RIMAY CÓNDOR
CAMINANDO A CHIQUIÁN - TERREMOTO DEL 70
El domingo 31 de mayo de 1970 un grupo de jóvenes estudiantes chiquianos que vivían en Lima, se reunieron en casa de uno de ellos para mirar las incidencias de la inauguración del campeonato mundial de fútbol Mexico 70, en esos televisores en blanco y negro que para muchos jóvenes de ahora son inimaginables. Luego de ver la ceremonia de inaguracion, el partido inicial y comentar las incidencias de dicho evento deportivo, muchos de los asistentes comenzaron a retirarse, prometiéndose reencontrarse en el mismo lugar en un par de días para ver el partido Perú – Bulgaria que prometía ser excelente dada la calidad del equipo peruano que contaba con jugadores de la talla de Chumpitaz, Cubillas, Perico León y muchos otros grandes de la pelota de esa época ¿Volveremos a ver un equipo de la misma calidad? Al paso que vamos eso parece imposible.
Bien, volviendo a lo nuestro, luego de retirarse la mayoría, se quedaron el dueño de casa y dos amigos más. Estaban conversando sobre las incidencias del partido cuando súbitamente la tierra empezó a temblar con fuerza indescriptible que las paredes de la casa parecían venirse abajo. Los amigos solo atinaron a pararse bajo el umbral de la puerta del dormitorio y ver como una licuadora, con la fuerza del movimiento telúrico avanzaba hacía uno de los lados del aparador donde estaba y, cuando ya parecía caer y destrozarse en el suelo la fuerza del terremoto, que otra cosa no era, la hacía cambiar de rumbo y dirigirse al lado opuesto. Luego del interminable movimiento y sin que la dichosa licuadora cayera al suelo, cuando parecía que este había cesado los amigos enrumbaron hacía la calle, en donde la gente lloraba y gritaba desesperada, pidiendo misericordia a todos los santos habidos y por haber. Bien sabemos que la humanidad recurre a ellos solo en momentos de necesidad y peligro, pasadas estas circunstancias, si te vi no me acuerdo.
Poco antes de que anochezca comenzaron a llegar noticias alarmantes sobre el departamento de Ancash, especialmente de Chimbote y demás pueblos de la costa, entre Lima y el principal puerto pesquero peruano, ciudad con la cual la comunicación era mucho más fácil. Al día siguiente se sabía que Huaraz, y las demás poblaciones del callejón de Huaylas habían sido literalmente destrozadas o borradas del mapa, como sucedió con Yungay. Sin embargo, de nuestro amado Chiquián no se sabía nada, solo en la tarde del primero de junio se supo que un helicóptero había sobrevolado la zona y reportaba que toda el área estaba cubierta por una densa nube de polvo, por lo cual la visibilidad era nula.
Con la desesperación de no saber nada de sus seres queridos muchos jóvenes se dirigieron al local del Club Chiquián en Breña, único centro de reunión de los chiquianos en aquellos años, en donde los dirigentes habían reunido frazadas y medicinas. Se llamó voluntarios para ir a chiquián utilizando cualquier medio. Se organizó un grupo de aproximadamente 40 jóvenes, los cuales en la noche del 2 de junio se dirigieron a Barranca, en donde se les unieron algunos más. Al día siguiente, bien temprano, la empresa de transportes Landauro llevó al grupo hasta las inmediaciones del pueblo de Cerro Blanco, lugar hasta donde la antigua carretera afirmada podía ser transitada; de allí para adelante había que caminar, cada uno con una frazada y un paquete de medicinas básicas, al comienzo de la caminata estas parecían livianos, pero con el paso de las horas y al avanzar con el bulto a cuestas, el paquete se hacía más pesado. Al llegar a la salida de Chasquitambo a Chiquián, el grupo se encontró con el profesor Bazán, más conocido como el teacher, en razón de que enseñaba inglés en el colegio Coronel Bolognesi, que iba en sentido contrario, es decir a la costa. Las noticias que dio a los caminantes fueron alentadoras, si bien Chiquián había sufrido algunos daños, en el pueblo no había muertes que lamentar. Esta noticia hizo que algunos de los expedicionarios pierdan el interés en continuar y decidieran regresar a Lima para esperar mejores condiciones para poder viajar a Chiquián sin mucho esfuerzo. Felizmente fueron pocos los que regresaron, el problema fue que las frazadas y paquetes de medicinas que dejaban se tenían que repartir entre los que continuaban con rumbo a Chiquián, aumentando así el peso a cargar.
La primera noche cogió a los caminantes a la altura del paraje conocido como Huertas, en donde los muchachos durmieron a pierna suelta sobre un montón de corontas de maíz, sacudidos por los constantes temblores, conocidos como réplicas. El día cuatro bien temprano, el grupo prosiguió su camino siguiendo la ruta de la carretera antigua. Aparte de la fatiga propia del esfuerzo físico, la caminata se hacía lenta por dos razones, la primera porque la carretera estaba destrozada, había que avanzar subiendo y bajando inmensas rocas, y la segunda por razones humanitarias. El grupo era encabezado por un joven chiquiano próximo a recibirse de médico, hoy un exitoso profesional en el extranjero, quien demoraba el avance, no por falta de interés, sino porque iba haciendo curaciones de emergencia a muchos heridos que eran bajados de sus poblaciones, algunos en camillas provisionales y otros sobre las espaldas de algún pariente o amigo bondadoso. Frente a Chaucayán habían puestos dedicados a la venta de comida, todos estaban enterrados, incluidos un par de carros con sus pasajeros dentro que habían parado a comer, por el cerro que había caído sobre ellos. El olor nauseabundo que se sentía al pasar por ese lugar tan era insoportable que había que cubrirse las narices.
Esa noche el grupo acampó en Colca, lugar en donde fue testigo de escenas de dolor indescriptibles. Sucede que en el camino se habían unido a los caminantes chiquianos algunos jóvenes de Huaraz, los cuales encontraron dos o tres personas que iban de bajada, es decir se dirigian hacia la costa. Como es natural, preguntaban por sus familiares dando señales de las calles en la cuales estaban sus casas. Las respuestas eran tan desalentadoras que esos pobres muchachos estallaban en llanto inconsolable. Una escena terrible de espanto, dolor e incredibilidad difícil de describir.
El cinco de junio se continuó la marcha, siempre sobre rocas y trozos de camino intransitables incluso para los mejores caminantes, de los cuales en el grupo habían algunos que tenían experiencia por haber recorrido los campos de nuestra tierra. Al llegar al punto conocido como Tapacocha, gracias a que la carretera de Chiquián estaba transitable hasta esa parte, esperaba a los expedicionarios el camión del consejo. El alcalde, sabedor del viaje de los muchachos chiquianos, lo había enviado a recogerlos. Dos horas más tarde el grupo pisaba la plaza de armas, la cual estaba cubierta en su totalidad por tiendas de campaña hechas de con frazadas, jergas, pellejos, ponchos y todo lo que podía proteger del frío que en esa época azota a nuestra tierra.
El domingo 31 de mayo de 1970 un grupo de jóvenes estudiantes chiquianos que vivían en Lima, se reunieron en casa de uno de ellos para mirar las incidencias de la inauguración del campeonato mundial de fútbol Mexico 70, en esos televisores en blanco y negro que para muchos jóvenes de ahora son inimaginables. Luego de ver la ceremonia de inaguracion, el partido inicial y comentar las incidencias de dicho evento deportivo, muchos de los asistentes comenzaron a retirarse, prometiéndose reencontrarse en el mismo lugar en un par de días para ver el partido Perú – Bulgaria que prometía ser excelente dada la calidad del equipo peruano que contaba con jugadores de la talla de Chumpitaz, Cubillas, Perico León y muchos otros grandes de la pelota de esa época ¿Volveremos a ver un equipo de la misma calidad? Al paso que vamos eso parece imposible.
Bien, volviendo a lo nuestro, luego de retirarse la mayoría, se quedaron el dueño de casa y dos amigos más. Estaban conversando sobre las incidencias del partido cuando súbitamente la tierra empezó a temblar con fuerza indescriptible que las paredes de la casa parecían venirse abajo. Los amigos solo atinaron a pararse bajo el umbral de la puerta del dormitorio y ver como una licuadora, con la fuerza del movimiento telúrico avanzaba hacía uno de los lados del aparador donde estaba y, cuando ya parecía caer y destrozarse en el suelo la fuerza del terremoto, que otra cosa no era, la hacía cambiar de rumbo y dirigirse al lado opuesto. Luego del interminable movimiento y sin que la dichosa licuadora cayera al suelo, cuando parecía que este había cesado los amigos enrumbaron hacía la calle, en donde la gente lloraba y gritaba desesperada, pidiendo misericordia a todos los santos habidos y por haber. Bien sabemos que la humanidad recurre a ellos solo en momentos de necesidad y peligro, pasadas estas circunstancias, si te vi no me acuerdo.
Poco antes de que anochezca comenzaron a llegar noticias alarmantes sobre el departamento de Ancash, especialmente de Chimbote y demás pueblos de la costa, entre Lima y el principal puerto pesquero peruano, ciudad con la cual la comunicación era mucho más fácil. Al día siguiente se sabía que Huaraz, y las demás poblaciones del callejón de Huaylas habían sido literalmente destrozadas o borradas del mapa, como sucedió con Yungay. Sin embargo, de nuestro amado Chiquián no se sabía nada, solo en la tarde del primero de junio se supo que un helicóptero había sobrevolado la zona y reportaba que toda el área estaba cubierta por una densa nube de polvo, por lo cual la visibilidad era nula.
Con la desesperación de no saber nada de sus seres queridos muchos jóvenes se dirigieron al local del Club Chiquián en Breña, único centro de reunión de los chiquianos en aquellos años, en donde los dirigentes habían reunido frazadas y medicinas. Se llamó voluntarios para ir a chiquián utilizando cualquier medio. Se organizó un grupo de aproximadamente 40 jóvenes, los cuales en la noche del 2 de junio se dirigieron a Barranca, en donde se les unieron algunos más. Al día siguiente, bien temprano, la empresa de transportes Landauro llevó al grupo hasta las inmediaciones del pueblo de Cerro Blanco, lugar hasta donde la antigua carretera afirmada podía ser transitada; de allí para adelante había que caminar, cada uno con una frazada y un paquete de medicinas básicas, al comienzo de la caminata estas parecían livianos, pero con el paso de las horas y al avanzar con el bulto a cuestas, el paquete se hacía más pesado. Al llegar a la salida de Chasquitambo a Chiquián, el grupo se encontró con el profesor Bazán, más conocido como el teacher, en razón de que enseñaba inglés en el colegio Coronel Bolognesi, que iba en sentido contrario, es decir a la costa. Las noticias que dio a los caminantes fueron alentadoras, si bien Chiquián había sufrido algunos daños, en el pueblo no había muertes que lamentar. Esta noticia hizo que algunos de los expedicionarios pierdan el interés en continuar y decidieran regresar a Lima para esperar mejores condiciones para poder viajar a Chiquián sin mucho esfuerzo. Felizmente fueron pocos los que regresaron, el problema fue que las frazadas y paquetes de medicinas que dejaban se tenían que repartir entre los que continuaban con rumbo a Chiquián, aumentando así el peso a cargar.
La primera noche cogió a los caminantes a la altura del paraje conocido como Huertas, en donde los muchachos durmieron a pierna suelta sobre un montón de corontas de maíz, sacudidos por los constantes temblores, conocidos como réplicas. El día cuatro bien temprano, el grupo prosiguió su camino siguiendo la ruta de la carretera antigua. Aparte de la fatiga propia del esfuerzo físico, la caminata se hacía lenta por dos razones, la primera porque la carretera estaba destrozada, había que avanzar subiendo y bajando inmensas rocas, y la segunda por razones humanitarias. El grupo era encabezado por un joven chiquiano próximo a recibirse de médico, hoy un exitoso profesional en el extranjero, quien demoraba el avance, no por falta de interés, sino porque iba haciendo curaciones de emergencia a muchos heridos que eran bajados de sus poblaciones, algunos en camillas provisionales y otros sobre las espaldas de algún pariente o amigo bondadoso. Frente a Chaucayán habían puestos dedicados a la venta de comida, todos estaban enterrados, incluidos un par de carros con sus pasajeros dentro que habían parado a comer, por el cerro que había caído sobre ellos. El olor nauseabundo que se sentía al pasar por ese lugar tan era insoportable que había que cubrirse las narices.
Esa noche el grupo acampó en Colca, lugar en donde fue testigo de escenas de dolor indescriptibles. Sucede que en el camino se habían unido a los caminantes chiquianos algunos jóvenes de Huaraz, los cuales encontraron dos o tres personas que iban de bajada, es decir se dirigian hacia la costa. Como es natural, preguntaban por sus familiares dando señales de las calles en la cuales estaban sus casas. Las respuestas eran tan desalentadoras que esos pobres muchachos estallaban en llanto inconsolable. Una escena terrible de espanto, dolor e incredibilidad difícil de describir.
El cinco de junio se continuó la marcha, siempre sobre rocas y trozos de camino intransitables incluso para los mejores caminantes, de los cuales en el grupo habían algunos que tenían experiencia por haber recorrido los campos de nuestra tierra. Al llegar al punto conocido como Tapacocha, gracias a que la carretera de Chiquián estaba transitable hasta esa parte, esperaba a los expedicionarios el camión del consejo. El alcalde, sabedor del viaje de los muchachos chiquianos, lo había enviado a recogerlos. Dos horas más tarde el grupo pisaba la plaza de armas, la cual estaba cubierta en su totalidad por tiendas de campaña hechas de con frazadas, jergas, pellejos, ponchos y todo lo que podía proteger del frío que en esa época azota a nuestra tierra.
Nuestra tierra, bien lo sabemos, es propensa a sufrir movimentos sísmicos constantemente, los datos históricos y estadísticos que se manejan para hacer un estudio sismológico en el Perú se remontan a la época colonial, en que se comenzó a llevar un recuento detallado de los movimientos telúricos que se producían. Sin embargo, al llegar los españoles al Cusco, encontraron una ciudad construida especialmente para resistirlos. Al indagar el porqué de dichas construcciones, fueron informados que tiempos atrás, durante el reinado del inca Pachacutec, aproximadamente hacía el año1350, la ciudad había sido destruida por un terremoto, motivo por el cual dicho soberano la hizo reconstruir utilizando técnicas antisísmicas. Sabido es que los conquistadores españoles construyeron el Cusco virreynal sobre las antiguas edificaciones incas, las cuales subsisten hasta hoy, pese a que la ciudad imperial ha sido castigada por dos terremotos, en 1650 y 1950, que prácticamente destruyeron la ciudad, con excepción de aquellas con base inca. Una prueba elocuente de la sabiduría de nuestros antepasados.
A través de su historia la capital peruana ha sufrido las terribles consecuencias de los terremotos en numerosas oportunidades, siendo el más grave, tanto en número de víctimas como en la cantidad de daños materiales causados, el de 1746, que la destruyó al igual que al puerto del Callao, después esta ciudad fue desaparecida por las embravecidas olas del maremoto que siguió a dicha hecatombe, el cual acabó con los pocos sobrevivientes de ese castigado puerto. Por otra parte, el territorio peruano siempre se ha visto afectado por estos sismos constantemente. Su situación geográfica, ubicado frente a la placa de Nazca, hacen que sus sufridos pueblos vivan en continuo peligro de verse afectados por los embates de la madre naturaleza. El 31 de mayo de 1970 el departamento de Ancash, al norte de Lima, sufrió los efectos de un terremoto que destruyó la mayor parte de sus ciudades y que dejó, como doloroso corolario, la ciudad de Yungay sepultada, con sus más de veinte mil habitantes, por una avalancha de nieve y lodo formada por el desprendimiento de un lado del nevado Huascarán, el más alto de los Andes peruanos. Este sismo es considerado como el segundo, en lo que a mortandad se refiere, de los terremotos ocurridos en el todo el mundo en los últimos cien años.
Rimay Cóndor
A través de su historia la capital peruana ha sufrido las terribles consecuencias de los terremotos en numerosas oportunidades, siendo el más grave, tanto en número de víctimas como en la cantidad de daños materiales causados, el de 1746, que la destruyó al igual que al puerto del Callao, después esta ciudad fue desaparecida por las embravecidas olas del maremoto que siguió a dicha hecatombe, el cual acabó con los pocos sobrevivientes de ese castigado puerto. Por otra parte, el territorio peruano siempre se ha visto afectado por estos sismos constantemente. Su situación geográfica, ubicado frente a la placa de Nazca, hacen que sus sufridos pueblos vivan en continuo peligro de verse afectados por los embates de la madre naturaleza. El 31 de mayo de 1970 el departamento de Ancash, al norte de Lima, sufrió los efectos de un terremoto que destruyó la mayor parte de sus ciudades y que dejó, como doloroso corolario, la ciudad de Yungay sepultada, con sus más de veinte mil habitantes, por una avalancha de nieve y lodo formada por el desprendimiento de un lado del nevado Huascarán, el más alto de los Andes peruanos. Este sismo es considerado como el segundo, en lo que a mortandad se refiere, de los terremotos ocurridos en el todo el mundo en los últimos cien años.
Rimay Cóndor