filomeno zubieta núñez
LUIS PARDO Y JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI
¿Qué de común tienen Luis Pardo y José Carlos Mariátegui? ¿Qué relación existió entre ambos? ¿La trayectoria de vida e ideales de Luis Pardo influyeron en la formación política e ideológica del futuro Amauta? La respuesta la encontramos en los párrafos que siguen reforzados por un estudio singular.
Uno de los más grandes pensadores del Perú contemporáneo que mantiene plena vigencia es, sin lugar a dudas, el Amauta José Carlos Mariátegui La Chira. Su nacimiento ocurrió el 14 de junio de 1894 en Moquegua pero pasó sus primeros años en la ciudad de Huacho (con intervalos en la ciudad de Lima por su tratamiento médico). No solo se crio allí sino que se nutrió, se formó, en este ambiente familiar, vecinal, cultural. El entorno huachano, con todas sus particularidades, contribuyó a la formación del futuro ensayista y político marxista.
El niño Mariátegui tomó conocimiento en Huacho de las correrías de Luis Pardo Novoa, a donde llegaba de visita a sus familiares o a refugiarse de sus perseguidores, sin descontar las noticias que llegaban de sus andanzas. Así, el rol que le cupo desempeñar a LUIS PARDO NOVOA (19 de agosto de 1874-05 de enero de 1909), el “bandolero romántico”, “justiciero social”, “héroe popular”, natural de Chiquián es innegable. De él tuvo conocimiento en su niñez gracias a su tío materno Juan La Chira quien ponderó su espíritu de aventura y lucha, como los ideales que animaron sus correrías, estimulando su identificación.
Guillermo Rouillón Duharte, el mayor biógrafo de JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI (14 de junio de 1894-16 de abril de 1930), resalta la presencia de Luis Prado en su formación. De él reproducimos algunos párrafos alusivos.
Repárese que los narradores ofrecen tres visiones completamente definidas: una digámosle así, representa la dimensión localista (los familiares); otra, una cosmopolita (los amigos franceses); y, finalmente, la mística y religiosa (proveniente de las monjas de San José de Cluny). Pero tales imágenes de la vida y las costumbres de los pueblos y sus narradores me refiero a los que se trasmiten los allegados y amigos del niño Mariátegui- al par que cumplen su idea del mundo en distintas épocas, tiene una función educadora porque ayudan a desarrollar su imaginación. Diríamos por otra parte, que estas revelaciones con acentuado carácter humanista, respondían a una intensa necesidad del alma del niño. En conjunto estos tres elementos formativos influyen sobre José Carlos. Así cuando le toca vivir y conocer el mundo empieza éste a diferenciar, en cierta forma, la fantasía de la realidad. Después cuando quédase solo en el cuarto de la clínica aguardando con vehemencia el día siguiente, para continuar deleitándose con la conversación de sus acompañantes, el pequeño medita sobre los diversos temas que van estimulando su curiosidad universal. Igualmente, su vida interior se enriquece con las imágenes múltiples, abstractas o concretas que le hacen conocer sus parientes y amistades ocasionales. Alejado de la vida activa, por el impedimento que le aqueja, se entrega a la reflexión.
Uno de aquellos días de reposo, que pasa en el nosocomio, queda gratamente impresionado al escuchar de labios de su tío Juan, la historia de Luis Pardo (1872 – 1909) a quien se le motejaba de “bandolero romántico” por su amor a los desposeídos. Este discutido personaje tenía como campo para sus correrías, justamente por aquella época, las poblaciones y haciendas aledañas a la línea divisoria entre los departamentos de Ancash y Lima. Refería con animación el tío Juan, no sin dejar de traslucir, desde luego, su viva simpatía por Pardo, que poseído de cierta dosis de sensibilidad social despojaba a los señores poderosos de – Chiquián, Huacho y Sayán- de su dinero para cederlo a los pobres campesinos. Asimismo agregaba el relator que el mencionado Pardo hubo de vengar la muerte de su padre: don Pedro Pardo, propietario del fundo “Pancal”, injustamente asesinado. El niño, desde el fondo de su lecho y muy quedo, seguía con avidez y embelesado la charla del pariente, en parte real y en parte leyenda. Parecía trasladarse al lugar de los hechos, que lograba vivir en espíritu. Los veteranos franceses rebosantes de aventura y peripecias hazañosas, que las más de las veces llegaban por el cuarto de Mariátegui para hacerle compañía y conversar con él acerca de la Patria lejana y sobre sus correrías mundanas, dieron vivas muestras de interés por saber el paradero de Pardo, ya que por aquellos días, la gendarmería al par que lo buscaban con tesón, le iban cerrando el cerco al protector de los desvalidos. El tío Juan satisfacía la preocupación de los galos diciéndoles que sería muy difícil su captura. José Carlos, que no perdía ningún gesto ni palabras del pariente y que escuchaba con delectación, se alegraba de la respuesta parcializada, y llegaba hasta batir las palmas, animado de entusiasmo. Así empieza a revelar su indignación contra la injusticia social. Pardo, pues, se había convertido en un héroe legendario para los humildes.
Mientras tanto, allá lejos de los límites de la costa con la sierra norteña, el “bandolero romántico” continuaba realizando su tarea de justicia social.
Siete años más tarde (1909) Luis Pardo, asediado por la policía y en un intento por burlar a sus perseguidores para no caer en sus manos, habrá de tomar la determinación de poner fin a su vida, arrojándose al abismo. Desde aquel momento, los desheredados han de quedarse sólo con el recuerdo y la leyenda de tales proezas. Paralelamente con la descripción de estos hechos quiméricos, matizaban la charla del tío Juan, trayendo a colación las faenas de los indígenas en los cañaverales y campos algodonales. También abarcaba éste el tema de la explotación y servidumbre que soportaban los trabajadores rurales por parte de los caporales y dueños de pertenencias en la zona norte costeña. Todos estos relatos, no exentos de patetismo, los hacía con amenidad y gracia.
Se supone que esta clase de narraciones míticas y de vivencias en las cuales hubo de citarse repetidamente las relaciones de los padres con los hijos inducen a inquirir a José Carlos por la existencia de su progenitor, quien a la sazón se encontraba laborando en tareas agrícolas por la región del norte, en el lugar llamado caleta del Santa. A decir verdad, éste no daba señales de recordar a sus hijos. Se advierte eso sí, que Amalia hacia todo lo posible para que los niños no tuvieran ninguna relación con la figura de su padre. Téngase en cuenta que, aparte de los agravios inferidos a la estabilidad hogareña por aquél, pesaba sobre su cónyuge el temor de un acercamiento de sus vástagos con el descendiente de un “hereje”. Pues recordemos que era el marido de Amalia nieto del insigne liberal don Francisco Javier Mariátegui y Tellería condenado por la iglesia, institución convertida en refugio y apoyo para esta mujer tan maltratada por las desdichas. Quería, después de todo, preservar a los suyos. Ella atribuía la conducta de Javier- su esposo- a la herencia atea.
De vez en cuando el chico, delgaducho y un poco tristón. Así pues, escuchaba de los labios de la madre enérgicas expresiones en contra de su progenitor. Así, pues, ante aquélla sentía el niño la angustia de interrogar sin respuesta. Es probable que José Carlos, no obstante la diatriba maternal o la pregunta sin contestación, buscara el ideal de su vida en el padre a quien empieza a echar de menos y a figurarse cómo sería en la realidad. Después de repensar en el problema, se pregunta así mismo ¿por qué no vivirá al lado de ellos, su progenitor? Sabe que proviene de los Mariátegui, gente influyente y de elevada posición social, pero ignora el parentesco directo. Así esta inquieta criatura, sin infancia que le rodea y lo insta a penetrar en el complejo problema familiar y en la sociedad de su tiempo.
Al no encontrar Mariátegui en la madre la explicación adecuada sobre la vida del padre y, antes bien, sí palabras de vituperio contra él, se produce un distanciamiento entre el niño y su madre. El carácter extraño de ésta se volvió aún más incomprensible para aquél conforme fue creciendo. Las prolongadas lecturas y la solicitud maternal de la hermana Guillermina evitan en cierto modo un mayor contacto de José Carlos con aquella sufrida mujer. El muchacho se vio obligado a mantener con cierta vaguedad un buen recuerdo de su padre, a quien sólo conoció de muy niño (cuando tenía dos años o tres años de edad).
Ahora bien, la persistencia de la imagen paterna de José Carlos puede responder, ante todo a la impresión causada sobre su espíritu por los relatos. Así tenemos que en el caso de Luis Pardo lo conmueve el hecho de que éste trate de vengar la muerte de su ascendiente, victimado con alevosía. Desde que escuchaba tan infausto suceso, procura saber los pormenores de la vida paterna. Le obsesiona la idea de que quizás le está reservando a él igual actitud de desquite. Mariátegui sólo tiene la noticia proveniente de su madre, de que aquel murió lejos de los suyos, y de que no existe el menor rastro donde pasó sus últimos días. Confesión, por cierto, que no le satisface. Al contrario, lo impulsa a indagar por el ausente con más obstinación.
Referencia bibliográfica:
Rouillón Duharte, Guillermo (1993). La creación heroica de José Carlos Mariátegui. Tomo I. Segunda edición. Lima: Armida Picón, pp. 57-59.
FilomenoZubieta Núñez
[email protected]
¿Qué de común tienen Luis Pardo y José Carlos Mariátegui? ¿Qué relación existió entre ambos? ¿La trayectoria de vida e ideales de Luis Pardo influyeron en la formación política e ideológica del futuro Amauta? La respuesta la encontramos en los párrafos que siguen reforzados por un estudio singular.
Uno de los más grandes pensadores del Perú contemporáneo que mantiene plena vigencia es, sin lugar a dudas, el Amauta José Carlos Mariátegui La Chira. Su nacimiento ocurrió el 14 de junio de 1894 en Moquegua pero pasó sus primeros años en la ciudad de Huacho (con intervalos en la ciudad de Lima por su tratamiento médico). No solo se crio allí sino que se nutrió, se formó, en este ambiente familiar, vecinal, cultural. El entorno huachano, con todas sus particularidades, contribuyó a la formación del futuro ensayista y político marxista.
El niño Mariátegui tomó conocimiento en Huacho de las correrías de Luis Pardo Novoa, a donde llegaba de visita a sus familiares o a refugiarse de sus perseguidores, sin descontar las noticias que llegaban de sus andanzas. Así, el rol que le cupo desempeñar a LUIS PARDO NOVOA (19 de agosto de 1874-05 de enero de 1909), el “bandolero romántico”, “justiciero social”, “héroe popular”, natural de Chiquián es innegable. De él tuvo conocimiento en su niñez gracias a su tío materno Juan La Chira quien ponderó su espíritu de aventura y lucha, como los ideales que animaron sus correrías, estimulando su identificación.
Guillermo Rouillón Duharte, el mayor biógrafo de JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI (14 de junio de 1894-16 de abril de 1930), resalta la presencia de Luis Prado en su formación. De él reproducimos algunos párrafos alusivos.
Repárese que los narradores ofrecen tres visiones completamente definidas: una digámosle así, representa la dimensión localista (los familiares); otra, una cosmopolita (los amigos franceses); y, finalmente, la mística y religiosa (proveniente de las monjas de San José de Cluny). Pero tales imágenes de la vida y las costumbres de los pueblos y sus narradores me refiero a los que se trasmiten los allegados y amigos del niño Mariátegui- al par que cumplen su idea del mundo en distintas épocas, tiene una función educadora porque ayudan a desarrollar su imaginación. Diríamos por otra parte, que estas revelaciones con acentuado carácter humanista, respondían a una intensa necesidad del alma del niño. En conjunto estos tres elementos formativos influyen sobre José Carlos. Así cuando le toca vivir y conocer el mundo empieza éste a diferenciar, en cierta forma, la fantasía de la realidad. Después cuando quédase solo en el cuarto de la clínica aguardando con vehemencia el día siguiente, para continuar deleitándose con la conversación de sus acompañantes, el pequeño medita sobre los diversos temas que van estimulando su curiosidad universal. Igualmente, su vida interior se enriquece con las imágenes múltiples, abstractas o concretas que le hacen conocer sus parientes y amistades ocasionales. Alejado de la vida activa, por el impedimento que le aqueja, se entrega a la reflexión.
Uno de aquellos días de reposo, que pasa en el nosocomio, queda gratamente impresionado al escuchar de labios de su tío Juan, la historia de Luis Pardo (1872 – 1909) a quien se le motejaba de “bandolero romántico” por su amor a los desposeídos. Este discutido personaje tenía como campo para sus correrías, justamente por aquella época, las poblaciones y haciendas aledañas a la línea divisoria entre los departamentos de Ancash y Lima. Refería con animación el tío Juan, no sin dejar de traslucir, desde luego, su viva simpatía por Pardo, que poseído de cierta dosis de sensibilidad social despojaba a los señores poderosos de – Chiquián, Huacho y Sayán- de su dinero para cederlo a los pobres campesinos. Asimismo agregaba el relator que el mencionado Pardo hubo de vengar la muerte de su padre: don Pedro Pardo, propietario del fundo “Pancal”, injustamente asesinado. El niño, desde el fondo de su lecho y muy quedo, seguía con avidez y embelesado la charla del pariente, en parte real y en parte leyenda. Parecía trasladarse al lugar de los hechos, que lograba vivir en espíritu. Los veteranos franceses rebosantes de aventura y peripecias hazañosas, que las más de las veces llegaban por el cuarto de Mariátegui para hacerle compañía y conversar con él acerca de la Patria lejana y sobre sus correrías mundanas, dieron vivas muestras de interés por saber el paradero de Pardo, ya que por aquellos días, la gendarmería al par que lo buscaban con tesón, le iban cerrando el cerco al protector de los desvalidos. El tío Juan satisfacía la preocupación de los galos diciéndoles que sería muy difícil su captura. José Carlos, que no perdía ningún gesto ni palabras del pariente y que escuchaba con delectación, se alegraba de la respuesta parcializada, y llegaba hasta batir las palmas, animado de entusiasmo. Así empieza a revelar su indignación contra la injusticia social. Pardo, pues, se había convertido en un héroe legendario para los humildes.
Mientras tanto, allá lejos de los límites de la costa con la sierra norteña, el “bandolero romántico” continuaba realizando su tarea de justicia social.
Siete años más tarde (1909) Luis Pardo, asediado por la policía y en un intento por burlar a sus perseguidores para no caer en sus manos, habrá de tomar la determinación de poner fin a su vida, arrojándose al abismo. Desde aquel momento, los desheredados han de quedarse sólo con el recuerdo y la leyenda de tales proezas. Paralelamente con la descripción de estos hechos quiméricos, matizaban la charla del tío Juan, trayendo a colación las faenas de los indígenas en los cañaverales y campos algodonales. También abarcaba éste el tema de la explotación y servidumbre que soportaban los trabajadores rurales por parte de los caporales y dueños de pertenencias en la zona norte costeña. Todos estos relatos, no exentos de patetismo, los hacía con amenidad y gracia.
Se supone que esta clase de narraciones míticas y de vivencias en las cuales hubo de citarse repetidamente las relaciones de los padres con los hijos inducen a inquirir a José Carlos por la existencia de su progenitor, quien a la sazón se encontraba laborando en tareas agrícolas por la región del norte, en el lugar llamado caleta del Santa. A decir verdad, éste no daba señales de recordar a sus hijos. Se advierte eso sí, que Amalia hacia todo lo posible para que los niños no tuvieran ninguna relación con la figura de su padre. Téngase en cuenta que, aparte de los agravios inferidos a la estabilidad hogareña por aquél, pesaba sobre su cónyuge el temor de un acercamiento de sus vástagos con el descendiente de un “hereje”. Pues recordemos que era el marido de Amalia nieto del insigne liberal don Francisco Javier Mariátegui y Tellería condenado por la iglesia, institución convertida en refugio y apoyo para esta mujer tan maltratada por las desdichas. Quería, después de todo, preservar a los suyos. Ella atribuía la conducta de Javier- su esposo- a la herencia atea.
De vez en cuando el chico, delgaducho y un poco tristón. Así pues, escuchaba de los labios de la madre enérgicas expresiones en contra de su progenitor. Así, pues, ante aquélla sentía el niño la angustia de interrogar sin respuesta. Es probable que José Carlos, no obstante la diatriba maternal o la pregunta sin contestación, buscara el ideal de su vida en el padre a quien empieza a echar de menos y a figurarse cómo sería en la realidad. Después de repensar en el problema, se pregunta así mismo ¿por qué no vivirá al lado de ellos, su progenitor? Sabe que proviene de los Mariátegui, gente influyente y de elevada posición social, pero ignora el parentesco directo. Así esta inquieta criatura, sin infancia que le rodea y lo insta a penetrar en el complejo problema familiar y en la sociedad de su tiempo.
Al no encontrar Mariátegui en la madre la explicación adecuada sobre la vida del padre y, antes bien, sí palabras de vituperio contra él, se produce un distanciamiento entre el niño y su madre. El carácter extraño de ésta se volvió aún más incomprensible para aquél conforme fue creciendo. Las prolongadas lecturas y la solicitud maternal de la hermana Guillermina evitan en cierto modo un mayor contacto de José Carlos con aquella sufrida mujer. El muchacho se vio obligado a mantener con cierta vaguedad un buen recuerdo de su padre, a quien sólo conoció de muy niño (cuando tenía dos años o tres años de edad).
Ahora bien, la persistencia de la imagen paterna de José Carlos puede responder, ante todo a la impresión causada sobre su espíritu por los relatos. Así tenemos que en el caso de Luis Pardo lo conmueve el hecho de que éste trate de vengar la muerte de su ascendiente, victimado con alevosía. Desde que escuchaba tan infausto suceso, procura saber los pormenores de la vida paterna. Le obsesiona la idea de que quizás le está reservando a él igual actitud de desquite. Mariátegui sólo tiene la noticia proveniente de su madre, de que aquel murió lejos de los suyos, y de que no existe el menor rastro donde pasó sus últimos días. Confesión, por cierto, que no le satisface. Al contrario, lo impulsa a indagar por el ausente con más obstinación.
Referencia bibliográfica:
Rouillón Duharte, Guillermo (1993). La creación heroica de José Carlos Mariátegui. Tomo I. Segunda edición. Lima: Armida Picón, pp. 57-59.
FilomenoZubieta Núñez
[email protected]