manuel nieves fabián
Luego de unos días de retraso causada por motivos fuera de nuestro control, Chiquianmarka les presenta su edición de Febrero con artículos interesantes, de lectura agradable y placentera.
Filomeno Zubieta Núñez escribe sobre una frase muy chiquiana “Hola shay” https://www.chiquianmarka.com/hola-shay-filomeno-zubieta-nuacutentildeez.html
Omar Nieves Fabián entrega sus conocidas historias regionales
https://www.chiquianmarka.com/el-alma-de-laquosojomachoraquo-manuel-nieves-fabiaacuten.html
Norka Zulema Brios Ramos presenta relatos y poesía
https://www.chiquianmarka.com/relatos-de-luna-norka-zulema-brios-ramos.html
José Antonio nos entrega sus conocidas Tradiciones Ancashinas
https://www.chiquianmarka.com/huaraz-sede-del-gobierno-regional-joseacute-antonio-salazar-mejia.html
Rubén Darío Robles Moreno hace entrega de la historia de algunos huaynos tradicionales chiquianos
https://www.chiquianmarka.com/huaynos-chiquianos-rubeacuten-dariacuteo-robles-moreno.html
Omar Llanos Espinoza escribe sobre las expectativas sobre el nuevo gobierno municipal de Huallanca
https://www.chiquianmarka.com/retos-de-la-nueva-gestioacuten-municipal-omar-llanos-espinoza.html
Alfonzo Valderrama González presenta “Andrea” de su poemario Tiempos de vivir
https://www.chiquianmarka.com/andrea-poema-alfonzo-valderrama-gonzaacutelez.html
Armando Zarazú Aldave escribe sobre la importancia de la computadora en la vida diaria
https://www.chiquianmarka.com/la-era-de-la-computadora-armando-zarazuacute-aldave.html
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EL ALMA DE «Sojomacho»
A don Arbués Balabarca QPD
Esa tarde, al llegar al pueblo de Llipa, Arbués se enteró de la muerte de Márgaro Rivera. Era una obligación estar en el velorio, pues tendría que acompañar al muerto; pero ni bien tomó la decisión empezó una lluvia torrencial y las calles se inundaron de agua.
Como la noche avanzaba y la lluvia continuaba martillando el piso con más fuerza, se dijo: «Los que han de doblar las campanas para el muerto pasarán por aquí, ellos vendrán con sus ponchos de agua y tendrán compasión de mí. Con ellos me iré al velorio.» –y esperó.
Cuando meditaba en silencio se dejó escuchar el doblar de las campanas. Los hombres habían tomado otro camino, pero Arbués no perdió las esperanzas, pues los campaneros volverían por la calle donde se encontraba su casa y con ellos se iría al velorio.
La espera fue angustiante en aquella noche cada vez más lóbrega. Del campanario a su casa distaban dos escasas cuadras. Pasaban los minutos y no había signos de vida en la calle. Definitivamente los campaneros habrían tomado el mismo camino para volver al velorio. En su soledad y ya sin esperanzas de contar con la compañía de alguien, habló en voz alta: «¡Estoy perdido… ojalá no me pase nada!». Seguidamente se puso a preparar la cama para pasar la noche. En silencio, con la luz encendida, permaneció acostado largo rato. Finalmente se dispuso a dormir. Ni bien había parpadeado, escuchó el rechinar de la puerta, segundos después la silla era arrastrada a un costado de la mesa. Él, a pesar de todo, no dijo nada y esperó con calma lo que sucedería más adelante. Pasado los minutos sintió que alguien se aproximaba hacia él y empezó a tocarle los pies y poco a poco la mano del extraño fue subiendo a los tobillos, las piernas, las rodillas, los muslos, la barriga, el pecho y al llegar al cuello sintió un apretón tratando de estrangularlo; fue en ese instante que, sacando fuerzas de flaqueza, gritó:
–¡Qué pasa carajo! ¡Quién es el ladrón que ha entrado a mi casa!
Enseguida encendió la luz y comprobó que no había nadie. La puerta estaba cerrada así como lo había dejado. En el rincón vio muchos palos en forma de T o rapanas que servían para enterrar el maíz en los surcos, en épocas de sembrío; entonces pensó que esos garrotes podrían servirle para castigar al intruso. Los llevó junto a su cama, apagó la luz y esperó.
Otra vez, en la oscuridad, las sillas parecían ser arrastradas hacia la puerta, luego escuchó que unos pasos se dirigían hacia la cama, y repentinamente la frazada fue cogida por una de las puntas y de un tirón arrojada a un rincón, dejándolo desnudo.
Arbués, en paños menores, se levantó con la velocidad del rayo, se amarró bien el pantalón, cogió la rapana en la oscuridad, y furioso, cual un Quijote, comenzó a golpear de un lado para otro, gritando:
–¡Qué quieres alma condenada! ¡Por qué me fastidias! ¡Anda descansa y déjame dormir!
Al encender la luz comprobó nuevamente que no había nadie; entonces pensó que, después de los garrotazos se habría ido. Enseguida volvió a arreglar su cama y se acostó. Con la luz encendida pensaba qué hacer en caso volviera otra vez. Esperó con calma, solo el silencio era su compañera, por lo que apagó la vela y se dispuso a dormir. Apenas se hizo la oscuridad, como las veces anteriores, la silla fue arrastrada. Eso significaba que aún no se había ido y que esta vez se comportaría peor por los castigos recibidos.
El apodo del finado era «Sojomacho». Era él quien le fastidiaba, ¿quién podría ser más? Entonces, se levantó, se armó de valor y gritó:
–¡Oye «Sojomacho»… qué te he hecho yo para que me fastidies! ¡En qué te he ofendido! ¡No te he quitado tu mujer!
Ni bien acabó de hablar, sintió que unas manos esqueléticas le cogieron del cuello para estrangularlo. Él, hizo un esfuerzo para zafarse y blandiendo el garrote empezó a perseguirle en la oscuridad, luego hizo rotar el palo en círculo para no dejarlo que se aproximara. Golpeaba a diestra y siniestra y también a los rincones pensando que allí podría estar. Enseguida encendió la luz y continuó atacando a su adversario invisible.
Sentado en la cama, con el garrote en la mano, listo para el ataque esperó impaciente. Las velas chisporroteaban y se encendían unas tras otras. Solo reinaba el silencio, hasta que finalmente cantó el gallo. En ese instante sintió pasos como de alguien que ya se iba y para su sorpresa la puerta se abrió mecánicamente, dejando salir a su atacante como en medio de un ventarrón.
Manuel Nieves Fabián