armando zarazú
VALORANDO A LA MUJER
La historia de la humanidad se ha caracterizado por haber sido escrita por el hombre, realzando al hombre y, en beneficio del hombre, sin considerar que, la compañera de este, la mujer, ha sido partícipe de sus penurias y triunfos, lo cual, sin duda alguna, es una de las más grandes injusticias que todavía subsisten dentro de la humanidad. En pleno siglo XXI todavía existen países en donde las mujeres son consideradas ciudadanas de segunda categoría, sin derecho a gozar de los mismos beneficios que, la sociedad, otorga a sus contrapartes del sexo opuesto, en buen castellano, los hombres. En realidad es mucho todavía lo que falta hacer para considerar que la mujer, realmente está en la misma situación del hombre. Es necesario, por lo tanto, crear conciencia y educar a la sociedad para que, algún día, se pueda decir realmente que existe igualdad entre el hombre y la mujer.
La mujer ha estado presente, desde los tiempos de los inicios de la humanidad y en todas las culturas que han existido, como parte activa de la sociedad en que le tocó vivir. Sin embargo, su participación siempre fue ignorada en una historia escrita, casi siempre desde el punto de vista masculino, la cual olvida que la participación de la mujer, en el cotidiano vivir, ha sido fundamental para el desarrollo y progreso de la humanidad. Desde tiempos inmemoriales se trató de minimizar el papel de la mujer en la sociedad, como si su participación hubiera sido inexistente y, si alguna vez se le menciona, es como esposa o compañera de hombres públicos, cuyos méritos si merecen ser mencionados y recordados. Las páginas de los libros de historia hablan de conflictos políticos, guerras entre países y reyes poderosos, campos en los cuales la mujer, salvo contadas ocasiones, no tuvo oportunidad de destacar. En realidad la historia siempre ha sido injusta con la mujer y es recién, en las últimas décadas, que los científicos sociales, han empezado a replantear y reconocer el papel de la mujer, no solo dentro de la sociedad, sino también en el mundo en el cual se desarrolla.
En los últimos cincuenta años, al mismo tiempo que los estudios acerca de la situación de la mujer en nuestra sociedad han ido avanzando, los estudiosos del tema han comenzado a descubrir una inmensa riqueza acerca de la vida y logros de algunas mujeres célebres. Parte de este material es fácil de conseguir en bibliotecas, crónicas, códigos legales, biografías y archivos eclesiásticos. Otra fuente de información aparece como consecuencia de estudio de la cultura popular a la cual, la mujer está íntimamente muy ligada por su condición de madre.
La historia del pueblo latinoamericano no defiere a la de otras culturas cuando se trata de hablar de la participación de la mujer en la vida pública de sus respectivos países. Es, en muy contadas ocasiones, cuando podemos encontrar un nombre femenino en nuestros libros de historia. La primera que pone de vuelta y media a la sociedad colonial latinoamericana es Sor Juana Inés de la Cruz , nacida en México en 1648, quien, con el correr de los años, se convierte en la primera mujer de las letras en esta parte del mundo. Nacida en una familia acomodada, a muy temprana edad se da maña para aprender a leer, habilidad intelectual que no era incentivada en las mujeres de la época, incluso en el seno de las familias acomodadas. Su precoz inteligencia no pasó desapercibida por sus progenitores quienes la enviaron a la capital mexicana para que pueda continuar sus estudios. Pronto su fama de mujer intelectual -algo impensable en aquellos años- se expande y comienza a frecuentar a los eruditos de su época, sosteniendo, fácilmente, discusiones acerca de poesía, historia y religión. Convirtiéndose, de esa forma, en el centro de atención de la corte virreinal mexicana. Antes de cumplir los veinte años ingresa al convento de la Orden de San Jerónimo, pero sin desligarse de sus actividades intelectuales. Su popularidad continúa creciendo y Sor Juana Inés de la Cruz empieza a componer poemas de amor a pedido de los cortesanos a la vez que trabaja en proyectos literarios de corte religioso, sin abandonar su afición por la poesía. Es en esta época cuando escribe una de sus obras más conocidas, Primer Sueño, además de obras teatrales de corte religioso como el Divino Narciso, en el cual mezcla mitología griega y azteca. Esta precursora del feminismo latinoamericano hablaba y escribía en Español, Latín y Náhualt (1).
Casi al final de su vida la religiosa mexicana escribió lo que sería su máxima creación. Luego de un sermón religioso, escrito cuarenta años atrás, y que causó una profunda impresión negativa en ella, escribió una crítica a dicho sermón. Una copia de esta crítica llegó a manos del Obispo de Puebla, quien lo mandó publicar, escribiendo, al mismo tiempo, una carta bajo el nombre de Sor Filotea de la Cruz, en la cual criticaba rudamente, con la mentalidad religiosa y machista de la época, que una mujer tome parte en una discusión religiosa. La respuesta de esta gran mujer fue escribir una carta titulada Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, en la cual defendía su derecho, como mujer, a usar su inteligencia. Además defendía el derecho de la mujer a estudiar, escribir y enseñar. Esta carta es uno de los documentos más claros y precisos de su tiempo acerca del derecho de la mujer a tener una vida intelectual. Hay que recordar que, en esos tiempos, el analfabetismo femenino era regla de oro en toda sociedad civilizada. Demás está decir que su valentía desató la ira eclesiástica, la cual la condenó al silencio, algo así como la muerte en vida para alguien cuya pasión eran las letras.
(1)Nahualt.- Lenguaje de los antiguos aztecas.
Armando Zarazú
[email protected]
La mujer ha estado presente, desde los tiempos de los inicios de la humanidad y en todas las culturas que han existido, como parte activa de la sociedad en que le tocó vivir. Sin embargo, su participación siempre fue ignorada en una historia escrita, casi siempre desde el punto de vista masculino, la cual olvida que la participación de la mujer, en el cotidiano vivir, ha sido fundamental para el desarrollo y progreso de la humanidad. Desde tiempos inmemoriales se trató de minimizar el papel de la mujer en la sociedad, como si su participación hubiera sido inexistente y, si alguna vez se le menciona, es como esposa o compañera de hombres públicos, cuyos méritos si merecen ser mencionados y recordados. Las páginas de los libros de historia hablan de conflictos políticos, guerras entre países y reyes poderosos, campos en los cuales la mujer, salvo contadas ocasiones, no tuvo oportunidad de destacar. En realidad la historia siempre ha sido injusta con la mujer y es recién, en las últimas décadas, que los científicos sociales, han empezado a replantear y reconocer el papel de la mujer, no solo dentro de la sociedad, sino también en el mundo en el cual se desarrolla.
En los últimos cincuenta años, al mismo tiempo que los estudios acerca de la situación de la mujer en nuestra sociedad han ido avanzando, los estudiosos del tema han comenzado a descubrir una inmensa riqueza acerca de la vida y logros de algunas mujeres célebres. Parte de este material es fácil de conseguir en bibliotecas, crónicas, códigos legales, biografías y archivos eclesiásticos. Otra fuente de información aparece como consecuencia de estudio de la cultura popular a la cual, la mujer está íntimamente muy ligada por su condición de madre.
La historia del pueblo latinoamericano no defiere a la de otras culturas cuando se trata de hablar de la participación de la mujer en la vida pública de sus respectivos países. Es, en muy contadas ocasiones, cuando podemos encontrar un nombre femenino en nuestros libros de historia. La primera que pone de vuelta y media a la sociedad colonial latinoamericana es Sor Juana Inés de la Cruz , nacida en México en 1648, quien, con el correr de los años, se convierte en la primera mujer de las letras en esta parte del mundo. Nacida en una familia acomodada, a muy temprana edad se da maña para aprender a leer, habilidad intelectual que no era incentivada en las mujeres de la época, incluso en el seno de las familias acomodadas. Su precoz inteligencia no pasó desapercibida por sus progenitores quienes la enviaron a la capital mexicana para que pueda continuar sus estudios. Pronto su fama de mujer intelectual -algo impensable en aquellos años- se expande y comienza a frecuentar a los eruditos de su época, sosteniendo, fácilmente, discusiones acerca de poesía, historia y religión. Convirtiéndose, de esa forma, en el centro de atención de la corte virreinal mexicana. Antes de cumplir los veinte años ingresa al convento de la Orden de San Jerónimo, pero sin desligarse de sus actividades intelectuales. Su popularidad continúa creciendo y Sor Juana Inés de la Cruz empieza a componer poemas de amor a pedido de los cortesanos a la vez que trabaja en proyectos literarios de corte religioso, sin abandonar su afición por la poesía. Es en esta época cuando escribe una de sus obras más conocidas, Primer Sueño, además de obras teatrales de corte religioso como el Divino Narciso, en el cual mezcla mitología griega y azteca. Esta precursora del feminismo latinoamericano hablaba y escribía en Español, Latín y Náhualt (1).
Casi al final de su vida la religiosa mexicana escribió lo que sería su máxima creación. Luego de un sermón religioso, escrito cuarenta años atrás, y que causó una profunda impresión negativa en ella, escribió una crítica a dicho sermón. Una copia de esta crítica llegó a manos del Obispo de Puebla, quien lo mandó publicar, escribiendo, al mismo tiempo, una carta bajo el nombre de Sor Filotea de la Cruz, en la cual criticaba rudamente, con la mentalidad religiosa y machista de la época, que una mujer tome parte en una discusión religiosa. La respuesta de esta gran mujer fue escribir una carta titulada Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, en la cual defendía su derecho, como mujer, a usar su inteligencia. Además defendía el derecho de la mujer a estudiar, escribir y enseñar. Esta carta es uno de los documentos más claros y precisos de su tiempo acerca del derecho de la mujer a tener una vida intelectual. Hay que recordar que, en esos tiempos, el analfabetismo femenino era regla de oro en toda sociedad civilizada. Demás está decir que su valentía desató la ira eclesiástica, la cual la condenó al silencio, algo así como la muerte en vida para alguien cuya pasión eran las letras.
(1)Nahualt.- Lenguaje de los antiguos aztecas.
Armando Zarazú
[email protected]