ARMANDO ZARAZÚ ALDAVE
REFLEXIONES DE MAESTRO
El seis de julio es el Día del Maestro peruano, fecha señalada para rendir homenaje a quienes nos enseñaron desde las primeras letras hasta el nivel educacional que hayamos llegado. Por ese motivo, me permito compartir con ustedes algunas reflexiones y vivencias de mi vida de maestro.
Es gratificante para un maestro ver a sus estudiantes crecer académicamente para convertirse en seres de provecho para la sociedad, el sentimiento es el mismo en cualquier parte del mundo. La satisfacción es mayor cuando, luego de algunos años, el maestro se vuelve a encontrar con sus estudiantes ya convertidos en adultos y desempeñándose satisfactoriamente en el duro camino de la vida. Bien sabemos que esto no es fácil, se necesitan las habilidades aprendidas en la escuela para poder superarlas. Quien las imparte.... es un maestro.
Desde mis primeros años he estado relacionado directamente con la escuela, por el trabajo de mi madre como maestra en los pueblos alejados de nuestra provincia. Mis recuerdos infantiles están ligados a esos pequeños centros educativos, en donde era uno más entre todos aquellos niños campesinos que jubilosos iban a la escuela, muchos de ellos caminando kilómetros, por el deseo que tenían de aprender.
Es gratificante para un maestro ver a sus estudiantes crecer académicamente para convertirse en seres de provecho para la sociedad, el sentimiento es el mismo en cualquier parte del mundo. La satisfacción es mayor cuando, luego de algunos años, el maestro se vuelve a encontrar con sus estudiantes ya convertidos en adultos y desempeñándose satisfactoriamente en el duro camino de la vida. Bien sabemos que esto no es fácil, se necesitan las habilidades aprendidas en la escuela para poder superarlas. Quien las imparte.... es un maestro.
Desde mis primeros años he estado relacionado directamente con la escuela, por el trabajo de mi madre como maestra en los pueblos alejados de nuestra provincia. Mis recuerdos infantiles están ligados a esos pequeños centros educativos, en donde era uno más entre todos aquellos niños campesinos que jubilosos iban a la escuela, muchos de ellos caminando kilómetros, por el deseo que tenían de aprender.
Recuerdo claramente a Tauripón, pequeño pueblo de nuestros Andes bolognesinos, a donde se llegaba luego de una jornada de un día a caballo desde Chiquián, pasando por Mashcos y luego Pacllón, con gentes humildes y generosas, que recibieron a la maestra, mi madre, con banda de músicos y ramos de flores, porque “llegaba la escuela” y con ella la educación para sus hijos. Recuerdo haberlos visto trabajar incansablemente fabricando rudimentarias carpetas hechas con tablas de árboles que ellos mismos talaron. Acondicionando y amoblando lo mejor que pudieron el local escogido para ser la escuela. Aun perduran en mi memoria la imagen de los pobladores de Tauripón al ver a sus hijos, henchidos de patriotismo, desfilar marcialmente por primera vez, en nuestras fiestas patrias por el único camino que cruzaba el pueblo y fungía de calle principal. Hoy, muchos de esos niños, compañeros míos de juegos y travesuras infantiles, son profesionales que hacen honor al sacrificio que hicieron sus padres para que su pueblo tuviera escuela.
Con el paso del tiempo la vida me llevó lejos, muy lejos de mi querido Chiquián, a tierras lejanas, en donde, desde hace muchísimos años me desempeño como maestro. Las vivencias son las mismas, los estudiantes, con el entusiamo, ímpetu e interés de conocer y saber, que caracteriza a los jóvenes, hacen que mi labor docente sea de por sí gratificante. Anécdotas, historias, risas, en fin, todo lo que sucede en un salón de clase, no solo influyen en la vida de los estudiantes, sino que también son parte de mis vivencias diarias de ser maestro. Cuando llega la hora de la despedida final las promesas de “volveré a visitarte” son continuas y constantes. Sin embargo, como maestro sé que mis estudiantes encontrarán nuevas vivencias, nuevas fuentes de conocimiento, nuevos intereses, que harán de esas promesas lo que el viento hace con el polvo…
Con el paso del tiempo la vida me llevó lejos, muy lejos de mi querido Chiquián, a tierras lejanas, en donde, desde hace muchísimos años me desempeño como maestro. Las vivencias son las mismas, los estudiantes, con el entusiamo, ímpetu e interés de conocer y saber, que caracteriza a los jóvenes, hacen que mi labor docente sea de por sí gratificante. Anécdotas, historias, risas, en fin, todo lo que sucede en un salón de clase, no solo influyen en la vida de los estudiantes, sino que también son parte de mis vivencias diarias de ser maestro. Cuando llega la hora de la despedida final las promesas de “volveré a visitarte” son continuas y constantes. Sin embargo, como maestro sé que mis estudiantes encontrarán nuevas vivencias, nuevas fuentes de conocimiento, nuevos intereses, que harán de esas promesas lo que el viento hace con el polvo…
Poco antes que termine el año académico, llegó a visitarme una joven ex alumna mía, venía exclusivamente para hacerme saber que se acababa de graduar en la universidad de…maestra. En sus manos traía una fotografía de ella, con toga y birrete, tomada el día de su graduación, con una sencilla dedicación que decía “gracias por todo maestro”. Satisfacciones como esas son las que dan sentido a la profesión de maestro.
|
Un sector educacional muy importante, pero que pasa desapercibido, es la educación del adulto. Formada por estudiantes que, por alguna razón, que no es del caso comentar, no tuvieron oportunidad de culminar su educación regular. Sin embargo, conscientes que la educación es la llave que abre las puertas de la oportunidad, hacen mil sacrificios para utilizar sus horas de descanso y dedicarlas a estudiar. Al final del camino está la recompensa, la graduación y en muchos casos continuar estudios superiores. Ellos también son parte de las vivencias educacionales de un maestro.
|