filomeno zubieta núñez
A CINCUENTA AÑOS DEL TERREMOTO DEL 31 DE MAYO DE 1970
El mes de mayo nos es solo el mes dedicado a nuestra madre, es también para los ancashinos un mes en que recordamos un triste episodio, y más en los días de dura lucha contra la epidemia del coronavirus, los 50 años de conmemoración del terremoto del 31 de mayo de 1970 y el consiguiente aluvión que desapareció a la “hermosura” del Callejón de Huaylas, Yungay.
A nuestra mente vuelven los avatares que vivimos ese 31 de mayo de 1970, cuando a las 3:25 p.m., se produjo el terremoto de inimaginables consecuencias. Estábamos concentrados en las incidencias del Mundial de Fútbol 1970 que se desarrollaba en México, en un domingo limeño disfrutando de nuestro reciente ingreso a la universidad cuando se nos vino la noche. Luego nos enteramos de que el epicentro del sismo estaba en Ancash, localizado frente a las costas de las ciudades de Casma y Chimbote, en el Océano Pacífico, con una magnitud de 7,8 grados en la escala de Richter y alcanzando una intensidad de hasta X y XI grados en la escala de Mercalli. Poco a poco nos enteramos de que nuestro departamento era el más afectado. La preocupación y la desesperación por la situación de nuestros familiares se fue acrecentando.
Lo grave es que no solo fue el terremoto en sí, su correlato inmediato fue el desprendimiento de una parte del pico oriental del Huascarán que unido a las aguas del Llanganuco provocó el aluvión que sepultó por completo a la ciudad de Yungay. El total de muertes se estimó en más de 80.000 personas, además de unos 20.000 desaparecidos, aun cuando muchas fuentes elevan el número de las víctimas a mucho más. Los heridos que fueron hospitalizados y atendidos se contaron en 143.331.
Si la hermosa ciudad de Yungay y aledaños desaparecieron, cosa similar pasó con la mayoría de las ciudades del Callejón de Huaylas que perdieron más del 90% de su infraestructura urbana y gran parte de su población. La Ciudad de Huaraz se destruyó en un 97% y unos 10.000 de sus pobladores fallecieron. En la zona costera, el sismo destruyó grandes sectores de la Carretera Panamericana entre Huarmey y Chimbote, dejándola inutilizada. La ciudad y el Puerto de Chimbote quedaron sumamente averiadas y con decenas de víctimas.
En cuanto a Chiquián y los pueblos de la provincia de Bolognesi la situación no fue tan catastrófica si comparamos con los pueblos del Callejón de Huaylas, a excepción de Cajacay que fue el que más estragos sufrió. Los daños fueron a nivel de la estructura de las viviendas, muchas se vinieron abajo causando suma preocupación. Por semanas muchos se refugiaron en carpas improvisadas en el campo deportivo del lugar. Se reportó la pérdida de vida de la profesora Victoria Blanco de Rivera que, a la sazón, se hallaba en la ciudad de Huaraz con su familia. Lo más lamentable fue lo ocurrido con don Pedro Bernardo Escobedo Luna, más conocido como “Bellota” connotado compositor y músico, quien se hallaba con su esposa e hijos en Yungay y desaparecieron todos, a excepción de uno que se hallaba en Chiquián y que, a consecuencia de este hecho, perdió la razón.
Cajacay sí sufrió los mayores estragos con la mayoría de las casas destruidas, incluyendo la antigua iglesia de la congregación agustina. Se registró decenas de víctimas, no precisándose la cifra exacta. A esto se sumó otro incidente ocurrido en el mes de julio. Un helicóptero que transportaba ayuda para los damnificados del terremoto se estrelló en las alturas de Yamor, a 18 km de Cajacay. Lo poco que quedaba fue recuperado por los pobladores.
Recién a los 20 días, superando mil dificultades, pudimos llegar al hogar familiar y sumarnos a las labores de reconstrucción de la casa derruida. Allí valoramos los efectos del sismo y la respuesta de nuestra gente.
A partir de este hecho, la historia de los pueblos de Áncash tuvo un nuevo giro. El hambre y la desesperación se apoderó de sus pobladores, pero, también, como nunca la solidaridad se hizo presente. Víveres, carpas y camas, medicinas y asistencia médica llegaron a raudales de diversas instituciones y países, pero como siempre ocurre -incluyendo hoy en tiempos de extrema gravedad- muchos con ejercicio de poder aprovecharon para el acaparamiento y la malversación a costa de los más necesitados.
50 años después no es bueno solo recordar los hechos de ese fatídico 31 de mayo de 1970, también qué se hizo a lo largo de estos 50 años y qué lecciones podemos extraer. Las lecciones nos pueden servir para enfrentar la pandemia que estamos viviendo.
Filomeno Zubieta Núñez
[email protected]
A nuestra mente vuelven los avatares que vivimos ese 31 de mayo de 1970, cuando a las 3:25 p.m., se produjo el terremoto de inimaginables consecuencias. Estábamos concentrados en las incidencias del Mundial de Fútbol 1970 que se desarrollaba en México, en un domingo limeño disfrutando de nuestro reciente ingreso a la universidad cuando se nos vino la noche. Luego nos enteramos de que el epicentro del sismo estaba en Ancash, localizado frente a las costas de las ciudades de Casma y Chimbote, en el Océano Pacífico, con una magnitud de 7,8 grados en la escala de Richter y alcanzando una intensidad de hasta X y XI grados en la escala de Mercalli. Poco a poco nos enteramos de que nuestro departamento era el más afectado. La preocupación y la desesperación por la situación de nuestros familiares se fue acrecentando.
Lo grave es que no solo fue el terremoto en sí, su correlato inmediato fue el desprendimiento de una parte del pico oriental del Huascarán que unido a las aguas del Llanganuco provocó el aluvión que sepultó por completo a la ciudad de Yungay. El total de muertes se estimó en más de 80.000 personas, además de unos 20.000 desaparecidos, aun cuando muchas fuentes elevan el número de las víctimas a mucho más. Los heridos que fueron hospitalizados y atendidos se contaron en 143.331.
Si la hermosa ciudad de Yungay y aledaños desaparecieron, cosa similar pasó con la mayoría de las ciudades del Callejón de Huaylas que perdieron más del 90% de su infraestructura urbana y gran parte de su población. La Ciudad de Huaraz se destruyó en un 97% y unos 10.000 de sus pobladores fallecieron. En la zona costera, el sismo destruyó grandes sectores de la Carretera Panamericana entre Huarmey y Chimbote, dejándola inutilizada. La ciudad y el Puerto de Chimbote quedaron sumamente averiadas y con decenas de víctimas.
En cuanto a Chiquián y los pueblos de la provincia de Bolognesi la situación no fue tan catastrófica si comparamos con los pueblos del Callejón de Huaylas, a excepción de Cajacay que fue el que más estragos sufrió. Los daños fueron a nivel de la estructura de las viviendas, muchas se vinieron abajo causando suma preocupación. Por semanas muchos se refugiaron en carpas improvisadas en el campo deportivo del lugar. Se reportó la pérdida de vida de la profesora Victoria Blanco de Rivera que, a la sazón, se hallaba en la ciudad de Huaraz con su familia. Lo más lamentable fue lo ocurrido con don Pedro Bernardo Escobedo Luna, más conocido como “Bellota” connotado compositor y músico, quien se hallaba con su esposa e hijos en Yungay y desaparecieron todos, a excepción de uno que se hallaba en Chiquián y que, a consecuencia de este hecho, perdió la razón.
Cajacay sí sufrió los mayores estragos con la mayoría de las casas destruidas, incluyendo la antigua iglesia de la congregación agustina. Se registró decenas de víctimas, no precisándose la cifra exacta. A esto se sumó otro incidente ocurrido en el mes de julio. Un helicóptero que transportaba ayuda para los damnificados del terremoto se estrelló en las alturas de Yamor, a 18 km de Cajacay. Lo poco que quedaba fue recuperado por los pobladores.
Recién a los 20 días, superando mil dificultades, pudimos llegar al hogar familiar y sumarnos a las labores de reconstrucción de la casa derruida. Allí valoramos los efectos del sismo y la respuesta de nuestra gente.
A partir de este hecho, la historia de los pueblos de Áncash tuvo un nuevo giro. El hambre y la desesperación se apoderó de sus pobladores, pero, también, como nunca la solidaridad se hizo presente. Víveres, carpas y camas, medicinas y asistencia médica llegaron a raudales de diversas instituciones y países, pero como siempre ocurre -incluyendo hoy en tiempos de extrema gravedad- muchos con ejercicio de poder aprovecharon para el acaparamiento y la malversación a costa de los más necesitados.
50 años después no es bueno solo recordar los hechos de ese fatídico 31 de mayo de 1970, también qué se hizo a lo largo de estos 50 años y qué lecciones podemos extraer. Las lecciones nos pueden servir para enfrentar la pandemia que estamos viviendo.
Filomeno Zubieta Núñez
[email protected]