RICARDO SANTOS ALBORNOZ
BROMEANDO AL COMPADRE
(CUENTO)
(CUENTO)
Una mañana helada de junio, el canto alborotado de los gallos despertó a la pareja. Chelo y Lucía, esposos jóvenes, llenos de amor, con el cuidado de no despertar a los niños que duermen, alistan todo para preparar el calentado y salir en busca del padrino.
Lucía, mujercita linda, ya es tiempo que nuestro wawito se corte el pelo, no debe andar con los mechones todo champapeja- Comentó Chelo. Conversamos ya, aquella noche, para realizarle el cortapelo a nuestro niño. ¿A quién le proponemos como padrino, Ahhh? ¿A quién propones? Ya sé, voy a ir donde William. Él, es Profesor, además soltero, debe tener harta plata. ¿Estás de acuerdo, Lucía? Ella asintió con la cabeza afirmativamente. Mi amor, alcánzame el calentado que preparaste, sabes la Ley es la Ley – diciendo sale de su casa.
Chelo, toca la puerta, ubicada en la Calle Túpac Amaru. Nadie responde. Tanta insistencia sale William. ¿Qué ocurrencia Chelo? ¿Qué buscas a ésta hora de la madrugada? ¿A qué se debe tu visita? Ven, pasa a mi cuarto. Pasa, pasa. Siéntate.
Vamos a servirnos un poco de calentado mi querido amigo William. ¿Y cuál es el motivo Chelo? Pucha, mi buen amigo, sabes que mi hijito está andando sapchoso, tankapeja y quiero realizarle su quitañake y por ello te pido por favor me sirvas de Padrino, diciendo le sirve con una taza de porcelana el calentado que llevó. Después de sorber unas cuántas tazas de calentado, William, pregunta: Está agradable el calentado, pero ¿Buscas padrino sólo con calentado? Yo, que fuera su padre, por lo menos gastaría una cajita de chelas.
Sin dudar, Chelo, sale de la casa de William y se dirige a la tienda de doña Yauyina y retorna con una caja de cerveza.
Ahora sí amigo, William, he cumplido tu pedido, vamos a servirnos, ¡Salúd!
Vasos van y vienen, igual las chelas van y vienen, la conversación se acentúa amenamente. Chelo, shinka shinka le dice a William, ya pues amigo, qué dices, ya se acabó las chelas y no dices nada, se supone que ya eres el padrino de mi hijo. ¡Vamos a ser compadres!
Ya pues, Chelo, será como tú digas. Se entrelazan en unos abrazos fuertes y sinceros, puros como el agua cristalina de Puquio huajta. Pero vamos a festejar, que venga más cerveza. Se concentran a sorber más chelas.
Lucía, después de los afanes del desayuno, sale en busca de su esposo, que permanece junto a su compadre conquistado disfrutando en la cantina hasta las ocho de la mañana.
En la casa de Chelo, se sirve el desayuno. Queso en tajadas y papas sancochadas, acompañado de un delicioso caldo de gallina, lo consumen dialogando gratamente sobre política, sobre los golondrinos que están de moda en las elecciones. El uno defiende y el otro está en contra de movilizar gente sólo en época electoral para distorsionar la intención de voto en el Distrito de Mangas. La discusión se agudiza, por eso interviene Lucía, manifestando que es el día del cortapelo de nuestro hijo y no de las elecciones.
William participa, diciendo, el cortapelo debe iniciar al medio día después del almuerzo. Compadre Chelo, como es mi primer ahijado, y como soy padrino por vez primera, para la ceremonia debes proveer accesorios nuevos, es necesario que consigas una tijera y un plato totalmente nuevos.
¿Qué habrá de almuerzo cumpita? Pregunta William. Una deliciosa pachamanca de siete sabores con carnes de cerdo, oveja, conejo, cuy, gallina, res y venado, manifiesta, Chelo, y no faltará la chicha de jora al estilo mangasino. Chelo, como sabes soy solterito para cualquierita, por eso me acompañará mi mamá en la ceremonia, ella es adventista y no come carnes de cerdo, conejo y cuy.
En ese instante un gallo colorado y gordito canta cerca de ellos. - Chelo, no sería malo que sacrifiques a tu gallo – indicó William.
¡Lucía, corta el gallo!, de verdad la mamá de nuestro compadre es adventista y no come esos alimentos, prepararás un delicioso caldito con el gallo para doña Dina y para ella se le servirá pachamanca sólo de cuatro sabores, sabes, la Ley es la Ley.
Reunidos en el patio de la casa alrededor de una mesa, el Padrino William y su madre, los esposos Chelo y Lucía, el abuelo paterno don Victorino y la abuela doña Juanita, los vecinos Cenén y su esposa Icha, don Joel Llanos y muchos invitados más, se aprestan a saborear el almuerzo servido para la ocasión acompañado de un ameno diálogo y buena música. Don Victorino de su parte, tan emocionado como se encuentra se pone dos cajitas de cerveza, no es para menos, es el cortapelo de su nieto.
Los asistentes piden que ya se empiece con el cortapelo. El mismo que se inicia con un breve discurso del padrino. “Señores, gracias a mis compadres por confiar en mi persona. Como padrino y ahijado, somos nuevos, por tanto, será una bonita experiencia y propicia la ocasión para concretar el vínculo de familiaridad. Los asistentes interrumpen la alocución con algarabía. Señores, permitan cortar el cabello de mi ahijado – diciendo le corta una parte del mechón, (mira y mira a las faldas del cerro San Cristóbal) además hacerle presente mi cariño. A mi ahijado le entrego el Cerro San Cristóbal. A partir de la fecha le pertenece a él. De la plataforma del canal de irrigación hacia arriba, menos la cruz que se encuentra en la cumbre del cerro, pues aquella cruz pertenece a la comunidad”. Los presentes aplauden en señal de conformidad y asentimiento, pero el abuelo paterno sale corriendo, enojado, llevando a rastras a doña Juanita pronunciando éstas palabras, ¡Ya nos jodió, Juanita! ¡Nos engañó! ¿Tanto gasto por gusto?, ¡Corre, corre Juanita, nos vamos!...
Ricardo Santos Albornoz.
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