manuel nieves fabián
COSTUMBRES DE CANIS – BOLOGNESI -ANCASH
EL VELORIO: DESDE EL PRIMER DÍA HASTA EL PICHGAY
EL VELORIO: DESDE EL PRIMER DÍA HASTA EL PICHGAY
El velorio
Es costumbre en el pueblo, apenas fallece una persona, la comunidad se entera a través de los tañidos de las campanas. Si el finado es adulto se escuchan sucesivamente tres tañidos seguidos, pero largos, lentos y tristes matizado con un sonido como respuesta de la misma campana grande; si el finado es niño, se escuchan los sonidos menudos y tristes de la campana pequeña.
Una vez enterado de la persona fallecida, los familiares y amigos llegan a la casa de los deudos portando víveres o animales menores para atender a la gente que asistirá al velorio. Por su parte, la familia del finado sacrifica carneros o un toro, según la capacidad del que en vida fue el difunto. Si fue un ganadero o criandero de reses, los matarifes no tienen por qué pedir permiso a los deudos. Ellos se dirigen al corral o a las chacras donde se encuentran los animales y escogen el toro más grande y más gordo, y lo sacrifican. De modo que, la carne alcance hasta el quinto día o pichgay.
Desde la primera noche la gente llega al velorio portando sus pellejos de ovejas y sus frazadas para acompañar al muerto durante cinco días.
Para no estar tristes, por las noches organizan una serie de juegos divertidos.
Uno de los juegos preferidos es el Challac challac, donde uno hace el papel de la mamá perdiz, y los otros jugadores, por sorteo, hacen el papel de galgos o polluelos. El juego consiste en que la mamá perdiz cubre con una manta o con un poncho las cabezas de los galgos que agachados se ubican cerca de las piernas de mamá, mientras tanto, los polluelos buscan lugares seguros de refugio para no ser encontrados por los galgos. A la voz de la madre: ¡Challac challac!, los galgos salen en busca de los polluelos. Aquellos que son atrapados son llevados hasta la mamá, pues, a partir de entonces harán el papel de galgos. Los polluelos que no se han dejado encontrar son llamados por la madre, quien grita: ¡Yuricamuy, yuricamuy”. Al escuchar la voz, salen los polluelos con dirección a la mamá, mientras los galgos hacen lo imposible por capturarlos. El galgo, que durante tres juegos no logra atrapar a un polluelo es sometido a diversos castigos por su ineptitud. Unas veces la mamá perdiz le obliga a decir una adivinanza, un cuento o que interprete una canción; en caso de negarse es obligado a lamer la tierra, pero continúa siendo galgo.
Otro de los juegos es el Borriquito. Este juego solo es practicado por los varones debido que es un tanto brusco y torturante. Para el juego, entre los jugadores nominan al señor juez, y por sorteo también nominan a jugador que hará el papel de borriquito. El juego consiste en que el señor juez se sienta en el piso y obliga al borriquito arrodillarse y esconder la cabeza entre sus piernas, además la cabeza es cubierta con una manta o con un poncho. Cuando el jugador se encuentra completamente vendado, los otros jugadores se ubican a su alrededor y descargan fuertes golpes con el puño sobre la espalda del borriquito, mientras otros se abstienen; entonces, el juez libera al jugador para que adivine y sindique a uno de los que le propinaron los golpes. Si el borriquito adivina, el culpable hará ese papel sacrificado; pero si no adivina, continuará representando al borriquito.
Mucho más atractivo y divertido es el Waka turiay, pues, las mujeres, entre ellas mismas, se designan quien saldrá primero haciendo el papel de vaca brava. Para ello se aprovisionan de estacas o cuernos de vacas o toros y salen furiosas atacando a todo aquel que encuentran en su camino. Animados por la bravura de las “vacas” salen los borrachitos provistos de sus ponchos o sombreros para torear a las “vacas” furiosas. Ellas, atacan sin temor y más de las veces hay contusos y heridos. Las “vacas” se embravecen más cuando el público le designa apelativos, tales como: “¡Pasín waca!”, “¡Cuca waca!”, “¡Paksaq waca!”, “¡Tambucar waca!”, y así van enumerando los campos donde pastan las vacas.
El juego llega a su fin cuando las “vacas” cansadas ya no pueden ni correr.
Hay otros juegos un poco más macabros y escalofriantes. Algunos jóvenes, en horas de la noche, armados de valor, se dirigen a cementerio y cogen la calavera o los huesos de los muertos. Al volver a velorio, buscan a los dormilones o dormilonas y sin que se den cuenta los introducen debajo de las camas o en los brazos de sus víctimas, especialmente de las buenamozas. Las personas, al despertarse con la calavera o los huesos de los difuntos en sus brazos, entran en pánico, horror, susto, y hay quienes que tiemblan, tiritan y lloran de espanto y terror.
Estos y otros juegos más se repiten durante las noches del velorio para alegrar a la familia del finado.
Es costumbre en el pueblo, apenas fallece una persona, la comunidad se entera a través de los tañidos de las campanas. Si el finado es adulto se escuchan sucesivamente tres tañidos seguidos, pero largos, lentos y tristes matizado con un sonido como respuesta de la misma campana grande; si el finado es niño, se escuchan los sonidos menudos y tristes de la campana pequeña.
Una vez enterado de la persona fallecida, los familiares y amigos llegan a la casa de los deudos portando víveres o animales menores para atender a la gente que asistirá al velorio. Por su parte, la familia del finado sacrifica carneros o un toro, según la capacidad del que en vida fue el difunto. Si fue un ganadero o criandero de reses, los matarifes no tienen por qué pedir permiso a los deudos. Ellos se dirigen al corral o a las chacras donde se encuentran los animales y escogen el toro más grande y más gordo, y lo sacrifican. De modo que, la carne alcance hasta el quinto día o pichgay.
Desde la primera noche la gente llega al velorio portando sus pellejos de ovejas y sus frazadas para acompañar al muerto durante cinco días.
Para no estar tristes, por las noches organizan una serie de juegos divertidos.
Uno de los juegos preferidos es el Challac challac, donde uno hace el papel de la mamá perdiz, y los otros jugadores, por sorteo, hacen el papel de galgos o polluelos. El juego consiste en que la mamá perdiz cubre con una manta o con un poncho las cabezas de los galgos que agachados se ubican cerca de las piernas de mamá, mientras tanto, los polluelos buscan lugares seguros de refugio para no ser encontrados por los galgos. A la voz de la madre: ¡Challac challac!, los galgos salen en busca de los polluelos. Aquellos que son atrapados son llevados hasta la mamá, pues, a partir de entonces harán el papel de galgos. Los polluelos que no se han dejado encontrar son llamados por la madre, quien grita: ¡Yuricamuy, yuricamuy”. Al escuchar la voz, salen los polluelos con dirección a la mamá, mientras los galgos hacen lo imposible por capturarlos. El galgo, que durante tres juegos no logra atrapar a un polluelo es sometido a diversos castigos por su ineptitud. Unas veces la mamá perdiz le obliga a decir una adivinanza, un cuento o que interprete una canción; en caso de negarse es obligado a lamer la tierra, pero continúa siendo galgo.
Otro de los juegos es el Borriquito. Este juego solo es practicado por los varones debido que es un tanto brusco y torturante. Para el juego, entre los jugadores nominan al señor juez, y por sorteo también nominan a jugador que hará el papel de borriquito. El juego consiste en que el señor juez se sienta en el piso y obliga al borriquito arrodillarse y esconder la cabeza entre sus piernas, además la cabeza es cubierta con una manta o con un poncho. Cuando el jugador se encuentra completamente vendado, los otros jugadores se ubican a su alrededor y descargan fuertes golpes con el puño sobre la espalda del borriquito, mientras otros se abstienen; entonces, el juez libera al jugador para que adivine y sindique a uno de los que le propinaron los golpes. Si el borriquito adivina, el culpable hará ese papel sacrificado; pero si no adivina, continuará representando al borriquito.
Mucho más atractivo y divertido es el Waka turiay, pues, las mujeres, entre ellas mismas, se designan quien saldrá primero haciendo el papel de vaca brava. Para ello se aprovisionan de estacas o cuernos de vacas o toros y salen furiosas atacando a todo aquel que encuentran en su camino. Animados por la bravura de las “vacas” salen los borrachitos provistos de sus ponchos o sombreros para torear a las “vacas” furiosas. Ellas, atacan sin temor y más de las veces hay contusos y heridos. Las “vacas” se embravecen más cuando el público le designa apelativos, tales como: “¡Pasín waca!”, “¡Cuca waca!”, “¡Paksaq waca!”, “¡Tambucar waca!”, y así van enumerando los campos donde pastan las vacas.
El juego llega a su fin cuando las “vacas” cansadas ya no pueden ni correr.
Hay otros juegos un poco más macabros y escalofriantes. Algunos jóvenes, en horas de la noche, armados de valor, se dirigen a cementerio y cogen la calavera o los huesos de los muertos. Al volver a velorio, buscan a los dormilones o dormilonas y sin que se den cuenta los introducen debajo de las camas o en los brazos de sus víctimas, especialmente de las buenamozas. Las personas, al despertarse con la calavera o los huesos de los difuntos en sus brazos, entran en pánico, horror, susto, y hay quienes que tiemblan, tiritan y lloran de espanto y terror.
Estos y otros juegos más se repiten durante las noches del velorio para alegrar a la familia del finado.
El pichgay
Es el recuerdo al muerto en su quinto día, para ello los deudos preparan una serie de actividades. Como es el último adiós, la gente cree que el espíritu del finado se despide definitivamente de sus familiares para viajar al otro mundo y no retornar jamás.
En la casa donde falleció la persona, sobre una mesa ubican el pantalón, la camisa, el sombrero, si el difunto fue varón, y si fue mujer, ubican la falda, la blusa y otras prendas del muerto; luego encienden velas o cirios como si fuera una vigilia.
El naya tagshay
Muy de mañana los deudos acuerdan realizar el Naya Tagshay, es decir, el lavado de las ropas del difunto. Para ello hacen la limpieza de la casa, y especialmente del cuarto donde se llevó a cabo el velorio; luego buscan a los cargadores o “burros” para que arrojen la basura fuera de la población y también carguen las ropas y frazadas del difunto hasta el manantial de Tecllo para ser lavadas.
Generalmente este papel recae en los yernos o en las nueras del finado, y si no tuviera, en algún familiar cercano.
Es costumbre que, en horas de la mañana, el Postillón (anunciador), da conocer el nombramiento de las “autoridades” con la anuencia del “Prefecto del Departamento”. En voz alta va anunciando los nombres del “alcalde”, “gobernador”, “juez”, “agente”. Estos cargos generalmente recaen en las mujeres.
Haciendo honor a su cargo, las “autoridades” ordenan la captura de los “burros” o cargadores. Ante esta orden los cívicos se aprovisionan de sogas e inician la persecución. Los yernos como las nueras no se dejan atrapar tan fácilmente. Después de denodados esfuerzos son capturados y conducidos ante las autoridades. Ellas ordenan que los “burros” carguen los costales que contienen las frazadas y las ropas sucias del finado, así como también arrojen la basura que contiene los últimos vestigios del finado. La persecución a los “burritos” o “burritas” es el momento más emocionante, ya que estas personas que representan a estos animalitos, saltan, corren, corcovean y arrojan las cargas. El juego a veces se torna brusco, a pesar de ello, los “burros” son dominados y con la carga fuertemente asegurada son conducidos, amarrados con un lazo desde la cintura, por las calles del pueblo.
Por el camino que conduce al manantial de Tecllo, los “burros”, luego de haber bebido su copa de ron, corren por uno y otro camino, respingando y arrojando la carga. Las mujeres se arman de valor, se reúnen entre tres o entre cuatro, rodean al “burrito respingador”, los dominan. Finalmente, los cargadores, sumamente cansados y sudorosos llegan a Tecllo, lugar donde discurre el agua limpia y en abundancia. Allí, hombres y mujeres, entre ocurrencias y recuerdos de las acciones del muerto se ponen a lavar las frazadas y las ropas.
Antes de salir al Naya tagsahy, rocían con ceniza el interior de la puerta del cuarto del finado. Esto lo hacen con la finalidad de saber si el espíritu se irá al cielo o al infierno. Una vez tendida la ceniza, aseguran la puerta con un candado.
Es el recuerdo al muerto en su quinto día, para ello los deudos preparan una serie de actividades. Como es el último adiós, la gente cree que el espíritu del finado se despide definitivamente de sus familiares para viajar al otro mundo y no retornar jamás.
En la casa donde falleció la persona, sobre una mesa ubican el pantalón, la camisa, el sombrero, si el difunto fue varón, y si fue mujer, ubican la falda, la blusa y otras prendas del muerto; luego encienden velas o cirios como si fuera una vigilia.
El naya tagshay
Muy de mañana los deudos acuerdan realizar el Naya Tagshay, es decir, el lavado de las ropas del difunto. Para ello hacen la limpieza de la casa, y especialmente del cuarto donde se llevó a cabo el velorio; luego buscan a los cargadores o “burros” para que arrojen la basura fuera de la población y también carguen las ropas y frazadas del difunto hasta el manantial de Tecllo para ser lavadas.
Generalmente este papel recae en los yernos o en las nueras del finado, y si no tuviera, en algún familiar cercano.
Es costumbre que, en horas de la mañana, el Postillón (anunciador), da conocer el nombramiento de las “autoridades” con la anuencia del “Prefecto del Departamento”. En voz alta va anunciando los nombres del “alcalde”, “gobernador”, “juez”, “agente”. Estos cargos generalmente recaen en las mujeres.
Haciendo honor a su cargo, las “autoridades” ordenan la captura de los “burros” o cargadores. Ante esta orden los cívicos se aprovisionan de sogas e inician la persecución. Los yernos como las nueras no se dejan atrapar tan fácilmente. Después de denodados esfuerzos son capturados y conducidos ante las autoridades. Ellas ordenan que los “burros” carguen los costales que contienen las frazadas y las ropas sucias del finado, así como también arrojen la basura que contiene los últimos vestigios del finado. La persecución a los “burritos” o “burritas” es el momento más emocionante, ya que estas personas que representan a estos animalitos, saltan, corren, corcovean y arrojan las cargas. El juego a veces se torna brusco, a pesar de ello, los “burros” son dominados y con la carga fuertemente asegurada son conducidos, amarrados con un lazo desde la cintura, por las calles del pueblo.
Por el camino que conduce al manantial de Tecllo, los “burros”, luego de haber bebido su copa de ron, corren por uno y otro camino, respingando y arrojando la carga. Las mujeres se arman de valor, se reúnen entre tres o entre cuatro, rodean al “burrito respingador”, los dominan. Finalmente, los cargadores, sumamente cansados y sudorosos llegan a Tecllo, lugar donde discurre el agua limpia y en abundancia. Allí, hombres y mujeres, entre ocurrencias y recuerdos de las acciones del muerto se ponen a lavar las frazadas y las ropas.
Antes de salir al Naya tagsahy, rocían con ceniza el interior de la puerta del cuarto del finado. Esto lo hacen con la finalidad de saber si el espíritu se irá al cielo o al infierno. Una vez tendida la ceniza, aseguran la puerta con un candado.
Mientras que las gentes lavan las ropas y las frazadas, las “autoridades” hacen una visita a la casa de los familiares para que obligatoriamente donen cuyes o conejos, los mismos que en horas de la tarde, luego del retorno del Naya tagshay, servirán para el Jaca turiay.
El retorno de los cargadores es similar al de la ida. Los “burros” cargan las frazadas y las ropas húmedas, y con el peso se vuelven dóciles. Al llegar a casa del finado, las “autoridades” ordenan que le sirvan su locro de res o carnero y su botella de ron.
Al retornar del Naya tagshay, los deudos abren la puerta del cuarto del finado, y sobre la ceniza se nota claramente, ya sean los rastros frescos de palomitas o pies de bebés; en otros casos aparecen los rastros de culebras o pies de gallo. Según los rastros dejados, pronostican el lugar dónde habrá de permanecer el espíritu, ya sea en el cielo o en el infierno.
El Jaka turiay
Los cuyes recolectados por las “autoridades”, así como los obsequios de los amigos del finado son destinados al jaca turiay o toreo de cuyes.
Los hombres y las mujeres aprovechan el naya tagshay para cortar las espinas de las maras o pencas azules, ya que en el trayecto abundan estas plantas. Estas espinas son amarradas en unos palos de 30 cm. y cual, si fueran puyas o lanzas, sirven para estocar a los cuyes en el toreo.
Todos los individuos provistos de sus puyas o lanzas se sientan en cuclillas, pegados el uno al otro, formando un círculo, no dejando ni un espacio vacío. Estando ya listos, la “autoridad” anuncia el ingreso al ruedo del “toro más bravo” de fulano de tal y portando al cuy lo suelta en el centro del ruedo para que el animal sea atacado con las puyas.
El jaca turiay se rige por normas severas y las “autoridades” hacen cumplir al pie de la letra:
Así concluye el velorio del finado desde el primer día hasta el pichgay.
El retorno de los cargadores es similar al de la ida. Los “burros” cargan las frazadas y las ropas húmedas, y con el peso se vuelven dóciles. Al llegar a casa del finado, las “autoridades” ordenan que le sirvan su locro de res o carnero y su botella de ron.
Al retornar del Naya tagshay, los deudos abren la puerta del cuarto del finado, y sobre la ceniza se nota claramente, ya sean los rastros frescos de palomitas o pies de bebés; en otros casos aparecen los rastros de culebras o pies de gallo. Según los rastros dejados, pronostican el lugar dónde habrá de permanecer el espíritu, ya sea en el cielo o en el infierno.
El Jaka turiay
Los cuyes recolectados por las “autoridades”, así como los obsequios de los amigos del finado son destinados al jaca turiay o toreo de cuyes.
Los hombres y las mujeres aprovechan el naya tagshay para cortar las espinas de las maras o pencas azules, ya que en el trayecto abundan estas plantas. Estas espinas son amarradas en unos palos de 30 cm. y cual, si fueran puyas o lanzas, sirven para estocar a los cuyes en el toreo.
Todos los individuos provistos de sus puyas o lanzas se sientan en cuclillas, pegados el uno al otro, formando un círculo, no dejando ni un espacio vacío. Estando ya listos, la “autoridad” anuncia el ingreso al ruedo del “toro más bravo” de fulano de tal y portando al cuy lo suelta en el centro del ruedo para que el animal sea atacado con las puyas.
El jaca turiay se rige por normas severas y las “autoridades” hacen cumplir al pie de la letra:
- Si el cuy logra escapar por el lugar cuidado por alguien, la persona que deja escapar paga una multa consistente en una botella de ron.
- Si el toreador, luego de haber pinchado, levanta al animal con la puya es merecedor de un premio consistente en una botella de aguardiente.
- Si el toreador, en vez de levantar con la puya, maltrata al animal, es detenido por la “autoridad” y a su vez paga la multa, también consistente en una botella del mismo licor.
Así concluye el velorio del finado desde el primer día hasta el pichgay.