FEDERICO KAUFFMANN DOIG
HATUNMACHAY III
DECORACIÓN DE LAS GRUTAS
La superficie de las bóvedas de las dos grutas que cobija el bosque rocoso de Hatun- machay está profusamente decorada, tanto por petroglifos como por pictografías. Am- bas técnicas de graficar imágenes sobre paredes rocosas caracterizan el arte rupestre que en el Perú también se conoce con la voz quechua de quilca (Véase recuadro II).
Tal como indica su nombre, el petroglifo refiere a la técnica de delinear una imagen utilizando para ello líneas incisas grabadas sobre la superficie de una roca; aunque también se representaba la figura deseada mediante el limado de sus contornos, a fin de destacarla en alto relieve; o al revés, para dar lugar a que la imagen luzca en bajo- rrelieve. La pictografía, en cambio, se obtiene pintando la figura deseada y aplicando para ello uno o varios colorantes.
La superficie de las bóvedas de las dos grutas que cobija el bosque rocoso de Hatun- machay está profusamente decorada, tanto por petroglifos como por pictografías. Am- bas técnicas de graficar imágenes sobre paredes rocosas caracterizan el arte rupestre que en el Perú también se conoce con la voz quechua de quilca (Véase recuadro II).
Tal como indica su nombre, el petroglifo refiere a la técnica de delinear una imagen utilizando para ello líneas incisas grabadas sobre la superficie de una roca; aunque también se representaba la figura deseada mediante el limado de sus contornos, a fin de destacarla en alto relieve; o al revés, para dar lugar a que la imagen luzca en bajo- rrelieve. La pictografía, en cambio, se obtiene pintando la figura deseada y aplicando para ello uno o varios colorantes.
A la niña Stefanie de 7 años su madre le señaló que iba a tener un hermanito o hermanita y que hasta alumbrarlo este se encontraba cobijado en su vientre. A raíz de ello y sin insinuación alguna, la criatura trazó un dibujo en el que se imaginaba a su hermanita en la barriga de su mamá. Este es un ejemplo de la enorme dificultad que existe para identificar lo que expresan los motivos rupestres.
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Tanto el petroglifo como la pictografía repre- sentan motivos similares a la forma original del objeto; en otros casos éste aparece geometrizado en diversos grados. Asimismo, algunos ideogra- más rupestres no pasan de ser figuras hasta cier- ta medida enmarcadas en el mundo de la ima- ginación, si bien es cierto que su autor podría haberles conferido valores simbólicos, que aca- so solo él podía conocerlos; se trata en estos ca- sos de abstracciones. Abundando, también hay que considerar aquellos motivos que debieron ser trazados con propósitos nemotécnicos, para fungir de señales destinadas, por ejemplo, a no apartarse de un camino o
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El maestro Javier Pulgar Vilar (1962) advirtió que el vocablo quillca se repetía en topónimos alusivos a sitios rupestres, tales como Quilcacha, Quilcayhuanca, etc. Atendiendo a ello que en el Perú debía ser reemplazado por el término de “arte rupestre”. Gori Tumi Echevarría (2013, 2014) distinguido especialista en el estudio del arte rupestre peruano propugna que en el Perú se siga utilizando este término ancestral. Recordemos que vocabularios antiguos traducen al quechua la palabra letra, en su forma plural, como quillqasqa-cuna (cuna=plural o S en español), quilca-yachaq como “el que sabe escribir”, quillqa-ricue como “el que sabe leer” … Como puede apreciarse por ambos dibujos, Guaman Poma traduce la palabra quilcay por documento escrito/libro y escribano como quilcai camayoc (Guaman Poma ca. 1600, fols. 814, 627). La asociación de la voz quilca con el concepto “letra-escritura” permite ciertamente entrever que con ella en el antiguo Perú se evocaba una figura o concepto de contenido sibólico.
sendero en particular. También debe considerarse que en el arte rupestre no deben faltar figuras sin mayor contenido simbólico, esto es, grafica- das como simples garabatos: no otra cosa que productos de pasatiempo, por lo que carecen de toda carga mágico-religiosa. De no ser identificadas estas imágenes como tales, bien pueden dar paso a las más variadas como desacertadas interpretaciones (Fig. 7). De lo expuesto se colige cuán arriesgado resulta para el investigador lograr una correcta identificación de las representaciones rupestres y, por igual, establecer una cronología relativa o secuencia válida.
A las generalidades hasta aquí expuestas sobre los motivos rupestres o quilcas, es pre-
ciso añadir que este arte es el más antiguo del que se conserva testimonios; sus raíces se remontan a tiempos paleolíticos, vale decir la aurora de la humanidad, y por lo mis- mo se encuentran en todos lados.
En cuanto a la antigüedad máxima del arte rupestre en América y particularmente en el Perú, depende de los fechados que se asignen al poblamiento del continente americano, que se produjo a raíz de la presencia de inmigrantes provenientes de Asia que cruzaron Beringia en oleadas sucesivas. Los cálculos difieren, pero en términos generales los especialistas la remontan a unos 15 a 20 mil años. En todo caso este es el marco en el que debe girar la discusión sobre la antigüedad máxima que se señale a las quillcas en el Perú, territorio este un verdadero emporio del arte rupestre3. En cuanto a antigüedad de las grutas de Hatunmachay y Ichicmachay, por el estilo que acusa una parte importante de las imágenes que las decoran, se infiere que son de muy antigua data; aunque es probable que algunas de las imágenes fuesen trazadas mucho después, acaso en tiempos del Incario, poco tiempo antes de la irrupción europea en lo que hoy es Perú.
En ambas grutas del sitio arqueológico de Hatunmachay, tanto los petroglifos como las pictografías rupestres presentan imágenes muy variadas. Las abstractas y las figu- rativas retratan animales, entre los que se distingue a camélidos americanos; sin poder identificar si se trata de una llama (Lama glama), un guanaco (Lama guanicoe) o una vicuña (Vicugna vicugna). También está presente una imagen que representa a un pez.
Las figuras pintadas o pictografías fueron ejecutadas utilizando diversos colorantes de origen mineral como animal. Priman el blanco, el negro y matices varios de rojo; los últimos, como es general en el arte rupestre del Perú, obtenidos básicamente de la cochinilla (Coccus cacti).
También se advierten retratos de seres humanos. Las figuras antropomorfas se repre- sentan con trazos esquemáticos y al carecer de detalles anatómicos, presentan tam- bién dificultades de identificación, especialmente cuando son retratadas en acción. En cuanto a los motivos puramente abstractos, si no derivan de un proceso de estilización de un objeto en particular llevado al máximo y que por lo mismo termina por ser prácticamente irreconocible, podrían ser el resultado de visiones del mundo estelar. Tal el caso de las representaciones que conforman círculos concéntricos y discoidales. Así resulta evidente que no solo la datación del arte rupestre es problemática, sino tam- bién la identificación de las imágenes abstractas (Fig. …. ). Agreguemos que, como suele suceder en el arte rupestre en general, en el caso de las grutas de Hatunmachay e Ichicmachay tampoco es permisible establecer, con seguridad absoluta, si los motivos expresados como petroglifos son o no anteriores a los productos coloreados, o si fue- ron introducidos en forma coetánea.
A las generalidades hasta aquí expuestas sobre los motivos rupestres o quilcas, es pre-
ciso añadir que este arte es el más antiguo del que se conserva testimonios; sus raíces se remontan a tiempos paleolíticos, vale decir la aurora de la humanidad, y por lo mis- mo se encuentran en todos lados.
En cuanto a la antigüedad máxima del arte rupestre en América y particularmente en el Perú, depende de los fechados que se asignen al poblamiento del continente americano, que se produjo a raíz de la presencia de inmigrantes provenientes de Asia que cruzaron Beringia en oleadas sucesivas. Los cálculos difieren, pero en términos generales los especialistas la remontan a unos 15 a 20 mil años. En todo caso este es el marco en el que debe girar la discusión sobre la antigüedad máxima que se señale a las quillcas en el Perú, territorio este un verdadero emporio del arte rupestre3. En cuanto a antigüedad de las grutas de Hatunmachay y Ichicmachay, por el estilo que acusa una parte importante de las imágenes que las decoran, se infiere que son de muy antigua data; aunque es probable que algunas de las imágenes fuesen trazadas mucho después, acaso en tiempos del Incario, poco tiempo antes de la irrupción europea en lo que hoy es Perú.
En ambas grutas del sitio arqueológico de Hatunmachay, tanto los petroglifos como las pictografías rupestres presentan imágenes muy variadas. Las abstractas y las figu- rativas retratan animales, entre los que se distingue a camélidos americanos; sin poder identificar si se trata de una llama (Lama glama), un guanaco (Lama guanicoe) o una vicuña (Vicugna vicugna). También está presente una imagen que representa a un pez.
Las figuras pintadas o pictografías fueron ejecutadas utilizando diversos colorantes de origen mineral como animal. Priman el blanco, el negro y matices varios de rojo; los últimos, como es general en el arte rupestre del Perú, obtenidos básicamente de la cochinilla (Coccus cacti).
También se advierten retratos de seres humanos. Las figuras antropomorfas se repre- sentan con trazos esquemáticos y al carecer de detalles anatómicos, presentan tam- bién dificultades de identificación, especialmente cuando son retratadas en acción. En cuanto a los motivos puramente abstractos, si no derivan de un proceso de estilización de un objeto en particular llevado al máximo y que por lo mismo termina por ser prácticamente irreconocible, podrían ser el resultado de visiones del mundo estelar. Tal el caso de las representaciones que conforman círculos concéntricos y discoidales. Así resulta evidente que no solo la datación del arte rupestre es problemática, sino tam- bién la identificación de las imágenes abstractas (Fig. …. ). Agreguemos que, como suele suceder en el arte rupestre en general, en el caso de las grutas de Hatunmachay e Ichicmachay tampoco es permisible establecer, con seguridad absoluta, si los motivos expresados como petroglifos son o no anteriores a los productos coloreados, o si fue- ron introducidos en forma coetánea.
3 Lo certifican las colosales pinturas sobre roca presentes en la cueva de Toquepala, Moquegua, estudiadas por Jorge C. Muelle y Rogger Ravines (1986) y cuya antigüedad se calcula en 10.000 años o más, o las más o menos contemporáneas de Lauricocha ubicadas en la región de Huánuco (Cardich 1958); así como innumerables ejemplos otros de sitios de arte rupestre que concentra el país (Hostnig 2013; Strecker y Campana 2016).