José Antonio Salazar Mejía
UN AMIGO DE LUIS PARDO
De los apuntes de don Augusto Alba Herrera sobre una nueva versión de la vida de Luis Pardo.
Los humanos somos muy dados a calificar a las personas y encasillarlos bajo esquemas rígidos. Así, hace algunos años surgió una corriente en la que sin mayor análisis, se tildó a Uchcu Pedro de consecuente y a Pedro Pablo Atusparia de traidor a la revolución campesina de 1885; todo un exabrupto. Otro de nuestros errores es querer analizar con categorías actuales los sucesos del pasado, cuando el arqueólogo Luis Lumbreras afirmó que en Chavín se realizaban rituales con sacrificios humanos, muchos se rasgaron las vestiduras; pero habría que entender la cosmovisión y la realidad de ese tiempo para censurar dichas prácticas.
Esto es lo que ha sucedido con Luis Pardo Novoa, a quien hemos calificado de bandolero, bandido, salteador de caminos y abigeo, sin entender sus motivaciones o el contexto en el que vivió. Una obra inédita de don Augusto Alba Herrera analiza el ambiente político de inicios del siglo pasado y titula a su obra: Luis Pardo, anarquista libertario. Esta es toda una revelación. No le falta razón a don Augusto pues la primera noticia que se tiene del gran chiquiano es su adhesión a la partida montonera del Dr. Augusto Durand cuando aún no cumplía la mayoría de edad.
La juventud peruana, luego de la guerra con Chile, estaba muy influenciada por la prédica anarquista de don Manuel González Prada. Todos comentaban su discurso en el Politeama en el año 1888, donde proclamó: ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!, convocando a la lucha por el cambio social, contra las malas ideas y los malos hábitos, contra leyes y constituciones ajenas a la realidad peruana, contra la herencia colonial, y contra los profetas que anunciaban el fracaso definitivo del Perú.
Uno de estos jóvenes seguidores de González Prada fue Manuel De la Vega, huarasino que regresó a su tierra luego de concluir sus estudios de Derecho en la Universidad de San Marcos en Lima. De la Vega se enteró rápidamente de lo que venía aconteciendo en su tierra y para nada le gustó lo que llegó a sus oídos. Él puede ser considerado pionero del indigenismo, corriente que veinte años después se pusiera en boga en diferentes campos del saber humano. A saber, en lo político con José Carlos Mariátegui, en lo artístico con José Sabogal y en lo que respecta a la literatura con Ventura García Calderón y su obraLa venganza del cóndor, serie de relatos ambientados en nuestra tierra.
Una tarde, De la Vega se enteró del caso de la hacienda de Vicos, donde los indios pasaban infinitas miserias. La hacienda se ubicaba en el distrito de Marcará en Carhuás y pertenecía a la Beneficencia Pública de Lima. Luego de la revolución campesina de 1885, el arrendatario de la hacienda fue don Germán Schereiber quien pagaba seis mil soles anuales por el arriendo. Pero a su muerte lo reemplazó El Gringo Manuel Lostaunau y se las ingenió para pagar apenas mil soles por la locación. Este Lostaunau los trataba peor que a esclavos, contrabajos forzados de doce horas diarias, además el pago de tres soles setenta de pastizal por cada cabeza de ganado vacuno que criaban. No contento con ello, los alquilaba a los mineros de Carás y de Yungay.
De la Vega comprobó las terribles condiciones en que vivían los indios de Vicos y lleno de indignación escribió en el liberal periódico de Huarás, El Heraldo cuyo director era el Dr. Glicerio Fernández: Lostaunau considera a los indios de Vicos como los parias o ilotas de los antiguos tiempos y que persiste como esclavos obligados; viven siempre teniendo su existencia vinculada a sus intereses. Los alquila, dándoles sólo una miserable porción de maíz podrido o cebada, de tal manera, que el indio no tiene lo suyo para comer durante la quincena que trabaja alquilado en Carás u otros lugares, está expuesto a morir de hambre. La denuncia se quedaba corta, El Gringo alquilaba a los vicosinos para trabajar en las minas de Pompey, y viajaban cargando muchos bultos en las espaldas hasta la mina. Después los alquilaba a Carás para el trabajo de los cañaverales de Canyasbamba, Santa Catalina, Pucapacha y Chumpa.
Manuel De la Vega asesoró a los indios de Vicos y les radactó un memorial para presentarlo a la Prefectura. En él pedían se suspenda la contribución predial y se les exonere del pago de predios, amenazando que si no les complacían en sus propósitos, repetirían en proporciones más gigantescas a la sublevación de 1885. Con el pretexto de escuchar el bando con el que se iba a dar respuesta a la petición De la Vega convocó a un mitin campesino en Huarás.
Al prefecto del departamento de Ancash, don Anselmo Huapaya no le causó gracia el subversivo documento que presentaron los indios.
- ¡Caracoles! –Se dijo-. Con que esas tenemos. Muy bien. Tráiganme de inmediato al abogadito que se hace pasar de defensor de indios.
- Pero van a haber protestas señor Prefecto… usted no es de Huarás, hace veinte años pasó lo mismo, apresamos al cabecilla y se levantaron por miles.
- ¡A mí no me venga con esas, señor secretario! –Se encabritó don Anselmo, que era hombre de pocas pulgas. –¡Mis órdenes se cumplen sin chistar!
- Si ayer hemos conversado amigablemente con el señor Huapaya…
- Eso dígaselo a él mismo. –Contestaba el carcelero que tenía paciencia de santo.
- Yo, y todos los pobres y desgraciados indios, que han demandado mis servicios profesionales, somos absolutamente inocentes, no hemos soñado ni siquiera conversado sobre trastornos de ninguna clase.
- Qué bueno, ahora pase usted a esta celda.
- Haga constar que a los indios de Huarás, les he servido, les sirvo y les serviré, hasta el último día de mi existencia, de una manera absolutamente gratuita.
- Está en todo su derecho doctor De la Vega, pero de acá no sale.
En Huarás se vivían horas de zozobra. El domingo 24 de enero, numerosos grupos de indígenas se movilizaron hacia la ciudad con el objeto de concurrir al mitin convocado por Manuel de la Vega, pero informados que la Guardia Urbana y de la fuerza pública los esperaban armados hasta los dientes, se detuvieron en las estancias que circundan la ciudad, permaneciendo en alerta toda la tarde. Los de Vicos se quedaron en los Baños de Brioso, hoy Monterrey, en unión con los de Quillash, mientras los de Olleros con los de Paccha avanzaron hacia Huarás hasta las cinco la tarde.
Veinte años después de aquel terrible 3 de marzo de 1885 la historia parecía volver a repetirse. En todas las casas se rezaba y se encendían velas a todos los santos pidiendo al cielo tenga piedad de la ciudad si atacaban los indios.
- ¡Señor Obispo, señor Obispo…! Le buscan las presidentas de las principales cofradías.
- ¿Y qué se les ofrece a esas buenas señoras? –Preguntaba Fray Francisco de Sales Soto, primer Obispo de la Diócesis de Huarás, quien no tenía más de cinco años en el cargo.
- Vienen a pedir su mediación en este lío de los indios de Vicos…
- A ver, Abraham Flores, hágalas pasar a la sala. –Ordenó al joven seminarista.
- Mis buenas señoras, he leído lo escrito por ese señor De la Vega en El Heraldo y si son ciertas sus denuncias, los pobres indios de Vicos tienen motivo de protestar. Nuestro Señor Jesucristo dio su vida por un mundo mejor para todos.
- ¡Ay su Ilustrísima! –Se alteraba doña Pasión Alzamora, Ministra de la Asociación de los Sagrados Corazones de Jesús y María y preceptora de mucha reputación en Huarás-. No crea usted todo lo que se publica en ese periódico del demonio. Hay que ver nomás la clase de liberal que es el Dr. Fernández.
- Cierto es Monseñor, los indios han sido soliviantados por ese diablo que es el abogadito De la Vega. –Retrucaba doña Abigaíl Alzamora de Izaguirre, hermana de la anterior y Ministra de la Tercera Orden Franciscana. - Venimos a pedirle que salga usted a detenerlos, su Ilustrísima, no sabe lo que pasamos cuando después de la guerra los indios del tal Atusparia tomaron la ciudad. ¡Jesús, María y José! Eso fue terrible. La ciudad está muy asustada, esta mañana casi nadie ha ido a la fiesta de la Virgen Belenita.
- Cálmense mis dignas damas, no se alteren. Vuelvan a sus hogares, les prometo que oraré toda la noche para que mañana Huarás amanezca en paz. Estamos en días de la fiesta de San Sebastián y el santo patrón de Huarás no querrá que su pueblo sea castigado.
- De eso queríamos hablarle también señor Obispo, -intervenía doña Teresa Rivero Vda. De Mejía Presidenta de la Cofradía de la Virgen del Perpetuo Socorro. - Los indios aceptan al Señor de la Soledad, como a su patrón y quisiéramos que usted disponga sacarlo en procesión para impedir una masacre en la ciudad. Yo era una joven esposa cuando sucedió lo del 85; Atusparia venía a comprar pan en mi panadería, nos conocía a todos los huarasinos, por eso impidió la matanza. Si los gendarmes y la Guardia Urbana hacen uso de sus armas, van a haber cientos de muertos el día de mañana.
- Esa idea me parece brillante mi digna señora. Avisen a sus cofradías que mañana tendremos una Misa de Rogativas, y posteriormente saldrá en procesión El Señor de la Soledad. Voy a disponer que el párroco de El Cercado haga bajar la imagen muy temprano a la Catedral.
La noche del 24 de enero Huarás no durmió, la Guardia Urbana y la Gendarmería pasaron la noche en vela resguardando los ingresos a la ciudad, los indios que estaban enardecidos por la captura del abogado De la Vega lo hicieron deliberando en las estancias, y en los hogares se oraba incesantemente.
Y amaneció el día 25. Con Cruz Alta y Palio, el señor Obispo de la Diócesis de Huarás presidió la ceremonia. La imagen del Señor de la Soledad fue paseada por la Plaza de Armas en una mañana soleada con gran acompañamiento de la población. La compungida feligresía cantaba repetidamente el Apu Yaya Jesucristo y el Cocha Coyllur, mientras que el Obispo recitaba en un perfecto latín el salmo del Miserere. Milagrosamente, como si el cielo hubiera escuchado las plegarias de los huarasinos, los indios se regresaron por donde vinieron y la cosa no pasó a mayores.
La autoridad tomó sus precauciones, pues según tenía entendido existía un plan organizado en todo el Callejón de Huaylas, del que De la Vega era sólo un engranaje. El Escuadrón Nº 1 a órdenes del capitán Bazo salió a Carhuás a tomar posesión, dejando su cuartel al Batallón Nº 5 a órdenes del Coronel Ugarte. Por otra parte, el Subprefecto Romero Flores salió de la ciudad de Carás el día 24 con su pequeño destacamento de gendarmes a Carhuás, dejando al Alcalde Provincial don Ernesto Souza Matute para que organizara la Guardia Urbana en esa ciudad, en vía de previsión.
Mientras tanto, Manuel De la Vega, estando preso llegó a conocer a un personaje histórico. Llegó preso a Huarás Luis Pardo Novoa, a quien habían capturado en Chiquián con motivo de las celebraciones por la creación de la provincia de Bolognesi. Ambos personajes rápidamente se hicieron amigos, Luis Pardo y De la Vega coincidían en sus ideas. Los dos querían un mejor trato para el indio y una verdadera justicia social. De sus largas pláticas no queda memoria pero el enriquecimiento fue recíproco, Luis Pardo le dio testimonio de sus andanzas y su enfrentamiento con los gamonales de su zona, mientras que Manuel Del Río le alcanzaba sus ideas radicales de organización y movilización campesina en reivindicación de sus derechos, así como de enfrentamiento legal a los gamonales.
Por esos días, el Capitán Bazo consiguió que El Gringo Lostaunau y sus indios llegaran a un salomónico acuerdo. Aquel les rebajaba las cargas y castigos, y éstos se comprometían a no llevar adelante los juicios iniciados contra él. Meses después, Lostaunau, a quien no convencieron los acuerdos prefirió dejar la concesión y retirarse de Vicos.
A los pocos meses, Manuel del Río desapareció de Huarás. ¿Fue muerto por sus enemigos políticos? ¿Regresó a Lima y allí se difuminó su actividad política? Nunca más se supo de él. Tras su pronta desaparición, sólo dejó una esperanza inacabada, un manantial inagotable de energías que sostuvo y sostendrá la bandera de quienes defienden a la comunidad indígena.
Luis Pardo escapó de la cárcel de Huarás a inicios de 1905, él, a propósito cogió una pulmonía para ser trasladado al Hospital de Belén y cuando estaba convaleciendo, una tarde saltó la tapia del hospital y no paró hasta Chiquián, pero ya en su mente bullían las claras ideas de su amigo el abogado De la Vega que él sabría aplicar en bien de los más desprotegidos.
José Antonio Salazar Mejía