rICARDO SANTOS ALBORNOZ
JUPAY III

VI
En el pueblo, a ella le comentaban sobre la muerte de su esposo. Le decían: Seguro Antonio necesita su misa, pues ha tenido mala muerte, iremos donde el Padre Chelo Miranda para pedirle su bendición y que descanse en paz.
Así hicieron. En la Iglesia Colonial de Mangas celebraron su misa, para que su alma sea bienvenida allá en la mansión de los calvos.
Al caer la tarde, en el cielo, las nubes se juntaban nuevamente. Toda la noche llovió. Al amanecer las tejas aún dejaban caer los llantos de la lluvia cual lágrimas de Fidela que emanaban como el manantial de Wipack.
Fue esa noche, en el pueblo. En sueños vio a su amado esposo diciéndole: “Yo se que tú me buscas en la lluvia, en el sol, en el agua o en tu silencio”. Sobresaltada, despertó, creyendo que era verdad. Sueño nomás era. De allí no concilió el sueño. Amaneció sentada, pensando sobre la vida que era tan dura, más dura que la piedra de Masharumi o el de Uchkushcuta.
Entonces todo fue soledad para Fidela. Sin Antonio, sin Joselito. Sin familiares que lo apoyaran en sus momentos de dolor. Todo era diferente. Lloraba como agua de invierno. Todo el pueblo lo sentía.
“Se queda sola, sin nadie, da pena” – comentaban los paisanos– “La vida es tan jodida” – decían.
Pasó muchas noches sin soñar a Antonio. Hasta en sus sueños lo había perdido. Pasaron también muchos días sombríos. Hambre ni sueño tenía. Vivió sollozando como una niña recordando su infancia de orfandad.
Una noche, después de muchas. Cuando apenas pestañó, nuevamente apareció en sus sueños. Brisa de aurora era su sonrisa. Sus cabellos al viento de la tarde. Le hablaba. Le abrazaba con sus brazos ásperos y helados cual neblina que duerme a media falda del cerro San Cristóbal.
Le acariciaba, “Fidelita”, diciendo. “Para que no estés sola, te pido que aprendas a tocar el arpa, te ayudaré. Cantando harás los surcos de la vida. Pero me serás fiel por siempre”. Fidela despertó. Otra vez sueño nomás. Y se envolvió con todas las frazadas para tratar de dormir.
- “No soy sueño, sino que ahora puedo vivir solamente en tu sueño” le decía “no me puedes ver despierta porque vivo en tu mente y tu corazón”.
Estando en Vizcas cantaba para distraer la soledad y su nostalgia. Ahora, en el pueblo, con la soledad de la noche aprendió a tocar el arpa. La casa donde vivía quedaba a la salida del pueblo, junto al torreón colonial. Ahí hacia vibrar las cuerdas, las primas y los bordones.
Una noche de plenilunio logró componer la canción:
“Parece que oigo llorar, parece que oigo sufrir
Si será el alma mía, que de mí se acordará.
Canta pues canta Chivillo, buscando maizales verdes,
Así yo canto cholito, buscando tu corazón…”
“Quisiera pasar el río, aquel río de Shinwa
Sin que me sienta las piedras, sin que me vea el viento,
Poniendo grillos al diablo y al cielo una cadena…”
Todas las noches antes de dormir tenía que tocar y cantar. Se habituó a crear canciones hermosas y melancólicas, que atravesaba cual cuchillo invisible hasta el corazón del mismo diablo.
Por los caminos y las chacras silbaba canciones inventadas por ella.
- Parece torcaza, la paloma de Marja. Qué lindo canta y toca. Buena voz tiene. De dónde sacará esos tonos? – decían.
En su casa cada vez nomás se oía el trinar del arpa.
Tocando y cantando asombró a todo el pueblo, muy especialmente impresionó a un joven, quien se enamoró de la dulzura de su voz y de su beldad. Pura casualidad también se llamaba Antonio. Era Antonio Taicas Alejos. Tocayo del finado. Este, le perseguía a todo lugar, hasta en las noches le visitaba a su casa cuando tocaba y cantaba.
- Fidelita, que puedo hacer, es mi corazón- le decía.
- Lo nuestro no puede ser. Seamos sólo amigos – se negaba Fidela.
Para Fidela sólo era amistad. En su corazón aún vivía la imagen de su joven esposo y el amor para el finado seguía como llama ardiente.
La constancia, la costumbre y la soledad pudieron más. Pasaron muchos días. Fidela empezó a sentir algo en su destrozado corazón. Se había enamorado del jovenzuelo.
Ahora Antonio Villafuerte Aguado era sólo espíritu. Sabía todo lo que sucedía, por eso se enojó muy fuerte con ella. Un día encontró rotas casi todas las cuerdas de su arpa. Fidela no se explicaba. Se olvidó de la fidelidad que juró a su esposo. Por el sufrimiento y la soledad se enamoró del Antonio Taicas.
Por última vez apareció en su sueño, su esposo Antonio, para decirle:
- “Fidela, no cumpliste con tu promesa. Pero he visto que sufriste tanto, si no hubiera sido por tu arpa no hubieras podido con la vida”.
- “Desde ahora, Fidelita, serás la cantora de la zona”.
- “Irás de pueblo en pueblo alegrando a la gente y sangrando tu corazón. Tu única compañera será el arpa que lleves o la canción que toques. Cuando no tengas qué cantar, yo te enseñaré. Llegaré cualquier mañana al techo de tu casa y allí cantaré como pichuy, como jishrún o como tú quieras…”
Al despertarse vio que por Lamokjpunta desaparecía su sueño y el día sonreía en aroma de eucalipto y salvia, cual anestesia de la vida.
Fidela andaba de pueblo en pueblo. Tocando y cantando. Por eso lloraba cuando cantaba. Por eso sangraba su corazón.
FIN