armando zarazú aldave
¿ES HISPANO O LATINO EL HOMBRE ANDINO?

En el número de abril, en mi nota sobre el origen del idioma español, mencioné los términos hispano o latino para nombrar a los que habitamos en los territorios que, hace más de 200 años, fueron gobernados por España. Es un tema que nunca deja de ser interesante comentar, debido a su actualidad y por su relación con lo que sucede en muchos países latinoamericanos en donde en donde la discriminación y “el choleo” está a la orden del día, sino recordemos lo sucedido hace algunos días en el Cuzco, en donde una mujer, de escaso cerebro se fue de boca con un trabajador municipal cuzqueño. Entonces, la pregunta cae por su propio peso ¿Es correcto denominar de hispano o latino a la población de origen andino?. Para ello es necesario tomar en cuanta, primero que el término hispano se aplica a todos los que provienen de un país en donde el idioma es el español, y segundo, que el término latino es más amplio, porque incluye a los que utilizan un idioma en cuya formación ha tenido algo que ver el latín. Estos son el italiano, el francés, el rumano, el portugués y el español.
Ahora bien, existen muchos pueblos nativos o indígenas que hablan lenguajes ancestrales, los cuales, obviamente no tienen influencia latina. En México tenemos el náhuatl, en Guatemala el quiché y en los pueblos andinos el quechua y el aimara. Sin dejar de mencionar las diversas lenguas nativas que se hablan entre las tribus amazónicas que aun pueblan esa parte del territorio Sudamericano. La pregunta que viene inmediatamente es ¿Cómo se puede denominar a estos grupos étnicos si ellos hablan idiomas carentes de la influencia europea? Además de que sus manifestaciones culturales, en muchos casos, poco o nada tienen que ver con los parámetros impuestos por influencias foráneas. De allí que resulta fuera de contexto querer incluir a estos grupos dentro del tradicional concepto de hispanos que, dicho sea de paso, se utiliza más que nada en los Estados Unidos. En Latinoamérica los pueblos se identifican basándose en su nacionalidad, vale decir al país al cual pertenecen. Estoy seguro que muchos de los que leen estás líneas se enteraron que estaban considerados como hispanos recién cuando llegaron a este país.
La problemática del hombre andino ha sido enfocada directamente, recién desde inicios del siglo pasado, por pensadores e intelectuales latinoamericanos, quienes vieron en ellos a un pueblo olvidado, vejado, explotado y cuya cultura se mantenía viva y latente, pero que no era reconocida y apreciada por las clases dominantes. Paradójicamente, cuando llega la independencia a los pueblos latinoamericanos, quienes se liberan del yugo opresor fueron los miembros de las clases dominantes, descendientes de los españoles. Al respecto, Eduardo Galeano en su libro “Las venas abiertas de Latinoamérica”, expresa con claridad meridiana que la guerra de independencia fue un conflicto entre dos clases sociales bien definidas, el opresor español y el opresor criollo, siendo estos últimos hijos de los primeros. El resultado fue que el segmento andino o indígena continuó en su condición de clase oprimida. Contra todo lo que se podría creer, con el advenimiento de la república su situación empeoró debido a que durante la colonia estuvo más protegido por las leyes virreinales, al menos en teoría, porque en la práctica fueron casi eliminados por el brutal trabajo a que fueron sometidos en la industria minera, la única, dicho sea de paso, a la que prestaron atención los explotadores de Latinoamérica.
Al inicio del siglo pasado, décadas después de haber nacidos los países latinoamericanos, apareció una corriente literaria, llamada Indigenista, cuyo afán fue poner al descubierto la explotación a que era sometido el hombre andino, además de resaltar y reivindicar los valores culturales del poblador nativo, por considerar a esta como heredera directa de las civilizaciones precolombinas. Entre los principales exponentes de esta tendencia literaria podemos mencionar al ecuatoriano Jorge Icaza autor de “Huasipungo”, el colombiano José Eustaquio Rivera, de cuya pluma salió “La vorágine”, el peruano Ciro Alegría, autor de “El mundo es ancho y ajeno”. Bolivia fue la cuna de Alcides Arguedas, autor de “Raza de Bronce”. A ellos habría que agregar a José María Arguedas de Perú, cuyas obras como, “Los ríos profundos”, “Yawar fiesta” y otros títulos, son motivo de estudio y discusión no solo por literatos, sino también por antropólogos en diversas universidades del mundo.
No se puede olvidar que la cultura nativa precolombina es uno de los principales pilares de la cultura latinoamericana, conformada también por componentes africanos y europeos. En el caso concreto del hombre andino es necesario reconocer que, guste o no guste a algunos, su huella ha dejado profundas marcas culturales en nuestro quehacer diario.
Armando Zarazú Aldave
[email protected]
Ahora bien, existen muchos pueblos nativos o indígenas que hablan lenguajes ancestrales, los cuales, obviamente no tienen influencia latina. En México tenemos el náhuatl, en Guatemala el quiché y en los pueblos andinos el quechua y el aimara. Sin dejar de mencionar las diversas lenguas nativas que se hablan entre las tribus amazónicas que aun pueblan esa parte del territorio Sudamericano. La pregunta que viene inmediatamente es ¿Cómo se puede denominar a estos grupos étnicos si ellos hablan idiomas carentes de la influencia europea? Además de que sus manifestaciones culturales, en muchos casos, poco o nada tienen que ver con los parámetros impuestos por influencias foráneas. De allí que resulta fuera de contexto querer incluir a estos grupos dentro del tradicional concepto de hispanos que, dicho sea de paso, se utiliza más que nada en los Estados Unidos. En Latinoamérica los pueblos se identifican basándose en su nacionalidad, vale decir al país al cual pertenecen. Estoy seguro que muchos de los que leen estás líneas se enteraron que estaban considerados como hispanos recién cuando llegaron a este país.
La problemática del hombre andino ha sido enfocada directamente, recién desde inicios del siglo pasado, por pensadores e intelectuales latinoamericanos, quienes vieron en ellos a un pueblo olvidado, vejado, explotado y cuya cultura se mantenía viva y latente, pero que no era reconocida y apreciada por las clases dominantes. Paradójicamente, cuando llega la independencia a los pueblos latinoamericanos, quienes se liberan del yugo opresor fueron los miembros de las clases dominantes, descendientes de los españoles. Al respecto, Eduardo Galeano en su libro “Las venas abiertas de Latinoamérica”, expresa con claridad meridiana que la guerra de independencia fue un conflicto entre dos clases sociales bien definidas, el opresor español y el opresor criollo, siendo estos últimos hijos de los primeros. El resultado fue que el segmento andino o indígena continuó en su condición de clase oprimida. Contra todo lo que se podría creer, con el advenimiento de la república su situación empeoró debido a que durante la colonia estuvo más protegido por las leyes virreinales, al menos en teoría, porque en la práctica fueron casi eliminados por el brutal trabajo a que fueron sometidos en la industria minera, la única, dicho sea de paso, a la que prestaron atención los explotadores de Latinoamérica.
Al inicio del siglo pasado, décadas después de haber nacidos los países latinoamericanos, apareció una corriente literaria, llamada Indigenista, cuyo afán fue poner al descubierto la explotación a que era sometido el hombre andino, además de resaltar y reivindicar los valores culturales del poblador nativo, por considerar a esta como heredera directa de las civilizaciones precolombinas. Entre los principales exponentes de esta tendencia literaria podemos mencionar al ecuatoriano Jorge Icaza autor de “Huasipungo”, el colombiano José Eustaquio Rivera, de cuya pluma salió “La vorágine”, el peruano Ciro Alegría, autor de “El mundo es ancho y ajeno”. Bolivia fue la cuna de Alcides Arguedas, autor de “Raza de Bronce”. A ellos habría que agregar a José María Arguedas de Perú, cuyas obras como, “Los ríos profundos”, “Yawar fiesta” y otros títulos, son motivo de estudio y discusión no solo por literatos, sino también por antropólogos en diversas universidades del mundo.
No se puede olvidar que la cultura nativa precolombina es uno de los principales pilares de la cultura latinoamericana, conformada también por componentes africanos y europeos. En el caso concreto del hombre andino es necesario reconocer que, guste o no guste a algunos, su huella ha dejado profundas marcas culturales en nuestro quehacer diario.
Armando Zarazú Aldave
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