josé antonio salazar mejía
EL PADRE CHUECAS EN HUARÁS
Tradición que versa sobre el famoso dicho atribuido a los huarasinos.
Corría el año de 1815 y se comenzaba a sentir en Huarás y todo el Callejón de Huaylas nuevos aires que presagiaban el advenimiento de otros tiempos. Clandestinamente circulaban panfletos en los que se ponía en duda la legitimidad del dominio español y se llamaba a la población a la rebelión.
Los acontecimientos que se suscitaban en Europa abonaban al sentimiento independentista. Pese a la derrota de Napoleón Bonaparte y a la restitución de la monarquía en la península, ya se había instalado en la mentalidad de los criollos americanos la idea de que el dominio colonial español no sería eterno.
Pero lo que no se conoce mucho del levantamiento del doctor Mariano Robles, es que fue secundado por otros religiosos, especialmente por un monje franciscano que a la sazón había sido enviado al convento de Huarás como castigo por su vida perdularia.
Los franciscanos tenían un hermoso convento que pocos años después les sería arrebatado por orden del dictador Bolívar y luego pasaría a ser el local del primer colegio que se creó en el departamento de Huaylas, el colegio De La Libertad.
El Convento de los frailes descalzos de la orden de los Franciscanos en Huarás fue construido en el año de 1701, para lo que se consiguió permiso de utilizar las piedras extraídas de la huaca de Pumacayán; semejante autorización obtuvieron los frailes betlemitas que por entonces edificaban el hospital y templo de Belén.
Decíamos que el convento de los Franciscanos, en 1815 recibía a un personaje que por tarambana y jugador había dado claras muestras de haberse equivocado de oficio, pues el fraile en mención debió meterse a soldado por lo bullidor de su genio y lo florido de su vocabulario. Éste era nada menos que Fray Mateo Chuecas y Espinoza. Quien quiera conocer algo más de su vida, remítase a leer la tradición que sobre él escribiera don Ricardo Palma. Es precisamente Palma quien señala que Chuecas llegó a Huarás desterrado.
Nuestro fraile supo escabullirse de la represión organizada contra el cura Robles y sus seguidores, pero no pudo evadir la justa ira de los huarasinos que lo sacaron montado en burro de la población. ¿Cómo sucedió esto? Aquí lo que pudimos averiguar.
Fray Mateo Chuecas, aficionado al buen vino y la buena mesa, no le hizo ascos a la riquísima chicha de jora que se preparaba en nuestra tierra; más por el contrario, la encontró divina. Acicateado por los tragos, improvisaba encendidos versos que sin reparo alguno dedicaba a cualquier damisela que se le cruzaba por el camino.
No calculó el buen monje que Huarás no era Lima, que, si bien allá la sociedad era más liberal, la de Huarás pecaba de recatada. De modo que cayó como chicharrón de cebo la actitud de Fray Mateo.
El Guardián del Convento de los Franciscanos lleno de vergüenza se deshizo en explicaciones y prometió que pondría en vereda al trasgresor. Luego de despedir a la autoridad, llamó ante sí a Fray Mateo. Le reconvino su errada actitud, y en castigo lo confinó en su celda a pan y agua por tres días.
Pero al cuarto día ya estaba suelto en plaza y de vuelta en las chinganas. No vaya a pensar, lector, que nuestro propósito es enlodar la memoria de este fraile que si bien tuvo una juventud libertina, murió en olor de santidad, borrando largamente con su ascetismo y edificación, todo el escándalo que pudo armar en sus años mozos.
¡Qué no hizo el padre Guardián por corregir a Fray Mateo! Lo envió a recorrer por un mes la zona de Vertientes. Pensaba que estando ocupado bautizando y confesando dejaría de armar camorra. De este periplo volvió con una anécdota que se la escuchó Palma y recoge en sus tradiciones.
Un viejo curaca a quien llevó a la Misa, le comentó que ésta, le había parecido muy interesante.
- Tiene de todo su poquito. Su poquito de comer, su poquito de beber y su poquito de dormir.
Pero el que no dormía era el maligno. El shapinco se las ingeniaba para hacer caer a Fray Mateo en sus nefastas redes. Se le dio por llevar serenatas a las jóvenes más hermosas de la villa acompañado de dos soldados tan tarambanas como él. De sus dotes de escalador no tenemos noticias, si alguna paloma cayó en sus redes, tampoco.
Lo cierto y real es que los huarasinos no estaban para burlas; esto no era Lima señor, allá si le aguantaban tanto desenfreno. Y un buen día, cansados de los escándalos provocados por Fray Mateo Chuecas, ingresaron al convento, cogieron al susodicho, lo montaron a la fuerza en un burro, cruzaron el puente de Calicanto sobre el río Santa y a golpes lo condujeron hasta Callán Punta por el antiguo Chaqui Nani.
Sacar a alguien en burro era la peor afrenta que se le podía hacer. ¡Cómo habrían estado de hartos los huarasinos con este monje, que sin respeto a su investidura ni a la privacidad del claustro, arremetieron con todo aquel aciago día!
Semejante castigo no se esperaba el fraile. Ser paseado por las calles de Huarás en medio de puyas, insultos y burlas, para luego ser arreado por más de cuatro leguas, era algo inconcebible para él. Maniatado sobre el jumento, iba rumiando su venganza. Al llegar a Callán, rojo de ira, lanzó su lapidaria frase, frase que aún hoy en día es recordada, ¡y vaya si es recordada!
- ¡Adios Huarás y sus muros, de cien coj..., noventa y nueve cor...!
- Oiga tradicionista, ¿no le falta un dato?
- ¿Y cuál podría ser?
- Pues por allí escuché que ese monje tuvo algo de razón y que sí, como en todo sitio, acá hubieron algunos cor... Pero a todos ellos se los llevó el aluvión del 41. ¿Qué triste, no?
José Antonio Salazar Mejía
[email protected]
Corría el año de 1815 y se comenzaba a sentir en Huarás y todo el Callejón de Huaylas nuevos aires que presagiaban el advenimiento de otros tiempos. Clandestinamente circulaban panfletos en los que se ponía en duda la legitimidad del dominio español y se llamaba a la población a la rebelión.
Los acontecimientos que se suscitaban en Europa abonaban al sentimiento independentista. Pese a la derrota de Napoleón Bonaparte y a la restitución de la monarquía en la península, ya se había instalado en la mentalidad de los criollos americanos la idea de que el dominio colonial español no sería eterno.
- Desde 1804 circulaban pequeños panfletos llamando a la insurrección. Eso consta en documentos de la época. –Señalaba el padre Augusto Soriano Infante.
Pero lo que no se conoce mucho del levantamiento del doctor Mariano Robles, es que fue secundado por otros religiosos, especialmente por un monje franciscano que a la sazón había sido enviado al convento de Huarás como castigo por su vida perdularia.
Los franciscanos tenían un hermoso convento que pocos años después les sería arrebatado por orden del dictador Bolívar y luego pasaría a ser el local del primer colegio que se creó en el departamento de Huaylas, el colegio De La Libertad.
El Convento de los frailes descalzos de la orden de los Franciscanos en Huarás fue construido en el año de 1701, para lo que se consiguió permiso de utilizar las piedras extraídas de la huaca de Pumacayán; semejante autorización obtuvieron los frailes betlemitas que por entonces edificaban el hospital y templo de Belén.
Decíamos que el convento de los Franciscanos, en 1815 recibía a un personaje que por tarambana y jugador había dado claras muestras de haberse equivocado de oficio, pues el fraile en mención debió meterse a soldado por lo bullidor de su genio y lo florido de su vocabulario. Éste era nada menos que Fray Mateo Chuecas y Espinoza. Quien quiera conocer algo más de su vida, remítase a leer la tradición que sobre él escribiera don Ricardo Palma. Es precisamente Palma quien señala que Chuecas llegó a Huarás desterrado.
Nuestro fraile supo escabullirse de la represión organizada contra el cura Robles y sus seguidores, pero no pudo evadir la justa ira de los huarasinos que lo sacaron montado en burro de la población. ¿Cómo sucedió esto? Aquí lo que pudimos averiguar.
Fray Mateo Chuecas, aficionado al buen vino y la buena mesa, no le hizo ascos a la riquísima chicha de jora que se preparaba en nuestra tierra; más por el contrario, la encontró divina. Acicateado por los tragos, improvisaba encendidos versos que sin reparo alguno dedicaba a cualquier damisela que se le cruzaba por el camino.
No calculó el buen monje que Huarás no era Lima, que, si bien allá la sociedad era más liberal, la de Huarás pecaba de recatada. De modo que cayó como chicharrón de cebo la actitud de Fray Mateo.
- ¡Padre Guardián, padre Guardián, os busca el Intendente! – Agitado corría el hermano portero, ante tan inusual visita al convento.
- Pues que esperáis que no lo hacéis pasar. –Replicó el superior de la orden. Éste era un fraile madrileño que por esa época andaba empeñado en hacer desviar la acequia que pasaba frente al convento y que por las inmundicias que trasladaba ofrecía mal aspecto a la que con el tiempo sería conocida por nosotros como la alameda Grau.
- Que Dios guarde a su ilustrísima-. Saludo gravemente la autoridad. –El motivo de mi visita no es muy grato como verá vuestra merced.
- ¿Qué razones os mueven para expresaros de esa manera? ¿Cuál será ese motivo que ha logrado hacer que nos visitéis?
- No soy hombre de darle vueltas al asunto su merced. Sucede que ante mi han llegado las quejas sobre el tal padre Chuecas. Que es un fraile enamorador, que bebe como un arriero y anda armando tal escándalo cada día...
- Basta, basta, señor Intendente, que no sois el primero en venir con tales endechas.
El Guardián del Convento de los Franciscanos lleno de vergüenza se deshizo en explicaciones y prometió que pondría en vereda al trasgresor. Luego de despedir a la autoridad, llamó ante sí a Fray Mateo. Le reconvino su errada actitud, y en castigo lo confinó en su celda a pan y agua por tres días.
Pero al cuarto día ya estaba suelto en plaza y de vuelta en las chinganas. No vaya a pensar, lector, que nuestro propósito es enlodar la memoria de este fraile que si bien tuvo una juventud libertina, murió en olor de santidad, borrando largamente con su ascetismo y edificación, todo el escándalo que pudo armar en sus años mozos.
¡Qué no hizo el padre Guardián por corregir a Fray Mateo! Lo envió a recorrer por un mes la zona de Vertientes. Pensaba que estando ocupado bautizando y confesando dejaría de armar camorra. De este periplo volvió con una anécdota que se la escuchó Palma y recoge en sus tradiciones.
Un viejo curaca a quien llevó a la Misa, le comentó que ésta, le había parecido muy interesante.
- Tiene de todo su poquito. Su poquito de comer, su poquito de beber y su poquito de dormir.
Pero el que no dormía era el maligno. El shapinco se las ingeniaba para hacer caer a Fray Mateo en sus nefastas redes. Se le dio por llevar serenatas a las jóvenes más hermosas de la villa acompañado de dos soldados tan tarambanas como él. De sus dotes de escalador no tenemos noticias, si alguna paloma cayó en sus redes, tampoco.
Lo cierto y real es que los huarasinos no estaban para burlas; esto no era Lima señor, allá si le aguantaban tanto desenfreno. Y un buen día, cansados de los escándalos provocados por Fray Mateo Chuecas, ingresaron al convento, cogieron al susodicho, lo montaron a la fuerza en un burro, cruzaron el puente de Calicanto sobre el río Santa y a golpes lo condujeron hasta Callán Punta por el antiguo Chaqui Nani.
Sacar a alguien en burro era la peor afrenta que se le podía hacer. ¡Cómo habrían estado de hartos los huarasinos con este monje, que sin respeto a su investidura ni a la privacidad del claustro, arremetieron con todo aquel aciago día!
Semejante castigo no se esperaba el fraile. Ser paseado por las calles de Huarás en medio de puyas, insultos y burlas, para luego ser arreado por más de cuatro leguas, era algo inconcebible para él. Maniatado sobre el jumento, iba rumiando su venganza. Al llegar a Callán, rojo de ira, lanzó su lapidaria frase, frase que aún hoy en día es recordada, ¡y vaya si es recordada!
- ¡Adios Huarás y sus muros, de cien coj..., noventa y nueve cor...!
- Oiga tradicionista, ¿no le falta un dato?
- ¿Y cuál podría ser?
- Pues por allí escuché que ese monje tuvo algo de razón y que sí, como en todo sitio, acá hubieron algunos cor... Pero a todos ellos se los llevó el aluvión del 41. ¿Qué triste, no?
José Antonio Salazar Mejía
[email protected]