ARMANDO ZARAZÚ ALDAVE
RECUERDOS DE HUALLANCA
Compartir las costumbres de un pueblo, conversar con sus gentes y sentir sus vivencias, es beber la cultura de este y empaparse de ella. Digo esto debido a que tuve la suerte de ver y escuchar de cerca, de primera mano se dice algunas veces, el entusiasmo y cariño que ponen los hijos de esa generosa y brava tierra de Huallanca cuando de mostrar sus costumbres, idiosincrasia y cultura se trata.
Don Luis Barrenechea Martell, conocido y muy respetado personaje huallanquino, exalcalde de la ciudad y conocido ganadero, tuvo la gentileza de explicar algunos aspectos sobre la idiosincrasia de los habitantes de su patria chica, como llama cariñosamente a su tierra. Una de las primeras explicaciones que hizo fue la referente a su iglesia. Su característica es que la torre está delante de la iglesia y no a sus lados como tradicionalmente las tienen las iglesias de la zona, eso se debe a que Huallanca no fue fundada por los españoles sino por los portugueses.
“El huallanquino tiene un profundo cariño a su tierra que lo mantiene unido a ella. Trabaja fuerte y cuando logra un capital lo invierte en su propio pueblo”. Dice don Luis, algo muy loable y que por cierto hace de este pueblo un ejemplo de prosperidad en la región.
Es bien conocida en nuestra región la calidad del ganado vacuno huallanquino, tanto por la variedad de sus productos lácteos como por la bravura der sus toros de lidia criados en las alturas, los cuales hacen las delicias de los amantes de la fiesta brava, quienes viajan de diferentes partes del país para asistir al menos, a una de las cuatro corridas tradicionales que realizan en su plaza de toros “Monte Carmelo”, una plaza de Acho en miniatura, en honor de la Virgen del Carmen, patrona del pueblo.
Los festejos empiezan con un “encierro” taurino, que es una reminiscencia de la Feria de San Fermín en España. En Huallanca cierran las bocacalles de la calle Leoncio Prado, donde se inicia el encierro y del Jr. Comercio, hasta el final de este; lo hacen para que los toros recorran dichas arterias mientras que los aficionados huallanquinos corren delante de ellos, produciéndose algunas cogidas, más que nada por la imprudencia de los entusiastas, quienes creen que pueden ser más veloces que los toros. En realidad, el encierro es para mostrar la bravura de los toros que se han de jugar en la feria huallanquina.
La corrida en sí es para saciar con creces el apetito taurófilo del aficionado más consecuente; alrededor de doce toros por tarde. Los hay de todas clases, de casta, media casta, bravos, super bravos y regulares. Los primeros son toreados por diestros peruanos y extranjeros, los cuales van con sus respectivas cuadrillas. Alguno que otro toro es dedicado para que los aficionados del pueblo muestren sus habilidades y lo hacen con mucho brillo también. Por último, no podían faltar aquellos que, incentivados por algunas copas de más, sienten que el espíritu de algún gran torero se ha reencarnado en ellos y se escabullen al ruedo premunidos de lo que puedan coger, algunos tienen la suerte de que el toro ni siquiera los mire; mientras que a otros les sale el premio, lo que en buen romance significa que lo menos que sacan es una buena revolcada, con el consabido susto para sus familiares.
Don Luis Barrenechea Martell, conocido y muy respetado personaje huallanquino, exalcalde de la ciudad y conocido ganadero, tuvo la gentileza de explicar algunos aspectos sobre la idiosincrasia de los habitantes de su patria chica, como llama cariñosamente a su tierra. Una de las primeras explicaciones que hizo fue la referente a su iglesia. Su característica es que la torre está delante de la iglesia y no a sus lados como tradicionalmente las tienen las iglesias de la zona, eso se debe a que Huallanca no fue fundada por los españoles sino por los portugueses.
“El huallanquino tiene un profundo cariño a su tierra que lo mantiene unido a ella. Trabaja fuerte y cuando logra un capital lo invierte en su propio pueblo”. Dice don Luis, algo muy loable y que por cierto hace de este pueblo un ejemplo de prosperidad en la región.
Es bien conocida en nuestra región la calidad del ganado vacuno huallanquino, tanto por la variedad de sus productos lácteos como por la bravura der sus toros de lidia criados en las alturas, los cuales hacen las delicias de los amantes de la fiesta brava, quienes viajan de diferentes partes del país para asistir al menos, a una de las cuatro corridas tradicionales que realizan en su plaza de toros “Monte Carmelo”, una plaza de Acho en miniatura, en honor de la Virgen del Carmen, patrona del pueblo.
Los festejos empiezan con un “encierro” taurino, que es una reminiscencia de la Feria de San Fermín en España. En Huallanca cierran las bocacalles de la calle Leoncio Prado, donde se inicia el encierro y del Jr. Comercio, hasta el final de este; lo hacen para que los toros recorran dichas arterias mientras que los aficionados huallanquinos corren delante de ellos, produciéndose algunas cogidas, más que nada por la imprudencia de los entusiastas, quienes creen que pueden ser más veloces que los toros. En realidad, el encierro es para mostrar la bravura de los toros que se han de jugar en la feria huallanquina.
La corrida en sí es para saciar con creces el apetito taurófilo del aficionado más consecuente; alrededor de doce toros por tarde. Los hay de todas clases, de casta, media casta, bravos, super bravos y regulares. Los primeros son toreados por diestros peruanos y extranjeros, los cuales van con sus respectivas cuadrillas. Alguno que otro toro es dedicado para que los aficionados del pueblo muestren sus habilidades y lo hacen con mucho brillo también. Por último, no podían faltar aquellos que, incentivados por algunas copas de más, sienten que el espíritu de algún gran torero se ha reencarnado en ellos y se escabullen al ruedo premunidos de lo que puedan coger, algunos tienen la suerte de que el toro ni siquiera los mire; mientras que a otros les sale el premio, lo que en buen romance significa que lo menos que sacan es una buena revolcada, con el consabido susto para sus familiares.