manuel nieves fabián
FELIZ 59 ANIVERARIO DISTRITO DE CANIS
El 29 de enero del presente año el distrito de Canis, ubicado en la provincia de Bolognesi – Ancash, cumplió su 59 Aniversario de su creación política. En más de medio siglo de vida no es mucho el desarrollo alcanzado, no solamente por Canis, sino también por los demás distritos de la zona sur de la provincia. La explicación está a la vista, una de las causas fundamentales es la enfermedad que agobia a nuestra patria. La corrupción ha extendido sus brazos hasta en las organizaciones administrativas más pequeñas. Este virus maligno se ha generalizado y amenaza con destruirnos totalmente. Es hora que los pueblos se levanten, así como lo viene haciendo Puno, y frenar a través de las organizaciones surgidas en el seno del pueblo, buscando un mejor porvenir.
Otra de las causas para esta postración es la marginación, por un lado, y el excesivo centralismo por otro. Debido a la indolencia y al olvido por parte de nuestras autoridades perdimos una gran cantidad de distritos, quienes conformaron la nueva provincia de Ocros. La zona sur de la provincia de Bolognesi conformado por los distritos de Ticllos, San Miguel de Corpanqui, Canis, Abelardo Pardo Lezameta, La Primavera y Mangas son los más olvidados de la provincia. Estos pueblos requieren mucha atención de parte de nuestras autoridades provinciales y regionales para potenciar la agricultura, la ganadería y la fruticultura, al margen de sus excelentes recursos turísticos.
Esperamos que vengan años mejores y los pueblos marchen al compás del avance de la ciencia y tecnología de nuestros tiempos.
En ocasión del 59 Aniversario del distrito de Canis dedico a mi pueblo un libro con el sentimiento canisino donde los personajes son hombres y mujeres de distintas generaciones. Ellos y ellas desfilan en las narraciones, en los testimonios, dando a conocer su historia, sus vivencias, anhelando un Canis diferente y con mejor porvenir.
He aquí la portada y presentación del libro CANIS “Tierra Prodigiosa de Vida y Esperanza”
PREÁMBULO
El tiempo, cual conjunto de anillos engarzados, va girando inacabablemente impulsado por ese motor eterno e invisible, generando cambios en la vida de los seres.
Después de un año, los días intensos de sol que cuartearon las tierras fértiles y también las áridas, cual un rompecabezas, acabaron por fin. Los meses de intranquilidad y zozobra felizmente han empezado su viaje cargando sus maletas para retornar nuevamente y continuar el ciclo de la vida.
Los años nuevos siempre llegan con cohetes y bombardas trayéndonos esperanzas, también enigmas y nos saludan con su nueva sonrisa al son de orquestas y bandas; pero también nos traen lluvias que vienen en el vientre de las inmensas nubes que por las mañanas ascienden desde la quebrada hacia las alturas. Las semillas beben contentas las aguas para germinar airosas y cubrir de verdor los inmensos campos.
Los días de tortura e incesante sed que acabaron con la vida de los seres que resistían en los campos áridos, no pudieron hacerlo con los carcarillos, esos “héroes de guerra”, a pesar que el sol y el viento arrebataron sus hojas, se mantuvieron de pie, resistiendo estoicamente como soldados heroicos e invencibles, en la lucha por la supervivencia.
Ahora, ante los buenos tiempos, donde la lluvia, las nubes, el viento y el sol siembran la alegría, los paisajes mudan de ropa, y ese verde multicolor en un inmenso tablero avanza por entre las estribaciones para perderse entre los últimos recodos de las quebradas. Visto desde el mirador de Kunka, el valle interandino, se parece una pintura al natural donde todos celebran la fiesta de la vida. Dentro de ese verdor paradisíaco que deleitan a los ojos, en las quebradas y los valles, se entonan sinfonías de ensueño y esperanza donde los humanos somos el complemento de ese cuadro maravilloso pintado por la Madre Naturaleza.
En ese bello panorama, cual pinturas de acuarela, desfilan sonrientes las flores amarillas y acampanadas de las waromas y mishawaromas que se mecen al son del viento, los amancaes, las arromias, los joyris y los llillcacos que esperan con ansias las manos de las mujeres para embellecer y reír a carcajadas en las coronas de sus blancos sombreros.
Tantas cosas más nos traen el retorno de los meses, la vuelta de cada enero, dando comienzo al año nuevo, a la nueva vida.
Si volvemos la mirada al pasado, aparecen desfilando ante nuestros ojos los años que se fueron y el mundo vivido en esa pequeña franja de tierra ubérrima desde el río Pativilca (Coca) hasta las cumbres heladas de la Cordillera Negra. Allí, nuestra madre tierra nos dio de beber la sabiduría entregándonos con sus brazos abiertos y llena de amor todas sus bondades.
Los campos de Coca y Marukmay, por cuyas quebradas corre furioso el Pativilca, siempre nos brindaron los maíces primerizos de ricos y sabrosos choclos blancos y amarillos y las cashpas asadas al fogón; el río torrentoso y hablador que albergaba pejerreyes, truchas y hasta camarones era nuestra diversión de pesca; los huertos nutridos de árboles frutales donde campeaba el olor de las guayabas verdes y amarillas, pacayes, plátanos, chirimoyas, limas, nísperos, naranjas, en fin, eran el deleite de nuestros paladares de niños; fuimos testigos de la voracidad de los papagayos bullangueros que caían por parvadas sobre el maizal y en segundos devoraban los granos de las mazorcas dejando solamente las corontas dentro de la envoltura de los choclos, ante nuestros gritos y voces de alarma parecían mofarse, pues, pegados a los cilíndricos tallos de caña nos miraban con indiferencia, mientras que sus picos acerados desaparecían los granos de maíz, y ya estando al alcance de nuestras manos levantaban vuelo y sobre nuestras cabezas revoloteaban protestando. Las hondillas con sus callapas hechas de waroma, que disparaban balines de piedrecillas, eran las que lograban ahuyentarlos, entonces ellos se dirigían a las otras chacras de donde también eran arrojados, y sólo se iban luego de haber satisfecho su voracidad.
Cuando el sol desaparecía tras los cerros, el valle quedaba casi en silencio, uno que otro chivillo dejaba escuchar su canto desde lo alto de los molles, entonces, empezaba el retorno al pueblo. Los caminos de Ajupallak, Kutakaray y Olastana se cubrían de largas hileras de caminantes, unos con sus alforjas y ponchos sobre los hombros, y las mujeres con sus multicolores mantas sobre sus espaldas. Era un cuadro maravilloso que cualquier pintor habría sido tentado para plasmarlo sobre sus lienzos. El viaje era muy divertido. Los niños buscábamos unas yerbas cuyas hojas se aferraban como gomas sobre las prendas de vestir o también nos aprovisionábamos de esas plantas menudas llamadas Iskijachas, que cual puyas en miniatura se clavaban sobre las faldas de las mujeres quienes entre sonrisas y enojos trataban de limpiar las diminutas espinas engrapadas sobre sus prendas. Ya al anochecer ingresábamos a Canis por sus inconfundibles calles empedradas, mientras que en las alforjas o costalillos nunca faltaban los choclos para papá y mamá.
Los campos de Canis, productores de maíces, trigos y árboles frutales siempre fueron fértiles. Las abundantes cosechas, en las chacras llenas de trigales y maizales, eran conducidas hasta los almacenes, llamados altus, acondicionados debajo de los techos de todas las casas. Allí las mamás sabiamente separaban los destinados para el consumo diario, y también las semillas, las que eran celosamente separadas y guardadas para el sembrío en el siguiente año.
Los campos de Pacocha por su clima frígido proporcionaban pasto en abundancia, sobre todo alfalfares que parecían inmensas macetas con diversas tonalidades verdes, bordeado por gigantescas murallas de piedra. Marzo era un mes encantador, pues transformaba a Pacocha en un Edén.
A las cinco de la mañana, miles de pajarillos posados en las ramas de los alisos y yerbasantas que crecían a los bordes de la acequia que conducía las heladas aguas de la puna hacia el reservorio, cantaban cada cual a su manera. Eran miles de voces las que nos llegaban hasta nuestro dulce despertar. Mamá siempre decía que era la oración de ellos en agradecimiento por el nuevo día.
A las seis de la mañana, no muy lejos de las casas, las perdices silbaban haciendo un concierto de voces. Era difícil ubicar el lugar de dónde provenían los silbidos, y cuando menos pensábamos, casi de nuestros pies, salían volando de entre las yerbas y los arbustos, produciendo el escalofrío en nuestros cuerpos. Sus vuelos de ave espantadiza con silbidos menudos acompañado con el rumor y batir de sus alas nos dejaban helados, pero nos deleitaba ver en el aire a una inmensa ave con las alas abiertas casi en arco aterrizando a una prudente distancia.
A las ocho de la mañana las vacas bramaban en los corrales llamando a sus crías, entonces los niños llenábamos en nuestros bolsillos la sabrosa cancha, y con un mate redondo en las manos íbamos presurosos a cuidar los corrales para contener a los becerros. Con el garrote en la mano espantábamos a los que iban llegando queriendo romper la regla. Nuestra alegría era más profunda cuando la vaquera se acercaba con el balde repleto de leche para vaciar en un gran recipiente. Era la hora de llenar los mates con la leche espumosa, lo mezclábamos con cancha y saboreábamos hasta más no poder.
A las diez de la mañana los ganados eran conducidos a los alfalfares mientras en casa trabajaban todo el proceso para la elaboración del queso. Retornábamos a casa casi corriendo, y al llegar ya nos esperaba la sabrosa chuma o cuajada que mezclado con cancha era un potaje sabroso. Alrededor del mediodía no nos perdíamos la cachizada, es decir, la chuma batida con sal donde se empezaba el proceso de separación del suero.
Al atardecer, la cachizada depositada sobre las bateas para ser sobada luego envuelta en inmensos manteles blancos, era exprimida hasta acabar con la última gota de suero, horas más tarde las manos diestras de las mujeres se encargaban la elaboración del queso hasta que finalmente eran depositados dentro de unos cubos de madera con muchas aberturas para ser prensados hasta al día siguiente.
Antes que el sol se ocultara ya en los fogones hervía el suero, el mismo que al ser colado nos entregaba los bollos de requesones. Nada se desperdiciaba, pues el suero era depositado en inmensos recipientes de mate y al día siguiente las mamás separaban la nata en fuentes especiales y poco a poco se formaban en bolas de mantequilla.
Acababa el día con el reparto de los becerros en los alfalfares. Chicote en mano correteábamos por entre los tallos tupidos de la alfalfa y mojados por la lluvia, finalmente los becerros eran encerrados en los corrales para nuevamente volver a repetir el mismo trabajo en los días siguientes.
Eran años de mucha abundancia, los campos producían bastante papa, oca, olluco, quinua, habas. En las casas construían con carrizos las famosas wayrinkas y sobre ellas se depositaban los inmensos moldes de queso hasta de una arroba para que chorreara el suero que quedaba.
Hoy, tus hijos te recordamos Canis y te entregamos este pequeño manojo de narraciones que no lo hicimos nosotros, sino, fuiste tú la moldeadora de nuestras mentes en ese paisaje lleno de verdor bajo el cielo azul. Para ti madre generosa: «Tierra Prodigiosa de Vida y Esperanza.
Canis, 29 de enero del 2024
EL AUTOR
Otra de las causas para esta postración es la marginación, por un lado, y el excesivo centralismo por otro. Debido a la indolencia y al olvido por parte de nuestras autoridades perdimos una gran cantidad de distritos, quienes conformaron la nueva provincia de Ocros. La zona sur de la provincia de Bolognesi conformado por los distritos de Ticllos, San Miguel de Corpanqui, Canis, Abelardo Pardo Lezameta, La Primavera y Mangas son los más olvidados de la provincia. Estos pueblos requieren mucha atención de parte de nuestras autoridades provinciales y regionales para potenciar la agricultura, la ganadería y la fruticultura, al margen de sus excelentes recursos turísticos.
Esperamos que vengan años mejores y los pueblos marchen al compás del avance de la ciencia y tecnología de nuestros tiempos.
En ocasión del 59 Aniversario del distrito de Canis dedico a mi pueblo un libro con el sentimiento canisino donde los personajes son hombres y mujeres de distintas generaciones. Ellos y ellas desfilan en las narraciones, en los testimonios, dando a conocer su historia, sus vivencias, anhelando un Canis diferente y con mejor porvenir.
He aquí la portada y presentación del libro CANIS “Tierra Prodigiosa de Vida y Esperanza”
PREÁMBULO
El tiempo, cual conjunto de anillos engarzados, va girando inacabablemente impulsado por ese motor eterno e invisible, generando cambios en la vida de los seres.
Después de un año, los días intensos de sol que cuartearon las tierras fértiles y también las áridas, cual un rompecabezas, acabaron por fin. Los meses de intranquilidad y zozobra felizmente han empezado su viaje cargando sus maletas para retornar nuevamente y continuar el ciclo de la vida.
Los años nuevos siempre llegan con cohetes y bombardas trayéndonos esperanzas, también enigmas y nos saludan con su nueva sonrisa al son de orquestas y bandas; pero también nos traen lluvias que vienen en el vientre de las inmensas nubes que por las mañanas ascienden desde la quebrada hacia las alturas. Las semillas beben contentas las aguas para germinar airosas y cubrir de verdor los inmensos campos.
Los días de tortura e incesante sed que acabaron con la vida de los seres que resistían en los campos áridos, no pudieron hacerlo con los carcarillos, esos “héroes de guerra”, a pesar que el sol y el viento arrebataron sus hojas, se mantuvieron de pie, resistiendo estoicamente como soldados heroicos e invencibles, en la lucha por la supervivencia.
Ahora, ante los buenos tiempos, donde la lluvia, las nubes, el viento y el sol siembran la alegría, los paisajes mudan de ropa, y ese verde multicolor en un inmenso tablero avanza por entre las estribaciones para perderse entre los últimos recodos de las quebradas. Visto desde el mirador de Kunka, el valle interandino, se parece una pintura al natural donde todos celebran la fiesta de la vida. Dentro de ese verdor paradisíaco que deleitan a los ojos, en las quebradas y los valles, se entonan sinfonías de ensueño y esperanza donde los humanos somos el complemento de ese cuadro maravilloso pintado por la Madre Naturaleza.
En ese bello panorama, cual pinturas de acuarela, desfilan sonrientes las flores amarillas y acampanadas de las waromas y mishawaromas que se mecen al son del viento, los amancaes, las arromias, los joyris y los llillcacos que esperan con ansias las manos de las mujeres para embellecer y reír a carcajadas en las coronas de sus blancos sombreros.
Tantas cosas más nos traen el retorno de los meses, la vuelta de cada enero, dando comienzo al año nuevo, a la nueva vida.
Si volvemos la mirada al pasado, aparecen desfilando ante nuestros ojos los años que se fueron y el mundo vivido en esa pequeña franja de tierra ubérrima desde el río Pativilca (Coca) hasta las cumbres heladas de la Cordillera Negra. Allí, nuestra madre tierra nos dio de beber la sabiduría entregándonos con sus brazos abiertos y llena de amor todas sus bondades.
Los campos de Coca y Marukmay, por cuyas quebradas corre furioso el Pativilca, siempre nos brindaron los maíces primerizos de ricos y sabrosos choclos blancos y amarillos y las cashpas asadas al fogón; el río torrentoso y hablador que albergaba pejerreyes, truchas y hasta camarones era nuestra diversión de pesca; los huertos nutridos de árboles frutales donde campeaba el olor de las guayabas verdes y amarillas, pacayes, plátanos, chirimoyas, limas, nísperos, naranjas, en fin, eran el deleite de nuestros paladares de niños; fuimos testigos de la voracidad de los papagayos bullangueros que caían por parvadas sobre el maizal y en segundos devoraban los granos de las mazorcas dejando solamente las corontas dentro de la envoltura de los choclos, ante nuestros gritos y voces de alarma parecían mofarse, pues, pegados a los cilíndricos tallos de caña nos miraban con indiferencia, mientras que sus picos acerados desaparecían los granos de maíz, y ya estando al alcance de nuestras manos levantaban vuelo y sobre nuestras cabezas revoloteaban protestando. Las hondillas con sus callapas hechas de waroma, que disparaban balines de piedrecillas, eran las que lograban ahuyentarlos, entonces ellos se dirigían a las otras chacras de donde también eran arrojados, y sólo se iban luego de haber satisfecho su voracidad.
Cuando el sol desaparecía tras los cerros, el valle quedaba casi en silencio, uno que otro chivillo dejaba escuchar su canto desde lo alto de los molles, entonces, empezaba el retorno al pueblo. Los caminos de Ajupallak, Kutakaray y Olastana se cubrían de largas hileras de caminantes, unos con sus alforjas y ponchos sobre los hombros, y las mujeres con sus multicolores mantas sobre sus espaldas. Era un cuadro maravilloso que cualquier pintor habría sido tentado para plasmarlo sobre sus lienzos. El viaje era muy divertido. Los niños buscábamos unas yerbas cuyas hojas se aferraban como gomas sobre las prendas de vestir o también nos aprovisionábamos de esas plantas menudas llamadas Iskijachas, que cual puyas en miniatura se clavaban sobre las faldas de las mujeres quienes entre sonrisas y enojos trataban de limpiar las diminutas espinas engrapadas sobre sus prendas. Ya al anochecer ingresábamos a Canis por sus inconfundibles calles empedradas, mientras que en las alforjas o costalillos nunca faltaban los choclos para papá y mamá.
Los campos de Canis, productores de maíces, trigos y árboles frutales siempre fueron fértiles. Las abundantes cosechas, en las chacras llenas de trigales y maizales, eran conducidas hasta los almacenes, llamados altus, acondicionados debajo de los techos de todas las casas. Allí las mamás sabiamente separaban los destinados para el consumo diario, y también las semillas, las que eran celosamente separadas y guardadas para el sembrío en el siguiente año.
Los campos de Pacocha por su clima frígido proporcionaban pasto en abundancia, sobre todo alfalfares que parecían inmensas macetas con diversas tonalidades verdes, bordeado por gigantescas murallas de piedra. Marzo era un mes encantador, pues transformaba a Pacocha en un Edén.
A las cinco de la mañana, miles de pajarillos posados en las ramas de los alisos y yerbasantas que crecían a los bordes de la acequia que conducía las heladas aguas de la puna hacia el reservorio, cantaban cada cual a su manera. Eran miles de voces las que nos llegaban hasta nuestro dulce despertar. Mamá siempre decía que era la oración de ellos en agradecimiento por el nuevo día.
A las seis de la mañana, no muy lejos de las casas, las perdices silbaban haciendo un concierto de voces. Era difícil ubicar el lugar de dónde provenían los silbidos, y cuando menos pensábamos, casi de nuestros pies, salían volando de entre las yerbas y los arbustos, produciendo el escalofrío en nuestros cuerpos. Sus vuelos de ave espantadiza con silbidos menudos acompañado con el rumor y batir de sus alas nos dejaban helados, pero nos deleitaba ver en el aire a una inmensa ave con las alas abiertas casi en arco aterrizando a una prudente distancia.
A las ocho de la mañana las vacas bramaban en los corrales llamando a sus crías, entonces los niños llenábamos en nuestros bolsillos la sabrosa cancha, y con un mate redondo en las manos íbamos presurosos a cuidar los corrales para contener a los becerros. Con el garrote en la mano espantábamos a los que iban llegando queriendo romper la regla. Nuestra alegría era más profunda cuando la vaquera se acercaba con el balde repleto de leche para vaciar en un gran recipiente. Era la hora de llenar los mates con la leche espumosa, lo mezclábamos con cancha y saboreábamos hasta más no poder.
A las diez de la mañana los ganados eran conducidos a los alfalfares mientras en casa trabajaban todo el proceso para la elaboración del queso. Retornábamos a casa casi corriendo, y al llegar ya nos esperaba la sabrosa chuma o cuajada que mezclado con cancha era un potaje sabroso. Alrededor del mediodía no nos perdíamos la cachizada, es decir, la chuma batida con sal donde se empezaba el proceso de separación del suero.
Al atardecer, la cachizada depositada sobre las bateas para ser sobada luego envuelta en inmensos manteles blancos, era exprimida hasta acabar con la última gota de suero, horas más tarde las manos diestras de las mujeres se encargaban la elaboración del queso hasta que finalmente eran depositados dentro de unos cubos de madera con muchas aberturas para ser prensados hasta al día siguiente.
Antes que el sol se ocultara ya en los fogones hervía el suero, el mismo que al ser colado nos entregaba los bollos de requesones. Nada se desperdiciaba, pues el suero era depositado en inmensos recipientes de mate y al día siguiente las mamás separaban la nata en fuentes especiales y poco a poco se formaban en bolas de mantequilla.
Acababa el día con el reparto de los becerros en los alfalfares. Chicote en mano correteábamos por entre los tallos tupidos de la alfalfa y mojados por la lluvia, finalmente los becerros eran encerrados en los corrales para nuevamente volver a repetir el mismo trabajo en los días siguientes.
Eran años de mucha abundancia, los campos producían bastante papa, oca, olluco, quinua, habas. En las casas construían con carrizos las famosas wayrinkas y sobre ellas se depositaban los inmensos moldes de queso hasta de una arroba para que chorreara el suero que quedaba.
Hoy, tus hijos te recordamos Canis y te entregamos este pequeño manojo de narraciones que no lo hicimos nosotros, sino, fuiste tú la moldeadora de nuestras mentes en ese paisaje lleno de verdor bajo el cielo azul. Para ti madre generosa: «Tierra Prodigiosa de Vida y Esperanza.
Canis, 29 de enero del 2024
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