manuel nieves fabián
LA AMANTE DEL GIGANTE
A don Ishaco Rojas
Cuando mi abuelo era todavía joven acostumbraba pescar en el río grande. Uno de aquellos días, mientras la carnada del anzuelo era mordisqueada por un pez, emergió de las turbulentas aguas una mujer muy bella. Sólo se veía la mitad de su cuerpo. Dice que era blanca, de labios carnosos y profundos ojos negros. Apenas captó la atención de mi abuelo, sonrió dulcemente y le guiñó con su mirada llena de malicia, mientras se peinaba su larga y rubia cabellera; seguidamente se le acercó y le habló así:
–No me tengas miedo. Si me das a uno de tus hijos yo te daré todos los peces que quieras.
Mi abuelito, impresionado por su belleza, con el corazón atrapado por el amor, aceptó. Al día siguiente, muy temprano, sin importarle la suerte que correría su hijo, lo llevó al menor de ellos. Apenas llegó al río, ella salió por el mismo lugar, como el día anterior, pero aún más hermosa. Magnetizado por sus encantadores ojos negros, como un autómata, a pesar del llanto y las súplicas de su hijo, lo entregó a la bella mujer, quien se sumergió junto con el niño en las turbulentas aguas y desapareció. A partir de aquel día ya no se supo de él.
Después de largos años de cautiverio, el niño que ahora ya era joven, aprovechó segundos de descuido de la bella mujer y escapó de las profundidades del agua. Corrió cuanto pudo sin saber a dónde iba. Estando ya muy lejos, perdido, en medio del bosque, por entre el follaje notó que corrían, persiguiéndole. Ya no tenía fuerzas para huir por lo que se quedó inmóvil, esperando ser capturado.
Produciendo un gran ruido ensordecedor, tumbando arbustos y por entre la maleza, jadeando, llegaron tras él un león y un tigre. Cuando el joven aún no salía de su asombro, los dos animales hablaron en coro:
–¡Te hemos encontrado!
–¿Qué quieren de mí? –respondió el joven sin inmutarse.
–Nuestra madre nos ha enviado y te hemos encontrado. Ahora te someteremos a una prueba. –dijeron los dos animales.
Enseguida arrojaron a sus pies un venado muerto, luego le ordenaron:
–Reparte este venado en porciones iguales a todos los animales de la selva, sin que a nadie le falte; si no lo haces, te comeremos.
Acercándosele el león le dio un pico y el tigre, un espadín, y a la vez le dijeron:
–Para que piques y para que cortes.
El joven empezó a destrozar al animal. Apenas lo hizo, se presentaron todos los animales de la selva. Él picaba, cortaba e iba repartiendo sin desperdiciar ni un gramo de carne. Al final, repartió hasta los huesos y ningún animal se quejó.
–Muy bien, –dijeron el tigre y el león– Eres muy hábil. Has pasado la prueba. Ahora en recompensa te regalaremos nuestras virtudes.
–¿Cómo es eso tío? –contestó el joven.
Los dos animales hablaron así:
–Aquí está el halcón.
Cuando tú quieras volar dirás: «Virtud, ¡conviértame en halcón!» y te convertirás en halcón y podrás volar por los aires.
–¡Aquí está el tigre!... ¡Aquí está el león!... ¡Aquí está la paloma!... ¡Aquí está la hormiga!... ¡Aquí están todos los animales!
Dicho esto, el tigre y el león desaparecieron.
–¿Será cierto lo que han dicho? –Se preguntó– ¿Haber, haré la prueba?
Y dijo en voz alta:
–Virtud, ¡conviértame en halcón!
Y el joven se convirtió en halcón y comenzó a volar. Subió tan alto y desde el espacio, cerca de la cumbre de un cerro, vio al humo que se deslizaba hacia el espacio. Bajó despacio. Cuando llegó al lugar comprobó que el humo salía de una choza. Para preguntar quién vivía allí, exclamó:
–Virtud, ¡conviértame en ser humano!
Y se convirtió en el mismo joven. Dentro de la choza encontró a una mujer de avanzada edad que sufría; pues de rato en rato soltaba hondos suspiros de lamento. Al notar la presencia del joven, ella se puso muy contenta, a la vez que le dijo:
–Pasa joven. ¡Qué dioses te han traído! Eres consuelo para mi soledad.
–¿Por qué vives sola abuelita? –se apresuró a preguntar el joven.
Ella, luego de respirar hondamente, contestó.
–Aquí vivo contemplando aquel cerro ¿Ves esa cumbre? Allí vive mi hija contra su voluntad, en un palacio construido en medio de las peñas y al borde de un gran precipicio. Un día llegó a mi casa un Gigante malvado con pata de cabra y por la fuerza se llevó a mi hija. No hay nadie quien pueda salvarlo.
–Abuelita, yo puedo hacerlo. –dijo el joven.
–Si tú la traes te casarás con ella y vivirás para mi consuelo. Ella es mi única hija. Es hermosa y toda esta fortuna le pertenece –Dijo mostrándole la inmensidad de los campos.
–Ya verás –recalcó con firmeza.
–¡Come algo! –diciendo esto, la ancianita, cogiéndole de las manos, lo condujo hasta la cocina y le sirvió mucha comida.
El joven, después de haber saciado su hambre, salió. Estando ya muy lejos, ordenó:
–Virtud, ¡conviértame en halcón!
Y se convirtió en halcón. Voló con dirección a la cumbre donde estaba la joven. Al llegar, comprobó que efectivamente se levantaba un palacio en medio de un precipicio, lejos del alcance de todo ser humano. Luego de estudiar el terreno, con voz enérgica ordenó:
–Virtud, ¡conviértame en hormiga!
Y se convirtió en hormiga. Caminando se introdujo por las rejillas.
Allí encontró a la dama que triste y desconsolada, cruzándose los dedos, de rato en rato lloraba; entonces, el joven se transformó en una paloma. La avecita voló y se posó entre las faldas de la dama. Cuando ella la acariciaba, el gigante lleno de celos y muy molesto, gruñó:
–¡Pon esa paloma en la jaula!
Luego, el gigante se quedó dormido. El joven aprovechó esa circunstancia y llamó a la Virtud:
–Virtud, ¡conviértame en hormiga!
Y se convirtió en hormiga. Salió de la jaula y se transformó en un ser humano; luego llegó hasta la dama y le habló en voz baja:
–He venido por súplicas de tu madre. Te voy a sacar de aquí.
La joven empezó a lamentarse diciendo:
–¿Tú? ¡Nada puedes hacer contra él! ¡Él es muy fuerte y poderoso! Muchos han intentado y todos han muerto.
–No te preocupes –respondió el joven.
–Sólo quiero que averigües: ¡Cuál es su secreto! ¡En qué consiste su vida!
En esos momentos, al escuchar un murmullo se despertó el Gigante. El joven rápidamente, ordenó:
–Virtud, ¡conviértame en paloma y haz que aparezca dentro de la jaula!
Y así la paloma apareció dentro de la jaula. Entonces la joven se
acercó hacia aquel ser horripilante y monstruoso, lo cogió suavemente
de las manos y lo condujo hasta su asiento; luego, acariciándole los cabellos y fingiendo amarlo profundamente le dijo:
–¡Amor mío! ¿Quiero saber por qué tienes tanta fortaleza? ¿Por qué, tanto valor? ¿Cuál es la esencia de tu vida? Yo soy tu esposa y debo saberlo.
El Gigante, al sentirse mimado y amado, declaró:
–A nadie he confiado mi secreto. Ya que tú me amas, te diré: Mi alma es un cerdo enorme, es un macho, un verraco. Si alguna vez lo mataran, de sus entrañas saldrá un venado, y si al venado lo mataran, de sus entrañas saldrá un halcón, y si al halcón lo mataran en el aire y le sacaran el par de huevos que lleva dentro y con esos huevos me apedrearan en la frente, sólo así me matarán.
–Y, ¿dónde se encuentra el chancho? ¡Cómo vive! ¿Es que todos los días viene a comer al palacio?
–¡No! Allá lejos hay una hacienda. Él sale de su guarida una vez por semana y devora veinte o treinta carneros de un señor.
El joven convertido en paloma, desde la jaula había escuchado todo. Cuando se fue el Gigante se convirtió en hormiga, salió de la jaula, y luego de transformarse en ser humano le prometió a la joven.
–Tengo que encontrar al verraco.
Y como ella no creyó, ordenó a la Virtud:
–Virtud, ¡conviértame en halcón!
Y se convirtió en halcón.
Así, voló hacia la hacienda. Desde lo alto vio a un descomunal cerdo. Al bajar a tierra se convirtió en un joven y llamó al hacendado.
Éste, muy contento, por tener una visita exclamó:
–Bienvenido a mi casa. ¿A quién tengo el gusto de tenerlo?
El joven no respondió la pregunta, mas bien afirmó:
–Sé que hay un animal que semana tras semana acaba sus carneros sin que usted pueda hacer nada.
–Sí señor, no puedo hacer nada –respondió el hacendado.
–¡Yo he venido a matarlo!
–¡No puede ser! ¡Es imposible! El animal es tan feroz que ni todos
los hombres juntos podemos matarlo.
–¡Yo lo haré! –dijo con firmeza el joven.
–Si lo hace yo le pagaré cuanto usted pida.
–Faltan dos días para que venga la bestia –acotó el joven.
–Sí, pero come primero, debe estar usted muy cansado.
Diciendo esto hizo servir a sus criados los más variados potajes hasta que el joven se hartó de comer.
El día que esperaban el ingreso del cerdo, a las seis de la mañana, el joven ordenó a la Virtud convertirse en tigre. A la hora que salía el sol llegó el inmenso animal tan feroz como siempre. El tigre acorraló a la bestia y se entabló una feroz pelea. Cuando ambos estaban cansados, el joven exclamó:
–Virtud, ¡conviértame en león!
Y apareció el león, quien, rugiendo descuartizó al cerdo, a la vez que gritaba:
–¡Amalaya un carnero!, ¡amalaya una botella de ajonjolí!
El hacendado que seguía de cerca la pelea le dio la botella de ajonjolí.
Después, el joven nuevamente se convirtió en tigre y despanzurró al cerdo. En esos momentos, de sus entrañas salió corriendo un venado. El tigre rugió:
–Virtud, ¡conviértame en hombre!
Y el hombre corrió tras el animal, logró alcanzarlo y con sus poderosos brazos le torció el cuello y lo descuartizó.
Apenas expiró, de las entrañas del venado salió un halcón que se fue volando por los aires. El joven, tan rápido como pudo gritó:
–Virtud, ¡conviértame en halcón!
Y se convirtió en halcón, y así lo persiguió volando. Al alcanzarlo se inició una titánica lucha. El joven halcón logró matar a su rival y de sus entrañas sacó los dos huevos. Sin perder el tiempo volvió hacia donde estaba la joven. Al llegar, ordenó:
–Virtud, ¡conviértame en hormiga!
Y convertido en hormiga ingresó al palacio del Gigante; ya cerca a la dama se convirtió en el joven de antes. Ella, se alegró al verlo nuevamente. Le mostró los huevos del halcón y le dijo:
–Ahora te toca a ti. Dale en la frente tan fuerte como puedas –y le entregó los dos huevos.
La joven obedeció. Inmediatamente fue en busca de su amo. Al encontrarlo descansando, se acercó fingiendo abrazarlo. En el momento que el Gigante se aprestaba a sentarse, con todas sus fuerzas estrelló los dos huevos sobre su frente. El monstruo, al instante, quedó muerto.
Ella, al verse libre se alegró inmensamente, pero inmediatamente enmudeció y muy apenada se lamentó:
–¿Ahora cómo vuelvo?, –y miró a su alrededor, todo era un gran peñal con cerros escabrosos y abismos que le imposibilitaban salir.
El joven, riéndose, le prometió llevar de regreso a su casa.
–¡Cómo! –preguntó ella.
El joven no respondió, más bien se apresuró en decir:
–Virtud, ¡conviértame en cóndor!
Y se convirtió en un inmenso cóndor, luego ordenó a la joven:
–Súbete sobre mi cuello y agárrate bien.
Y cuando la dama lo hizo, levantó el vuelo y salió del precipicio. Después de cruzar las inmensas cumbres llegó a la casa de la ancianita, y desde lejos gritó:
–¡Aquí tienes a tu hija! ¡Mi promesa está cumplida!
La mujer, al ver a su hija, incrédula aún, corrió hacia ella; la abrazó con ternura y lloró de alegría; luego, enjugándose las lágrimas se dirigió al joven diciéndole:
–No tengo cómo pagarte. Tú me has devuelto la vida y la alegría –y llorando no se cansaba de abrazar a su hija, luego continuó.
–Eres dueño y señor de mi hija. Si gustas quédate con nosotras, ésta es tu casa y todo lo que tengo son de ustedes.
El joven aceptó quedarse y la joven fue su esposa. Pasado el tiempo, muchos niños corrían, bullangueros, por el patio y los campos. La abuelita, llena de felicidad, sólo esperaba morir.
Manuel Nieves Fabián
[email protected]
Cuando mi abuelo era todavía joven acostumbraba pescar en el río grande. Uno de aquellos días, mientras la carnada del anzuelo era mordisqueada por un pez, emergió de las turbulentas aguas una mujer muy bella. Sólo se veía la mitad de su cuerpo. Dice que era blanca, de labios carnosos y profundos ojos negros. Apenas captó la atención de mi abuelo, sonrió dulcemente y le guiñó con su mirada llena de malicia, mientras se peinaba su larga y rubia cabellera; seguidamente se le acercó y le habló así:
–No me tengas miedo. Si me das a uno de tus hijos yo te daré todos los peces que quieras.
Mi abuelito, impresionado por su belleza, con el corazón atrapado por el amor, aceptó. Al día siguiente, muy temprano, sin importarle la suerte que correría su hijo, lo llevó al menor de ellos. Apenas llegó al río, ella salió por el mismo lugar, como el día anterior, pero aún más hermosa. Magnetizado por sus encantadores ojos negros, como un autómata, a pesar del llanto y las súplicas de su hijo, lo entregó a la bella mujer, quien se sumergió junto con el niño en las turbulentas aguas y desapareció. A partir de aquel día ya no se supo de él.
Después de largos años de cautiverio, el niño que ahora ya era joven, aprovechó segundos de descuido de la bella mujer y escapó de las profundidades del agua. Corrió cuanto pudo sin saber a dónde iba. Estando ya muy lejos, perdido, en medio del bosque, por entre el follaje notó que corrían, persiguiéndole. Ya no tenía fuerzas para huir por lo que se quedó inmóvil, esperando ser capturado.
Produciendo un gran ruido ensordecedor, tumbando arbustos y por entre la maleza, jadeando, llegaron tras él un león y un tigre. Cuando el joven aún no salía de su asombro, los dos animales hablaron en coro:
–¡Te hemos encontrado!
–¿Qué quieren de mí? –respondió el joven sin inmutarse.
–Nuestra madre nos ha enviado y te hemos encontrado. Ahora te someteremos a una prueba. –dijeron los dos animales.
Enseguida arrojaron a sus pies un venado muerto, luego le ordenaron:
–Reparte este venado en porciones iguales a todos los animales de la selva, sin que a nadie le falte; si no lo haces, te comeremos.
Acercándosele el león le dio un pico y el tigre, un espadín, y a la vez le dijeron:
–Para que piques y para que cortes.
El joven empezó a destrozar al animal. Apenas lo hizo, se presentaron todos los animales de la selva. Él picaba, cortaba e iba repartiendo sin desperdiciar ni un gramo de carne. Al final, repartió hasta los huesos y ningún animal se quejó.
–Muy bien, –dijeron el tigre y el león– Eres muy hábil. Has pasado la prueba. Ahora en recompensa te regalaremos nuestras virtudes.
–¿Cómo es eso tío? –contestó el joven.
Los dos animales hablaron así:
–Aquí está el halcón.
Cuando tú quieras volar dirás: «Virtud, ¡conviértame en halcón!» y te convertirás en halcón y podrás volar por los aires.
–¡Aquí está el tigre!... ¡Aquí está el león!... ¡Aquí está la paloma!... ¡Aquí está la hormiga!... ¡Aquí están todos los animales!
Dicho esto, el tigre y el león desaparecieron.
–¿Será cierto lo que han dicho? –Se preguntó– ¿Haber, haré la prueba?
Y dijo en voz alta:
–Virtud, ¡conviértame en halcón!
Y el joven se convirtió en halcón y comenzó a volar. Subió tan alto y desde el espacio, cerca de la cumbre de un cerro, vio al humo que se deslizaba hacia el espacio. Bajó despacio. Cuando llegó al lugar comprobó que el humo salía de una choza. Para preguntar quién vivía allí, exclamó:
–Virtud, ¡conviértame en ser humano!
Y se convirtió en el mismo joven. Dentro de la choza encontró a una mujer de avanzada edad que sufría; pues de rato en rato soltaba hondos suspiros de lamento. Al notar la presencia del joven, ella se puso muy contenta, a la vez que le dijo:
–Pasa joven. ¡Qué dioses te han traído! Eres consuelo para mi soledad.
–¿Por qué vives sola abuelita? –se apresuró a preguntar el joven.
Ella, luego de respirar hondamente, contestó.
–Aquí vivo contemplando aquel cerro ¿Ves esa cumbre? Allí vive mi hija contra su voluntad, en un palacio construido en medio de las peñas y al borde de un gran precipicio. Un día llegó a mi casa un Gigante malvado con pata de cabra y por la fuerza se llevó a mi hija. No hay nadie quien pueda salvarlo.
–Abuelita, yo puedo hacerlo. –dijo el joven.
–Si tú la traes te casarás con ella y vivirás para mi consuelo. Ella es mi única hija. Es hermosa y toda esta fortuna le pertenece –Dijo mostrándole la inmensidad de los campos.
–Ya verás –recalcó con firmeza.
–¡Come algo! –diciendo esto, la ancianita, cogiéndole de las manos, lo condujo hasta la cocina y le sirvió mucha comida.
El joven, después de haber saciado su hambre, salió. Estando ya muy lejos, ordenó:
–Virtud, ¡conviértame en halcón!
Y se convirtió en halcón. Voló con dirección a la cumbre donde estaba la joven. Al llegar, comprobó que efectivamente se levantaba un palacio en medio de un precipicio, lejos del alcance de todo ser humano. Luego de estudiar el terreno, con voz enérgica ordenó:
–Virtud, ¡conviértame en hormiga!
Y se convirtió en hormiga. Caminando se introdujo por las rejillas.
Allí encontró a la dama que triste y desconsolada, cruzándose los dedos, de rato en rato lloraba; entonces, el joven se transformó en una paloma. La avecita voló y se posó entre las faldas de la dama. Cuando ella la acariciaba, el gigante lleno de celos y muy molesto, gruñó:
–¡Pon esa paloma en la jaula!
Luego, el gigante se quedó dormido. El joven aprovechó esa circunstancia y llamó a la Virtud:
–Virtud, ¡conviértame en hormiga!
Y se convirtió en hormiga. Salió de la jaula y se transformó en un ser humano; luego llegó hasta la dama y le habló en voz baja:
–He venido por súplicas de tu madre. Te voy a sacar de aquí.
La joven empezó a lamentarse diciendo:
–¿Tú? ¡Nada puedes hacer contra él! ¡Él es muy fuerte y poderoso! Muchos han intentado y todos han muerto.
–No te preocupes –respondió el joven.
–Sólo quiero que averigües: ¡Cuál es su secreto! ¡En qué consiste su vida!
En esos momentos, al escuchar un murmullo se despertó el Gigante. El joven rápidamente, ordenó:
–Virtud, ¡conviértame en paloma y haz que aparezca dentro de la jaula!
Y así la paloma apareció dentro de la jaula. Entonces la joven se
acercó hacia aquel ser horripilante y monstruoso, lo cogió suavemente
de las manos y lo condujo hasta su asiento; luego, acariciándole los cabellos y fingiendo amarlo profundamente le dijo:
–¡Amor mío! ¿Quiero saber por qué tienes tanta fortaleza? ¿Por qué, tanto valor? ¿Cuál es la esencia de tu vida? Yo soy tu esposa y debo saberlo.
El Gigante, al sentirse mimado y amado, declaró:
–A nadie he confiado mi secreto. Ya que tú me amas, te diré: Mi alma es un cerdo enorme, es un macho, un verraco. Si alguna vez lo mataran, de sus entrañas saldrá un venado, y si al venado lo mataran, de sus entrañas saldrá un halcón, y si al halcón lo mataran en el aire y le sacaran el par de huevos que lleva dentro y con esos huevos me apedrearan en la frente, sólo así me matarán.
–Y, ¿dónde se encuentra el chancho? ¡Cómo vive! ¿Es que todos los días viene a comer al palacio?
–¡No! Allá lejos hay una hacienda. Él sale de su guarida una vez por semana y devora veinte o treinta carneros de un señor.
El joven convertido en paloma, desde la jaula había escuchado todo. Cuando se fue el Gigante se convirtió en hormiga, salió de la jaula, y luego de transformarse en ser humano le prometió a la joven.
–Tengo que encontrar al verraco.
Y como ella no creyó, ordenó a la Virtud:
–Virtud, ¡conviértame en halcón!
Y se convirtió en halcón.
Así, voló hacia la hacienda. Desde lo alto vio a un descomunal cerdo. Al bajar a tierra se convirtió en un joven y llamó al hacendado.
Éste, muy contento, por tener una visita exclamó:
–Bienvenido a mi casa. ¿A quién tengo el gusto de tenerlo?
El joven no respondió la pregunta, mas bien afirmó:
–Sé que hay un animal que semana tras semana acaba sus carneros sin que usted pueda hacer nada.
–Sí señor, no puedo hacer nada –respondió el hacendado.
–¡Yo he venido a matarlo!
–¡No puede ser! ¡Es imposible! El animal es tan feroz que ni todos
los hombres juntos podemos matarlo.
–¡Yo lo haré! –dijo con firmeza el joven.
–Si lo hace yo le pagaré cuanto usted pida.
–Faltan dos días para que venga la bestia –acotó el joven.
–Sí, pero come primero, debe estar usted muy cansado.
Diciendo esto hizo servir a sus criados los más variados potajes hasta que el joven se hartó de comer.
El día que esperaban el ingreso del cerdo, a las seis de la mañana, el joven ordenó a la Virtud convertirse en tigre. A la hora que salía el sol llegó el inmenso animal tan feroz como siempre. El tigre acorraló a la bestia y se entabló una feroz pelea. Cuando ambos estaban cansados, el joven exclamó:
–Virtud, ¡conviértame en león!
Y apareció el león, quien, rugiendo descuartizó al cerdo, a la vez que gritaba:
–¡Amalaya un carnero!, ¡amalaya una botella de ajonjolí!
El hacendado que seguía de cerca la pelea le dio la botella de ajonjolí.
Después, el joven nuevamente se convirtió en tigre y despanzurró al cerdo. En esos momentos, de sus entrañas salió corriendo un venado. El tigre rugió:
–Virtud, ¡conviértame en hombre!
Y el hombre corrió tras el animal, logró alcanzarlo y con sus poderosos brazos le torció el cuello y lo descuartizó.
Apenas expiró, de las entrañas del venado salió un halcón que se fue volando por los aires. El joven, tan rápido como pudo gritó:
–Virtud, ¡conviértame en halcón!
Y se convirtió en halcón, y así lo persiguió volando. Al alcanzarlo se inició una titánica lucha. El joven halcón logró matar a su rival y de sus entrañas sacó los dos huevos. Sin perder el tiempo volvió hacia donde estaba la joven. Al llegar, ordenó:
–Virtud, ¡conviértame en hormiga!
Y convertido en hormiga ingresó al palacio del Gigante; ya cerca a la dama se convirtió en el joven de antes. Ella, se alegró al verlo nuevamente. Le mostró los huevos del halcón y le dijo:
–Ahora te toca a ti. Dale en la frente tan fuerte como puedas –y le entregó los dos huevos.
La joven obedeció. Inmediatamente fue en busca de su amo. Al encontrarlo descansando, se acercó fingiendo abrazarlo. En el momento que el Gigante se aprestaba a sentarse, con todas sus fuerzas estrelló los dos huevos sobre su frente. El monstruo, al instante, quedó muerto.
Ella, al verse libre se alegró inmensamente, pero inmediatamente enmudeció y muy apenada se lamentó:
–¿Ahora cómo vuelvo?, –y miró a su alrededor, todo era un gran peñal con cerros escabrosos y abismos que le imposibilitaban salir.
El joven, riéndose, le prometió llevar de regreso a su casa.
–¡Cómo! –preguntó ella.
El joven no respondió, más bien se apresuró en decir:
–Virtud, ¡conviértame en cóndor!
Y se convirtió en un inmenso cóndor, luego ordenó a la joven:
–Súbete sobre mi cuello y agárrate bien.
Y cuando la dama lo hizo, levantó el vuelo y salió del precipicio. Después de cruzar las inmensas cumbres llegó a la casa de la ancianita, y desde lejos gritó:
–¡Aquí tienes a tu hija! ¡Mi promesa está cumplida!
La mujer, al ver a su hija, incrédula aún, corrió hacia ella; la abrazó con ternura y lloró de alegría; luego, enjugándose las lágrimas se dirigió al joven diciéndole:
–No tengo cómo pagarte. Tú me has devuelto la vida y la alegría –y llorando no se cansaba de abrazar a su hija, luego continuó.
–Eres dueño y señor de mi hija. Si gustas quédate con nosotras, ésta es tu casa y todo lo que tengo son de ustedes.
El joven aceptó quedarse y la joven fue su esposa. Pasado el tiempo, muchos niños corrían, bullangueros, por el patio y los campos. La abuelita, llena de felicidad, sólo esperaba morir.
Manuel Nieves Fabián
[email protected]