José antonio salazar mejía
EL MOCHADERO
Información de Steven Wegner antropólogo estadounidense residente en Huarás.
Miguel de Estete al narrar el paso de Gonzalo Pizarro señala que fue recibido en Huarás por el curaca Pumacapillay. A la llegada de los españoles, en el siglo XVI, Pumacayán seguía fungiendo de adoratorio, y cuentan las crónicas que allí se realizaban las ceremonias principales del Warachiku y del Qiquchiku. El primero era cuando los jóvenes púberes recibían la wara o pañeta que los identificaba como miembros de la comunidad y con ella recibían el nombre definitivo; la segunda consistía en las ofrendas que las jóvenes presentaban a la divinidad una vez que les haya venido su primera flor, es decir, cuando ya su cuerpo estaba preparado para la procreación. Los españoles conocían a Pumacayán como un sitio de adoración y le llamabanEl mochadero, pues el término mocha, ellos entendían que significaba adoración.
Mucha preocupación habría causado entre los evangelizadores la gran veneración que los indígenas tenían por Pumacayán que a instancias del padre Cano se erigieron dos conventos y un templo a sus alrededores, como para cercarlo y arrebatarle su poder. En Molinupampa se instaló el primer convento franciscano, luego fue trasladado a la actual Alameda Grau, y frente al gran templo se levantó la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, adjunta al obraje de García Barba, que fuera el lugar donde luego se edificó el templo del Señor de La Soledad.
La depredación de Pumacayán empezó cuando los propios indígenas retiraron el illa o huanca, piedra que representaba al dios Guari y lo colocaron en el altar mayor del cercano templo del Señor de La Soledad, a fines del siglo XVII. Marcos Yauri asevera que de este modo se trasladó el culto andino al culto cristiano.
Perdido el respeto al templo mayor, su culto decayó vertiginosamente. Esto coincidió con la inquietud del cura párroco el licenciado Juan Esteban de Castromonte quien en 1694 solicitó al Virrey permiso para fundar el convento de la hospitalidad, ofreciéndose a costear con su peculio la construcción de un hospital para indios pobres.
Enterados de esta petición, los indios principales Inchicaqui, Nacanacuy y Yacharachín pidieron una reunión con los caciques designados por los españoles Bernardo de Avila Cochachin y Pedro González Ruyna Cochachin.
La licencia otorgada por el Virrey tenía sus bemoles, autorizaba que para la edificación del hospital se cogiesen piedras de la antigualla de Pumacayán y decía aún más, si se encontraran oro o piedras preciosas en dicha antigualla, también sean dedicadas a la edificación de dicho hospital. Con tal autorización el templo de Pumacayán fue depredado de forma inmisericorde. Si al año siguiente ya se estaba inaugurando el Hospital de San José, fue porque la cantera proporcionó abundante material.
A pesar de tan brutal destrucción, Pumacayán seguía captando la veneración de los naturales. Siguió sirviendo como mochadero y para las ceremonias andinas de la shoqma y la cura del susto, antiguas prácticas de nuestros antepasados.
José Antonio Salazar Mejía
- ¡Ay gringuito…! ¡Cuánto cuye hemos dejado en Pumacayán a tu nombre! –Doña Florinda Gómez Gómez de este modo me recordaba lo asustadizo que había sido en mi niñez, pues semanalmente me tenían que shojmar y luego llevar al cuye y mi susto al antiguo santuario de Pumacayán.
- Ese templo tiene mucha energía en su interior. Por algo de allí sale las noches de luna llena un tonel de fuego que no para hasta llegar al río Santa. –Decía don Federico.
- ¿Siendo médico, usted cree en esas supersticiones? –Le preguntaba su buen amigo el poeta Teófilo Méndez Ramos.
- ¡Qué van a ser supersticiones don Tiulli! Por algo a la calle que baja de Pumacayán, el jirón Santa Rosa, antiguamente se le conocía como la calle del Rayo, a causa de ese misterioso tonel.
Miguel de Estete al narrar el paso de Gonzalo Pizarro señala que fue recibido en Huarás por el curaca Pumacapillay. A la llegada de los españoles, en el siglo XVI, Pumacayán seguía fungiendo de adoratorio, y cuentan las crónicas que allí se realizaban las ceremonias principales del Warachiku y del Qiquchiku. El primero era cuando los jóvenes púberes recibían la wara o pañeta que los identificaba como miembros de la comunidad y con ella recibían el nombre definitivo; la segunda consistía en las ofrendas que las jóvenes presentaban a la divinidad una vez que les haya venido su primera flor, es decir, cuando ya su cuerpo estaba preparado para la procreación. Los españoles conocían a Pumacayán como un sitio de adoración y le llamabanEl mochadero, pues el término mocha, ellos entendían que significaba adoración.
Mucha preocupación habría causado entre los evangelizadores la gran veneración que los indígenas tenían por Pumacayán que a instancias del padre Cano se erigieron dos conventos y un templo a sus alrededores, como para cercarlo y arrebatarle su poder. En Molinupampa se instaló el primer convento franciscano, luego fue trasladado a la actual Alameda Grau, y frente al gran templo se levantó la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, adjunta al obraje de García Barba, que fuera el lugar donde luego se edificó el templo del Señor de La Soledad.
La depredación de Pumacayán empezó cuando los propios indígenas retiraron el illa o huanca, piedra que representaba al dios Guari y lo colocaron en el altar mayor del cercano templo del Señor de La Soledad, a fines del siglo XVII. Marcos Yauri asevera que de este modo se trasladó el culto andino al culto cristiano.
Perdido el respeto al templo mayor, su culto decayó vertiginosamente. Esto coincidió con la inquietud del cura párroco el licenciado Juan Esteban de Castromonte quien en 1694 solicitó al Virrey permiso para fundar el convento de la hospitalidad, ofreciéndose a costear con su peculio la construcción de un hospital para indios pobres.
Enterados de esta petición, los indios principales Inchicaqui, Nacanacuy y Yacharachín pidieron una reunión con los caciques designados por los españoles Bernardo de Avila Cochachin y Pedro González Ruyna Cochachin.
- ¿Cuál es vuestra inquietud tayta Yacharachín?, ¿por qué han pedido esta reunión del Consejo de Ancianos? –Preguntó el cacique Bernardo de Avila Cochachin.
- Sabemos taytas que nuestro pueblo fue grande y glorioso, -dijo el aludido con pausado hablar- los hombres éramos fuertes y las mujeres muy prolíficas. Pero desde el gran Pacha Kuti que fue la llegada de los wiraqtsas, males y enfermedades han exterminado a nuestras gentes.
- Cierto es –intervino Inchicaqui, y levantando los brazos añadió- las pestes no existían cuando reinaban nuestros incas y los dioses nos bendecían. Pero ahora estamos diezmados, ¡cuántas calamidades hemos tenido que soportar!
- ¿Y qué sugieren al Consejo? –inquirió el cacique.
- Necesitamos un hospital para atendernos, nosotros y nuestros hijos. Es preciso apoyar la petición del presbítero Castromonte.
- Enviemos una carta suplicatoria al Virrey ofreciendo un terreno para su ubicación, así más pronto tendremos hospital.
- Nos parece justo lo dicho. Si no hay oposición, encomendemos al propio taita cura Castromonte, nos escriba la carta con las palabras más expresivas y sabias para conmover al Virrey.
La licencia otorgada por el Virrey tenía sus bemoles, autorizaba que para la edificación del hospital se cogiesen piedras de la antigualla de Pumacayán y decía aún más, si se encontraran oro o piedras preciosas en dicha antigualla, también sean dedicadas a la edificación de dicho hospital. Con tal autorización el templo de Pumacayán fue depredado de forma inmisericorde. Si al año siguiente ya se estaba inaugurando el Hospital de San José, fue porque la cantera proporcionó abundante material.
A pesar de tan brutal destrucción, Pumacayán seguía captando la veneración de los naturales. Siguió sirviendo como mochadero y para las ceremonias andinas de la shoqma y la cura del susto, antiguas prácticas de nuestros antepasados.
- Mi niño está mal mama, no come y arroja nomás.
- Hoy es lunes, mañana martes hay que llamar a la curiosa, que la shoqme con flores y luego las lleve a Pumacayán.
- Ahorita voy a buscarla, porque si no viene mañana hay que esperar hasta el viernes y hasta allí no creo que llegue mi niño.
- Envuelto en una sábana, el enfermo yacía en una tarima en casa del entendido, éste, de rato en rato le daba de beber una mezcla de hierbas. Al llegar la medianoche, el entendido sacaba un sable antiguo, probablemente de la época de la independencia, también una vara y blandiéndolas daba inicio a una danza, rezaba y danzaba alrededor del enfermo. Cuando la danza llegaba a su máximo frenesí, salía corriendo en dirección a Pumacayán, allí entre las espinas invocaba alhane perdido, luego de una serie de evoluciones, recogía el hane con su espada y volvía corriendo a casa. Inmediatamente se acostaba sobre el enfermo y entre oraciones le devolvía el ánimo. Completamente extenuado, el entendido caía al pie de la cama mientras que el enfermo se levantaba ya sano y se retiraba a su domicilio.
José Antonio Salazar Mejía