manuel nieves fabián
OCURRENCIAS DEL CURA TELLO
A Ponceano Valderrama de Pomapata – Huasta
El cura Tello era tan sencillo y servicial pero también muy ocurrente. No le faltaban anécdotas en los pueblos que visitaba.
Los funcionarios de las fiestas patronales de los pueblos y distritos de la provincia, con antelación, acudían a la parroquia a contratar sus servicios y él nunca los negaba. Era tan amigo de los hombres del pueblo y también de los que tenían dinero, por eso le tenían confianza. No había fiesta patronal a la cual faltara. Desde la antevíspera los mayordomos se preparaban para recibirlo. El «Servicio» era el encargado de brindarle hospedaje y alimentación.
Fiesta donde no iba el cura era considerada como mala; pero si el «El Tayta Cura» llegaba, la población se alegraba porque habría misas, bautizos y los papás y mamás de los niños sacrificaban sus cuyes, conejos, patos, gallinas para agasajar a sus compadres y comadres.
En una ocasión el cura Tello tenía el compromiso de estar en Pomapata para la fiesta patronal del 23 de setiembre. Los pomapatinos como ya conocían los gustos del «Tayta Cura» prepararon los platos fiesteros preferidos, tales como el cuycito, el caldo de jamón, el motecito, el kuway de papa.
Esta vez, el padrecito se demoró por contratiempos que no faltan en el camino. A escasos minutos para la hora de la misa llegó como un rayo a la casa de doña Eugenia y sin completar ni siquiera su saludo característico le dijo:
–Y Eugenita, ¿qué hay para comer?
–Hay todo lo que te agrada padrecito, pero después de la misa. –contestó.
El cura, con las tripas que a gritos le pedían alimento, cerró los ojos y corrió a la iglesia. Los fieles, los compadres, las comadres y los ahijados los esperaban impacientes.
Empezó la misa en medio de las protestas de sus intestinos, y con la boca llena de saliva, pensando en saborear sus potajes preferidos hizo la ceremonia lo más rápido posible, y en menos de media hora acabó con el característico «Amén».
El sacristán del pueblo se quedó con la miel en los labios, pero los compadres que estaban un tanto bebidos se alegraron por la brevedad de este acto religioso, para continuar festejando. Uno que otro fiel que conocía el proceso de la Santa Misa lo llamó «cura jashpador» por haber abreviado la ceremonia.
El «cura jashpador», un tanto muerto de hambre, pensando en el cuycito y el kuway, volvió presuroso a la casa de Eugenia y al ingresar al patio, desde la puerta gritó:
–Ya Eugenita, ahora sí, sírvame.
–Está bien, padrecito –contestó ella y además preguntó– ¿Y cómo está la fiesta?
El cura, más preocupado por comer, respondió:
–¡Oh Eugenita, la fiesta está bonita! Las pallas están cantando. Escucharías lo que dicen:
–¿Qué dicen, padre?
–Shinchi runaaaaaaa, raninamiiiiiiiiiii..... –dicen.
–¡Que va padre, así que van decir! –concluyó toda sonrojada ella.
Manuel Nieves Fabián