Manuel nieves fabián
EL VALIENTE JUAN
(Cuento chiquiano)
(Cuento chiquiano)
En memoria de Ponceano Valderrama de Pomapata QPD
Los Sánchez eran los famosos acaudalados, dueños de las haciendas de Qusipata, Tímpoc, Chururo y todas las tierras a orillas del río Aynín, donde se criaban centenares de reses y lecheras de la mejor calidad.
En una ocasión, Juan Sánchez se había levantado muy de madrugada para rondar sus ganados y no ser víctima de los cuatreros. Apenas salió al campo se topó con la noche que se reía coqueteando con la claridad de la luna en medio de chirridos de miles de insectos nocturnos.
Al llegar a Waltupata, en plena pampa, de improviso sorprendió a una pareja en paños menores que se revolcaban entretenidos como deleitándose de un pleno encuentro amoroso.
Moviendo la cabeza pensó que seguramente eran sus siervos, temerosos de ser descubiertos de día aprovechaban la noche para sus encuentros. Miró con detenimiento una y otra vez y no pudo reconocerlos. Después de mirar y remirar largo rato, cansado de ver sus travesuras, decidió castigarlos.
Como todo patrón, acostumbrado a mandar, irguió la cabeza y a grandes trancos ingresó al escenario gritando a todo pulmón:
—¡Carajo!, ¡Qué hacen aquí pedazos de ociosos! ¡Es hora de trabajar!
Al escuchar la voz ronca y estentórea de don Juan, la pareja de enamorados, desesperados, sin que sus pies toparan al piso corrieron uno por arriba y la otra por abajo y desaparecieron.
Cuando el patrón llegó al lugar del encuentro amoroso se tropezó con una trusa de mujer y un «quipu» de varón. No importándole de quiénes eran las prendas, envalentonado, tomó con las manos ambas prendas y vociferando los arrojó al «walto» o gigantón que orgulloso lucía sus largas espinas en la pampa.
Con la claridad de la luna y el viento fresco del campo el «quipu» empezó a flamear como una bandera junto a la trusa de la mujer en medio de las espinas.
Un tanto incómodo por no haberlos reconocido, don Juan continuó su camino preocupado por sus reses.
Luego de cruzar el río y desde la otra banda volteó el rostro para contemplar su obra. No podía creer, vio a las dos almitas, casi desnudas que se deslizaban de un lado para otro sin topar el piso, desesperadas por recuperar sus prendas que flameaban aprisionadas por las espinas. En cada intento de rescate las enormes espinas del «walto» las hincaban, y las almitas de puro dolor lloraban. El patrón, con la sangre que se le helaba de puro susto, boquiabierto, contempló aquella escena inusual. Las dos hacían mil esfuerzos por recuperar sus prendas y al no poder se lamentaban y maldecían.
Para alcanzar a la altura del gigantón, una cargaba a la otra, y en ese titánico esfuerzo cantó el gallo y desaparecieron como por encanto.
Cuando Juan, por la mañana retornó por el mismo camino, quiso cerciorarse de las prendas dejadas en lo alto de la frondosa planta. Al llegar al lugar nada encontró, sólo el enorme gigantón se aprestaba a recibir los primeros rayos del sol.