Armando zarazú aldave
LA MUJER EN CIEN AÑOS DE SOLEDAD
Cien años de soledad es una novela en al cual se nos presenta la historia de Macondo como un reflejo directo de los avatares de la familia Buendía, en cuya formación y desarrollo, la mujer juega un papel muy importante y trascendental. Aparentemente pareciera que las mujeres de la obra están relegadas al papel tradicional de madre y encargadas de las ocupaciones caseras. Es cierto que lo hacen, pero paralelamente dejan sentir su influencia a través del desarrollo de la obra.
Ursula Iguarán es, sin lugar a dudas, el personaje femenino más importante. No solo por ser la esposa del fundador de Macondo y tronco de los Buendía que vendrán, sino, porque desde el comienzo muestra su firmeza de carácter que ayudará a Macondo a crecer como una población. “Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero”, le dice a José Arcadio Buendía cuando este decide trasladar el pueblo. Su esposo es trabajador pero, poco a poco, se va sumiendo en la irrealidad de su idealismo, siendo Ursula la que ve la realidad y, por lo tanto, la que toma decisiones que serán en beneficio de su familia y de Macondo. Lo demuestra cuando se va en busca de su hijo y al regresar, al cabo de unos meses, lo hace en compañía de nuevos habitantes que llegan para quedarse llevando todos sus enseres, venían de “pueblos que recibían el correo todos los meses y conocían las máquinas del bienestar”. Ursula es el sostén material de su familia por generaciones, crea una pequeña industria, la de los dulces, para dar estabilidad económica a los suyos. Las empresas materiales, que consumen buena parte de su tiempo, no le impiden realizar su papel tradicional de mujer, atender el hogar, ser madre y criar a sus hijos, nietos y biznietos, a quienes educa dentro de sus limitaciones culturales. El carácter de Ursula Iguarán es la fuerza femenina que se deja sentir en la novela, una fuerza capaz de evitar, apunta de azotes, el fusilamiento del coronel Moscote en medio de la anarquía revolucionaria, fuerza que, sin embargo no le impide llorar al marido muerto al pie del árbol donde este pasó sus últimos días, pero que resurge, en su vejez para ocultar se ceguera y seguir siendo útil a su familia.
Es precisamente en esta época que Fernanda del Carpio empieza a tomar el control de la casa “e imponerles las rígidas normas que le inculcaran sus padres”. Durante buena parte de la novela encontramos a Fernanda del Carpio, cuyo carácter, producto de su crianza en un medio cultural diferente al conocido en Macondo, contrasta con el de la familia y con el del pueblo también. Sin embargo su presencia en la novela tiene relevancia porque, desde su llegada, ella trata de imponer su forma de vida, aprovechando de la vejez de Ursula, y, hasta cierto punto lo consigue. Sus valores son anacrónicos, basados en la irrealidad de haber sido criada para ser reina, valores que, como es de entender, no concuerdan con la vida simple y práctica que Ursula había implantado en su casa. Su ceguera frente a las cosas reales de la vida la impiden actuar como esposa y madre, lo cual repercutirá en el hogar de los Buendía. Su intolerancia, guiado por su fanatismo religioso, hacen que su familia se desintegre de a poco. Santa Sofía de la Piedad deja la casa en la que había vivido y servido casi toda su existencia, Aureliano Segundo la abandona por la concubina y Meme, con ideas totalmente diferentes a las de su madre, queda embarazada de un humilde obrero quien es arrojado con un “lárguese, nada tiene que venir a buscar entre la gente decente”. Esto último muestra el carácter cruel e inhumano que el fanatismo a dado a Fernanda que, como consecuencia indirecta, será causa del final de la familia Buendía y de Macondo. La importancia de Fernanda del Carpio en Cien años de soledad es que ella representa el estereotipo de la mujer que trata de cuidar las apariencias, del que dirán de la gente y cuyas acciones repercuten en los que la rodean, como sucede con los Buendía.
Existen otros personajes femeninos en la obra de Gabriel García Márquez cuya participación y relevancia, si bien no están a la altura de las mencionadas anteriormente, hacen de ellas personajes que tienen mucho que ver en el desarrollo de la novela y el carácter de sus personajes masculinos. Pilar Ternera es una de ellas. Aparece y desaparece durante casi toda la obra, como amante, madre y consejera, de los descendientes de Ursula. Petra Cotes, con su peculiar forma de amar, es el origen para uno de los momentos de mayor bonanza económica de la familia. Macondo goza del despilfarro que hace Aureliano Segundo de los beneficios que logra gracias a ella, una vez muerto este, y estando ella en igual o mayor necesidad, se convierte en el ángel guardián de su familia, proveyéndola con recursos para que se mantengan.
Amaranta es la representación del rencor y odio injustificado, a la vez de la frialdad para con los sentimientos de sus semejantes. Su existencia está dedicada por entera a mantener un odio insano hacía Rebeca y a criar a sus sobrinos. Sin embargo mantiene una relación incestuosa con uno de ellos. Participa en la conducción de la casa, ayudando a su madre, en el fondo su vida esta vacía. Por el contrario Rebeca, luego de sus amores tormentosos y escandalosamente sonoros con su hermano, al punto que los vecinos “rogaban que una pasión tan desaforada no fuera a perturbar a los muertos”, se sumergió en el olvido de las cuatro paredes de su casa, como para borrar el oprobio que había llevado a su familia con su proceder. Vemos, entonces, dos caracteres diametralmente opuestos que completan el núcleo de la familia Buendía y cuyas vidas se alargan por casi toda la novela.
En conclusión, las mujeres de Cien años de soledad tienen relevancia en la obra por las características de su participación en ella. Son personajes, con características propias, que participan, directa o indirectamente en el diario vivir de Macondo. Si los hombres son idealistas, guerreros, despilfarradores, mujeriegos, son ellas las que se encargan de volverlos a la realidad para que la vida continúe, lo hacen sin descuidar sus deberes maternales y para con su hogar. No estoy de acuerdo con Mario Vargas Llosa, quien en el preámbulo de la edición conmemorativa por el cuarenta aniversario de la novela, sostiene que “el rasgo familiar -de la novela- es la inferioridad de la mujer” y que “en tiempos difíciles, pueden improvisar un negocio casero”. Si bien es cierto que los hombres son los que hacen las guerras ¿Quién queda a cargo del hogar? El coronel Aureliano Buendía peleó treinta y dos guerras, pero su madre, Ursula Iguarán, en medio de su dolor, estaba al frente de su casa, haciendo valer su autoridad no solo con los suyos, sino hasta con la soldadesca. Aureliano Segundo gasta, invita, se emborracha en champán, gracias al beneficio económico que le brinda la particularidad amatoria de Petra Cotes. Amaranta Ursula viaja al extranjero y regresa con una mentalidad diferente, solo que lo hace cuando Macondo se encuentra en franco proceso de declive. Pienso que estas características femeninas del libro son tan importantes como las que nos ofrecen las acciones de los personajes masculinos. A mi entender, Cien años de soledad es un reflejo de un Macondo inmenso: Latinoamérica, en donde se pueden encontrar todos los caracteres descritos en el libro y en donde la mujer, sumergida en el anonimato, siempre a colaborado en el trabajo de engrandecer a su pueblo, de la misma forma como nos lo narra Gabriel García Márquez en su monumental obra.
Armando Zarazú Aldave
[email protected]
Ursula Iguarán es, sin lugar a dudas, el personaje femenino más importante. No solo por ser la esposa del fundador de Macondo y tronco de los Buendía que vendrán, sino, porque desde el comienzo muestra su firmeza de carácter que ayudará a Macondo a crecer como una población. “Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero”, le dice a José Arcadio Buendía cuando este decide trasladar el pueblo. Su esposo es trabajador pero, poco a poco, se va sumiendo en la irrealidad de su idealismo, siendo Ursula la que ve la realidad y, por lo tanto, la que toma decisiones que serán en beneficio de su familia y de Macondo. Lo demuestra cuando se va en busca de su hijo y al regresar, al cabo de unos meses, lo hace en compañía de nuevos habitantes que llegan para quedarse llevando todos sus enseres, venían de “pueblos que recibían el correo todos los meses y conocían las máquinas del bienestar”. Ursula es el sostén material de su familia por generaciones, crea una pequeña industria, la de los dulces, para dar estabilidad económica a los suyos. Las empresas materiales, que consumen buena parte de su tiempo, no le impiden realizar su papel tradicional de mujer, atender el hogar, ser madre y criar a sus hijos, nietos y biznietos, a quienes educa dentro de sus limitaciones culturales. El carácter de Ursula Iguarán es la fuerza femenina que se deja sentir en la novela, una fuerza capaz de evitar, apunta de azotes, el fusilamiento del coronel Moscote en medio de la anarquía revolucionaria, fuerza que, sin embargo no le impide llorar al marido muerto al pie del árbol donde este pasó sus últimos días, pero que resurge, en su vejez para ocultar se ceguera y seguir siendo útil a su familia.
Es precisamente en esta época que Fernanda del Carpio empieza a tomar el control de la casa “e imponerles las rígidas normas que le inculcaran sus padres”. Durante buena parte de la novela encontramos a Fernanda del Carpio, cuyo carácter, producto de su crianza en un medio cultural diferente al conocido en Macondo, contrasta con el de la familia y con el del pueblo también. Sin embargo su presencia en la novela tiene relevancia porque, desde su llegada, ella trata de imponer su forma de vida, aprovechando de la vejez de Ursula, y, hasta cierto punto lo consigue. Sus valores son anacrónicos, basados en la irrealidad de haber sido criada para ser reina, valores que, como es de entender, no concuerdan con la vida simple y práctica que Ursula había implantado en su casa. Su ceguera frente a las cosas reales de la vida la impiden actuar como esposa y madre, lo cual repercutirá en el hogar de los Buendía. Su intolerancia, guiado por su fanatismo religioso, hacen que su familia se desintegre de a poco. Santa Sofía de la Piedad deja la casa en la que había vivido y servido casi toda su existencia, Aureliano Segundo la abandona por la concubina y Meme, con ideas totalmente diferentes a las de su madre, queda embarazada de un humilde obrero quien es arrojado con un “lárguese, nada tiene que venir a buscar entre la gente decente”. Esto último muestra el carácter cruel e inhumano que el fanatismo a dado a Fernanda que, como consecuencia indirecta, será causa del final de la familia Buendía y de Macondo. La importancia de Fernanda del Carpio en Cien años de soledad es que ella representa el estereotipo de la mujer que trata de cuidar las apariencias, del que dirán de la gente y cuyas acciones repercuten en los que la rodean, como sucede con los Buendía.
Existen otros personajes femeninos en la obra de Gabriel García Márquez cuya participación y relevancia, si bien no están a la altura de las mencionadas anteriormente, hacen de ellas personajes que tienen mucho que ver en el desarrollo de la novela y el carácter de sus personajes masculinos. Pilar Ternera es una de ellas. Aparece y desaparece durante casi toda la obra, como amante, madre y consejera, de los descendientes de Ursula. Petra Cotes, con su peculiar forma de amar, es el origen para uno de los momentos de mayor bonanza económica de la familia. Macondo goza del despilfarro que hace Aureliano Segundo de los beneficios que logra gracias a ella, una vez muerto este, y estando ella en igual o mayor necesidad, se convierte en el ángel guardián de su familia, proveyéndola con recursos para que se mantengan.
Amaranta es la representación del rencor y odio injustificado, a la vez de la frialdad para con los sentimientos de sus semejantes. Su existencia está dedicada por entera a mantener un odio insano hacía Rebeca y a criar a sus sobrinos. Sin embargo mantiene una relación incestuosa con uno de ellos. Participa en la conducción de la casa, ayudando a su madre, en el fondo su vida esta vacía. Por el contrario Rebeca, luego de sus amores tormentosos y escandalosamente sonoros con su hermano, al punto que los vecinos “rogaban que una pasión tan desaforada no fuera a perturbar a los muertos”, se sumergió en el olvido de las cuatro paredes de su casa, como para borrar el oprobio que había llevado a su familia con su proceder. Vemos, entonces, dos caracteres diametralmente opuestos que completan el núcleo de la familia Buendía y cuyas vidas se alargan por casi toda la novela.
En conclusión, las mujeres de Cien años de soledad tienen relevancia en la obra por las características de su participación en ella. Son personajes, con características propias, que participan, directa o indirectamente en el diario vivir de Macondo. Si los hombres son idealistas, guerreros, despilfarradores, mujeriegos, son ellas las que se encargan de volverlos a la realidad para que la vida continúe, lo hacen sin descuidar sus deberes maternales y para con su hogar. No estoy de acuerdo con Mario Vargas Llosa, quien en el preámbulo de la edición conmemorativa por el cuarenta aniversario de la novela, sostiene que “el rasgo familiar -de la novela- es la inferioridad de la mujer” y que “en tiempos difíciles, pueden improvisar un negocio casero”. Si bien es cierto que los hombres son los que hacen las guerras ¿Quién queda a cargo del hogar? El coronel Aureliano Buendía peleó treinta y dos guerras, pero su madre, Ursula Iguarán, en medio de su dolor, estaba al frente de su casa, haciendo valer su autoridad no solo con los suyos, sino hasta con la soldadesca. Aureliano Segundo gasta, invita, se emborracha en champán, gracias al beneficio económico que le brinda la particularidad amatoria de Petra Cotes. Amaranta Ursula viaja al extranjero y regresa con una mentalidad diferente, solo que lo hace cuando Macondo se encuentra en franco proceso de declive. Pienso que estas características femeninas del libro son tan importantes como las que nos ofrecen las acciones de los personajes masculinos. A mi entender, Cien años de soledad es un reflejo de un Macondo inmenso: Latinoamérica, en donde se pueden encontrar todos los caracteres descritos en el libro y en donde la mujer, sumergida en el anonimato, siempre a colaborado en el trabajo de engrandecer a su pueblo, de la misma forma como nos lo narra Gabriel García Márquez en su monumental obra.
Armando Zarazú Aldave
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