armando Zarazú alvave
6 DE JULIO: DÍA DEL MAESTRO

Como todos los años, este 6 de julio se estará celebrando en todos los centros educativos del Perú, el Día del Maestro, festividad cívica que busca realzar y valorizar el papel del educador/ra en nuestra sociedad. La fecha, escogida por el Congreso de la República en mayo de 1953, tiene raíces históricas y se remonta a los orígenes de la república peruana cuando esta era gobernada por el libertador Don José de San Martín quien, el 6 de julio de 1822 fundó la primera Escuela Normal de Preceptores, la que con el tiempo se convirtió en la actual Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, más conocida popularmente como “La Cantuta”. Es bueno recordar que el Día del Maestro es celebrado, en diferentes fechas, en todos los países latinoamericanos y, en casi todos los países del mundo.
La UNESCO, organización para asuntos educativos de las Naciones Unidas, decidió que el 5 de octubre de cada año se celebre el Día Mundial del Docente, reconociendo, de esa manera, el impacto social y cultural que ha tenido y tiene en la sociedad.
El maestro, por el carácter mismo del desarrollo de su función, interactúa principalmente con los miembros más jóvenes de la sociedad, de allí que la influencia que este tiene sobre ellos es inmensa. Ahora bien, esta relación lleva al estudiante mirar al maestro como alguien “que lo sabe todo” y aceptar sus enseñanzas, consejos y toda respuesta que a sus preguntas les dé. Indudablemente que en ese continuo interactuar surgen situaciones graciosas y humorísticas que rompen o, por decirlo en otras palabras, quiebran la monotonía diaria y seria de un salón de clase, además que contribuyen a que la relación maestro-estudiante sea mejor, mas fuerte y académicamente más productiva. Voy a compartir un par de historias que demuestran justamente todo lo expresado líneas arriba.
La UNESCO, organización para asuntos educativos de las Naciones Unidas, decidió que el 5 de octubre de cada año se celebre el Día Mundial del Docente, reconociendo, de esa manera, el impacto social y cultural que ha tenido y tiene en la sociedad.
El maestro, por el carácter mismo del desarrollo de su función, interactúa principalmente con los miembros más jóvenes de la sociedad, de allí que la influencia que este tiene sobre ellos es inmensa. Ahora bien, esta relación lleva al estudiante mirar al maestro como alguien “que lo sabe todo” y aceptar sus enseñanzas, consejos y toda respuesta que a sus preguntas les dé. Indudablemente que en ese continuo interactuar surgen situaciones graciosas y humorísticas que rompen o, por decirlo en otras palabras, quiebran la monotonía diaria y seria de un salón de clase, además que contribuyen a que la relación maestro-estudiante sea mejor, mas fuerte y académicamente más productiva. Voy a compartir un par de historias que demuestran justamente todo lo expresado líneas arriba.

En el colegio, dónde trabajo como maestro desde hace muchos años, se dictan clases llamadas AP y UConn, que son muy rigurosas y exigentes, académicamente hablando, para estudiantes de los últimos años que tienen interés de continuar sus estudios a nivel universitario. Demás está decir que esas clases las toman lo que se llamaría “la crema y nata del estudiantado”, por lo que son bien considerados y tienen cierto estatus, por decir lo menos. Por otro lado, los que recién empiezan sus estudios secundarios, llegan a la escuela con recelo y cierto temor porque van a estar junto a estudiantes mucho mayores y, en algunos casos desconocidos, de allí es que tratan de buscarse entre los que se conocen para sentirse más cómodos y aliviados de la presión que significa encontrarse en un ambiente desconocido y extraño. El primer día de clase son asignados a un salón hogar en el que permanecerán toda la secundaria, esta clase se reúne dos o tres veces por semana y se llama Advisory. Hace ya algunos años, el primer día del año académico, entró a mi clase de Advisory una niña de aproximadamente 14 años; por la expresión de su rostro se veía que no se sentía conforme pues miraba con recelo a su alrededor y no encontraba caras conocidas. Para romper el hielo y su temor me acerqué a ella y le pregunté porque se la veía descontenta. Me miró con cierta desconfianza y me dio una respuesta seca y directa "porque no conozco a nadie y mis amigos están en otras clases", no me quedó más remedio que sacar toda mi experiencia y decirle una mentira piadosa "lo que pasa es que no te has dado cuenta que esta es una clase de AP Advisory (que no existe a ese nivel) y aquí están solo los mejores estudiantes, por eso te han puesto en mi clase" Al escucharme su rostro cambió automáticamente, primero a sorpresa y luego a felicidad...al día siguiente, volvió al salón y me dice sonriente y con mas confianza "Señor (así me llaman y conocen todos en la escuela) me has engañado, no hay clase de AP Advisory, pero gracias, mi hiciste sentir más cómoda y tranquila en tu clase". Sucede que su mamá también era maestra y por lo tanto sabía que tal clase no existía. Esa niña fue una de mis mejores estudiantes durante los cuatro años que estuvo en la escuela. Hoy está a punto de graduarse de maestra.
Siguiendo el currículo de la clase de UConn a mi cargo, se lee partes de literatura y luego se comenta en grupos los temas tratados. Es así que en una de mis clases, compuesta por jóvenes 16 a 17 años, habíamos leído “Nada menos que todo un hombre” de Miguel de Unamuno y “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel, además de otras historias. Característica común en todas es la absoluta sumisión de la mujer a las decisiones paternas o de quien dirige el hogar. Además, estas historias están escenificadas alrededor de cien años atrás en sociedades de profundo arraigo patriarcal o matriarcal. Habíamos terminado las discusiones al respecto y comentado las injusticias de la sociedad familiar con las mujeres en esos años. Demás está decir que todos estaban en contra de la forma de cómo se trataba a la mujer en esa época, cuando una de mis estudiantes me preguntó cual era mi opinión al respecto. Mi repuesta fue que estaba de acuerdo con ellos, pero que si querían saber mi opinión personal se las iba a dar con un par de de ejemplos y comencé a decirles, con la voz más grave y sería que podía utilizar: “la verdad chicos, esas son tonterías en las que no creo, es más, en mi casa yo tengo la última palabra y no se discute para nada mis decisiones"; sus miradas y sonrisas iniciales se fueron apagando para tornarse en sorpresa e incredibilidad por lo que estaban oyendo: “es más -continué de lo más serio- mi esposa me tiene que traer el café al tiempo, es decir, ni muy caliente ni muy frío. Mis medias y ropa interior las tiene que lavar a mano, con agua tibia y sobando muy suavemente por cierto, debido a que mi piel es muy dedicada…y seguí con unas cuantas historias más sacadas de mi imaginación”. Ver sus rostros de sorpresa, desencanto e incomodidad, esperando el momento de poder irse, es uno de los mejores recuerdos anecdóticos que tengo como maestro. Apenas sonó el timbre abandonaron el aula sin siquiera despedirse. Un grupo de chicas fue de inmediato en busca de una maestra que conozco y que había sido profesora de ellas, fueron a quejarse de que Señor era “doble cara, porque en su casa no practicaba lo que enseñaba y, lo peor, estaba de acuerdo con la conducta de los personajes de las obras que habían leído en clase”. Demás está decir, que la mencionada maestra me conocía y se había dado cuenta de la tomadura de pelo que les había hecho a mis estudiantes y solo les respondió “vuelvan donde Señor y pregúntenle quien cocina en su casa”.
Cuando descubrieron que les había jugado una broma y la realidad de mis creencias sobre el tema eran diferentes, rieron a más no poder. A partir de esa fecha cada que podían me preguntaban, con un tufillo de venganza, "Señor ¿Qué cocinaste ayer?". Hasta ahora estoy en contacto con muchos de ellos, todos jóvenes profesionales que ríen conmigo al recordar los felices momentos pasados en clase, hace ya algunos años.
Estas historias simples son prueba irrefutable del impacto y credibilidad que tiene un maestro en sus estudiantes.
Armando Zarazú Aldave
[email protected]
Siguiendo el currículo de la clase de UConn a mi cargo, se lee partes de literatura y luego se comenta en grupos los temas tratados. Es así que en una de mis clases, compuesta por jóvenes 16 a 17 años, habíamos leído “Nada menos que todo un hombre” de Miguel de Unamuno y “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel, además de otras historias. Característica común en todas es la absoluta sumisión de la mujer a las decisiones paternas o de quien dirige el hogar. Además, estas historias están escenificadas alrededor de cien años atrás en sociedades de profundo arraigo patriarcal o matriarcal. Habíamos terminado las discusiones al respecto y comentado las injusticias de la sociedad familiar con las mujeres en esos años. Demás está decir que todos estaban en contra de la forma de cómo se trataba a la mujer en esa época, cuando una de mis estudiantes me preguntó cual era mi opinión al respecto. Mi repuesta fue que estaba de acuerdo con ellos, pero que si querían saber mi opinión personal se las iba a dar con un par de de ejemplos y comencé a decirles, con la voz más grave y sería que podía utilizar: “la verdad chicos, esas son tonterías en las que no creo, es más, en mi casa yo tengo la última palabra y no se discute para nada mis decisiones"; sus miradas y sonrisas iniciales se fueron apagando para tornarse en sorpresa e incredibilidad por lo que estaban oyendo: “es más -continué de lo más serio- mi esposa me tiene que traer el café al tiempo, es decir, ni muy caliente ni muy frío. Mis medias y ropa interior las tiene que lavar a mano, con agua tibia y sobando muy suavemente por cierto, debido a que mi piel es muy dedicada…y seguí con unas cuantas historias más sacadas de mi imaginación”. Ver sus rostros de sorpresa, desencanto e incomodidad, esperando el momento de poder irse, es uno de los mejores recuerdos anecdóticos que tengo como maestro. Apenas sonó el timbre abandonaron el aula sin siquiera despedirse. Un grupo de chicas fue de inmediato en busca de una maestra que conozco y que había sido profesora de ellas, fueron a quejarse de que Señor era “doble cara, porque en su casa no practicaba lo que enseñaba y, lo peor, estaba de acuerdo con la conducta de los personajes de las obras que habían leído en clase”. Demás está decir, que la mencionada maestra me conocía y se había dado cuenta de la tomadura de pelo que les había hecho a mis estudiantes y solo les respondió “vuelvan donde Señor y pregúntenle quien cocina en su casa”.
Cuando descubrieron que les había jugado una broma y la realidad de mis creencias sobre el tema eran diferentes, rieron a más no poder. A partir de esa fecha cada que podían me preguntaban, con un tufillo de venganza, "Señor ¿Qué cocinaste ayer?". Hasta ahora estoy en contacto con muchos de ellos, todos jóvenes profesionales que ríen conmigo al recordar los felices momentos pasados en clase, hace ya algunos años.
Estas historias simples son prueba irrefutable del impacto y credibilidad que tiene un maestro en sus estudiantes.
Armando Zarazú Aldave
[email protected]
Nota.- la fotografía de la cabecera de este artículo corresponde a la Clase 2022 de Español V UConn de THS