maría del pilar cárdenas márquez
SEMANA SANTA EN PISCOBAMBA
Elmer Neyra Valverde
LABRADO DE CERAS

La celebración de la Semana Santa era algo especial. Mucha concurrencia. El Lunes Santo, el Martes Santo, los cerros vecinos, se iluminaban en la procesión de los fieles que cargaban la Santísima Cruz, ya sea en Chontajirca o Huáncash. En este último lugar como ya existía capilla, previamente los asistentes participaban en oraciones, en el idioma quechua, repetían y en coro remataban con estribillos apropiados. Los dirigía un doctrinero nativo, leído, entendido y digno de su fe. En más de una ocasión la reunión culminaba en tragedia; una tempestad con rayos cobraba víctima. Por ningún motivo cedía el interés y la adhesión a los cultos rituales.
Para esas ocasiones necesitaban ceras (cirios); las que se fabricaban artesanalmente en Piscobamba. Trozos de estearina se fundían en peroles, en estado líquido se derramaba sobre pitas de pabilo torcido, que pendían de un aro de madera horizontal. De rato en rato, la cera derretida se iba encimando costra tras costra, hasta obtener el grosor apropiado. Los cereros para verter el líquido hirviente sobre el pabilo usaban un recogedor, adecuado del cuerno de res. Los expertos en la cerería eran Rosario Ricra y Balbina Domínguez, ambos vivían en la bajada de Quebrabotija, empleaban en promedio tres o cuatro arrobas de estearinas. Las ceras tenían diferentes tamaños, grosores, algunas de ellas, adornadas con espirales de papel crepé en colores. El llanto y el recogimiento de las noches de Semana Santa fueron iluminados por este producto artesanal del Perú Profundo.
Para esas ocasiones necesitaban ceras (cirios); las que se fabricaban artesanalmente en Piscobamba. Trozos de estearina se fundían en peroles, en estado líquido se derramaba sobre pitas de pabilo torcido, que pendían de un aro de madera horizontal. De rato en rato, la cera derretida se iba encimando costra tras costra, hasta obtener el grosor apropiado. Los cereros para verter el líquido hirviente sobre el pabilo usaban un recogedor, adecuado del cuerno de res. Los expertos en la cerería eran Rosario Ricra y Balbina Domínguez, ambos vivían en la bajada de Quebrabotija, empleaban en promedio tres o cuatro arrobas de estearinas. Las ceras tenían diferentes tamaños, grosores, algunas de ellas, adornadas con espirales de papel crepé en colores. El llanto y el recogimiento de las noches de Semana Santa fueron iluminados por este producto artesanal del Perú Profundo.
MARTES Y MIÉRCOLES SANTOS

En estas fechas la celebración y el desarrollo de la Semana Santa ocurre de noche y fuera de la población. Exactamente, en los cerros de Huáncash y Chontajirca, la marcha de los alumbrantes adquiere contornos apoteósicos y fantasmagóricos, cuando se los observa desde la plaza o de las casas de la población. Por los caminos serpenteantes que conducen a las capillas de estos históricos cerros, constatamos la lenta y decidida romería de devotos que suben portando sus velas, otros llevan linternas y no faltan pocos que conducen troncos de qeshqe –especie de puya altoandina– que prendidos y rotados en la punta de una soga pintan una peculiaridad inimaginada. Alumbran la fe y la esperanza en estos espacios diseminados en la brava orografía de la zona transcordillerana.
Después de su arribo a la pequeña planicie, donde se levanta una capilla con techo de teja, paredes de adobe o de piedra, con puertas talladas, hacen su ingreso en el interior del templete católico. El doctrinero o el rezador se encarga de la liturgia de esta noche. Los asistentes emplazados en el piso, uncidos de una ascendente convicción, van participando efusivos en los cánticos y las oraciones que recuerdan los últimos días del Rabí de Galilea. Previamente en la tarde, los orantes han participado del agasajo que les ha brindado cada uno de los mayordomos. Este brindis involucra la degustación de una comida típica, en base a una suculenta mazamorra de oca con leche o de leche con calabaza. Además, cashqui que combina papas mondadas y verduras o pescado seco. Los invitados pueden asistir a la casa del devoto anfitrión o mandan a recibir en ollas apropiadas los potajes señalados.
Por la brusca variabilidad del tiempo, de un momento sereno puede tornarse en una noche violenta, amagada por rayos, relámpagos y truenos y desatarse lluvias torrenciales. Los orantes de todas maneras amanecen pero por la coparticipación en la casi mística ceremonia que los une; la noche fría y monótona se haría ligera.
Después de su arribo a la pequeña planicie, donde se levanta una capilla con techo de teja, paredes de adobe o de piedra, con puertas talladas, hacen su ingreso en el interior del templete católico. El doctrinero o el rezador se encarga de la liturgia de esta noche. Los asistentes emplazados en el piso, uncidos de una ascendente convicción, van participando efusivos en los cánticos y las oraciones que recuerdan los últimos días del Rabí de Galilea. Previamente en la tarde, los orantes han participado del agasajo que les ha brindado cada uno de los mayordomos. Este brindis involucra la degustación de una comida típica, en base a una suculenta mazamorra de oca con leche o de leche con calabaza. Además, cashqui que combina papas mondadas y verduras o pescado seco. Los invitados pueden asistir a la casa del devoto anfitrión o mandan a recibir en ollas apropiadas los potajes señalados.
Por la brusca variabilidad del tiempo, de un momento sereno puede tornarse en una noche violenta, amagada por rayos, relámpagos y truenos y desatarse lluvias torrenciales. Los orantes de todas maneras amanecen pero por la coparticipación en la casi mística ceremonia que los une; la noche fría y monótona se haría ligera.
JUEVES SANTO

Este día adquiría contornos especiales. Asistían todas las autoridades del sector urbano y los envarados del sector rural de las parcialidades de Piscobamba y Chaupis, con capas negras y llevando los alcaldes pedáneos una especie de cetro macizo de madera de color negro. La misa se cargaba de una honda solemnidad y una profunda tristeza que terminaba a las 12 del día. Instante en que las campanas enmudecían y daban paso a las matracas, las que traqueteaban los jóvenes tomando del asa y moviendo rítmicamente. En la misa era la oportunidad para que el sacerdote, oficiante de la misa, lavase los pies de un niño o de un cieguito; y en seguida en acto de humildad, los besaba.
En la tarde, partía una procesión por el contorno de la plaza y en las esquinas la multitud se detenía; en tanto que todos los acompañantes se arrodillaban en el piso tal como estaban, haya lluvia, haya barro o cualquier impedimento. Una muchedumbre dolida doblaba su busto y besaba el suelo, a flor de tierra. Este acto se conocía con el nombre de “Patsa mutsay” (=beso a la Tierra). Ya en la noche, toda la población se congregaba en el interior del templo, donde se realizaba una ceremonia llamada “tinieblas”. Era con acompañamiento de varios músicos que tañían violín, arpa, flauta, difundiendo música sacra y triste que penetraba como un hielo durísimo. De rato en rato, el sacerdote, de una manera especial, leía versos en latín, infundiendo un dolor angustiante por la desaparición del Salvador, quien había expirado a las tres de la tarde.
Había un triángulo de madera, en posición vertical con la base horizontal, apoyado en un parante. En los lados inclinados se habían colocado seis ceras en cada uno; y una vela, en el vértice del triángulo. Un ayudante del sacerdote iba apagando cada una de las ceras, una pieza larga que remataba en un puño cerrado. Aproximadamente a las 12 de la noche, se apagaba la decimotercera cera, y el templo se llenaba de una oscuridad pesada y cierto miedo misterioso recorría por la espalda de los presentes. En seguida, salía la procesión con la participación de la Virgen, del Señor Crucificado por el contorno de la plaza en una ola de cánticos que estremecían los corazones.
En la tarde, partía una procesión por el contorno de la plaza y en las esquinas la multitud se detenía; en tanto que todos los acompañantes se arrodillaban en el piso tal como estaban, haya lluvia, haya barro o cualquier impedimento. Una muchedumbre dolida doblaba su busto y besaba el suelo, a flor de tierra. Este acto se conocía con el nombre de “Patsa mutsay” (=beso a la Tierra). Ya en la noche, toda la población se congregaba en el interior del templo, donde se realizaba una ceremonia llamada “tinieblas”. Era con acompañamiento de varios músicos que tañían violín, arpa, flauta, difundiendo música sacra y triste que penetraba como un hielo durísimo. De rato en rato, el sacerdote, de una manera especial, leía versos en latín, infundiendo un dolor angustiante por la desaparición del Salvador, quien había expirado a las tres de la tarde.
Había un triángulo de madera, en posición vertical con la base horizontal, apoyado en un parante. En los lados inclinados se habían colocado seis ceras en cada uno; y una vela, en el vértice del triángulo. Un ayudante del sacerdote iba apagando cada una de las ceras, una pieza larga que remataba en un puño cerrado. Aproximadamente a las 12 de la noche, se apagaba la decimotercera cera, y el templo se llenaba de una oscuridad pesada y cierto miedo misterioso recorría por la espalda de los presentes. En seguida, salía la procesión con la participación de la Virgen, del Señor Crucificado por el contorno de la plaza en una ola de cánticos que estremecían los corazones.
VIERNES SANTO

A golpe de las 9 de la mañana, se realizaba la procesión de la “Alta Cruz”. La que consistía en sacar una cruz de madera de aproximadamente 3 metros de altura, y a paso ligero con buena cantidad de acompañantes y de niños curiosos, se recorrían los jirones periféricos. Los que no acompañaban tenían que descubrirse su cabeza o retirar su sombrero e inclinar su cabeza en señal de humildad y reverencia al paso del sacro madero. Todo ello con el acompañamiento de la matraca que modulaba un sonido metálico y estridente; y el celo de los alguaciles, con sus chicotillos ponían orden ante cualquier acto de irreverencia. Terminantemente, este día no se consumía ningún tipo de carne sea de res, cerdo o ave. Solamente se podía consumir pescado seco o en conservas, las llamadas portolas, salmón o atún o las finas sardinas y en el mejor de los casos se consumía cashqui a base de papa, zapallo o caigua; otro potaje era la mazamorra de oca con leche. Estos manjares uno podía disfrutar en la casa de los alumbrantes. Todos los que habían participado en el agasajo regalaban ceras que se colocaban en las andas y asistían a las diferentes procesiones, según el sector de su residencia.
Pudiendo ser en la localidad principal, en los barrios de Huallauya o de Patsayanunan. En la noche, en la Iglesia principal se celebraba la ceremonia de las tinieblas con semejanza a la noche de Jueves Santo: el mismo fondo musical la presencia del triángulo y sus ceras; posiblemente, con la excepción de los textos en que ya brotaban cánticos lúgubres por la muerte del Mártir de Galilea que en esos momentos yacía en un mueble denominado Santo Sepulcro; la imagen en decúbito dorsal, estaba cubierto de hermosos y finos mantones negros. Para lo cual, previamente se había hecho el desclavamiento de la Cruz, operación en la que intervenían miembros de la familia Apéstegui o Pastor o bien Ortiz.
Después de terminada el ceremonial de las tinieblas, se procedía la procesión en plena noche, si es posible con garúa o hasta con lluvia. Las imágenes que precedían este desfile religioso eran una Cruz con un chal largo, el Señor yacente en sepulcro, la Virgen María y la Virgen Dolores (sic) y una multitud con la cabeza gacha, que apenas respiraba, llena de tristeza ante un momento tan angustiante y estremecedor.
Pudiendo ser en la localidad principal, en los barrios de Huallauya o de Patsayanunan. En la noche, en la Iglesia principal se celebraba la ceremonia de las tinieblas con semejanza a la noche de Jueves Santo: el mismo fondo musical la presencia del triángulo y sus ceras; posiblemente, con la excepción de los textos en que ya brotaban cánticos lúgubres por la muerte del Mártir de Galilea que en esos momentos yacía en un mueble denominado Santo Sepulcro; la imagen en decúbito dorsal, estaba cubierto de hermosos y finos mantones negros. Para lo cual, previamente se había hecho el desclavamiento de la Cruz, operación en la que intervenían miembros de la familia Apéstegui o Pastor o bien Ortiz.
Después de terminada el ceremonial de las tinieblas, se procedía la procesión en plena noche, si es posible con garúa o hasta con lluvia. Las imágenes que precedían este desfile religioso eran una Cruz con un chal largo, el Señor yacente en sepulcro, la Virgen María y la Virgen Dolores (sic) y una multitud con la cabeza gacha, que apenas respiraba, llena de tristeza ante un momento tan angustiante y estremecedor.
SÁBADO DE GLORIA
Después de una semana de recogimiento, cuyo máximo punto se alcanzó en el momento de “tinieblas”, donde un misterioso estremecimiento invade los espíritus, se da paso a una luz de esperanza, a la posibilidad de una vida desconocida, ultraterrena. De esta testimonia la creencia en la resurrección de Jesucristo. Este día, la sacra imagen de Jesús yace en el Santo Sepulcro. A este mueble se acercan los creyentes, mayormente mujeres, imbuidos de fe renacida y afirman mediante esa virtud capital, la plena aceptación de todos los misterios. En el recinto del templo, inundado por el aroma de rosas, dalias, lirios, cartuchos, helechos, las llamas de las velas, de los cirios arden en la callejuela del silencio y con luz diamantina: el lenguaje de misterio y de devoción. De pie o de rodillas, acurrucados en una onda espiritual inmensa, los fieles murmuran una oración callada que florece entre los labios, apenas movidos en impalpable cadencia.

a complicidad de la noche y la neblina, hija de la estación, darán la ocasión para que los adolescentes y jóvenes realicen sus “travesuras”: hurtar verduras y algunas frutas de huertos y huertas. Repollos, ‘coles’, ‘calabazos’, papas frescas de surco, habas en mata, yacón, puruqsu y cualquier otra especie de la localidad sirven para acopiar y preparar el “huerto de Judas” en una de la esquinas de la plaza. Un monigote de trapos, embutidos a troche y moche, representa al malhadado tesorero judío. Alguna vez lo habrían hecho andar cabalgando un borrico mostrenco; quizás irreverentemente, valía para el caso uno de los pollinos del Señor de Ramos. Al amanecer del Domingo de Pascua, los que pasaban comparaban a “Judas” con cualquiera de los vecinos o autoridades de lugar. Era la oportunidad para ejercitar una especie de venganza o desfogue al parangonar la socarrona imagen de “Judas” con un personaje lugareño, que por motivos equis, alguien lo detestaba. Se abrían las esclusas para que desborde el humor negro, la ironía arbitraria y después de tantos días de contención, rebalsasen las aguas de la normal y ordinaria humanidad.
El sacerdote y los envarados descansaban de sus obligaciones, excepto los alguaciles que estaban al tanto de la ‘humorada’ descomedida de algún niño. No se proferían palabras soeces o no cabían gestos de enojo, ademanes de ira o de rencor. Alma limpia y corazón abierto a la confraternidad fructificaban en los predios semanasanteros. No normaba que los comerciantes cobrasen deudas a los morosos.
El sacerdote y los envarados descansaban de sus obligaciones, excepto los alguaciles que estaban al tanto de la ‘humorada’ descomedida de algún niño. No se proferían palabras soeces o no cabían gestos de enojo, ademanes de ira o de rencor. Alma limpia y corazón abierto a la confraternidad fructificaban en los predios semanasanteros. No normaba que los comerciantes cobrasen deudas a los morosos.
DOMINGO DE PASCUA

Esta festividad celebrada en todo el ámbito católico, a nivel mundial, toma diversos nombres tales como: Domingo de Resurrección, Pascua Florida o simplemente Pascua. Su fecha de celebración se ubica entre 22 de marzo y 25 de abril. “El Primer Concilio de Nicea (año 325) estableció la fecha de la Pascua como el primer domingo después de la luna llena tras el equinoccio de primavera en el hemisferio norte” tal como aparece en una enciclopedia digital.
En los pagos andinos, esta conmemoración coincide con la maduración de los maizales lo que da oportunidad a una singular procesión. Para el efecto frente al antiguo Cabildo –hoy Centro Cívico– se preparaba un estrado, cuya plataforma de forma cuadrada tenía 1,5 m de lado; levantado por cuatro horcones de tres metros de altura. En el estrado se encontraba un niño generalmente del barrio de Mitobamba. Dicho niño representaba a un ángel vestido de blanco puro y con gigantescas alas, en su frente llevaba una diadema diáfana. Terminada la misa pascual a las once de la mañana donde habían sido bendecidas las mazorcas de choclo, portadas por campesinas. Salía la procesión; presidía el desfile procesionario, el cura del lugar quien estaba animado de una alegría desbordante, pues en calidad de primicia, una gran cantidad de mazorcas de maíz tierno había sido retirada de sus respectivos tallos, para su deleite.
Parte de la procesión eran la Virgen María y uno de los apóstoles, que acompañó a Jesús en sus últimos días de vida terrenal. Los envarados ataviados de sus mejores prendas de vestir con gesto adusto en dos filas paralelas, acompañaban esta ceremonia que celebraba la Resurrección del Señor, tal como estaba señalado en las páginas del Antiguo Testamento, sea de Isaías o de Ezequiel. La procesión, saliendo del templo, se dirigía hacia la derecha y se detenía en la esquina de Convento. En este punto, la grey, llena de contento, elevaba sus cánticos a la gloria del Resucitado. Enseguida, proseguía hacia la esquina de Mitobamba donde también se repetía el rito de la esquina anterior. Luego, los miembros de la procesión pasaban por debajo del estrado del ángel, éste como una marioneta de manos ágiles empezaba a quitar las mazorcas, las que recogían en canastas habilitadas para la ocasión. La cosecha de choclos era enorme y colmaba de felicidad de los parientes del ángel, cuya presencia contaba con el aval y el consentimiento de los envarados; que año tras año por consenso decidía, quién iba a oficiar de ave angelical. Esta procesión maicera se llamaba haara tukruy (= bastoneo de maíz).
En los pagos andinos, esta conmemoración coincide con la maduración de los maizales lo que da oportunidad a una singular procesión. Para el efecto frente al antiguo Cabildo –hoy Centro Cívico– se preparaba un estrado, cuya plataforma de forma cuadrada tenía 1,5 m de lado; levantado por cuatro horcones de tres metros de altura. En el estrado se encontraba un niño generalmente del barrio de Mitobamba. Dicho niño representaba a un ángel vestido de blanco puro y con gigantescas alas, en su frente llevaba una diadema diáfana. Terminada la misa pascual a las once de la mañana donde habían sido bendecidas las mazorcas de choclo, portadas por campesinas. Salía la procesión; presidía el desfile procesionario, el cura del lugar quien estaba animado de una alegría desbordante, pues en calidad de primicia, una gran cantidad de mazorcas de maíz tierno había sido retirada de sus respectivos tallos, para su deleite.
Parte de la procesión eran la Virgen María y uno de los apóstoles, que acompañó a Jesús en sus últimos días de vida terrenal. Los envarados ataviados de sus mejores prendas de vestir con gesto adusto en dos filas paralelas, acompañaban esta ceremonia que celebraba la Resurrección del Señor, tal como estaba señalado en las páginas del Antiguo Testamento, sea de Isaías o de Ezequiel. La procesión, saliendo del templo, se dirigía hacia la derecha y se detenía en la esquina de Convento. En este punto, la grey, llena de contento, elevaba sus cánticos a la gloria del Resucitado. Enseguida, proseguía hacia la esquina de Mitobamba donde también se repetía el rito de la esquina anterior. Luego, los miembros de la procesión pasaban por debajo del estrado del ángel, éste como una marioneta de manos ágiles empezaba a quitar las mazorcas, las que recogían en canastas habilitadas para la ocasión. La cosecha de choclos era enorme y colmaba de felicidad de los parientes del ángel, cuya presencia contaba con el aval y el consentimiento de los envarados; que año tras año por consenso decidía, quién iba a oficiar de ave angelical. Esta procesión maicera se llamaba haara tukruy (= bastoneo de maíz).

El desplazamiento multitudinario continuaba, pasando por la esquina de Cushipata y para culminar en la de Pampa y para cerrar la procesión, la multitud se ubicaba delante del frontis de la Iglesia; después de entonar su último canto de alegría se dispersaba en diferentes direcciones. Un sol hermoso y dichoso presidía esta fiesta entre aromas de campiña y miradas fulgurosas de los acompañantes, ungidos por la buenaventura de la Resurrección de Cristo Salvador. En sus casas, degustarían manjares preparados a base de choclo, papas a flor de tierra, ollucos, ocas, caigua, yerba buena y el majadero rocoto en la grata compañía de trocitos de cebolla china o de culantro casero. También podía hacerse presente un caldito de mondongo o un picante de cuy, sonriendo entre papas al rojo vivo y la infaltable presencia del pelado de trigo, animando en tal fecha tanto al espíritu como al cuerpo, que se regocija en el deleite de sus comidas típicas.
Finalmente, siendo muy propio de él, se despidió diciéndome:
Con cariño y respeto hasta otro rato.
Finalmente, siendo muy propio de él, se despidió diciéndome:
Con cariño y respeto hasta otro rato.
Fotografía del 12 de marzo del 2020. Presentación del libro Patrimonio Cultural Inmaterial de Ancash donde el escritor Elmer F. Neyra Valverde participó animosamente como asistente.
FÉLIX NEYRA VALVERDE, UN PILAR DE LA CULTURA ANCASHINA.
ELMER Por María Del Pilar Cárdenas Márquez.
ELMER Por María Del Pilar Cárdenas Márquez.

Sorprendida por su repentina partida de este mundo, viene a mi memoria el recuerdo grato de su figura, la verdad, fue un obsequio inesperado verlo por última vez, un día antes de mi onomástico.
Y, es que la vida está llena de detalles, aquellos de los cuales nos envuelven en un aroma delicado con la sincera y respetuosa amistad que profesábamos, gracias a la belleza que atesora la literatura ancashina y su extraordinaria diversidad cultural.
Para la Asociación de Escritores y Poetas de Áncash – AEPA, ha sido satisfactorio contar con la presencia y participación activa de nuestro preciado escritor ELMER NEYRA VALVERDE, quien de manera decisiva, en el año 1994, fue el principal impulsor para la realización del VIII Encuentro de Escritores Ancashinos, en homenaje a “Mons. Alfonso Ponte Gonzáles y Víctor A. Rodríguez Blanco”, en el bello terruño que lo vio nacer: Piscobamba.
Nunca ajeno a los acontecimientos de nuestro país y Región, ante los desastres naturales y sociales.
Solía decirme:
“Waraq imanawtan kaykan? Llapan Piruw taqmakaykan. (Traducción libre: Huarás cómo está? Todo el Perú en destrucción)”
“Kananqam, Sinchawka runaykawan tsarinakushqa purinan. (Hoy el Estado y la sociedad deben caminar juntos)”
“SOMOS SOCIEDAD, CIUDADANÍA Y DEBEMOS SENTIR LA DESGRACIA COMO NUESTRA”
“DEBEMOS OLVIDAR LAS BANDERÍAS, LOS ISMOS QUE NOS PUEDEN DIVIDIR. EL PERÚ ANTE TODO”
Su entusiasmo y entrañable compromiso por participar en cada Encuentro de Escritores, nos harán sentir siempre agradecidos de él y; este año 2020 no fue la excepción, coordinábamos para su presentación en el XXV Encuentro de Escritores, en el distrito de Jangas, sin predecir que, circunstancias adversas como la presencia en nuestro país del funesto COVID-19, ocasionara la suspensión del evento, se preparaba para este 23 de abril, con un racimo de temas para compartir con todos los presentes lo siguiente:
Introducción
Uno de los misterios del cristianismo es el sacrificio de Jesús y su resurrección. De modo que tal acontecimiento ocurrido hace cerca de dos mil años atrás en Palestina, confirmó, a decir de los cristianos, el cumplimiento de las profecías y la redención del género humano, castigado por la desobediencia de Adán y Eva, en el paraíso terrenal.
En el Perú desde la llegada de los españoles, en la 3ra. Década de los años 1500, los frailes y doctrineros, como parte de su misión de convertir a los nativos, habitantes del ya descoyuntado territorio de los incas, utilizaron los actos que suponen la Semana Santa, que usualmente empieza con la entrada triunfal del Domingo de Ramos, el Jueves Santo, el Viernes Santo con la agonía y muerte de Jesús en el Momento Gólgota.
Para destacar el inmenso dolor que convocaba en el corazón del pueblo, la lúgubre y penosa ceremonia del lento y sangrante fallecimiento del Salvador del Mundo, adjuntamos el poema:
Y, es que la vida está llena de detalles, aquellos de los cuales nos envuelven en un aroma delicado con la sincera y respetuosa amistad que profesábamos, gracias a la belleza que atesora la literatura ancashina y su extraordinaria diversidad cultural.
Para la Asociación de Escritores y Poetas de Áncash – AEPA, ha sido satisfactorio contar con la presencia y participación activa de nuestro preciado escritor ELMER NEYRA VALVERDE, quien de manera decisiva, en el año 1994, fue el principal impulsor para la realización del VIII Encuentro de Escritores Ancashinos, en homenaje a “Mons. Alfonso Ponte Gonzáles y Víctor A. Rodríguez Blanco”, en el bello terruño que lo vio nacer: Piscobamba.
Nunca ajeno a los acontecimientos de nuestro país y Región, ante los desastres naturales y sociales.
Solía decirme:
“Waraq imanawtan kaykan? Llapan Piruw taqmakaykan. (Traducción libre: Huarás cómo está? Todo el Perú en destrucción)”
“Kananqam, Sinchawka runaykawan tsarinakushqa purinan. (Hoy el Estado y la sociedad deben caminar juntos)”
“SOMOS SOCIEDAD, CIUDADANÍA Y DEBEMOS SENTIR LA DESGRACIA COMO NUESTRA”
“DEBEMOS OLVIDAR LAS BANDERÍAS, LOS ISMOS QUE NOS PUEDEN DIVIDIR. EL PERÚ ANTE TODO”
Su entusiasmo y entrañable compromiso por participar en cada Encuentro de Escritores, nos harán sentir siempre agradecidos de él y; este año 2020 no fue la excepción, coordinábamos para su presentación en el XXV Encuentro de Escritores, en el distrito de Jangas, sin predecir que, circunstancias adversas como la presencia en nuestro país del funesto COVID-19, ocasionara la suspensión del evento, se preparaba para este 23 de abril, con un racimo de temas para compartir con todos los presentes lo siguiente:
- Un relato fingido “Los Cashqui de Martes Santo”
- “Quién podrá tocarte violín” Otro relato fingido.
- Lectura de poemas con sabor andino, Rumishanka.
- Presentación del poemario “Semillas del amanecer” y el libro de relatos “Félix Montaña”
Introducción
Uno de los misterios del cristianismo es el sacrificio de Jesús y su resurrección. De modo que tal acontecimiento ocurrido hace cerca de dos mil años atrás en Palestina, confirmó, a decir de los cristianos, el cumplimiento de las profecías y la redención del género humano, castigado por la desobediencia de Adán y Eva, en el paraíso terrenal.
En el Perú desde la llegada de los españoles, en la 3ra. Década de los años 1500, los frailes y doctrineros, como parte de su misión de convertir a los nativos, habitantes del ya descoyuntado territorio de los incas, utilizaron los actos que suponen la Semana Santa, que usualmente empieza con la entrada triunfal del Domingo de Ramos, el Jueves Santo, el Viernes Santo con la agonía y muerte de Jesús en el Momento Gólgota.
Para destacar el inmenso dolor que convocaba en el corazón del pueblo, la lúgubre y penosa ceremonia del lento y sangrante fallecimiento del Salvador del Mundo, adjuntamos el poema:
Noche de Viernes Santo
Noche fría, con puñales de frío
que cortan el alma, traspasan los ponchos.
Oscuridad, oscuridad inmensa;
el pueblo está en la iglesia,
todos, toditos están ahí,
aun sus esperanzas y dolores
acompañan al crucificado,
quien muere solo y solo
llora su abandono de siempre.
Los cirios, los trece cirios,
uno tras otro mueren y el reino
de la soledad va creciendo.
ya tiemblan las almas, tiemblan
en silencio. Un ánfora de silencios.
Ni el violín, ni la quena, ni el arpa
ningún instrumento florea. Todo llora.
La luz calla y un ancho lago de oscuridad
arropa el madero y sus clavos.
Apenas el señorío de la Muerte que salva.
Lima, 01 de marzo de 2020.
Noche fría, con puñales de frío
que cortan el alma, traspasan los ponchos.
Oscuridad, oscuridad inmensa;
el pueblo está en la iglesia,
todos, toditos están ahí,
aun sus esperanzas y dolores
acompañan al crucificado,
quien muere solo y solo
llora su abandono de siempre.
Los cirios, los trece cirios,
uno tras otro mueren y el reino
de la soledad va creciendo.
ya tiemblan las almas, tiemblan
en silencio. Un ánfora de silencios.
Ni el violín, ni la quena, ni el arpa
ningún instrumento florea. Todo llora.
La luz calla y un ancho lago de oscuridad
arropa el madero y sus clavos.
Apenas el señorío de la Muerte que salva.
Lima, 01 de marzo de 2020.