armando zarazú aldave
EL TACICUY Y COMO SE PIERDEN NUESTRA COSTUMBRES
A medida que los años avanzan vemos con profunda nostalgia como las costumbres ancestrales de nuestra cultura, aquella con la cual crecimos y valoramos orgullosamente, van quedando en el olvido para ser reemplazadas por otras nuevas, generalmente foráneas, que no tienen absolutamente relación con la nuestra, pero que a los ojos de algunos luce como algo especial y por supuesto, de moda. Lamentablemente, es una muestra de cómo los medios de comunicación contribuyen al cambio de nuestras tradiciones. Atrás quedaron el Día de la Canción Criolla y el simbolismo del Día de los Muertos. Ahora se festeja Halloween, sin tener clara idea de lo que significa y de lo alejada que está de nuestras tradiciones.. En realidad, esta es una celebración a lo misterioso y oculto, de allí el simbolismo que representan la bruja, el gato negro y fantasmas, que no se origina en los Estados Unidos como muchos creen, y que por lo mismo muchos suponen es lo máximo o lo más in, cortesía de la TV basura. Craso error, en realidad esta celebración fue importada a ese pais por inmigrantes europeos que llegaron a tierras norteamericanas y a quienes todavía les quedaba resagos de las creencias imperantes en el medioevo.
Una festividad muy latinoamericana, por cierto, es el Día de los Muertos, la cual, debido a su proximidad con el Halloween, hace que frecuentemente se la confunda con este. Sin embargo, el significado y espiritualidad de ambas está más lejos que la tierra del sol. Veamos, el Halloween, es en realidad una fiesta cuyo origen se remonta a la Europa medieval y coincidente con la finalización de la cosecha de los productos del campo, se mezcla con brujas, gatos negros y misteriosas manifestaciones que simbolizan lo oculto y misterioso. De allí las calabazas con luces dentro para aterrorizar a los transeúntes o los fantasmas que, hechos de telas blancas.
Ahora bien, el Día de los muertos tiene un significado completamente diferente, es más espiritual, más relacionado a la vida y creecias de nuestra gente. Si bien es cierto que se celebra dentro del marco de una festividad religiosa católica, esto se debe a que es producto de la transculturización y, sincretismo religioso que se originó con la llegada de los españoles. En el mundo del antiguo americano no existían los espíritus, fantasmas o cosa que se le parezca, se creía que al morir la persona iba a continuar su vida en el más allá. Las tumbas prehispánicas que se han descubierto son una prueba de ello, en todas, por más humilde que haya sido el fallecido, siempre se encontrará artículos de uso común diario y que se pensaba iban a ser necesarios al difunto en su “nueva vida”.
Luego de este extenso preámbulo, vayamos al título de la nota, El tacicuy, era una peculiar manera de “dar la bienvenida a los parientes que emprendieron el viaje sin retorno, los cuales, dentro de la creencia popular, en la noche del primero de noviembre venían a visitar a sus familiares”. En buen romance se trataba de los familiares fallecidos que al “llegar de visita” tenían que ser homenajeados con los potajes que habían sido sus favoritos en vida; de acuerdo a las posibilidades de la familia, el 31 comenzaban los preparativos con el amasijo y el primero se preparaban los platos que en vida habían sido del agrado del familiar o familiares muertos; por la noche se servía la mesa con todo lo preparado. La idea era que en algún momento de la noche los muertos iban a degustar sus platos predilectos. Contaban los mayores que en la noche del 31 salían grupos de jóvenes llamados “almalaiquish” quienes iban a rezar a algunas casas para luego servirse algo de lo preparado. Tal era la creencia de nuestros abuelos o abuela que algunos de ellos eparcian ceniza frente a la entrada a donde se habían servido los potajes, para ver se había "tenido visita". ingenuidad de nuestros atepasado o no, lo cierto que era una festividad que movía a todos en el pueblo, sea este pequeño o grande.
El 2 de noviembre se recibía agua bendita, hecha en peroles, en la puerta de la iglesia, para luego dirigirse al cementerio. Aquí continuaba la tradición del día de los Muertos; hacían su agosto, en noviembre, los llamados cantores, quienes violín al hombro rezaban y cantaban, a razón de un rezo con su respectivo canto, por alma. Lo hacían en latín, que estoy seguro que ni ellos mismos entendían. El canto más entonado era uno llamado “Dun veneri”, vaya usted a saber que significa. De todas formas, quedamos todavía quienes creemos que el Día de los Muertos es ocación propicia para llevar unas flores a quienes llevamos, en el alma, en el corazón, en nuestros pensamientos y sobre todo en nuestro recuerdom a quienes dejaron huella en nuestra vida.
Armando Zarazú Aldave
[email protected]
Una festividad muy latinoamericana, por cierto, es el Día de los Muertos, la cual, debido a su proximidad con el Halloween, hace que frecuentemente se la confunda con este. Sin embargo, el significado y espiritualidad de ambas está más lejos que la tierra del sol. Veamos, el Halloween, es en realidad una fiesta cuyo origen se remonta a la Europa medieval y coincidente con la finalización de la cosecha de los productos del campo, se mezcla con brujas, gatos negros y misteriosas manifestaciones que simbolizan lo oculto y misterioso. De allí las calabazas con luces dentro para aterrorizar a los transeúntes o los fantasmas que, hechos de telas blancas.
Ahora bien, el Día de los muertos tiene un significado completamente diferente, es más espiritual, más relacionado a la vida y creecias de nuestra gente. Si bien es cierto que se celebra dentro del marco de una festividad religiosa católica, esto se debe a que es producto de la transculturización y, sincretismo religioso que se originó con la llegada de los españoles. En el mundo del antiguo americano no existían los espíritus, fantasmas o cosa que se le parezca, se creía que al morir la persona iba a continuar su vida en el más allá. Las tumbas prehispánicas que se han descubierto son una prueba de ello, en todas, por más humilde que haya sido el fallecido, siempre se encontrará artículos de uso común diario y que se pensaba iban a ser necesarios al difunto en su “nueva vida”.
Luego de este extenso preámbulo, vayamos al título de la nota, El tacicuy, era una peculiar manera de “dar la bienvenida a los parientes que emprendieron el viaje sin retorno, los cuales, dentro de la creencia popular, en la noche del primero de noviembre venían a visitar a sus familiares”. En buen romance se trataba de los familiares fallecidos que al “llegar de visita” tenían que ser homenajeados con los potajes que habían sido sus favoritos en vida; de acuerdo a las posibilidades de la familia, el 31 comenzaban los preparativos con el amasijo y el primero se preparaban los platos que en vida habían sido del agrado del familiar o familiares muertos; por la noche se servía la mesa con todo lo preparado. La idea era que en algún momento de la noche los muertos iban a degustar sus platos predilectos. Contaban los mayores que en la noche del 31 salían grupos de jóvenes llamados “almalaiquish” quienes iban a rezar a algunas casas para luego servirse algo de lo preparado. Tal era la creencia de nuestros abuelos o abuela que algunos de ellos eparcian ceniza frente a la entrada a donde se habían servido los potajes, para ver se había "tenido visita". ingenuidad de nuestros atepasado o no, lo cierto que era una festividad que movía a todos en el pueblo, sea este pequeño o grande.
El 2 de noviembre se recibía agua bendita, hecha en peroles, en la puerta de la iglesia, para luego dirigirse al cementerio. Aquí continuaba la tradición del día de los Muertos; hacían su agosto, en noviembre, los llamados cantores, quienes violín al hombro rezaban y cantaban, a razón de un rezo con su respectivo canto, por alma. Lo hacían en latín, que estoy seguro que ni ellos mismos entendían. El canto más entonado era uno llamado “Dun veneri”, vaya usted a saber que significa. De todas formas, quedamos todavía quienes creemos que el Día de los Muertos es ocación propicia para llevar unas flores a quienes llevamos, en el alma, en el corazón, en nuestros pensamientos y sobre todo en nuestro recuerdom a quienes dejaron huella en nuestra vida.
Armando Zarazú Aldave
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