. ¿No escuchan? Los cerros hablan. Ahorita se están riendo. Él nos contaba que la achiqué apareció en esta tierra, que el patrón de Taricá, San Jerónimo salvó a los hermanitos que quería comerse la Achiqué, enviando una soga desde el cielo, para que puedan subir por ella. Nos decía que los hermanitos vivían en una chacrita llena de papitas sabrosas al cuidado de San Jerónimo.
Mi abuelito contaba historias muy bonitas. Y nosotros, siendo chicos, las escuchábamos con mucha atención. Decía que había sido soldado y conoció a Piérola y a Cáceres. Que él había luchado en la guerra con Chile. No sé en qué libro he leído que de Ancash fueron cerca de cinco mil voluntarios a esa guerra, a un promedio de mil por año. Probablemente hemos sido el departamento que más gente envió a la lucha. Y todo por estar cerquita a Lima.
¡Pucha que en esa guerra nos fue muy mal! Pese a que Grau solito puso en jaque a la flota chilena durante medio año, una vez que lo liquidaron, los chilenos se hicieron dueños del mar e iniciaron la invasión. Ya en la guerra terrestre nos dieron una pateadura. En Tarapacá, ganamos pero no hubo cómo perseguirlos para liquidar al ejército chileno. En Tacna, nos ganaron, nos ganaron también en Arica y de allí saltaron a ocupar Lima. Cerca de Lima también nos tandearon en las batallas de San Juan y Miraflores.
Nuestra desgracia era más grande porque como siempre, en plena guerra los políticos no se ponían de acuerdo, los ricos apoyaban a los chilenos y nuestro ejército estaba mal armado. El único que se salva de la crítica fue Andrés Avelino Cáceres; él sí no se rindió y seguía peleando. Se fue al centro y allí no pudieron con él los chilenos.
La historia que más le gustaba contar al abuelito, era cuando los chilenos llegaron a nuestra tierra. Y eso sí lo he visto en los libros. Dicen que a inicios de 1883 vino a Huarás el Coronel Leoncio Prado a convocar la creación de un nuevo ejército. Mi abuelito tenía como diecisiete años en esa época. Fue levado junto a otros muchachos de Taricá. Trataron de escapar por nuestro cerro Aparak Punta, pero los alcanzaron los soldados a caballo y a la fuerza se los llevaron a Huarás.
Les dieron unos fusiles viejos y los entrenaban en Yarcash, tras del colegio De La Libertad. Allí aprendió lo básico del uso de las armas. Pero más allá no entendía de qué guerra se trataba. Cuando hablaban en quechua con los otros levados no podían despejar sus dudas. La idea que más clara tenían, era que peleaba el general Chile con el General Perú, y ellos estaban en el bando del general Perú.
Abuelito decía que una tarde llegó Cáceres a Huarás. Él no lo vio porque estaba en el hospital de Belén, herido, pues su fusil le reventó en la cara cuando hacía práctica de tiro. Casi pierde un ojo. A Cáceres dice que le prepararon un lindo recibimiento. Las calles de Huarás estaban llenas de guirnaldas y banderas. Hubo un gran desfile, pero la gente estaba muy asustada porque tras de Cáceres venían los chilenos. En Huarás, el tayta Cáceres no se demoró mucho porque tenía que reunirse en Yungay con las tropas que Leoncio Prado preparó durante su estancia en estas tierras.
El ejército de Cáceres traía muchos heridos que fueron dejados en el hospital de Belén. Como faltaba camas y ya estaba algo repuesto de sus heridas, el abuelo fue desalojado y regresó a Taricá. Allí tuvo ocasión de ser testigo de un hecho que hasta ahora se comenta en mi tierra.
A los tres días que pasó Cáceres, llegó el ejército chileno. Venían como diablos, por todo lado robaban y mataban. Pese a que Recuay y Huarás fueron declaradas ciudades abiertas para evitar el saqueo, los chilenos cometieron mil tropelías. La gente se alzó y fue masacrada. Lo malo fue que eran casi eran mujeres nomás las que quedaban en Huarás. Los hombres, o estaban muertos o se habían ido tras de Cáceres. Un grupo de mujeres atacaron a los chilenos tras de Pumacayán, con palos y piedras, y los malvados las mataron sin piedad, dejando que se pudran los cadáveres; por eso a ese lugar le llamaron quenrash que significa queresa, esa mosca grande que aparece cuando hay muerto. Después cambió a Quenash. Ahora se llama José Olaya, esa calle.
Cuando una patrulla chilena que se había rezagado, entró a Taricá, lo primero que hicieron fue ir al templo, en busca de joyas y alhajas. La puerta del templo estaba bien cerrada con un antiguo candado. Los chilenos destrozaron el candado a disparos y entraron al templo. El jefe de los soldados sacó su corvo, el temible cuchillo curvo que llevaban los sureños, y con él removió los milagros del santo. San Jerónimo no es de ostentar riquezas, él es un santo campesino; por eso, al no encontrar alhajas, molesto el jefe chileno, quitó el sombrero de la cabecita del santo y orinó sobre la prenda. ¡Tremendo sacrilegio!
Abuelito, junto a todos los pobladores fue obligado a ir a la plaza donde los chilenos les exigieron dinero. De pronto, sucedió algo increible. El oficial que había orinado sobre el sombrerito de San Jerónimo se empezó a asfixiar, se puso colorado primero, y morado después. Asustados sus compañeros le desabrocharon la polaca y le daban aire, pero era en vano, seguía ahogándose.
En quechua, las ancianas decían que era el castigo de San Jerónimo ante la maldad y el atrevimiento de los chilenos. Unos soldados cargaron a su jefe que ya no daba señales de vida y lo llevaron al templo. Quedó tendido allí, al pie del altar.
Decía mi abuelito que en eso llegó un grupo de oficiales de alto rango, el superior, al enterarse de los hechos, ordenó que saquen del templo el cadáver del sacrílego. Todos se asustaron, las ancianas decían ahorita destrozan el templo. Pero fue todo lo contrario, el alto jefe chileno se arrodilló ante San Jerónimo y quitándose una medalla que tenía en el pecho, la colocó en su manto. Se persignó y salió en silencio del templo.
Ya afuera, ordenó a su tropa que devuelva todo lo que habían robado en Taricá. Ningún soldado protestó. Estaban tan asustados como los pobladores. Minutos después, hizo formar a su gente y siguieron su camino hacia Pariahuanca.
Abuelito contaba todo esto con mucha emoción. Decía que fue San Jerónimo quien salvó al pueblo de los chilenos. Por eso hay que ser bien agradecidos, hacerle buena fiesta, llevarle flores, limpiar su templo. ¿Qué sería de Taricá sin su San Jerónimo?, se preguntaba mi abuelito.
Hace mucho tiempo que murió mi abuelito, pero no me olvido de sus historias. Ahora yo ya no vivo en Taricá, por trabajo me he ido a la costa. Pero eso sí, cada treinta de setiembre como sea vuelvo a mi tierra, a la fiesta. Porque mi San Jerónimo siempre me cuida, a mí y a mis hijos. El mayor lleva mi nombre, pero el segundo se llama Jerónimo, en honor al santito.”
José Antonio Salazar Mejía