armando zarazú
Chiquián, por algún designio del destino, por agua dirán algunos, se ha caracterizado por ser tierra de maestros. Algunos conocidos y reconocidos por tirios y troyanos, la mayoría anónimos. Todos ellos, muy silenciosamente por cierto, han sabido sembrar los frutos del saber que son necesarios para el florecimiento de toda sociedad. Coincidentemente, los que hacemos Chiquianmarka estamos ligados a la educación, en sus distintos niveles, algunos incluso desde más de una generación, todo lo cual, indudablemente hace que esta fecha sea bastante especial para esta revista.
Nuestro país se ha caracterizado por su centralismo absoluto, característica negativa que mucho daño hizo y sigue haciendo a nuestra sociedad. Dio lugar a que antiguamente solo la capital de la república y algunas ciudades grandes, tengan centros de estudios superiores, especialmente para formar maestros. De allí que no es de extrañar que los primeros maestros y maestras de nuestra tierra, si bien no pisaron un instituto pedagógico o universidad, tuvieron la suficiente sapiencia como para asumir sus responsabilidades pedagógicas con clase y dedicación, al punto que muchos de ellos han pasado a la historia colectiva de nuestro pueblo como ejemplos de lo que es un maestro. A mediados del siglo pasado hizo su aparición la Escuela para Maestros Rurales de Tingua, en la provincia de Yungay, la cual se convirtió en el alma mater de muchísimas generaciones de pedagogos, alguno de los cuales eran de nuestra provincia. Sin embargo, no había, por ese entonces, un centro de formación para maestras, motivo por el cual, muchísimas jóvenes empezaron su carrera magisterial a los dieciséis u diecisiete años de edad. Con el correr del tiempo muchas maestras y también maestros, sacrificando sus vacaciones y el calor de sus familias, tuvieron que ir a Lima, a para actualizarse en su preparación pedagógica y lograr el ansiado y muy bien merecido título profesional.
Nuestro país se ha caracterizado por su centralismo absoluto, característica negativa que mucho daño hizo y sigue haciendo a nuestra sociedad. Dio lugar a que antiguamente solo la capital de la república y algunas ciudades grandes, tengan centros de estudios superiores, especialmente para formar maestros. De allí que no es de extrañar que los primeros maestros y maestras de nuestra tierra, si bien no pisaron un instituto pedagógico o universidad, tuvieron la suficiente sapiencia como para asumir sus responsabilidades pedagógicas con clase y dedicación, al punto que muchos de ellos han pasado a la historia colectiva de nuestro pueblo como ejemplos de lo que es un maestro. A mediados del siglo pasado hizo su aparición la Escuela para Maestros Rurales de Tingua, en la provincia de Yungay, la cual se convirtió en el alma mater de muchísimas generaciones de pedagogos, alguno de los cuales eran de nuestra provincia. Sin embargo, no había, por ese entonces, un centro de formación para maestras, motivo por el cual, muchísimas jóvenes empezaron su carrera magisterial a los dieciséis u diecisiete años de edad. Con el correr del tiempo muchas maestras y también maestros, sacrificando sus vacaciones y el calor de sus familias, tuvieron que ir a Lima, a para actualizarse en su preparación pedagógica y lograr el ansiado y muy bien merecido título profesional.
El transporte de ese entonces en todo el interior del país, y nuestra provincia no era la excepción, era a pie y en el mejor de los casos a caballo. Nuestros maestros rurales tenían que ingeniárselas para llegar a sus centros de trabajo, pequeños poblados desparramados en las faldas de las agrestes montañas, en donde permanecían casi todo el año, con esporádicos viajes a la ciudad capital, Chiquián, para proveerse de productos que hoy en día llamaría a sorpresa al que no ha vivido esas experiencias, azúcar, sal, velas, fósforos, algunas medicinas básicas. Productos que eran absolutamente necesarios para poder sobrevivir. Es ocioso decir que el material escolar se reducía, en el mejor de los casos, a un aula expresamente construida para escuela, algunos pupitres y pizarra hechos de tablas, producto del ingenio y esfuerzo de los padres de familia; libros, los que se pudiesen conseguir.
Demás está decir que los estudiantes desaparecían como por encanto en época de siembra o cosecha, sin dejar de mencionar alguna que otra actividad agropecuaria requerida por la familia. Los medios de comunicación eran inexistentes, en caso de suma urgencia un propio resolvía la situación, si era posible conseguirlo. Los llamados radios portátiles eran tan grandes que su transporte, si el maestro tenía la suerte de poseer uno, era difícil; además, las pilas que utilizaban eran casi del mismo tamaño que la propia radio, lo cual, aunado a su alto costo lo hacía inalcanzable para el magro sueldo del educador. Es de entender por otro lado que el preceptor o preceptora tenía que cargar, no solo con su familia, sino con todo lo necesario para sobrellevar el año escolar en el poblado al que había sido asignado; de allí que no era extraño que, los hijos de la familia de un maestro hayan nacido en diferentes poblaciones, allí donde sus padres habían sido asignados. De igual forma, al igual que a su familia, el maestro debía de tener una salud de hierro. Hay que imaginarse llevar a un hijo enfermo a cuestas por diez o doce horas de camino hasta llagar a la tierra prometida, en donde se encontraría el remedio o la curación deseada, huelga decir Chiquián.
Si bien los tiempos han ido cambiado y algo ha evolucionado la profesión pedagógica desde esos años, el maestro todavía es mirado por sobre el hombro por aquellos que no comprenden la labor abnegada que desempeña, impartiendo conocimiento al que no lo tiene, actuando de guía para el que no conoce el camino de la vida, siendo modelo e inspiración para sus jóvenes pupilos y sobre todo, tratando de hacer comprender que solo una educación bien formada es el camino seguro al éxito.
Todo ser humano, por más inteligente, capaz y osado que sea, siempre necesita de alguien que lo guie y le haga conocer y descubrir ideas desconocidas para el estudiante, experiencias nuevas, despertando positivamente la curiosidad característica de la juventud. Bolívar jamás hubiera logrado hacer lo que se propuso si no hubiera tenido a Simón Rodríguez a su lado. Sin embargo, la realidad es que no todos los maestros tienen la suerte de tener un Bolívar como alumno, pero son capaces de inspirar a sus estudiantes, transmitirles el interés por el conocimiento, fuerza capaz de abrirles mejores horizontes para su mejor desarrollo como seres humanos.
Volviendo a Chiquián, la creación de la escuela Normal a comienzos de los sesenta fue fundamental para que se formen en la carrera magisterial muchos jóvenes chiquianos, bolognesinos, ancashinos y de diversos lugares de nuestro Perú. Todos ellos bebieron las aguas del conocimiento y de la pedagogía en nuestra tierra.
¡Feliz Día del Maestro a todos los que eligieron el camino de la enseñanza!
Armando Zarazú
[email protected]
Demás está decir que los estudiantes desaparecían como por encanto en época de siembra o cosecha, sin dejar de mencionar alguna que otra actividad agropecuaria requerida por la familia. Los medios de comunicación eran inexistentes, en caso de suma urgencia un propio resolvía la situación, si era posible conseguirlo. Los llamados radios portátiles eran tan grandes que su transporte, si el maestro tenía la suerte de poseer uno, era difícil; además, las pilas que utilizaban eran casi del mismo tamaño que la propia radio, lo cual, aunado a su alto costo lo hacía inalcanzable para el magro sueldo del educador. Es de entender por otro lado que el preceptor o preceptora tenía que cargar, no solo con su familia, sino con todo lo necesario para sobrellevar el año escolar en el poblado al que había sido asignado; de allí que no era extraño que, los hijos de la familia de un maestro hayan nacido en diferentes poblaciones, allí donde sus padres habían sido asignados. De igual forma, al igual que a su familia, el maestro debía de tener una salud de hierro. Hay que imaginarse llevar a un hijo enfermo a cuestas por diez o doce horas de camino hasta llagar a la tierra prometida, en donde se encontraría el remedio o la curación deseada, huelga decir Chiquián.
Si bien los tiempos han ido cambiado y algo ha evolucionado la profesión pedagógica desde esos años, el maestro todavía es mirado por sobre el hombro por aquellos que no comprenden la labor abnegada que desempeña, impartiendo conocimiento al que no lo tiene, actuando de guía para el que no conoce el camino de la vida, siendo modelo e inspiración para sus jóvenes pupilos y sobre todo, tratando de hacer comprender que solo una educación bien formada es el camino seguro al éxito.
Todo ser humano, por más inteligente, capaz y osado que sea, siempre necesita de alguien que lo guie y le haga conocer y descubrir ideas desconocidas para el estudiante, experiencias nuevas, despertando positivamente la curiosidad característica de la juventud. Bolívar jamás hubiera logrado hacer lo que se propuso si no hubiera tenido a Simón Rodríguez a su lado. Sin embargo, la realidad es que no todos los maestros tienen la suerte de tener un Bolívar como alumno, pero son capaces de inspirar a sus estudiantes, transmitirles el interés por el conocimiento, fuerza capaz de abrirles mejores horizontes para su mejor desarrollo como seres humanos.
Volviendo a Chiquián, la creación de la escuela Normal a comienzos de los sesenta fue fundamental para que se formen en la carrera magisterial muchos jóvenes chiquianos, bolognesinos, ancashinos y de diversos lugares de nuestro Perú. Todos ellos bebieron las aguas del conocimiento y de la pedagogía en nuestra tierra.
¡Feliz Día del Maestro a todos los que eligieron el camino de la enseñanza!
Armando Zarazú
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