Rimay cóndor
EL ESCAPE
El amor, ese mundano, terrenal y profano sentimiento, surgido entre el hombre y la mujer, del que tanto se ha hablado y escrito desde que se tiene memoria, siempre ha tenido injerencia, de una forma u otra en la historia de la humanidad, está de fiesta en este mes de febrero. El amor ha sido causante de enemistades personales, familiares, guerras y por supuesto, fuente de inspiración para la creación de magníficos trabajos literarios, en todos sus géneros, a través de los siglos. Sin embargo, y esto sea dicho a favor de los causantes de tantos problemas, es decir los enamorados, nada de lo señalado ha hecho mella en el sentimiento que siempre ha llenado sus corazones, pasión que en definitiva es la causa real y efectiva para la supervivencia de nuestra especie, es decir del Homo Sapiens.
Ahora bien, nuestra tierra chiquiana no ha estada exenta de sonados romances, que si bien es cierto no desataron ninguna guerra, al menos enemistaron momentáneamente a algunas familias, o por lo menos al padre de la ninfa flechada por Cupido le causaron fuertes dolores de cabeza, sobre todo por su negativa en aceptar que “un pobre diablo” sea el dueño del corazón de la niña de sus ojos. Como es usual en estas circunstancias, para los directamente interesados, es decir los tórtolitos, esa oposición era como si estuviera lloviendo en Pachapaque, en buen romance, con ellos no era la cosa y, si la situación iba cambiando de color castaño a oscuro, amenazando con tornarse negra; apelaban al último recurso a la mano, el cual al final de cuentas, iba a ser la solución de sus problemas no comprendidos: el escape a la costa y a Lima si era posible. En realidad la empresa amorosa era fácil de planear pero difícil de ejecutar. El viaje no estaba exento de peligros, en esas épocas no era cuestión de comprar los pasajes en una agencia de viajes como ahora, sino requería audacia y valor para ejecutarlo. La ruta a seguir tenía sus dificultades, sobre todo para una parejita de jóvenes enamorados, que en su mayoría llevaba por todo equipaje amor a raudales y nada más. La travesía a seguir era difícil y peligrosa, incluso después de la llegada del primer carro a Chiquián, cuyo dueño fue don Miguel Moncada y estuvo manejado por don Benjamín Robles.
La carretera llegó a Chiquián aproximadamente en los años cuarenta, años más, años menos, facilitando de esa forma la comunicación con Lima y con algunas otras ciudades de la costa, sobre todo del llamado norte chico como Huacho, Supe, Barranca y otros poblados menores, estamos hablando de las haciendas de Paramonga, Huayto, solo por mencionar algunos, que por su cercanía geográfica eran atractivas fuentes de trabajo para nuestros paisanos y que están o estuvieron ligados al quehacer económico de nuestra tierra. Sin embargo, mucho antes de la construcción de la mencionada carretera, el viaje hacía los lugares mencionados era a través de Ocros; saliendo de Chiquián por las alturas de Huáncar, para llegar a la Pampa de Lampas, pasar por la temida Chonta Punta, para enfilar a Ocros y luego de una breve estadía de descanso, iniciar el descenso a la costa.
La ruta de por sí presenta grandes dificultades para el que no la conoce, no es nada fácil, sobre todo a pie. En esa época era recorrida sobre todo por los arrieros que transportaban mercaderías a lomo de burro y por los ganaderos que llevaban sus reses a vender a la costa, además, de alguno que otro osado viajero, porque la verdad sea dicha, el viajar por esas rutas era aventura arriesgada y de valientes. Muchas de las historias de bandoleros que nos han llegado de esos tiempos, siempre mencionan Chonta Punta como uno de los lugares frecuentados por los amigos de lo ajeno. Bien, es de entender que para hacer el viajecito de marras había que pensarlo no solo dos veces, y meditarlo bien. Sin embargo, hubieron algunas parejitas que no se detuvieron frente a tamaños obstáculos, y se aventuraron por esos tortuosos caminos en busca de su felicidad.
Bueno, me estoy saliendo del tema principal, el escape, y a eso vamos. Cuando la oposición paterna o familiar se hacía insoportable por cualquier motivo, los enamorados, previo acuerdo se entiende, liaban sus bártulos y se encontraban a las afueras del pueblo, de noche o muy de madrugada, que para el caso es lo mismo. Los más suertudos contaban con la complicidad de algún amigo o familiar dispuesto a correr el riesgo de enfrentar las iras de los afectados. Otros simplemente se las ingeniaban para lograr su cometido. La idea era la misma para todos, llegar a la Pampa de Lampas y después a Conococha lo más rápido posible, antes que se descubra su fuga y correr el riesgo de ser sorprendidos. Una vez en Conococha coger el primer carro, proveniente de Huaraz o el Callejón, dispuesto a llevarlos a la tierra prometida, es decir la costa o Lima, para formar su nidito de amor. Es ocioso decir que el padre de la robada, como las madres decían al referirse a la fugitiva, juraba y amenazaba que al momento salía tras de los fugitivos para romperle el alma al "desgraciado que se habia robado a su hija". Casi siempre su partida era demorada por unas oportunas copas de roncancu que algún benevolente familiar o amigo suyo le invitaba a fin de que se le vayan evaporando las penas y acepte la realidad. Por otro lado, demás está decirlo, por lo general, los tortolitos tenían éxito en su empresa y con el tiempo obtenían el perdón paterno o familiar, sobre todo cuando ya habían algunos chiuchis de por medio.
Otra forma de escape, mucho menos riesgosa y más práctica si se quiere, era salir de Chiquián, cada uno por su cuenta se entiende, reunirse en Huasta o Aquia, acercarse al consejo respectivo y, con la complicidad de alguna autoridad amable y comprensiva, por decir lo menos y que no falta en ninguna parte, firmar el acta matrimonial a solas con dos testigos que podían ser cualquiera de los conspicuos habitantes del pueblo elegido, quienes no tenían ni remota idea quienes eran los contrayentes. Después de ese paso, a los familiares de la contrayente, que eran los que por lo general siempre ponían peros al elegido, no les quedaba otra alternativa que aceptar a regañadientes al nuevo miembro de la parentela. Con el tiempo, el recién llegado hacía los méritos necesarios para congraciarse con la familia, al punto que a la vuelta de poco más de un año, algunas veces mucho menos que eso, las relaciones familiares se normalizaban celebrando el bautizo del producto del escape.
Rimay Cóndor
Nota: La preciosa figura de la pareja a caballo es obra del famoso artesano Raúl Orellana