Ricardo santos albornoz
YO, NO ENAMORO A LAS ALMAS
(Cuento inédito)
(Cuento inédito)
Demostrando movimientos respingados los danzantes se afanan en alegrar a toda la gente que llegaron a casa de don Oswaldo, mayordomo de la fiesta en honor a San Juan, Patrón del pueblo Chamas. Varones y mujeres se regocijan bailando con la orquesta Flor Andina de Mangas, la chicha de jora preparado con maíz de Ucrán o Pichuysa apaga las ansias sedientas de los presentes, que combinado con un poco de ron fuerte les turba todo el cuerpo, así con gran jolgorio festejan un año más de fiesta.
Muchedumbre venidos de Barranca, Huaral y Lima disfrutan de la fiesta, ahora ellos bailan, toman y gozan con tremenda alegría al estar en la tierra donde nacieron. Estoy con mis amigos, Esteban, Eleuterio, Humberto, Victor y Juancho, sorbiendo unas copas de calentado y mientras conversamos sobre anécdotas de antaño de broma en broma se entrelazan algunas sonrisas y carcajadas.
Ya casi dan las doce de la noche y me encuentro un tanto ebrio. En mi mente llega el pensamiento de salir a Mangas, mi pueblo. Tengo que regresar a casa donde mi mujer y mis hijos esperan mi retorno.
Acelero mis pasos por entre los eucaliptos de Saquicocha, con mi poncho habano y mi sombrero apolo de color plomo. La luna blanquita como la lana ilumina mi caminar retraído. El silencio me acompaña, los pájaros adormitan entre las ramas de los arbustos. Mi sombra va siempre adelante como perro que acompaña a su dueño. Como machazo, no tengo miedo porque las estrellas allá arriba atentas me están cuidando. Avanzo hacia Jipacruz, desde dónde puedo divisar débilmente a mi pueblo. Un céfiro suave me acaricia la cara, agudizándose en mis orejas.
Estoy caminando tambaleando, por la llanura hacia Majmayoq. Ahí donde la sombra crece más por la profundidad del callejón, las Witi witias, y los muchkis, chamizas que cubren esa zona, aparece sorpresivamente un añás a mi delante, que se cruza con mis pasos. Un olor irritante e insoportable invade el ambiente, expelido desde la cola del malagüero. Tiro unas piedras con el propósito de matarlo, pero el animal, vivaz, esquiva de un lado a otro, sin que le caiga ninguna piedra. ¡Caracho, que tal animal! Mi caminar ligero con pasos seguros se acentúa, persiguiéndolo. De pronto, sorpresivamente lo pierdo, no sé a dónde se ha metido. Enojado avanzo en mi caminar hacia la entrada de Cochacochay siempre en la compañía de la luna que alumbra con vehemencia, guiando mis pasos.
Sigo con los efectos del calentado. En el recodo del camino se presenta una mujer buenamoza, muy bien vestida, con sus polleras, su lliclla y sombrero de palma adornada con flores, vestida cual mangasina. Me parece conocerla. ¡Qué tal suerte del cholo! Como ando solo, solito, tengo que
enamorarla. Como un rayo llega a mi mente la pregunta:
¿Qué andará esta mujer, sola, a ésta hora por estos lugares desolados? Cuando estoy cerca, veo que no camina sobre el piso, más bien se mueve rápido por el aire. Ahí es cuando me fijo en sus pies. Tiene patas de gallina. Me estremezco y mi corazón impulsa sangre a todo mi cuerpo. En mí mismo me pregunto si es verdad lo que veo. ¿Y ahora? ¡Yo que quería enamorarla, ya me fregué! ¿Qué hago? Como machazo que soy, debo recordar los tiempos pasados con ésta mujer, diciendo me acerco a ella, que, convertida en mi chola que fue, ha venido a mi encuentro. Un viento fuerte me empuja sobre las pircas a un lado del camino entre las espinas. Salgo de allí y sigo mi camino. Ella se interpone impidiendo mis pasos. Quiero pasar y seguir caminando. Forcejeamos. Una fuerza sobrenatural doblega el mío. No entiendo por qué no me deja seguir el camino. Ella quiere algo conmigo, pero yo, no enamoro a las almas. Avanzo cierto tramo del camino a duras penas. Tan dura es la lucha por pasar. El efecto del licor ya me pasó. Repentinamente un gallo canta cerca de puquiohuajta, cerca al pueblo de Mangas. Debe ser las tres de la madrugada. Otra vez ella me coge con una facilidad y me levanta arrojándome sobre vizcaínos gigantes que abunda en la zona. Caigo en ellas como pájaro mal hondillado, parezco caer sobre ponchos y mantas, pero no, mis espaldas están clavadas con esas espinas. En ese momento pido auxilio, a viva voz. ¡Auxilioooo! ¡Zenobio, Auxiliooooo! ¡Lazarte, auxiliooooo! Como respuesta desde la media altura del cerro ella dice: ¡Jódete, carajo!
Muchedumbre venidos de Barranca, Huaral y Lima disfrutan de la fiesta, ahora ellos bailan, toman y gozan con tremenda alegría al estar en la tierra donde nacieron. Estoy con mis amigos, Esteban, Eleuterio, Humberto, Victor y Juancho, sorbiendo unas copas de calentado y mientras conversamos sobre anécdotas de antaño de broma en broma se entrelazan algunas sonrisas y carcajadas.
Ya casi dan las doce de la noche y me encuentro un tanto ebrio. En mi mente llega el pensamiento de salir a Mangas, mi pueblo. Tengo que regresar a casa donde mi mujer y mis hijos esperan mi retorno.
Acelero mis pasos por entre los eucaliptos de Saquicocha, con mi poncho habano y mi sombrero apolo de color plomo. La luna blanquita como la lana ilumina mi caminar retraído. El silencio me acompaña, los pájaros adormitan entre las ramas de los arbustos. Mi sombra va siempre adelante como perro que acompaña a su dueño. Como machazo, no tengo miedo porque las estrellas allá arriba atentas me están cuidando. Avanzo hacia Jipacruz, desde dónde puedo divisar débilmente a mi pueblo. Un céfiro suave me acaricia la cara, agudizándose en mis orejas.
Estoy caminando tambaleando, por la llanura hacia Majmayoq. Ahí donde la sombra crece más por la profundidad del callejón, las Witi witias, y los muchkis, chamizas que cubren esa zona, aparece sorpresivamente un añás a mi delante, que se cruza con mis pasos. Un olor irritante e insoportable invade el ambiente, expelido desde la cola del malagüero. Tiro unas piedras con el propósito de matarlo, pero el animal, vivaz, esquiva de un lado a otro, sin que le caiga ninguna piedra. ¡Caracho, que tal animal! Mi caminar ligero con pasos seguros se acentúa, persiguiéndolo. De pronto, sorpresivamente lo pierdo, no sé a dónde se ha metido. Enojado avanzo en mi caminar hacia la entrada de Cochacochay siempre en la compañía de la luna que alumbra con vehemencia, guiando mis pasos.
Sigo con los efectos del calentado. En el recodo del camino se presenta una mujer buenamoza, muy bien vestida, con sus polleras, su lliclla y sombrero de palma adornada con flores, vestida cual mangasina. Me parece conocerla. ¡Qué tal suerte del cholo! Como ando solo, solito, tengo que
enamorarla. Como un rayo llega a mi mente la pregunta:
¿Qué andará esta mujer, sola, a ésta hora por estos lugares desolados? Cuando estoy cerca, veo que no camina sobre el piso, más bien se mueve rápido por el aire. Ahí es cuando me fijo en sus pies. Tiene patas de gallina. Me estremezco y mi corazón impulsa sangre a todo mi cuerpo. En mí mismo me pregunto si es verdad lo que veo. ¿Y ahora? ¡Yo que quería enamorarla, ya me fregué! ¿Qué hago? Como machazo que soy, debo recordar los tiempos pasados con ésta mujer, diciendo me acerco a ella, que, convertida en mi chola que fue, ha venido a mi encuentro. Un viento fuerte me empuja sobre las pircas a un lado del camino entre las espinas. Salgo de allí y sigo mi camino. Ella se interpone impidiendo mis pasos. Quiero pasar y seguir caminando. Forcejeamos. Una fuerza sobrenatural doblega el mío. No entiendo por qué no me deja seguir el camino. Ella quiere algo conmigo, pero yo, no enamoro a las almas. Avanzo cierto tramo del camino a duras penas. Tan dura es la lucha por pasar. El efecto del licor ya me pasó. Repentinamente un gallo canta cerca de puquiohuajta, cerca al pueblo de Mangas. Debe ser las tres de la madrugada. Otra vez ella me coge con una facilidad y me levanta arrojándome sobre vizcaínos gigantes que abunda en la zona. Caigo en ellas como pájaro mal hondillado, parezco caer sobre ponchos y mantas, pero no, mis espaldas están clavadas con esas espinas. En ese momento pido auxilio, a viva voz. ¡Auxilioooo! ¡Zenobio, Auxiliooooo! ¡Lazarte, auxiliooooo! Como respuesta desde la media altura del cerro ella dice: ¡Jódete, carajo!