manuel nieves fabián
UN ARMA LLAMADO CARAJO

Una tarde, ya casi entrada la noche, después de una juerga fenomenal, un borracho caminaba por la calle haciendo zigzags y vociferando a voz en cuello, entre otras cosas decía:
–¡Mando dormir y roncar 24 horas a quien se cruza en mi camino! ¡Quién es el valiente...!
Y furioso se arremangaba la camisa, luego, con los puños hacía fintas en el aire como atacando a su rival.
El diablo que había dormido todo el día, ya cuando las sombras crecían para albergar a la noche, se vistió con elegancia seguro de captar a las almas descarriadas y engrosar las filas del ejército infernal.
Precisamente cuando salía de su cuarto de alojamiento, el borracho se aproximaba hablando sandeces y trastabillando. El malvado se frotó las manos con suma alegría por encontrar a su primera víctima, para ello, súbitamente, se interpuso en su camino.
Como el hombrecito caminaba por donde el cuerpo le llevaba, chocó con el diablo como contra un bloque de piedra. Al ver que caía de tan mala manera a la calzada, repetía mecánicamente: «¡Ya se jodió el cojudo!», y seguía caminando.
El diablo, amoscado, se levantó como pudo, corrió tras el "valiente", y con el dolor que aún no le pasaba, cogiéndole del brazo le increpó su falta de respeto.
El borracho seguía caminando con aire de matón sin importarle las reflexiones y amenazas del "joven". En vista de que el beodo no le tomaba importancia, el diablo se encorajinó y con una voz mucho más fuerte, eufórico le dijo:
–¡Yo te reto a un duelo con espada, como acostumbran los caballeros!
El borracho, herido en su amor propio, contestó enfáticamente:
–¡Qué espada ni cojudeces, eso es para amujerados! ¡Acepto el reto, no con espada sino con el carajo!
Al escuchar la palabra, el diablo se quedó perplejo. Era la primera vez en su vida perdularia que escuchaba el nombre de un arma desconocido. Para no perder a su víctima se puso a su costado, meditando: «Que tan poderoso será el carajo que a la espada lo trata con tanto desprecio"
En esa circunstancia pasó por ahí una ancianita, y el diablo, presuroso, se acercó a ella y le dijo:
–¡Abuelita! ¿Cómo es el carajo?
La anciana, como dudando de la pregunta, se quedó mirándole y no contestó; entonces, el diablo en pocas palabras relató lo que le había pasado con el borracho. Al notar la curiosidad del “joven” y las malas intenciones contra el desdichado, la ancianita exclamó horrorizada, al mismo tiempo que se santiguó diciendo:
–¡Ay joven, yo que usted no me meto! No permita batirse con esa arma infernal porque yo la he vivido en carne propia. Cuando tenía apenas doce años, un malvado me hirió tan fuerte con su carajazo. ¡A pesar de haber transcurrido los años, la llaga aún no se me ha cerrado!
Apenas escuchó las últimas palabras de la anciana, el diablo salió disparado sin ánimo de batirse, ni menos de reclutar almas que manejaban semejantes armas.
–¡Mando dormir y roncar 24 horas a quien se cruza en mi camino! ¡Quién es el valiente...!
Y furioso se arremangaba la camisa, luego, con los puños hacía fintas en el aire como atacando a su rival.
El diablo que había dormido todo el día, ya cuando las sombras crecían para albergar a la noche, se vistió con elegancia seguro de captar a las almas descarriadas y engrosar las filas del ejército infernal.
Precisamente cuando salía de su cuarto de alojamiento, el borracho se aproximaba hablando sandeces y trastabillando. El malvado se frotó las manos con suma alegría por encontrar a su primera víctima, para ello, súbitamente, se interpuso en su camino.
Como el hombrecito caminaba por donde el cuerpo le llevaba, chocó con el diablo como contra un bloque de piedra. Al ver que caía de tan mala manera a la calzada, repetía mecánicamente: «¡Ya se jodió el cojudo!», y seguía caminando.
El diablo, amoscado, se levantó como pudo, corrió tras el "valiente", y con el dolor que aún no le pasaba, cogiéndole del brazo le increpó su falta de respeto.
El borracho seguía caminando con aire de matón sin importarle las reflexiones y amenazas del "joven". En vista de que el beodo no le tomaba importancia, el diablo se encorajinó y con una voz mucho más fuerte, eufórico le dijo:
–¡Yo te reto a un duelo con espada, como acostumbran los caballeros!
El borracho, herido en su amor propio, contestó enfáticamente:
–¡Qué espada ni cojudeces, eso es para amujerados! ¡Acepto el reto, no con espada sino con el carajo!
Al escuchar la palabra, el diablo se quedó perplejo. Era la primera vez en su vida perdularia que escuchaba el nombre de un arma desconocido. Para no perder a su víctima se puso a su costado, meditando: «Que tan poderoso será el carajo que a la espada lo trata con tanto desprecio"
En esa circunstancia pasó por ahí una ancianita, y el diablo, presuroso, se acercó a ella y le dijo:
–¡Abuelita! ¿Cómo es el carajo?
La anciana, como dudando de la pregunta, se quedó mirándole y no contestó; entonces, el diablo en pocas palabras relató lo que le había pasado con el borracho. Al notar la curiosidad del “joven” y las malas intenciones contra el desdichado, la ancianita exclamó horrorizada, al mismo tiempo que se santiguó diciendo:
–¡Ay joven, yo que usted no me meto! No permita batirse con esa arma infernal porque yo la he vivido en carne propia. Cuando tenía apenas doce años, un malvado me hirió tan fuerte con su carajazo. ¡A pesar de haber transcurrido los años, la llaga aún no se me ha cerrado!
Apenas escuchó las últimas palabras de la anciana, el diablo salió disparado sin ánimo de batirse, ni menos de reclutar almas que manejaban semejantes armas.