jose antonio salazar mejía
BOLÍVAR EN YUNGAY
Tradición relatada por Don Víctor Philipps, carasino muy afable. Data de 1980.
En 1824 las tropas libertarias se hallaban diseminadas por todo el Callejón de Huaylas preparándose para la batalla final contra los españoles. La población apoyaba al ejército patriota desprendiéndose de todo aquello que necesitaban, especialmente víveres y vestimentas. Pese a ello no se podía dar abasto para cubrir todas sus necesidades. En Yungay se hallaba asentada la retaguardia del ejército y sus escuadrones eran los más desatendidos; daba lástima mirarlos pues se les notaba bastante maltrechos, venían no muy bien vestidos, ni mejor calzados; lo terrible era que estaban peor armados. Aunque ninguna de esas carencias superaba la necesidad mayor: la retaguardia no contaba con cabalgaduras.
Un año atrás, Huarás, la capital del departamento de Huaylas había recibido a nombre de todos los pueblos de la región, el título de Muy Generosa Ciudad debido a la prolijidad de sus habitantes en apoyar la causa libertaria. Le sacaron lustre al honroso título ayudando con todo lo que podían a la gente de don Simón.
A propósito, mencionaremos que ninguna ciudad en el Perú tiene ese honor. La mayoría de las ciudades recibieron sus títulos en tiempos de la colonia; así tenemos a Huánuco La ciudad de los Caballeros de León, a Lima La tres veces coronada ciudad de los Reyes, etc. Reiteramos que ese no es el caso de la ciudad de Huarás, es la única que recibió su título gracias a los valiosos servicios que prestó a la causa de la independencia nacional. Tacna y Huancayo se adjudicaron sendas denominaciones pero por su aporte en la Guerra del Pacífico.
Nuestros ancestros sacaron digno lustre al título que habían recibido el año anterior, pues con la mayor generosidad ofrecieron sus bienes a la causa de la libertad. Los campesinos se alistaron en el ejército o formaron partidas guerrilleras y consintieron en que su ganado y sus granos sean requisados. La gente de los pueblos aceptó de buen grado que de sus templos sean tomadas las joyas y que el hierro de sus antepechos sea fundido para hacer balas y herrajes. Las damas cortaron sus gruesas cortinas para hacer polacas para la tropa y de sus sábanas rasgadas hicieron vendas. El fervor patriótico que se vivía en todos los pueblos del Callejón es comprensible si entendemos que por entonces se aspiraba a conseguir un mundo mejor, libre del ominoso dominio colonial español, más aún si cobijábamos en nuestro suelo a los adalides de la independencia.
Es necesario recalcar que el llamado Ejército Libertador estaba conformado por tropas extranjeras, especialmente por colombianos, que era un conglomerado de caraqueños, bogotanos y quiteños; y por argentinos y chilenos que quedaron del período sanmartiniano. Los únicos peruanos del ejército patriota eran los huaylinos y unos pocos trujillanos. En cambio, en el ejército realista, sólo los mandos eran españoles, el grueso de la tropa era elemento nacional, campesinos y mestizos de las zonas de Junín, Ayacucho, Arequipa y Cusco, levados por la fuerza.
Volviendo a nuestro asunto, a inicios de junio de 1824, el Libertador tenía prisa por concentrar en Huarás a la totalidad de sus fuerzas, hecho que se hacía imposible por la lentitud de las autoridades del lugar en requisar acémilas para el auxilio de la retaguardia patriota. Por entonces fungía de Gobernador de la Villa de Yungay don Mariano Prado de Figueroa, un poderoso hacendado beneficiado en el repartimiento de tierras por la autoridad española.
Cansado de esperar a los españoles en nuestra tierra, pues él pretendía dar las batallas de la libertad en el norte de Huaylas, Bolívar abandona nuestro suelo a mediados de junio de 1824, rumbo a los campos de Junín y Ayacucho. Los huaylinos cumplieron con su deber frente a los requerimientos de la Patria, y cuentan que el Gobernador de Yungay se convirtió en uno de los más fervorosos patriotas, pues por nada del mundo quería volver a ser ensillado otra vez.
José Antonio Salazar Mejía
En 1824 las tropas libertarias se hallaban diseminadas por todo el Callejón de Huaylas preparándose para la batalla final contra los españoles. La población apoyaba al ejército patriota desprendiéndose de todo aquello que necesitaban, especialmente víveres y vestimentas. Pese a ello no se podía dar abasto para cubrir todas sus necesidades. En Yungay se hallaba asentada la retaguardia del ejército y sus escuadrones eran los más desatendidos; daba lástima mirarlos pues se les notaba bastante maltrechos, venían no muy bien vestidos, ni mejor calzados; lo terrible era que estaban peor armados. Aunque ninguna de esas carencias superaba la necesidad mayor: la retaguardia no contaba con cabalgaduras.
Un año atrás, Huarás, la capital del departamento de Huaylas había recibido a nombre de todos los pueblos de la región, el título de Muy Generosa Ciudad debido a la prolijidad de sus habitantes en apoyar la causa libertaria. Le sacaron lustre al honroso título ayudando con todo lo que podían a la gente de don Simón.
A propósito, mencionaremos que ninguna ciudad en el Perú tiene ese honor. La mayoría de las ciudades recibieron sus títulos en tiempos de la colonia; así tenemos a Huánuco La ciudad de los Caballeros de León, a Lima La tres veces coronada ciudad de los Reyes, etc. Reiteramos que ese no es el caso de la ciudad de Huarás, es la única que recibió su título gracias a los valiosos servicios que prestó a la causa de la independencia nacional. Tacna y Huancayo se adjudicaron sendas denominaciones pero por su aporte en la Guerra del Pacífico.
Nuestros ancestros sacaron digno lustre al título que habían recibido el año anterior, pues con la mayor generosidad ofrecieron sus bienes a la causa de la libertad. Los campesinos se alistaron en el ejército o formaron partidas guerrilleras y consintieron en que su ganado y sus granos sean requisados. La gente de los pueblos aceptó de buen grado que de sus templos sean tomadas las joyas y que el hierro de sus antepechos sea fundido para hacer balas y herrajes. Las damas cortaron sus gruesas cortinas para hacer polacas para la tropa y de sus sábanas rasgadas hicieron vendas. El fervor patriótico que se vivía en todos los pueblos del Callejón es comprensible si entendemos que por entonces se aspiraba a conseguir un mundo mejor, libre del ominoso dominio colonial español, más aún si cobijábamos en nuestro suelo a los adalides de la independencia.
Es necesario recalcar que el llamado Ejército Libertador estaba conformado por tropas extranjeras, especialmente por colombianos, que era un conglomerado de caraqueños, bogotanos y quiteños; y por argentinos y chilenos que quedaron del período sanmartiniano. Los únicos peruanos del ejército patriota eran los huaylinos y unos pocos trujillanos. En cambio, en el ejército realista, sólo los mandos eran españoles, el grueso de la tropa era elemento nacional, campesinos y mestizos de las zonas de Junín, Ayacucho, Arequipa y Cusco, levados por la fuerza.
Volviendo a nuestro asunto, a inicios de junio de 1824, el Libertador tenía prisa por concentrar en Huarás a la totalidad de sus fuerzas, hecho que se hacía imposible por la lentitud de las autoridades del lugar en requisar acémilas para el auxilio de la retaguardia patriota. Por entonces fungía de Gobernador de la Villa de Yungay don Mariano Prado de Figueroa, un poderoso hacendado beneficiado en el repartimiento de tierras por la autoridad española.
- ¿No será usted godo mi señor? pues me preocupa la lenidad de su proceder. –Le increpó acremente don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad.
- Le ruego me excuse, su excelencia, pero ya tendrá usted las acémilas que necesita.
- ¡Más le vale mi señor, más le vale! –Retrucó el Libertador. -Le doy tres días de plazo para que me entregue cien caballos enjaezados.
- No se preocupe que será muy bien servido, excelencia. –Don Mariano se deshacía en reverencias ante la máxima autoridad del país.
- ¡Fíjese que si no cumple, lo ensillo a usted en la plaza pública! –Tronó don Simón que era hombre de pocas pulgas.
- ¡La pin…pinela! –vociferó Bolívar. -Con que mis órdenes cayeron en saco roto. ¡Furriel… Tráigame al mentecato inmediatamente y ejecute usted mis órdenes!
- ¡Que lo suelten, abusivos!
- ¡Extranjeros tenían que ser! ¡Qué tal lisura! ¡Suelten a la autoridad!
- ¡Excelencia! Han ensillado al señor Gobernador. ¡Es una injusticia!
- ¿A sí…? ¿Y es su primera ensillada? –Respondió con sorna el interpelado.
- Sí excelencia, es la primera en toda su vida... ¡Ay Jesús, qué trance!
- Entonces… ¿ha corcoveado?
- No excelencia –contestó el señor cura.-Si el hombre es más manso que una paloma, qué va a corcovear.
- ¡Ah, eso no lo sabía!
- Se lo ruego, excelencia, por lo que más quiera, ¡ordene que lo desensillen!
- ¿Sabe usted señor cura el motivo por el que está castigado su bendito compadre?
- No excelencia, dígame usted…
- Por no apoyar a la retaguardia de nuestro ejército que necesita de cien caballos.
- Pero,¿cómo mi compadre no me dijo nada de eso…? ¡Cuente usted para mañana con las cien acémilas! Empeño mi palabra excelencia, por los Santos Evangelios.
- Ese ya es otro cantar. –retrucó Bolívar. -Está bien, que lo desensillen. Pero tenga en cuenta que si no cumple, usted correrá la misma suerte que su dichoso compadre, entonces sabrá lo que es cuando a uno le aprietan las clavijas.
Cansado de esperar a los españoles en nuestra tierra, pues él pretendía dar las batallas de la libertad en el norte de Huaylas, Bolívar abandona nuestro suelo a mediados de junio de 1824, rumbo a los campos de Junín y Ayacucho. Los huaylinos cumplieron con su deber frente a los requerimientos de la Patria, y cuentan que el Gobernador de Yungay se convirtió en uno de los más fervorosos patriotas, pues por nada del mundo quería volver a ser ensillado otra vez.
José Antonio Salazar Mejía