josé antonio salazar mejía
EL ENAMORADOR LUIS PARDO
Si en tu familia no hay una tradición en la que no intervenga Luis Pardo, considérate desdichado, amable lector. Nuestras abuelas hablaban de él como hoy se habla de algún cantante de moda o de un galán de cine.
- ¡me he tomado una foto con Kalimba – Dice hoy cualquier chiquilla que aun no acaba el colegio.
- ¡Eso no es nada! – Le contesta la amiguita. - ¨ ¡Yo tengo en mi face, besándole la calva a Gian Marco!
Los psicólogos afirman que el poder ejerce un alto grado de influencia entre el género femenino. Los ejemplos de Napoleón y Bolívar son los más típicos en este caso. Decenas de jóvenes obnubiladas por la atracción que generaba solo el nombre de estos personajes, caían enamoradas a sus pies.
Sin ser militar ni político de renombre, Luis Pardo era el non plus ultra, el ya no ya, de las románticas quinceañeras ancashinas de hace cien años.
Su caso es el primer a nivel nacional en el que la prensa sensacionalista creó un personaje siniestro, lo hizo pasar por un ladino cuatrero, un pérfido salteador de caminos, un asesino desalmado, un hombre malvado y ruin. ¿Y a quién le interesaba denigrar tanto a Luis Pardo? Pues ni más ni menos que a los hacendados de aquella época.
Los hacendados que veían como un gran peligro la actividad organizadora de Luis Pardo. Nuestro héroe, amigo de los oprimidos, organizaba a los campesinos para que se una contra el gamonalismo. Por eso se ganó el odio de los potentados, que no vacilaron en pagar a la prensa para que difunda infundios en su contra.
Tal fue la influencia de los periódicos que Luis Pardo se convirtió en un antihéroe a nivel nacional. El pueblo en su sabiduría, no se tragó el anzuelo y se identificó en el bandolero. Y le compuso poemas y canciones. La más célebre, y que ha llegado a nuestros en La Andarita, vals que tiene muchas versiones, pqero que guarda en sí la esencia de una vida dedicada al bien y a la justicia social. En sus sentidos versos dice:
Por eso es que yo amo al niño, quiero y respeto al anciano,
y al indio que es como mi hermano, le doy todo mi cariño.
No tengo el alma de armiño,
Cuando veo que se explota, toda mi cólera brota,
Y de tristeza me indigno, cual una araña maligna
Que hoy aplasto con mi bota…
Si me persiguen traidores, solo fueron sin entrañas,
¿Dónde están mis defensores?
Ya para mí no hay clemencia, nadie sufre y nadie llora;
si han de matarme en buena hora, pero mátenme de frente.
Yo soy señores Luis Pardo, el famoso bandolero.
La prensa limeña influyó mucho en su contra, la oligarquía limeña se escandalizó haciendo que el gobierno tome cartas en su contra y envíe fuerte tropa para atraparlo. La situación se tornó dramática para Luis Pardo, pues nunca se vio tamaña persecución contra un solo hombre.
Llamaron a un terrible represor, el Sargento Mayor Álvaro Toro Mazote, famoso por haber liquidado bárbaramente alzamientos populares en Pisco, Cañete, Lunahuaná y Mala. Toro Mazote encabezó una tropa que rastreó a Luis Pardo por toda la provincia de Bolognesi.
Fruto de las maquinaciones de los gamonales y de las intrigas de la prensa malintencionada es que Luis Pardo cayó abatido la mañana del 6 de enero de 1909, junto a un transeúnte de apellido Gamarra, y quien la historia recuerda como el compadre.
Volviendo al tema romántico, Luis Pardo no tenía ni dinero ni poder. Su única fortuna era su temple y su carisma que le hacían granjearse amigos por doquier, y dejar suspirando a cuantas damiselas se le cruce por el camino.
Una de ellas fue doña Delfina Salazar Rivero, que a inicios del siglo pasado con primaverales dieciocho años y quien conoció a Luis Pardo en la hacienda de Chacchán. Esa tarde inolvidable jamás se borró de la memoria de la bella huarasina.
Estaba bordando un mantel en el patio de la casa hacienda, aprovechando del tibio sol y la calma del lugar, cuando siente el ladrido de los perros y ve que un apuesto caballero ingresa a trote lento montado en un brioso corcel. Sorprendida al ver al solitario jinete, Delfina dejó al lado el bordado y se levantó del sillón en que estaba sentada, a la para que el viajero desmonta y se acerca a paso seguro.
- Buenas tardes, señorita. – Dijo el viajero besándole la mano.
- Buenas las de Dios. – Respondió la azorada joven. – Póngase joven por favor.
- No se moleste, solo quisiera una taza de café para el frío. Luego sigo mi camino. – Repitió el extraño al tiempo que tomaba asiento en una de las mecedoras del patio.
- ¿Viene de la costa o de Pariacoto nomás?
- Esta mañana salí de Colcabamba y voy camino a Huarás. Se allí paso a Chiquián. – Le dijo en confianza.
Delfina regresó emocionada con la taza de café y unos bocadillos, Luis Pardo se dio cuento de que lo había sido reconocido por la amable joven y le dijo:
- ¿Ya sabe quien soy? No se preocupe. Nunca crea todo lo que dicen de mí.
- Luis Pardo bebió el café en silencio mientras la joven reparaba en sus finas facciones, su clásico sombrero de jipe, la pañueleta que llevaba al cuello, sus botas de cuero repujado y su amplio pantalón de montar. Luego de haber terminado, besó caballerosamente la mano de Delfina y con una amplia sonrisa se despidió, montó su caballo y siguió su camino.
Hasta su vejez repetía una y otra vez la anécdota vivida con Luis Pardo. Lo describía como un hombre de buen porte, de profundos ojos negros y un fino bigote que le otorgaba un aire de tristeza a su rostro. Pero lo que más le impresionó fue su tono de voz.
- ¡Esa voz! ¡Jamás he vuelto a escuchar ese tono de voz! ¡Tan varonil, tan vibrante! – Repetía emocionada en la madurez de la vida.
José Antonio Salazar Mejía
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