«¡AMA MACHA!»
A Rosa Saragoza Ramos
Don Reymundo, el hombre carismático y bonachón del pueblo, se fue repentinamente de este mundo. Sus ojos se cerraron en medio de esa tragedia dolorosa, en bazos de sus amigos.
Como si fuese una obligación o un rito ceremonioso todos tenían que asistir al velorio aquella primera noche porque de lo contrario corrían el peligro de ser apedreados y molestados por el alma del difunto.
Doña Rosa, mujer de armas tomar y escéptica a las costumbres comunales quiso romper las reglas, para ello envió a su esposo Fabio que fuera donde don Celestino para que los acompañara esa noche.
Fabio, ni corto ni perezoso, salió en busca de Celestino que, siempre estaba presto a apoyar a la familia. Por el camino iba cabizbajo y cada vez más le daba vueltas en la cabeza la idea a cerca de la muerte. Repetía mecánicamente: “la vida es pasajera y la muerte llega en cualquier momento, sin dar ningún aviso”. Al levantar la cabeza se dio cuenta que ya estaba cerca al patio de don Erasmo, a pocos metros de la casa de Celestino; entonces, alistó sus palabras para convencer y cumplir con los deseos de su mujer, pero cuando ni bien acababa de pensar, repentinamente ingresaron al patio dos almas vestidas con sus túnicas blancas. Al verlos el cuerpo se le escarapeló y sus cabellos parecían arrojar chispas. Por el timbre de voz y la manera de caminar, casi en la semioscuridad, reconoció que uno de ellos era don Reymundo, el finado, y el otro, su amigo don Gregorio Huamán que había fallecido el mes anterior. Ambas almas conversaban animadamente recordando los días que pasaron en la tierra. Como el patio era una pampa amplia, Fabio se hizo a un costado para que pasaran ellas, pero las almas, como llevadas por el viento se pusieron delante de él. A Fabio no le quedó otra alternativa que retroceder paso a paso hasta llegar cerca de un muro no tan alto que había en el patio, allí se quedó parado y clavado como un poste. El alma de Reymundo le dio un empujón, y él cayó de espaldas mirando al cielo, aún fuerzas para moverse, solo miraba y escucha lo que las almas tramaban.
Una de las ellas dijo con su voz un tanto gangosa:
- Shay, ya que no quieren ir al velorio le daremos una lección y esta noche nos divertiremos.
– ¡Qué hacemos! –respondió una de las almas.
–Ábrele la bragueta shay para ver cómo están los genitales de este mujeriego.
Entonces, ante esta propuesta tan pícara, el alma de Gregorio dijo que era muy buena idea para poder divertirse. Se acercó y de un tirón le abrió la bragueta del pantalón dejándole al aire el tesoro escondido de Fabio. Al verlo así, en una posición tan ridícula, las almas saltaban y se reían a carcajadas; luego empezaron arrastrar el cuerpo de su víctima alrededor del patio, simulando cantar y como si fuera una procesión. Y mirándole cada vez más se reían, a la vez repetían acompasadamente: “¡Shay, todavía había estado bien!, ¡todavía había estado bien!
Eran horas de suplicio y tormento para Fabio, pues, con el cuerpo paralizado se maldecía a sí mismo por haber obedecido a su mujer.
Después de interminables momentos de diversión y mofa las almas se cansaron y se fueron dejándole con la bragueta abierta.
En su soledad, víctima de los tormentos recibido, trataba de pedir auxilio, pero ni la voz le salía. Poco a poco empezó a mover sus brazos, y al fin pudo sentarse.
En casa, al ver que el esposo no volvía, doña Rosa, iracunda y llena de celos no sabía qué hacer. Dudaba, si quedarse sola en casa o ir al velorio, mientras repetía mecánicamente en voz alta:
-Estoy segura que ha ido a buscarla a esa mujer, ahí debe estar,
Levantando los puños y vociferando decía;
–No has obedecido mis órdenes Fabio mala maña, ya verás lo que te pasará cuando vuelvas -y caminaba desesperada de un lado para otro.
Cansada de esperar, como la noche avanzaba, para no estar sola en casa se fue al velorio. Allí, ya junto a sus amigas continuaba amenazando a su esposo. Cuando juraba y rejuraba si es posible divorciarse, apareció Fabio completamente maltrecho. Caminaba apoyándose en la pared como si fuera un bebé que aprende a caminar, y entre palabras entrecortadas difícilmente pronunciaba:
–¡Ama macha!, ¡Ama macha! ¡Ama machaaa!
Al oír estas palabras confusas las mujeres corrieron a auxiliarlo, a la vez le preguntaban:
–Qué es lo que tienes! ¡Qué cosa es ama macha!
Él, a duras penas respondía:
—¡Ama macha!, ¡Ama macha!
Entonces, los hombres al verlo en esas condiciones comprendieron que podría haberse topado con el alma del difunto. Para volverle a la razón y quitarle el susto sacaron sus fajas. y como si fueran chicotes empezaron a reventar en el aire y también en el cuerpo de Fabio que temblaba como un niño espantado.
Manuel Nieves Fabián
Don Reymundo, el hombre carismático y bonachón del pueblo, se fue repentinamente de este mundo. Sus ojos se cerraron en medio de esa tragedia dolorosa, en bazos de sus amigos.
Como si fuese una obligación o un rito ceremonioso todos tenían que asistir al velorio aquella primera noche porque de lo contrario corrían el peligro de ser apedreados y molestados por el alma del difunto.
Doña Rosa, mujer de armas tomar y escéptica a las costumbres comunales quiso romper las reglas, para ello envió a su esposo Fabio que fuera donde don Celestino para que los acompañara esa noche.
Fabio, ni corto ni perezoso, salió en busca de Celestino que, siempre estaba presto a apoyar a la familia. Por el camino iba cabizbajo y cada vez más le daba vueltas en la cabeza la idea a cerca de la muerte. Repetía mecánicamente: “la vida es pasajera y la muerte llega en cualquier momento, sin dar ningún aviso”. Al levantar la cabeza se dio cuenta que ya estaba cerca al patio de don Erasmo, a pocos metros de la casa de Celestino; entonces, alistó sus palabras para convencer y cumplir con los deseos de su mujer, pero cuando ni bien acababa de pensar, repentinamente ingresaron al patio dos almas vestidas con sus túnicas blancas. Al verlos el cuerpo se le escarapeló y sus cabellos parecían arrojar chispas. Por el timbre de voz y la manera de caminar, casi en la semioscuridad, reconoció que uno de ellos era don Reymundo, el finado, y el otro, su amigo don Gregorio Huamán que había fallecido el mes anterior. Ambas almas conversaban animadamente recordando los días que pasaron en la tierra. Como el patio era una pampa amplia, Fabio se hizo a un costado para que pasaran ellas, pero las almas, como llevadas por el viento se pusieron delante de él. A Fabio no le quedó otra alternativa que retroceder paso a paso hasta llegar cerca de un muro no tan alto que había en el patio, allí se quedó parado y clavado como un poste. El alma de Reymundo le dio un empujón, y él cayó de espaldas mirando al cielo, aún fuerzas para moverse, solo miraba y escucha lo que las almas tramaban.
Una de las ellas dijo con su voz un tanto gangosa:
- Shay, ya que no quieren ir al velorio le daremos una lección y esta noche nos divertiremos.
– ¡Qué hacemos! –respondió una de las almas.
–Ábrele la bragueta shay para ver cómo están los genitales de este mujeriego.
Entonces, ante esta propuesta tan pícara, el alma de Gregorio dijo que era muy buena idea para poder divertirse. Se acercó y de un tirón le abrió la bragueta del pantalón dejándole al aire el tesoro escondido de Fabio. Al verlo así, en una posición tan ridícula, las almas saltaban y se reían a carcajadas; luego empezaron arrastrar el cuerpo de su víctima alrededor del patio, simulando cantar y como si fuera una procesión. Y mirándole cada vez más se reían, a la vez repetían acompasadamente: “¡Shay, todavía había estado bien!, ¡todavía había estado bien!
Eran horas de suplicio y tormento para Fabio, pues, con el cuerpo paralizado se maldecía a sí mismo por haber obedecido a su mujer.
Después de interminables momentos de diversión y mofa las almas se cansaron y se fueron dejándole con la bragueta abierta.
En su soledad, víctima de los tormentos recibido, trataba de pedir auxilio, pero ni la voz le salía. Poco a poco empezó a mover sus brazos, y al fin pudo sentarse.
En casa, al ver que el esposo no volvía, doña Rosa, iracunda y llena de celos no sabía qué hacer. Dudaba, si quedarse sola en casa o ir al velorio, mientras repetía mecánicamente en voz alta:
-Estoy segura que ha ido a buscarla a esa mujer, ahí debe estar,
Levantando los puños y vociferando decía;
–No has obedecido mis órdenes Fabio mala maña, ya verás lo que te pasará cuando vuelvas -y caminaba desesperada de un lado para otro.
Cansada de esperar, como la noche avanzaba, para no estar sola en casa se fue al velorio. Allí, ya junto a sus amigas continuaba amenazando a su esposo. Cuando juraba y rejuraba si es posible divorciarse, apareció Fabio completamente maltrecho. Caminaba apoyándose en la pared como si fuera un bebé que aprende a caminar, y entre palabras entrecortadas difícilmente pronunciaba:
–¡Ama macha!, ¡Ama macha! ¡Ama machaaa!
Al oír estas palabras confusas las mujeres corrieron a auxiliarlo, a la vez le preguntaban:
–Qué es lo que tienes! ¡Qué cosa es ama macha!
Él, a duras penas respondía:
—¡Ama macha!, ¡Ama macha!
Entonces, los hombres al verlo en esas condiciones comprendieron que podría haberse topado con el alma del difunto. Para volverle a la razón y quitarle el susto sacaron sus fajas. y como si fueran chicotes empezaron a reventar en el aire y también en el cuerpo de Fabio que temblaba como un niño espantado.
Manuel Nieves Fabián