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UNA VUELTA A PACLLÓN EN BICICLETA

Emprendí mi salida a primera hora del día 14 de setiembre -como a las 6 y 30 am-. Pacllón es uno de los 15 distritos de la provincia, enclavado al lado este de la Cordillera Huayhuash y la Cordillera Negra. Un lugar al cual quería llegar hace mucho, y esta vez aprovechando el tiempo libre y el fin de semana, eché a rodar las dos ruedas de mi GT viajera. Durante la ida me fue bien, sin contratiempos, y lo hice a una velocidad moderada -de Mashcash a Pacllón, cuesta arriba, sí que se pedalea duro-. Llegué al sitio como a las 10 y 30 am, haciendo de paso fotografías de los atractivos geográficos y paisajísticos de la ruta. Hasta ese momento, después de varias horas de pedaleo, a sol abierto y en trocha carrozable; solo tenía en el estómago un litro de mate de coca. Busqué establecimientos de comida o una tienda donde comer algo y recomponer las energías. Los domingos -me comentaron- es complicado e imposible encontrar tienda abierta y comedores; aun así, preguntando a los pobladores llegué a la casa de Doña Silvia, quien amablemente me ofreció preparar un desayuno lígero de té, papas blancas sancochadas y huevos duros. Allí también conseguí a un buen asistente “Alexander”, hijo menor de Silvia. Pequeño de 9 años diligente y muy cordial, que se ganó además mi cariño en cuestión de segundos y que minutos antes de mi vuelta hasta le di la satisfacción de darse una vuelta en la bicicleta alrededor de la plaza, en compensación por su trato y buenas atenciones. Con las energías bien recargadas y repuestas, mi retorno registré a las 12 y 10 pm. Salí raudamente y en descenso afirmado hacia Mashcash. El sol radiante me acompañó hasta San Antonio de Quisipata. Luego de pedalear las dos primeras curvas hacia Chiquián, cruzando el puente, empezó una llovizna, que poco a poco se fue convirtiendo en una lluvia torrencial; luego, en una fuerte granizada. Ya, a dos kilómetros para llegar a la meta, el tiempo empezó a mejorar; exhausto pero feliz cumplí con mi gran hazaña. Llegué al origen de mi partida:Chiquián. Descendí de la bicicleta e ingresé a casa al promediar las 3 y 45 pm. Mamá me esperaba en el comedor con una sopa caliente y apetitosa de trigo tostado, más conocido por nosotros como “lagüita”, acompañado de papas y ocas, y de segundo un saltado de olluco con queso. Acabé el primer potaje y en la segunda cuchara del segundo, de pronto empecé a languidecer e inmovilizarme de pies y brazos, padecí por cinco minutos los estragos de la lluvia en mi cuerpo caliente. Me quedé inerme por unos instantes. Fue un momento muy difícil y nunca antes experimentado. Mi madre con su instinto de protección, reaccionó rápidamente, colocándome sobre mi cuerpo desvanecido y paralizado por la hipotermia: dos polares y un poncho de lana. Mientras tanto mi padre trajo una infusión de muña caliente y con unas frotaciones de alcohol en la frente, nuca y espalda, más las atenciones de mi querida madre, lograron ambos hacer el milagro de reanimarme. A partir de este hecho providencial, los dos se han convertido ahora en mis ángeles sanadores. Hoy que volví a renacer como el Ave Fénix que crece y se eleva entre sus cenizas puedo contar esta anécdota, dando gracias Dios, Santa Rosita y a todos los Apus que me circundan. Ch. 16.09.2016 ERRC.
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