MANUEL NIEVES FABIAN
TIGRE Y MUCHA GENTE VIENE
(Anécdota)
(Anécdota)
Un buen día, un gringo que hacía turismo visitando nuestros restos arqueológicos, ya casi al anochecer, avistó una choza y se dirigió hacia ella para pasar la noche. Ya cerca a la puerta llamó a grandes voces, y al instante asomó la cabeza Graciela, la pastora que acostumbraba vivir sola, lejos de la civilización.
Quizá haciendo honor a su nombre, Graciela era una joven pícara, llena de gracia y sobre todo con una gran intuición.
Años atrás había trabajado en la ciudad como doméstica por muy poco tiempo. Los malos tratos en casa de sus patrones, hizo que renunciara la ciudad y prefirió volver a su mundo donde la libertad era plena en medio del horizonte que se perdía en el infinito.
Otra de las dificultades que encontró en la ciudad fue el idioma. Le hablaban en castellano y ella no entendía. Quería interpretar el mensaje de sus patrones, pero le era imposible. Prefería su quechua que era mucho más fácil, más dulce, más sensible, lleno de cariño y ternura.
Aquella vez, la pícara pastora, luego de contemplar al “gringo”, un tanto cariñoso, le colmó de atenciones; entonces, el desconocido, al verse tan halagado, le dijo amablemente:
–¡Oh!, mucha gracia la cosa! ¡Thank you!
Sorprendida, ella pareció escuchar: ¡Oh! muchamay Graciela sengachü" (¡Oh!, bésame Graciela en la nariz!) Entonces, ella, llena de rubor, confundida, se dijo a sí misma: "¿Cómo es que el gringo sabe mi nombre y me pide que le bese en la nariz?"
Como las palabras del gringo eran afables, trató de no hacer caso sus galanterías; luego, pensando haber escuchado mal trató de olvidar y se puso a preparar la comida.
En su solead, una vez más, cosquilleándole al oído le llegó la petición insinuante de su visitante. Le miró de reojo, comparó con sus jóvenes pretendientes y al encontrarlo más simpático, luego de suspirar llena de amor, concluyó: "¡No estaría mal!".
Muy comedida, escondiendo su emoción, le sirvió un plato de jacha caldo con su canchita. El "gringo" al notar la atención de la pastora agradeció:
–¡Oh!, mucha gracia la cosa! ¡Thank you!
Nuevamente, estas palabras encendieron más amor en el corazón de la pastora. Habiéndole escuchado por segunda vez, ya plenamente segura, sólo esperando una petición más, se puso a preparar la cama en un rincón de la choza con los pellejos de ovejas y cabras que ella poseía en abundancia.
El "gringo" al ver tanta atención hacia su persona, otra vez agradeció:
–¡Oh!, mucha gracia la cosa! ¡Thank you!
Y sumamente cansado por el trajín de aquel día se acostó; entonces la pastora, no soportando más, accedió a su pedido y se arrojó a la cama del gringo diciéndole:
–¡Ari taytay!, ¡tikramuy, jam muchamay! (Está bien, está bien!, ¡Dé la vuelta y bésame tú!)
El "gringo", sorprendido, mecánicamente repitió silabeando las palabras, como preguntando: "¿ti- kra - muy?", "¿Mu - cha - may?"..., pero al notar el rostro desesperado de Graciela que trataba de abrazarlo como buscando protección, exclamó:
–¿Tigreee vieneee?, ¿Muchaaa gente vieneee?
Y se levantó como un rayo, no tuvo ni tiempo para coger su mochila, y desesperado partió a la carrera creyendo que venía el tigre y mucha gente tras él.
Quizá haciendo honor a su nombre, Graciela era una joven pícara, llena de gracia y sobre todo con una gran intuición.
Años atrás había trabajado en la ciudad como doméstica por muy poco tiempo. Los malos tratos en casa de sus patrones, hizo que renunciara la ciudad y prefirió volver a su mundo donde la libertad era plena en medio del horizonte que se perdía en el infinito.
Otra de las dificultades que encontró en la ciudad fue el idioma. Le hablaban en castellano y ella no entendía. Quería interpretar el mensaje de sus patrones, pero le era imposible. Prefería su quechua que era mucho más fácil, más dulce, más sensible, lleno de cariño y ternura.
Aquella vez, la pícara pastora, luego de contemplar al “gringo”, un tanto cariñoso, le colmó de atenciones; entonces, el desconocido, al verse tan halagado, le dijo amablemente:
–¡Oh!, mucha gracia la cosa! ¡Thank you!
Sorprendida, ella pareció escuchar: ¡Oh! muchamay Graciela sengachü" (¡Oh!, bésame Graciela en la nariz!) Entonces, ella, llena de rubor, confundida, se dijo a sí misma: "¿Cómo es que el gringo sabe mi nombre y me pide que le bese en la nariz?"
Como las palabras del gringo eran afables, trató de no hacer caso sus galanterías; luego, pensando haber escuchado mal trató de olvidar y se puso a preparar la comida.
En su solead, una vez más, cosquilleándole al oído le llegó la petición insinuante de su visitante. Le miró de reojo, comparó con sus jóvenes pretendientes y al encontrarlo más simpático, luego de suspirar llena de amor, concluyó: "¡No estaría mal!".
Muy comedida, escondiendo su emoción, le sirvió un plato de jacha caldo con su canchita. El "gringo" al notar la atención de la pastora agradeció:
–¡Oh!, mucha gracia la cosa! ¡Thank you!
Nuevamente, estas palabras encendieron más amor en el corazón de la pastora. Habiéndole escuchado por segunda vez, ya plenamente segura, sólo esperando una petición más, se puso a preparar la cama en un rincón de la choza con los pellejos de ovejas y cabras que ella poseía en abundancia.
El "gringo" al ver tanta atención hacia su persona, otra vez agradeció:
–¡Oh!, mucha gracia la cosa! ¡Thank you!
Y sumamente cansado por el trajín de aquel día se acostó; entonces la pastora, no soportando más, accedió a su pedido y se arrojó a la cama del gringo diciéndole:
–¡Ari taytay!, ¡tikramuy, jam muchamay! (Está bien, está bien!, ¡Dé la vuelta y bésame tú!)
El "gringo", sorprendido, mecánicamente repitió silabeando las palabras, como preguntando: "¿ti- kra - muy?", "¿Mu - cha - may?"..., pero al notar el rostro desesperado de Graciela que trataba de abrazarlo como buscando protección, exclamó:
–¿Tigreee vieneee?, ¿Muchaaa gente vieneee?
Y se levantó como un rayo, no tuvo ni tiempo para coger su mochila, y desesperado partió a la carrera creyendo que venía el tigre y mucha gente tras él.