Manuel nieves fabián
ALGAY(*)
(Cuento)
(Cuento)
A don Eberardo Cecilio del pueblo de Paju
Un joven, agobiado por las penurias económicas, salió a los pueblos de la costa en busca de trabajo; luego de ahorrar lo necesario decidió volver a su pueblo.
Al pasar por Ticapampa, pueblo en la que abundan las reses, se encontró con dos hermosas jóvenes que vestían como gemelas. Sus faldas eran blancas, pañolones negros, piernas y zapatos amarillo-rojizos. Ante la hermosura de las mujeres, el viajero se enamoró y se casó con una de ellas.
Luego de los primeros días de felicidad, el esposo decidió llevar a su mujer a su casa, pero ella como estaba tan encariñada con su hermana, no quiso abandonarla y dijo a su esposo:
–Si me llevas a mí también tendrás que llevar a mi hermana, sin ella no puedo vivir.
Tratándose de su hermana, que también era bella, el esposo aceptó encantado.
Las dos eran idénticas y muy especiales, pues no comían nada que no fuese carne. El marido para contentar a su mujer y a su cuñada sacrificó todos sus animales y cuando ya no tuvo, acudió a sus vecinos y a todas las casas de sus amigos. Con el correr de los meses ya no había ni carne seca en las casas del pueblo. Las mujeres habían acabado todo. Ella, cómo no había qué comer suplicaba a su esposo:
–Tenemos que volver a mi tierra, allá sí hay comida.
El esposo, muy preocupado le contaba a la gente, aunque ya lo sabían: "Mi mujer no come nada, sólo le gusta la carne".
Sus vecinos veían a la dos hermosas mujeres merodeando por los corrales, a veces se sentaban junto a los estiércoles de las vacas, los volteaban y parecían engullir las lombrices. Las mujeres del pueblo, horrorizadas, le comentaban al esposo:
–Tu mujer y su hermana parecen ser algay, dominicos. Ellas comen lombrices.
El esposo, incrédulo, contestaba:
–¡No, qué va ser! Ellas son mujeres, yo los he traído desde Ticapampa.
Él amaba a su esposa porque era buena y hacía los quehaceres de la casa, y lo más importante, le preparaba los alimentos todos los días; pero el defecto era que jamás consumía ni siquiera probaba bocado alguno, por eso empezaba a enflaquecer. Sentadas en la cocina ambas hermanas lloraban de hambre y le rogaban volver a Ticapampa.
El esposo ya no encontraba sosiego. El llanto de las mujeres le atormentaba, y desesperado no sabía qué hacer.
Uno de sus vecinos, condolido de la situación del hombre le aconsejó:
–Mi apreciado amigo, parece que no tienes valor, tienes que poner orden en casa. Si no quiere comer, ¡suénale!
El hombre, luego de escuchar, meditó profundamente y se dijo: “No puedo hacer eso, yo mismo tengo la culpa de haberlas traído desde tan lejos” –y también se sentaba a llorar junto a las mujeres.
Un buen día, condolido por el drama que pasaba, uno de sus primos lo llevó a su casa y en confianza le dijo:
–Las mujeres que crías en tu casa no son mujeres. Las gentes las han visto volteando estiércoles de ganado en los corrales para comer las lombrices. Las que tienes en tu casa son dominicos. ¿No ves que nunca se separan? ¡Las dos siempre andan juntas! ¿No ves que no les gusta vestirse con otros colores? ¡Toda la vida llevan puestas esas faldas blancas y sus pañolones negros! ¿No ves sus piernas medio amarillas y rosadas? ¡No son mujeres! ¡Son dominicos, primo! Yo te aconsejo para tu bien: Si no quieren comer, agarra un garrote y suénale. Si son mujeres de verdad se arrepentirán o te dejarán, pero si son dominicos se irán volando.
Aún más confuso el esposo se resistía a creer. Era inconcebible que su mujer y su hermana fueran aves.
Una tarde cuando retornó del trabajo encontró a las dos mujeres llorando porque no había qué comer; entonces, angustiado por sus lamentos decidió poner en práctica el consejo recibido. Ingresó a la cocina, preparó una olla de sopa, luego sirvió en dos mates y suplicó que comieran. Las mujeres cerraron sus bocas y se negaron a comer rotundamente; ante la negativa, el esposo lleno de ira cogió un garrote y con toda su furia intentó descargar sobre las espaldas de las mujeres. En esas circunstancias, ellas, para defenderse, levantaron sus brazos, y ocurrió lo inesperado. Los brazos de las dos mujeres se transformaron en alas y se convirtieron en dominicos y volando se fueron con dirección a Ticapampa.
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(*) Algay o dominico son aves carroñeras que viven en las alturas. Las espaldas son negras, el pecho blanco y las patas de un color anaranjado. Siempre viven en parejas.
Manuel Nieves Fabián
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