Rimay CÓNDOR
LATINOAMERICA 200 AÑOS DESPUÉS
Ahora que estamos cercanos a las festividades de la independencia y, cada vez más próximos al bicentenario, es bueno recordar someramente los orígenes de la lucha por independizarnos del poder español, la situación, no solo de nuestro país, sino también del resto de naciones latinoamericanas, luego del triunfo de la gesta libertadora.
Estos primeros años del presente siglo se han estado celebrando, con diversas actividades cívicas y culturales, el bicentenario de la independencia de México (16 de setiembre), Argentina (25 de mayo), Chile (18 de setiembre), Colombia (20 de julio) y Venezuela (19 de abril). Ecuador festejó el suyo el 10 de agosto del 2009 su histórica efeméride, Uruguay hizo lo propio el 2011. Solo falta celebrar el bicentenario de la independencia del Perú en el 2021 y Brasil el 2022. Sin embargo es necesario hacer hincapié algo que es muy importante, que casi no se menciona, y es que en realidad lo que se está celebrando es el doscientos aniversario de un hecho histórico, como fue la creación de juntas vecinales en las poblaciones de España, a consecuencia de la invasión de este país por las tropas francesas de Napoleón, quien impuso como rey a José Bonaparte, más conocido como Pepe Botella, por su afición a empinar el codo más de la cuenta. Las grandes ciudades de sus colonias americanas siguieron el ejemplo que con el transcurrir del tiempo ese movimiento se fue convirtiendo en abierta rebelión. La liberación del yugo colonial para Latinoamérica llegaría algunos años después, luego de cruentas guerras y gracias al valor de sus hijos, mostradas en innumerables y heroicas batallas libradas en su suelo.
Años más, o años menos de la gesta libertadora de Latinoamérica, lo importante ahora es ver la condición económico-social en que están nuestros pueblos en la actualidad. Para hacer este breve análisis, es necesario entender primero, que durante el periodo colonial la inmensa mayoría de la población, léase indígena en casi su totalidad, estuvo sometida a un régimen de servidumbre cercano a la esclavitud y que, por lo tanto su participación en la lucha libertadora fue servir, más que nada, como soldado de primera línea y, por lo tanto más próximo a inmolarse en los campos de batalla, de los ejércitos en contienda, tanto patriota como realista. Segundo, quienes se hicieron cargo del poder de los novísimos países latinoamericanos fueron aquellos pertenecientes a los grupos económicos más favorecidos, apoyados por los militares desocupados, que habían quedado sin trabajo luego de las guerras de independencia y que se creían con derecho a decir la última palabra en lo referente al destino de sus países. Por otro lado, bien sabemos que las guerras cuestan dinero y, por lo tanto casi todas las nuevas repúblicas nacieron adeudadas hasta la médula, entre ellos mismos o con potencias europeas. Sobre todo con estas últimas, las cuales apoyaron la causa de la independencia latinoamericana no por sentido altruista ni por idealismo libertario, sino por uno más práctico y mundano, apoderarse de los recursos y mercados de los cuales antes eran exclusividad de los ibéricos.
A este escenario, de por sí desolador para cualquier nación, se le agrega la incertidumbre e inestabilidad que crearon los regímenes militaristas que dominaron la escena política latinoamericana durante las primeras décadas de vida republicana, amén que los gobernantes civiles que los sucedieron no fueron mejores que sus antecesores y, por el contrario, muchos de ellos fueron peores. Además, y esto es lo más doloroso en nuestra historia, pronto las flamantes repúblicas comenzaron a hacerse la guerra unos a otros, llevando muerte, destrucción y desolación a su propia población. Baste para ejemplo, mencionar que la guerra de la Triple Alianza, formada por Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay, significó la pérdida de las cinco sextas partes de la población de este último, habiendo sobrevivido solo ancianos, mujeres y niños. Curiosamente, todos los países envueltos en esa contienda terminaron empeñados a la potencia económica de ese entonces, Inglaterra, cuyo pago arrastraron hasta bien entrado el siglo pasado. Historias similares, en las que no estuvo ajena la mano del imperialismo inglés, se pueden hallar en la guerra del Pacífico entre Perú y Chile y la guerra del Chaco, entre Bolivia y Paraguay, entre las más saltantes. La llegada del siglo XX significó el ingreso de otra fuerza política, económica y militar mucho más agresiva y con técnicas disuasivas más modernas y, porque qué no decirlo, más efectivas; los Estados Unidos, que relevó rápidamente al imperialismo inglés y, que empezó a tratar a Latinoamérica como si fuera su patio trasero. Los libros de historia de algunos países centroamericanos y caribeños pueden dar buena y abundante fe de ello.
La explotación de los recursos naturales latinoamericanos, lejos de llevar bienestar y mejorar la vida de sus habitantes, ha sido usufructuada siempre para enriquecer a unos pocos, caso de la fabulosa fortuna amasada con la explotación de las minas de estaño bolivianas por Simón Patiño, considerada, en su época, como una de las más grandes del mundo. La historia de la América de habla española es casi similar en todos sus países que la forman, con escasas excepciones. La falta de gobernantes con genuino interés de servir los intereses de sus pueblos ha sido la constante desde sus inicios como repúblicas independientes. En la actualidad vemos como el Perú, poseedor de ingentes riquezas mineras, no encuentra la fórmula exacta que permita su explotación, sin deteriorar las condiciones de vida de quienes se encuentran alrededor de los centros mineros y lo más importante, con contratos de explotación que sirvan a los intereses de país y no de los nuevos colonizadores, que poco o ningún interés tienen en buscar soluciones que realmente sean beneficiosas a los intereses de nuestra tierra.
Doscientos años de vida republicana han significado poco para las grandes mayorías. Sin embargo, Latinoamérica está despertando de su letargo, van saliendo nuevas generaciones de gobernantes que ven la realidad de su tierra con otra visión, más moderna y más identificada con sus reales necesidades. Una Latinoamérica en la cual la unión, basada en el respeto mutuo y una historia común, se va pintando en el horizonte de la historia. El camino a recorrer es largo y arduo, pero estamos seguros que ojalá no se necesiten doscientos años más para que nuestros pueblos alcancen el lugar que les está reservado en la sociedad moderna que les toca vivir a ellos y a las futuras generaciones.
Rimay Cóndor
Ahora que estamos cercanos a las festividades de la independencia y, cada vez más próximos al bicentenario, es bueno recordar someramente los orígenes de la lucha por independizarnos del poder español, la situación, no solo de nuestro país, sino también del resto de naciones latinoamericanas, luego del triunfo de la gesta libertadora.
Estos primeros años del presente siglo se han estado celebrando, con diversas actividades cívicas y culturales, el bicentenario de la independencia de México (16 de setiembre), Argentina (25 de mayo), Chile (18 de setiembre), Colombia (20 de julio) y Venezuela (19 de abril). Ecuador festejó el suyo el 10 de agosto del 2009 su histórica efeméride, Uruguay hizo lo propio el 2011. Solo falta celebrar el bicentenario de la independencia del Perú en el 2021 y Brasil el 2022. Sin embargo es necesario hacer hincapié algo que es muy importante, que casi no se menciona, y es que en realidad lo que se está celebrando es el doscientos aniversario de un hecho histórico, como fue la creación de juntas vecinales en las poblaciones de España, a consecuencia de la invasión de este país por las tropas francesas de Napoleón, quien impuso como rey a José Bonaparte, más conocido como Pepe Botella, por su afición a empinar el codo más de la cuenta. Las grandes ciudades de sus colonias americanas siguieron el ejemplo que con el transcurrir del tiempo ese movimiento se fue convirtiendo en abierta rebelión. La liberación del yugo colonial para Latinoamérica llegaría algunos años después, luego de cruentas guerras y gracias al valor de sus hijos, mostradas en innumerables y heroicas batallas libradas en su suelo.
Años más, o años menos de la gesta libertadora de Latinoamérica, lo importante ahora es ver la condición económico-social en que están nuestros pueblos en la actualidad. Para hacer este breve análisis, es necesario entender primero, que durante el periodo colonial la inmensa mayoría de la población, léase indígena en casi su totalidad, estuvo sometida a un régimen de servidumbre cercano a la esclavitud y que, por lo tanto su participación en la lucha libertadora fue servir, más que nada, como soldado de primera línea y, por lo tanto más próximo a inmolarse en los campos de batalla, de los ejércitos en contienda, tanto patriota como realista. Segundo, quienes se hicieron cargo del poder de los novísimos países latinoamericanos fueron aquellos pertenecientes a los grupos económicos más favorecidos, apoyados por los militares desocupados, que habían quedado sin trabajo luego de las guerras de independencia y que se creían con derecho a decir la última palabra en lo referente al destino de sus países. Por otro lado, bien sabemos que las guerras cuestan dinero y, por lo tanto casi todas las nuevas repúblicas nacieron adeudadas hasta la médula, entre ellos mismos o con potencias europeas. Sobre todo con estas últimas, las cuales apoyaron la causa de la independencia latinoamericana no por sentido altruista ni por idealismo libertario, sino por uno más práctico y mundano, apoderarse de los recursos y mercados de los cuales antes eran exclusividad de los ibéricos.
A este escenario, de por sí desolador para cualquier nación, se le agrega la incertidumbre e inestabilidad que crearon los regímenes militaristas que dominaron la escena política latinoamericana durante las primeras décadas de vida republicana, amén que los gobernantes civiles que los sucedieron no fueron mejores que sus antecesores y, por el contrario, muchos de ellos fueron peores. Además, y esto es lo más doloroso en nuestra historia, pronto las flamantes repúblicas comenzaron a hacerse la guerra unos a otros, llevando muerte, destrucción y desolación a su propia población. Baste para ejemplo, mencionar que la guerra de la Triple Alianza, formada por Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay, significó la pérdida de las cinco sextas partes de la población de este último, habiendo sobrevivido solo ancianos, mujeres y niños. Curiosamente, todos los países envueltos en esa contienda terminaron empeñados a la potencia económica de ese entonces, Inglaterra, cuyo pago arrastraron hasta bien entrado el siglo pasado. Historias similares, en las que no estuvo ajena la mano del imperialismo inglés, se pueden hallar en la guerra del Pacífico entre Perú y Chile y la guerra del Chaco, entre Bolivia y Paraguay, entre las más saltantes. La llegada del siglo XX significó el ingreso de otra fuerza política, económica y militar mucho más agresiva y con técnicas disuasivas más modernas y, porque qué no decirlo, más efectivas; los Estados Unidos, que relevó rápidamente al imperialismo inglés y, que empezó a tratar a Latinoamérica como si fuera su patio trasero. Los libros de historia de algunos países centroamericanos y caribeños pueden dar buena y abundante fe de ello.
La explotación de los recursos naturales latinoamericanos, lejos de llevar bienestar y mejorar la vida de sus habitantes, ha sido usufructuada siempre para enriquecer a unos pocos, caso de la fabulosa fortuna amasada con la explotación de las minas de estaño bolivianas por Simón Patiño, considerada, en su época, como una de las más grandes del mundo. La historia de la América de habla española es casi similar en todos sus países que la forman, con escasas excepciones. La falta de gobernantes con genuino interés de servir los intereses de sus pueblos ha sido la constante desde sus inicios como repúblicas independientes. En la actualidad vemos como el Perú, poseedor de ingentes riquezas mineras, no encuentra la fórmula exacta que permita su explotación, sin deteriorar las condiciones de vida de quienes se encuentran alrededor de los centros mineros y lo más importante, con contratos de explotación que sirvan a los intereses de país y no de los nuevos colonizadores, que poco o ningún interés tienen en buscar soluciones que realmente sean beneficiosas a los intereses de nuestra tierra.
Doscientos años de vida republicana han significado poco para las grandes mayorías. Sin embargo, Latinoamérica está despertando de su letargo, van saliendo nuevas generaciones de gobernantes que ven la realidad de su tierra con otra visión, más moderna y más identificada con sus reales necesidades. Una Latinoamérica en la cual la unión, basada en el respeto mutuo y una historia común, se va pintando en el horizonte de la historia. El camino a recorrer es largo y arduo, pero estamos seguros que ojalá no se necesiten doscientos años más para que nuestros pueblos alcancen el lugar que les está reservado en la sociedad moderna que les toca vivir a ellos y a las futuras generaciones.
Rimay Cóndor