josé antonio salazar mejía
LA BATALLA DE CUSHURUYOC
De los apuntes de don Moisés Haro. Historiador huarasino.
En 1854 el Perú, una vez más, se encontraba sumido en el desgobierno. Era por entonces presidente del Perú, el general puneño don José Rufino Echenique, quien se había ganado la antipatía de la población por su mal gobierno. Las arcas fiscales estaban repletas con el negocio del guano de las islas y si bien como militar era bueno, como gobernante, Jose Rufino no atinaba una, y permitió el despilfarro de los dineros del Estado.
Esta situación, por demás escandalosa y negativa, disgustó enormemente a la población. Así, no tardó en sublevarse en Arequipa el General Ramón Castilla. Castilla ya había sido presidente y dejó en el gobierno a Echenique, sin imaginar que el ahijado le resultaría torcido. La mayoría de los pueblos del interior del país apoyaron la revuelta encabezada por Castilla; entre ellos estaba Huarás.
- ¡Viva la patria, muera el mal gobierno! –Era la frase de moda en aquellos días.
Don Ramón era muy popular en la zona pues siendo presidente supo ganarse el cariño de las gentes. Además, ya había caminado por nuestra tierra desde muchacho. En 1824 estuvo adiestrando a la caballería patriota en Carás, bajo el mando de Simón Bolívar. Regresó en 1839 bajo las órdenes de Gamarra, y con armas chilenas pudo vencer al general Andrés de Santa Cruz y deshacer la Confederación Perú Boliviana, en una gesta que no amerita su accionar. Sin la carga de caballería ordenada por Castilla, la batalla de Yungay estaba perdida para Gamarra. Pero así es la vida. Yo no quito ni pongo, y prefiero dejar las cosas así; total, la historia está llena de episodios y personajes que fallan y luego se reivindican.
El presidente Echenique, demostrando ser verdaderamente falto de entendederas, no tuvo mejor idea que enfrentar a los sublevados con tropas reclutadas precisamente en los pueblos que le eran hostiles. Si pensaba gobernar al país como se gobierna un cuartel, estaba bastante errado don Chepe.
Fue así entonces como una columna del ejército llegó a Huarás e inició la leva entre los jóvenes y campesinos del lugar, lo que originó un gran revuelo en la población.
Mientras las tropas pasaban por el antiguo Jirón Belén con dirección a Tacllán, fueron interceptadas por un grupo de mujeres. Capitaneaba el grupo una humilde mujer de pueblo, María Maguiña Moreno, vendedora del mercado a quien se la conocía con el sobrenombre de Pushti Mariquita. Esta valiente mujer, a riesgo de su vida, se enfrentó al Prefecto Gonzáles, le increpó con vehemencia su actitud y al grito de ¡No irán a Lima!, inició el ataque a pedradas desconcertando a la oficialidad y tropa.
La actitud de María Maguiña y sus compañeras sirvió para que la población explotara en su justa ira. Decenas de ciudadanos desarmaron a los soldados; los reclutas voltearon las armas contra sus jefes y los tomaron prisioneros. Obligado a huir, el Prefecto Gonzáles se dirigió hacia Carhuás siendo perseguido hasta Mullaca.
El gobierno envió al Inspector General del Ejército, Coronel don José Allende, al mando de una división de línea formado por los batallones Ayacucho, Marina y por el escuadrón Lanceros de Torata. Desembarcaron en Casma y por la ruta de Quillo, llegaron a Carhuás. Allí se les unió un contingente de la Guardia Nacional encabezado por el Teniente Coronel José Manuel Ramos, quien guió a las tropas hacia Huarás. Acamparon en Pariahuanca el 27 de febrero y, siguiendo un antiguo camino al pie de la Cordillera Blanca, el día 28 llegaron a la estancia de Cáururo, al nor este de Huarás.
Los revolucionarios se atrincheraron en tres puntos que daban acceso a la ciudad, los puentes de Quillcay, San Gerónimo y Auqui. El 1 de marzo, atacó Allende. Las tropas alzadas que se hallaban ubicadas en el paraje de Cushuruyoc, constaban de 300 hombres armados de pistolas, carabinas y algunos fusiles; el grueso de las fuerzas revolucionarias lo constituía el campesinado de las estancias de Huarás que portaba garrotes, hondas y rejones. Tras cinco horas de encarnizada lucha en que no se decidía la victoria para algún bando, faltos de municiones, los huarasinos tuvieron que replegarse hacia la ciudad.
En Pumacayán se concentraron los defensores de Huarás, pero fueron rodeados por fuerzas superiores y tuvieron que reagruparse en la Plaza de Armas. Todo fue inútil. Las tropas de Allende pasaron a cuchillo a los revolucionarios. Héroe de la jornada fue el capitán rebelde don Hilarión del Castillo.
Don Hilarión tuvo una muerte heroica. Lleno de heridas yacía postrado al pie de la pileta de la plaza mayor; conminado a rendirse, respondió a sus verdugos con una frase rotunda:
- Acaben de hacer lo que empezaron. ¡Cobardes! –Y fue abatido por una descarga cerrada.
Una de las nuevas calles de Huarás debería de llevar su nombre.
En el parte de guerra, maliciosamente, Allende escondió la verdad de los hechos, pues anotó que sólo habían fallecido cuarenta revolucionarios; lo real es que los muertos sumaron por cientos. Entre los fallecidos había decenas de mujeres, una de ellas era María Maguiña Moreno.
Los vencedores se ensañaron con los vencidos. Allende escogió a los jóvenes que lucharon en su contra y los reclutó a la fuerza. Quería demostrar que con el gobierno nadie jugaba; que si bien pudieron escapar el 1 de marzo, la situación había cambiado diametralmente.
Retornando a Lima, Allende embarcó a sus tropas y a los jóvenes reclutas en la fragata Mercedes que tenía averiado el motor, por lo que desde la capital se envió al vapor nacional Rímac para remolcar a la fragata. Apenas zarpó el convoy del puerto de Casma, cerca de La Viuda o Roca Negra, la madrugada del 2 de mayo de 1854, se rompió el cable conductor que unía a las dos naves.
El comandante de la Mercedes, don Juan Noel, comprendiendo el peligro dispuso la inmediata evacuación de la nave. Sólo había dos botes de salvamento, en uno de ellos subieron Allende y sus oficiales.
- Suba pronto Comandante Noel, que el barco se hunde.
- Hágame el servicio de llevar a mi esposa a puerto seguro, señor Allende. Solo eso le pido.
- ¿Cómo, y usted no piensa salvarse?
- Yo salvaré mi nave o pereceré con los que no alcancen a librarse. El que manda un buque no puede abandonarlo sino cuando no quedan esperanzas.
Los esfuerzos de Noel y la tripulación fueron vanos. En pocos minutos se hundió la Mercedes ante la impotencia de los marinos del Rímac que poco pudieron hacer para salvar a los náufragos. A las pocas horas, las playas de Casma ofrecían un panorama desolador, cientos de cadáveres eran depositados por las aguas.
En la tragedia de la fragata Mercedes perdieron la vida el capitán de navío don Juan Noel y diecinueve oficiales, nueve marinos, treinta soldados de guarnición, seiscientos nueve reclutas del batallón Ayacucho, cuarenta soldados del batallón Marina y veinte Lanceros de Torata.
Lo mejor de la juventud ancashina pereció esa madrugada, pues los fallecidos del batallón Ayacucho eran precisamente los jóvenes reclutas capturados en Huarás y otros pueblos del Callejón de Huaylas. Al conocerse la tragedia, la indignación fue total. Las exequias fueron solemnes y muy sentidas en la capital del departamento, destacando el panegírico del Vicario y Juez Eclesiástico de Huaylas, don José María Robles, quien resaltó el sino de los fallecidos que entregaron la vida antes de alzar sus armas contra el pueblo inerme.
Pero, a pesar de esta terrible hecatombe, la revolución de 1854 tuvo un final feliz. Castilla retorna al gobierno once meses después, tras el triunfo en La Palma, batalla en la que logró derrotar a Echenique. En agradecimiento por el apoyo de Huarás y los pueblos del Callejón de Huaylas y Conchucos a su causa, por Ley del 25 de Julio de 1857 creó la Provincia de Huarás como un justo homenaje a la ciudad capital que ofrendó con generosidad la sangre de sus hijos en su apoyo.
José Antonio Salazar Mejía
En 1854 el Perú, una vez más, se encontraba sumido en el desgobierno. Era por entonces presidente del Perú, el general puneño don José Rufino Echenique, quien se había ganado la antipatía de la población por su mal gobierno. Las arcas fiscales estaban repletas con el negocio del guano de las islas y si bien como militar era bueno, como gobernante, Jose Rufino no atinaba una, y permitió el despilfarro de los dineros del Estado.
Esta situación, por demás escandalosa y negativa, disgustó enormemente a la población. Así, no tardó en sublevarse en Arequipa el General Ramón Castilla. Castilla ya había sido presidente y dejó en el gobierno a Echenique, sin imaginar que el ahijado le resultaría torcido. La mayoría de los pueblos del interior del país apoyaron la revuelta encabezada por Castilla; entre ellos estaba Huarás.
- ¡Viva la patria, muera el mal gobierno! –Era la frase de moda en aquellos días.
Don Ramón era muy popular en la zona pues siendo presidente supo ganarse el cariño de las gentes. Además, ya había caminado por nuestra tierra desde muchacho. En 1824 estuvo adiestrando a la caballería patriota en Carás, bajo el mando de Simón Bolívar. Regresó en 1839 bajo las órdenes de Gamarra, y con armas chilenas pudo vencer al general Andrés de Santa Cruz y deshacer la Confederación Perú Boliviana, en una gesta que no amerita su accionar. Sin la carga de caballería ordenada por Castilla, la batalla de Yungay estaba perdida para Gamarra. Pero así es la vida. Yo no quito ni pongo, y prefiero dejar las cosas así; total, la historia está llena de episodios y personajes que fallan y luego se reivindican.
El presidente Echenique, demostrando ser verdaderamente falto de entendederas, no tuvo mejor idea que enfrentar a los sublevados con tropas reclutadas precisamente en los pueblos que le eran hostiles. Si pensaba gobernar al país como se gobierna un cuartel, estaba bastante errado don Chepe.
Fue así entonces como una columna del ejército llegó a Huarás e inició la leva entre los jóvenes y campesinos del lugar, lo que originó un gran revuelo en la población.
- ¡Cate se llevan al hijo de doña Pasiona al ejército comadrita!
- ¡Allau! ¡Pero si es un chiuchi todavía!
- A ver di, comadre. ¡Cómo van hacer ese! Puro tiernitos están chapando.
- ¡Arrastrados! Odinó querirán que hayga una revuelta.
- Si pes comadre, masqui les va salir el tiro por la culata. ¿Esto quién ya aguantará? ¡Jesús, María, Josepa!
- ¡Batallón a mi mando...! ¡Atención!
- ¡Paso de desfile...! ¡De frente...! ¡March...!
Mientras las tropas pasaban por el antiguo Jirón Belén con dirección a Tacllán, fueron interceptadas por un grupo de mujeres. Capitaneaba el grupo una humilde mujer de pueblo, María Maguiña Moreno, vendedora del mercado a quien se la conocía con el sobrenombre de Pushti Mariquita. Esta valiente mujer, a riesgo de su vida, se enfrentó al Prefecto Gonzáles, le increpó con vehemencia su actitud y al grito de ¡No irán a Lima!, inició el ataque a pedradas desconcertando a la oficialidad y tropa.
La actitud de María Maguiña y sus compañeras sirvió para que la población explotara en su justa ira. Decenas de ciudadanos desarmaron a los soldados; los reclutas voltearon las armas contra sus jefes y los tomaron prisioneros. Obligado a huir, el Prefecto Gonzáles se dirigió hacia Carhuás siendo perseguido hasta Mullaca.
El gobierno envió al Inspector General del Ejército, Coronel don José Allende, al mando de una división de línea formado por los batallones Ayacucho, Marina y por el escuadrón Lanceros de Torata. Desembarcaron en Casma y por la ruta de Quillo, llegaron a Carhuás. Allí se les unió un contingente de la Guardia Nacional encabezado por el Teniente Coronel José Manuel Ramos, quien guió a las tropas hacia Huarás. Acamparon en Pariahuanca el 27 de febrero y, siguiendo un antiguo camino al pie de la Cordillera Blanca, el día 28 llegaron a la estancia de Cáururo, al nor este de Huarás.
Los revolucionarios se atrincheraron en tres puntos que daban acceso a la ciudad, los puentes de Quillcay, San Gerónimo y Auqui. El 1 de marzo, atacó Allende. Las tropas alzadas que se hallaban ubicadas en el paraje de Cushuruyoc, constaban de 300 hombres armados de pistolas, carabinas y algunos fusiles; el grueso de las fuerzas revolucionarias lo constituía el campesinado de las estancias de Huarás que portaba garrotes, hondas y rejones. Tras cinco horas de encarnizada lucha en que no se decidía la victoria para algún bando, faltos de municiones, los huarasinos tuvieron que replegarse hacia la ciudad.
En Pumacayán se concentraron los defensores de Huarás, pero fueron rodeados por fuerzas superiores y tuvieron que reagruparse en la Plaza de Armas. Todo fue inútil. Las tropas de Allende pasaron a cuchillo a los revolucionarios. Héroe de la jornada fue el capitán rebelde don Hilarión del Castillo.
Don Hilarión tuvo una muerte heroica. Lleno de heridas yacía postrado al pie de la pileta de la plaza mayor; conminado a rendirse, respondió a sus verdugos con una frase rotunda:
- Acaben de hacer lo que empezaron. ¡Cobardes! –Y fue abatido por una descarga cerrada.
Una de las nuevas calles de Huarás debería de llevar su nombre.
En el parte de guerra, maliciosamente, Allende escondió la verdad de los hechos, pues anotó que sólo habían fallecido cuarenta revolucionarios; lo real es que los muertos sumaron por cientos. Entre los fallecidos había decenas de mujeres, una de ellas era María Maguiña Moreno.
Los vencedores se ensañaron con los vencidos. Allende escogió a los jóvenes que lucharon en su contra y los reclutó a la fuerza. Quería demostrar que con el gobierno nadie jugaba; que si bien pudieron escapar el 1 de marzo, la situación había cambiado diametralmente.
Retornando a Lima, Allende embarcó a sus tropas y a los jóvenes reclutas en la fragata Mercedes que tenía averiado el motor, por lo que desde la capital se envió al vapor nacional Rímac para remolcar a la fragata. Apenas zarpó el convoy del puerto de Casma, cerca de La Viuda o Roca Negra, la madrugada del 2 de mayo de 1854, se rompió el cable conductor que unía a las dos naves.
El comandante de la Mercedes, don Juan Noel, comprendiendo el peligro dispuso la inmediata evacuación de la nave. Sólo había dos botes de salvamento, en uno de ellos subieron Allende y sus oficiales.
- Suba pronto Comandante Noel, que el barco se hunde.
- Hágame el servicio de llevar a mi esposa a puerto seguro, señor Allende. Solo eso le pido.
- ¿Cómo, y usted no piensa salvarse?
- Yo salvaré mi nave o pereceré con los que no alcancen a librarse. El que manda un buque no puede abandonarlo sino cuando no quedan esperanzas.
Los esfuerzos de Noel y la tripulación fueron vanos. En pocos minutos se hundió la Mercedes ante la impotencia de los marinos del Rímac que poco pudieron hacer para salvar a los náufragos. A las pocas horas, las playas de Casma ofrecían un panorama desolador, cientos de cadáveres eran depositados por las aguas.
En la tragedia de la fragata Mercedes perdieron la vida el capitán de navío don Juan Noel y diecinueve oficiales, nueve marinos, treinta soldados de guarnición, seiscientos nueve reclutas del batallón Ayacucho, cuarenta soldados del batallón Marina y veinte Lanceros de Torata.
Lo mejor de la juventud ancashina pereció esa madrugada, pues los fallecidos del batallón Ayacucho eran precisamente los jóvenes reclutas capturados en Huarás y otros pueblos del Callejón de Huaylas. Al conocerse la tragedia, la indignación fue total. Las exequias fueron solemnes y muy sentidas en la capital del departamento, destacando el panegírico del Vicario y Juez Eclesiástico de Huaylas, don José María Robles, quien resaltó el sino de los fallecidos que entregaron la vida antes de alzar sus armas contra el pueblo inerme.
Pero, a pesar de esta terrible hecatombe, la revolución de 1854 tuvo un final feliz. Castilla retorna al gobierno once meses después, tras el triunfo en La Palma, batalla en la que logró derrotar a Echenique. En agradecimiento por el apoyo de Huarás y los pueblos del Callejón de Huaylas y Conchucos a su causa, por Ley del 25 de Julio de 1857 creó la Provincia de Huarás como un justo homenaje a la ciudad capital que ofrendó con generosidad la sangre de sus hijos en su apoyo.
José Antonio Salazar Mejía