manuel nieves fabián
JUEGOS INFANTILES EN EL DISTRITO DE CANIS
Es cierto que los avances tecnológicos son importantes para la sociedad, pero, así como nos benefician en los conocimientos de las actividades en tiempo real también nos hacen esclavos y nos absorben con las nuevas tecnologías, remplazando nuestros modos de vida, nuestros hábitos y costumbres.
Con referencia a los juegos infantiles, los juguetes sofisticados han reemplazado a nuestros juguetes andinos y nuestros juegos infantiles han pasado al olvido y otros se resisten en desaparecer.
Antiguamente, los niños de las comunidades, según las épocas del año, practicaban una serie de juegos muy diferentes a los niños de las ciudades. El ingenio y la creatividad tanto de los padres como de los propios niños, usando troncos de naranjo, waromo o eucalipto confeccionaban trompos, matracas, escopetas, caballos; también las chapas de las botellas de gaseosas eran aplanadas y afiladas, las que servían para las lides entre los niños cortando las pitas de los famosos run run; los carrizos eran convertidos en pinkullos o flautas; los pedazos de tejas eran moldeadas hasta darle la apariencia de pequeñas ruedas con las que se disputaba el juego llamado mundo.
Entre estos juegos infantiles citamos alguno de ellos:
PACALLERO
En este juego participaban grupos de cuatro o más niños. Todos ellos se sentaban en el piso haciendo un círculo. Los varones se sacaban los sombreros y los colocaban boca arriba entre sus piernas, mientras las mujeres hacían un hoyo en sus faldas o en todo caso, formaban un cuenco con sus manos. Una vez que ya estaban acomodados, los jugadores sorteaban para que uno de ellos iniciara el juego. El niño asignado cogía una piedrecilla y empuñando la mano, a la vez que pronunciaba repetidamente la palabra: “¡Pacallero, pacallero, pacallero...!”, iba introduciendo el puño ya sea en el sombrero, en la falda o en los cuencos de las manos de los jugadores y disimuladamente dejaba la piedrecilla en cualquiera de ellos. El jugador sentado a la derecha del que inició el juego tenía que adivinar dónde se encontraba depositado la piedrecilla. Si acertaba se liberaba del castigo y pasaba a dirigir el juego; si no adivinaba hasta por tres veces consecutivos recibía el castigo que consistía en soplar un puñado de tierra colocada a la altura de los labios con los ojos abiertos; otras veces eran obligados a cantar o bailar.
CHALLAC CHALLAC
Este juego imitaba a la mamá perdiz. Los jugadores que eran más de diez, se reunían y nombraban a uno de ellos para que haga las veces de mamá perdiz. El resto, por sorteo, unos serían polluelos (perdices pequeñas) y otros, galgos (perros).
La mamá perdiz generalmente era una mujer. Ella, sentada en el piso, escondía las cabezas de los galgos entre sus faldas, otras veces los cubría con un poncho o con una manta, momento en que los polluelos se escondían por los alrededores. Cuando la mamá veía el momento más conveniente, soltaba a los galgos gritando:
–¡Challac, challac, challac...! (voz onomatopéyica de la perdiz)
A esta voz, los galgos iban en busca de los polluelos. Aquellos que eran capturados, en el siguiente juego hacían el papel de galgos. Los polluelos que, a pesar de la búsqueda de los galgos, no eran habidos, eran llamados por la madre:
–¡Yurikamuy, yurikamuy, yurikamuuuuy! (¡Aparezcan, aparezcan, aparezcaaan!)
Entonces las perdicitas corrían a toda velocidad con dirección a la madre, tratando de no ser atrapados por los galgos.
El galgo que no atrapaba a los polluelos en tres juegos consecutivos era sancionado con el castigo que imponía la madre. Para que el juego fuera más emocionante la perdiz exigía que el galgo cantara o dijera una adivinanza, o en todo caso, era obligado a narrar un cuento; si no cumplía estos castigos eran condenados a lamer la tierra.
CHAQUA
En este juego los niños se sentaban formando un círculo, cosa que nadie podía atravesar ese muro compacto de brazos entrecruzados, intercalados entre hombres y mujeres. Según sorteo un niño hacía el papel de perdiz o chaqua y el otro, de cuidador del papal. Ambos niños se levantaban y se dirigían al centro del círculo, y empezaban el siguiente diálogo:
Cuidador.- ¡Chaqua!, ¿imatataaq papachu ruranki? (¡Perdiz! ¿qué haces en mi papal?)
Chaqua.- ¡Papaykitami mikuykaa! (¡Estoy comiendo tu papa!)
Cuidador.- ¿Imapaq? (¿Para qué?)
Chaqua.- ¡Ruuntuta wachanapaq! (¡Para poner huevos!)
Cuidador.- ¿Imapaqtaq wachanki ? (¿Y para qué pones huevos?)
Chaqua.- ¡Mikunaykipaq mallqah nuna! (¡Para que comas hombre hambriento!)
Cuidador.- ¡Kanamni musiaykamanki!. ¡Fierro kuchaarata sikikiman hatimushaq! (¡Hoy vas a ver! ¡Una cuchara de fierro voy a meter por tu trasero!)
Al escuchar esta amenaza la perdiz empezaba huir, pero le era imposible atravesar el muro formado por los niños. Por su parte el cuidador lo perseguía amenazando con su poncho que tenía un nudo en la punta. Si lograba alcanzarlo lo golpeaba ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!, a la vez que gritaba:
–¡Wanuuy chaqua!, ¡wanuy!, ¡wanuy!, wanuy! ¿Ma kurrikachay ar? ¡Kananmi wanunki! ¡Hammi papata ushargunki! ¡Wanuy!, ¡wanuy!, ¡wanuy! ¡pum!, ¡pum!, ¡pum! (¡Muera perdiz! ¡muera!, ¡muera!, ¡muera! ¿Haber corre ahora? ¡Hoy vas a morir!, ¡Tú has acabado mi papa! ¡Muera!, ¡muera!, muera!, ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!)
La perdiz trataba de defenderse y huir, pero los golpes certeros lo acobardaban, hasta que finalmente, sumamente cansada, moría la perdiz.
El juego continuaba, pues el niño que hacía el papel de cuidador, por haber dado muerte a la perdiz reemplazaba a este animal, y el vecino de la perdiz hacía el papel de cuidador. Los diálogos tenían el mismo esquema, pero los jugadores inventaban otros diálogos, lo que hacía más interesante el juego.
Manuel Nieves Fabián
Con referencia a los juegos infantiles, los juguetes sofisticados han reemplazado a nuestros juguetes andinos y nuestros juegos infantiles han pasado al olvido y otros se resisten en desaparecer.
Antiguamente, los niños de las comunidades, según las épocas del año, practicaban una serie de juegos muy diferentes a los niños de las ciudades. El ingenio y la creatividad tanto de los padres como de los propios niños, usando troncos de naranjo, waromo o eucalipto confeccionaban trompos, matracas, escopetas, caballos; también las chapas de las botellas de gaseosas eran aplanadas y afiladas, las que servían para las lides entre los niños cortando las pitas de los famosos run run; los carrizos eran convertidos en pinkullos o flautas; los pedazos de tejas eran moldeadas hasta darle la apariencia de pequeñas ruedas con las que se disputaba el juego llamado mundo.
Entre estos juegos infantiles citamos alguno de ellos:
PACALLERO
En este juego participaban grupos de cuatro o más niños. Todos ellos se sentaban en el piso haciendo un círculo. Los varones se sacaban los sombreros y los colocaban boca arriba entre sus piernas, mientras las mujeres hacían un hoyo en sus faldas o en todo caso, formaban un cuenco con sus manos. Una vez que ya estaban acomodados, los jugadores sorteaban para que uno de ellos iniciara el juego. El niño asignado cogía una piedrecilla y empuñando la mano, a la vez que pronunciaba repetidamente la palabra: “¡Pacallero, pacallero, pacallero...!”, iba introduciendo el puño ya sea en el sombrero, en la falda o en los cuencos de las manos de los jugadores y disimuladamente dejaba la piedrecilla en cualquiera de ellos. El jugador sentado a la derecha del que inició el juego tenía que adivinar dónde se encontraba depositado la piedrecilla. Si acertaba se liberaba del castigo y pasaba a dirigir el juego; si no adivinaba hasta por tres veces consecutivos recibía el castigo que consistía en soplar un puñado de tierra colocada a la altura de los labios con los ojos abiertos; otras veces eran obligados a cantar o bailar.
CHALLAC CHALLAC
Este juego imitaba a la mamá perdiz. Los jugadores que eran más de diez, se reunían y nombraban a uno de ellos para que haga las veces de mamá perdiz. El resto, por sorteo, unos serían polluelos (perdices pequeñas) y otros, galgos (perros).
La mamá perdiz generalmente era una mujer. Ella, sentada en el piso, escondía las cabezas de los galgos entre sus faldas, otras veces los cubría con un poncho o con una manta, momento en que los polluelos se escondían por los alrededores. Cuando la mamá veía el momento más conveniente, soltaba a los galgos gritando:
–¡Challac, challac, challac...! (voz onomatopéyica de la perdiz)
A esta voz, los galgos iban en busca de los polluelos. Aquellos que eran capturados, en el siguiente juego hacían el papel de galgos. Los polluelos que, a pesar de la búsqueda de los galgos, no eran habidos, eran llamados por la madre:
–¡Yurikamuy, yurikamuy, yurikamuuuuy! (¡Aparezcan, aparezcan, aparezcaaan!)
Entonces las perdicitas corrían a toda velocidad con dirección a la madre, tratando de no ser atrapados por los galgos.
El galgo que no atrapaba a los polluelos en tres juegos consecutivos era sancionado con el castigo que imponía la madre. Para que el juego fuera más emocionante la perdiz exigía que el galgo cantara o dijera una adivinanza, o en todo caso, era obligado a narrar un cuento; si no cumplía estos castigos eran condenados a lamer la tierra.
CHAQUA
En este juego los niños se sentaban formando un círculo, cosa que nadie podía atravesar ese muro compacto de brazos entrecruzados, intercalados entre hombres y mujeres. Según sorteo un niño hacía el papel de perdiz o chaqua y el otro, de cuidador del papal. Ambos niños se levantaban y se dirigían al centro del círculo, y empezaban el siguiente diálogo:
Cuidador.- ¡Chaqua!, ¿imatataaq papachu ruranki? (¡Perdiz! ¿qué haces en mi papal?)
Chaqua.- ¡Papaykitami mikuykaa! (¡Estoy comiendo tu papa!)
Cuidador.- ¿Imapaq? (¿Para qué?)
Chaqua.- ¡Ruuntuta wachanapaq! (¡Para poner huevos!)
Cuidador.- ¿Imapaqtaq wachanki ? (¿Y para qué pones huevos?)
Chaqua.- ¡Mikunaykipaq mallqah nuna! (¡Para que comas hombre hambriento!)
Cuidador.- ¡Kanamni musiaykamanki!. ¡Fierro kuchaarata sikikiman hatimushaq! (¡Hoy vas a ver! ¡Una cuchara de fierro voy a meter por tu trasero!)
Al escuchar esta amenaza la perdiz empezaba huir, pero le era imposible atravesar el muro formado por los niños. Por su parte el cuidador lo perseguía amenazando con su poncho que tenía un nudo en la punta. Si lograba alcanzarlo lo golpeaba ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!, a la vez que gritaba:
–¡Wanuuy chaqua!, ¡wanuy!, ¡wanuy!, wanuy! ¿Ma kurrikachay ar? ¡Kananmi wanunki! ¡Hammi papata ushargunki! ¡Wanuy!, ¡wanuy!, ¡wanuy! ¡pum!, ¡pum!, ¡pum! (¡Muera perdiz! ¡muera!, ¡muera!, ¡muera! ¿Haber corre ahora? ¡Hoy vas a morir!, ¡Tú has acabado mi papa! ¡Muera!, ¡muera!, muera!, ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!)
La perdiz trataba de defenderse y huir, pero los golpes certeros lo acobardaban, hasta que finalmente, sumamente cansada, moría la perdiz.
El juego continuaba, pues el niño que hacía el papel de cuidador, por haber dado muerte a la perdiz reemplazaba a este animal, y el vecino de la perdiz hacía el papel de cuidador. Los diálogos tenían el mismo esquema, pero los jugadores inventaban otros diálogos, lo que hacía más interesante el juego.
Manuel Nieves Fabián