vidal alvarado cruz
LA ENTRADALA FIESTA DE SANTA ROSA DE LIMA PATRONA DE CHIQUIÁN
Parte II
Parte II
El 1ro de setiembre es el día dela entrada, a estas alturas la fiesta llega a su clímax por el entusiasmo y la participación general del pueblo, es una etapa de sabor histórico.
Se escenifica la toma de Cajamarca que, según la historia que nos han contado, Atahualpa se encontraba en los Baños del Inca cuando Pizarro y sus huestes llegaron a Cajamarca, estos enviaron una comitiva para que invitara al Inca a una entrevistas que unos extranjeros habían llegado y pensaban saludarlo.
El Inca acogió con simpatía tal invitación y aceptó la cita en la Plaza de Cajamarca.
Cuando llegó el día señalado el Inca se hizo presente cargado en anas por sus súbditos que, por centenares lo acompañaban, llegó a la Plaza y no vio a nadie.
-¿Dónde están los extranjeros? – Preguntó el Monarca.
Los españoles se encontraban agazapados a un lado de la Plaza esperando el momento, de repente el Inca distinguió que una persona de raza blanca, extrañamente ataviada caminaba hacía él. Era el padre Valverde que portaba un objeto entre las manos, objeto que presentó al Inca, tal vez acompañado de una sonrisa interior le dijo:
Este es el libro sagrado donde se haba del Creador y la doctrina católica. Que debía convertirse y aceptarlo bautizándose para borrar su pecado original.
El Inca tomó la Biblia, seguramente lo olió y como no sabía a nada digerible se lo llevó a su oreja para ver si era un radio o transistores, como no oyó nada pensó que se estaba burlando y miró al fraile con gesto desèctivo, arrojando el libro al suelo. Todo estuvo consumado, todo estaba previsto, el fraile gritó:
.¡Salid cristianos…los evangelios por tierra! ¡Venganza!. Y se oyó el primer disparo del arcabuz que llenó de pánico a los seguidores del Inca, quienes hueron en estampida y dejándolo solo a merced de los españoles-. Estos lo acomplejaron aún más acusándolo de idólotra, usurpador del trono, fratricida y otras linduras que siguen al pecado original. Se acabó el Imperio y empezó la Conquista.
Estos hechos no se representan en el día de la entrada, porque sería contraproducente en estos días de tanta alegría, más bien se procede a dorar la fiesta con una batalla de confites, frutas pequeñas y serpentinas.
Los contendientes son el Inca, Rumiñahui y las Pallas, por un lado, Pizarro, sus acompañantes y el abanderado, por el otro, ambos grupos tienen sus respectivos contingentes, aparentemente las huestes del Inca están formadas por la clase popular y luchan a pie, mientras que las de Pizarro está a caballo.
“Peruanos y españoles” juegan con el público que con igual propósito se agolpan en las bocacalles y balcones, seguidos por las bandas de músicos tocando la Huaylishada, ritmo parecido al Huaylas huancaíno y al pasacalle norteño.
Después de recorrer los jirones centrales, la comitiva ingresa al campo deportivo por el Jirón Leoncio Prado, las barandas están repletas de público.
La cordillera de Huayhuash, x
con su centinela el Yerupajá lucen despejados al este de la ciudad.
Al ingresar las pallas y el capitán el estadio es un loquerío, su multiplican las bombardas y cohetes, todos juegan con los bailarines, la banda infatigable interpreta la música de la entrada, dan una vuelta por el perímetro del estadio, siempre jugando a la guerra de los confites.
Al iniciarse la segunda vuelta en el momento menos pensado se escucha un estruendoso griterío, el Inca se escapa como como una libélula gigante, abriendo paso con dirección a la puerta que está en el Jirón Figueredo, los conquistadores simulan apremio por seguirlo; pero las pallas y el pueblo desmontan a Pizarro (e, capitán), para impedir la persecución del Inca.
Siguen los estallidos y cohetecillos, desaparece la caballería, los del pueblo han capturado a todos ellos y de pronto aparece el Inca ya capturado, bailando con Pizarro. Generalmente y este momento hay una especie de catarsis, todos bailan y la alegría y el entusiasmo del pueblo no tiene límites, simulan el momento de la fusión e dos razas. La emoción es tan intensa que hasta el Yerupajá parece haberse acercado curioso por ver tanto derroche de alegría que aflora en su pueblo feliz, se consuma el mestizaje. Al final se dirigen todos a la casa del capitán, donde habrá un gran banquete general.
LAS CORRIDAS DE TOROS
Las tardes de los días 2 y 3 de setiembre están dedicadas a sendas corridas de toros. Estos días se caracterizan por el cansancio que experimenta el pueblo de cinco días de libaciones, bailes y banquetes. La participación popular se reduce a los familiares, allegados y funcionarios; son días del Inca y del Rumiñahui que cierran la semana de festejos con la “pinquichida” y los banquetes que dichos funcionarios ofrecen. Son los últimos días del agobiante y presuroso trajinar y la fiesta va llegando a su fin, con gran nostalgia para todos.
La corrida de toros, como sabemos, es una de los costumbres importadas por los españoles y fue recibida con gran afición por los nativos. Casi todas las grandes festividades patronales, terminan con tardes de toros emocionantes y en muchos casos cargadas de tragedias.
Desde las primeras horas de la mañana, las familias chiquianas, acompañadas de visitantes capitalinos o llegados de los más apartados lugares, preparan sus tradicionales canastas de pasteles y bebidas para volcarse a la “plaza de toros”, como suele llamarse a instalarse en las tribunas hechas para la faena y en todo vehículo que logre ingresar para disfrutar la corrida.
A eso de las 3 pm., la multitud se vuelca a la plaza, un 80% son foráneos, per todos con el único objetivo: disfrutar de lo más emocionante de la fiesta, la corrida de toros, en donde fluye a borbotones la alegría, el alcohol, el temor y de vez en vez, las bombardas retumban para recordar que estamos de fiesta.
Como en el caso de la entrada, el Capitán y las pallas hacen su ingreso al lugar de la faena, bailando alegremente, el primero cabalga brioso pero temeroso corcel, mientras que las segundas ataviadas de multicolores vestimentas, propias de la fecha, dan una vuelta por el enorme escenario del acontecimiento por venir y, luego se instalan conjuntamente con los músicos, en las tribunas que tiene asignadas.
Cuando ya nadie queda en el ruedo, excepto los toreros de “a caballo”, sueltan el primer toro de lidia. Los toreros contratados como matadores, hacen su faena, pero, generalmente la cuadrilla de toreros está integrada por aficionados del lugar, que no son pocos, cumplen su difícil y temerario papel toreando a todos los astados.
Si el toro es de gran trapío, las pallas cantan alagando al comisario, si es manso lo critican con versos especiales.
El lujo de los que están a caballo, además de sacar alguna suerte, es llevar un elegante azafate, con varios vasos llenos de espumante y heladita cerveza, para agazajar a determinados personajes.
Esa actitud es aprovechada para hacer una demostración de la elegancia de los caballos de paso. Pero quienes hacen las delicias del público son los “espontáneos” y casi siempre bebidos personajes. Estos sufren revolcones y las cornadas que les propina el toro, algunas veces con graves consecuencias.
Al caer el sol, la corrida ha terminado y se retiran a la casa del Inca o Rumiñahui, con claras muestras de pena porque el fin de la fiesta ha llegado, contrastando con la alegría de muchos romances que han nacido en la efervescencia de la música y la embriaguez.
Al día siguiente la segunda tarde de toros, Chiquián es una ciudad tranquila, ha vuelto la calma y el silencio reina por doquier, menos en la mente de los chiquianos, porque seguirán resonando por algunos días más, la alegres tonadas de las bandas de músicos y el murmullo popular de las grandes masas de las calles.
Se convierte el pueblo en un ambiente de música callada, de soledad sonora.
Vidal Alvarado Cruz
Se escenifica la toma de Cajamarca que, según la historia que nos han contado, Atahualpa se encontraba en los Baños del Inca cuando Pizarro y sus huestes llegaron a Cajamarca, estos enviaron una comitiva para que invitara al Inca a una entrevistas que unos extranjeros habían llegado y pensaban saludarlo.
El Inca acogió con simpatía tal invitación y aceptó la cita en la Plaza de Cajamarca.
Cuando llegó el día señalado el Inca se hizo presente cargado en anas por sus súbditos que, por centenares lo acompañaban, llegó a la Plaza y no vio a nadie.
-¿Dónde están los extranjeros? – Preguntó el Monarca.
Los españoles se encontraban agazapados a un lado de la Plaza esperando el momento, de repente el Inca distinguió que una persona de raza blanca, extrañamente ataviada caminaba hacía él. Era el padre Valverde que portaba un objeto entre las manos, objeto que presentó al Inca, tal vez acompañado de una sonrisa interior le dijo:
Este es el libro sagrado donde se haba del Creador y la doctrina católica. Que debía convertirse y aceptarlo bautizándose para borrar su pecado original.
El Inca tomó la Biblia, seguramente lo olió y como no sabía a nada digerible se lo llevó a su oreja para ver si era un radio o transistores, como no oyó nada pensó que se estaba burlando y miró al fraile con gesto desèctivo, arrojando el libro al suelo. Todo estuvo consumado, todo estaba previsto, el fraile gritó:
.¡Salid cristianos…los evangelios por tierra! ¡Venganza!. Y se oyó el primer disparo del arcabuz que llenó de pánico a los seguidores del Inca, quienes hueron en estampida y dejándolo solo a merced de los españoles-. Estos lo acomplejaron aún más acusándolo de idólotra, usurpador del trono, fratricida y otras linduras que siguen al pecado original. Se acabó el Imperio y empezó la Conquista.
Estos hechos no se representan en el día de la entrada, porque sería contraproducente en estos días de tanta alegría, más bien se procede a dorar la fiesta con una batalla de confites, frutas pequeñas y serpentinas.
Los contendientes son el Inca, Rumiñahui y las Pallas, por un lado, Pizarro, sus acompañantes y el abanderado, por el otro, ambos grupos tienen sus respectivos contingentes, aparentemente las huestes del Inca están formadas por la clase popular y luchan a pie, mientras que las de Pizarro está a caballo.
“Peruanos y españoles” juegan con el público que con igual propósito se agolpan en las bocacalles y balcones, seguidos por las bandas de músicos tocando la Huaylishada, ritmo parecido al Huaylas huancaíno y al pasacalle norteño.
Después de recorrer los jirones centrales, la comitiva ingresa al campo deportivo por el Jirón Leoncio Prado, las barandas están repletas de público.
La cordillera de Huayhuash, x
con su centinela el Yerupajá lucen despejados al este de la ciudad.
Al ingresar las pallas y el capitán el estadio es un loquerío, su multiplican las bombardas y cohetes, todos juegan con los bailarines, la banda infatigable interpreta la música de la entrada, dan una vuelta por el perímetro del estadio, siempre jugando a la guerra de los confites.
Al iniciarse la segunda vuelta en el momento menos pensado se escucha un estruendoso griterío, el Inca se escapa como como una libélula gigante, abriendo paso con dirección a la puerta que está en el Jirón Figueredo, los conquistadores simulan apremio por seguirlo; pero las pallas y el pueblo desmontan a Pizarro (e, capitán), para impedir la persecución del Inca.
Siguen los estallidos y cohetecillos, desaparece la caballería, los del pueblo han capturado a todos ellos y de pronto aparece el Inca ya capturado, bailando con Pizarro. Generalmente y este momento hay una especie de catarsis, todos bailan y la alegría y el entusiasmo del pueblo no tiene límites, simulan el momento de la fusión e dos razas. La emoción es tan intensa que hasta el Yerupajá parece haberse acercado curioso por ver tanto derroche de alegría que aflora en su pueblo feliz, se consuma el mestizaje. Al final se dirigen todos a la casa del capitán, donde habrá un gran banquete general.
LAS CORRIDAS DE TOROS
Las tardes de los días 2 y 3 de setiembre están dedicadas a sendas corridas de toros. Estos días se caracterizan por el cansancio que experimenta el pueblo de cinco días de libaciones, bailes y banquetes. La participación popular se reduce a los familiares, allegados y funcionarios; son días del Inca y del Rumiñahui que cierran la semana de festejos con la “pinquichida” y los banquetes que dichos funcionarios ofrecen. Son los últimos días del agobiante y presuroso trajinar y la fiesta va llegando a su fin, con gran nostalgia para todos.
La corrida de toros, como sabemos, es una de los costumbres importadas por los españoles y fue recibida con gran afición por los nativos. Casi todas las grandes festividades patronales, terminan con tardes de toros emocionantes y en muchos casos cargadas de tragedias.
Desde las primeras horas de la mañana, las familias chiquianas, acompañadas de visitantes capitalinos o llegados de los más apartados lugares, preparan sus tradicionales canastas de pasteles y bebidas para volcarse a la “plaza de toros”, como suele llamarse a instalarse en las tribunas hechas para la faena y en todo vehículo que logre ingresar para disfrutar la corrida.
A eso de las 3 pm., la multitud se vuelca a la plaza, un 80% son foráneos, per todos con el único objetivo: disfrutar de lo más emocionante de la fiesta, la corrida de toros, en donde fluye a borbotones la alegría, el alcohol, el temor y de vez en vez, las bombardas retumban para recordar que estamos de fiesta.
Como en el caso de la entrada, el Capitán y las pallas hacen su ingreso al lugar de la faena, bailando alegremente, el primero cabalga brioso pero temeroso corcel, mientras que las segundas ataviadas de multicolores vestimentas, propias de la fecha, dan una vuelta por el enorme escenario del acontecimiento por venir y, luego se instalan conjuntamente con los músicos, en las tribunas que tiene asignadas.
Cuando ya nadie queda en el ruedo, excepto los toreros de “a caballo”, sueltan el primer toro de lidia. Los toreros contratados como matadores, hacen su faena, pero, generalmente la cuadrilla de toreros está integrada por aficionados del lugar, que no son pocos, cumplen su difícil y temerario papel toreando a todos los astados.
Si el toro es de gran trapío, las pallas cantan alagando al comisario, si es manso lo critican con versos especiales.
El lujo de los que están a caballo, además de sacar alguna suerte, es llevar un elegante azafate, con varios vasos llenos de espumante y heladita cerveza, para agazajar a determinados personajes.
Esa actitud es aprovechada para hacer una demostración de la elegancia de los caballos de paso. Pero quienes hacen las delicias del público son los “espontáneos” y casi siempre bebidos personajes. Estos sufren revolcones y las cornadas que les propina el toro, algunas veces con graves consecuencias.
Al caer el sol, la corrida ha terminado y se retiran a la casa del Inca o Rumiñahui, con claras muestras de pena porque el fin de la fiesta ha llegado, contrastando con la alegría de muchos romances que han nacido en la efervescencia de la música y la embriaguez.
Al día siguiente la segunda tarde de toros, Chiquián es una ciudad tranquila, ha vuelto la calma y el silencio reina por doquier, menos en la mente de los chiquianos, porque seguirán resonando por algunos días más, la alegres tonadas de las bandas de músicos y el murmullo popular de las grandes masas de las calles.
Se convierte el pueblo en un ambiente de música callada, de soledad sonora.
Vidal Alvarado Cruz