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LLACLLA Y EL RÍO PATIVILCA
DOCUMENTOS PARA SU HISTORIA
DOCUMENTOS PARA SU HISTORIA

Este es un trabajo preliminar para ubicar históricamente al pueblo de Llaclla. Se compone de dos partes. Una primera contiene datos históricos acerca de Llaclla y el río Pativilca, destacando la indudable importancia de este gran río para configurar la personalidad histórica del pueblo, pero también de la antigua provincia de Cajatambo y de la relativamente nueva de Bolognesi. La otra parte recoge textos en los que aparecen referencias a Llaclla o Cusi, o sobre algunos aspectos de la zona que son de interés histórico y cultural. El último documento en esta parte de la transcripción de varios escritos que la gente de Llaclla, representada por sus autoridades, interpuso contra Corpanqui a finales del siglo XVIII para defender sus linderos.
Entre los textos tenemos a escritos del célebre estudioso italiano Antonio Raimondi, del acucioso cosmógrafo de la época colonial Cosme Bueno, y de varios otros que provienen de los reveladores documentos de juicios de extirpación de idolatrías llevados a cabo mayormente en el siglo XVII en varios pueblos de la cuenca del río Pativilca que pertenecían a la provincia colonial de Cajatambo, cuya capital era, como hasta ahora, el antiquísimo e importante pueblo del mismo nombre, asiento del gobierno inca luego de la conquista cuzqueña de esa zona del Chinchaysuyo. Un último documento que insertamos es del siglo XVIII, y su contenido se refiere a la defensa de las tierras comunales de Llaclla a través de asegurar sus linderos frente a las pretensiones de la comunidad de Corpanqui.
El texto del sabio Raimondi es bastante conocido, pues aparece en su libro más importante, El Perú, y en la parte de éste que ha sido más reproducido. El escrito de Raimondi sobre Llaclla es de aire francamente muy elogioso, y colma de emoción a todo aquel que los lee, especialmente si es llacllino. Es texto de Cosme Bueno es más antiguo que el de Raimondi, pero a diferencia de aquel, éste es de aire descriptivo pues da cuenta en forma más o menos fría de las relaciones administrativas de los curatos que correspondían a la provincia de Cajatambo, entre ellos el de Ticllos, al que pertenecía el pueblo de Llaclla, sucedáneo del antiguo pueblo prehispánico de Cusi, llamado también San Agustín de Cusi en los primeros años de la colonia.
Entre los textos tenemos a escritos del célebre estudioso italiano Antonio Raimondi, del acucioso cosmógrafo de la época colonial Cosme Bueno, y de varios otros que provienen de los reveladores documentos de juicios de extirpación de idolatrías llevados a cabo mayormente en el siglo XVII en varios pueblos de la cuenca del río Pativilca que pertenecían a la provincia colonial de Cajatambo, cuya capital era, como hasta ahora, el antiquísimo e importante pueblo del mismo nombre, asiento del gobierno inca luego de la conquista cuzqueña de esa zona del Chinchaysuyo. Un último documento que insertamos es del siglo XVIII, y su contenido se refiere a la defensa de las tierras comunales de Llaclla a través de asegurar sus linderos frente a las pretensiones de la comunidad de Corpanqui.
El texto del sabio Raimondi es bastante conocido, pues aparece en su libro más importante, El Perú, y en la parte de éste que ha sido más reproducido. El escrito de Raimondi sobre Llaclla es de aire francamente muy elogioso, y colma de emoción a todo aquel que los lee, especialmente si es llacllino. Es texto de Cosme Bueno es más antiguo que el de Raimondi, pero a diferencia de aquel, éste es de aire descriptivo pues da cuenta en forma más o menos fría de las relaciones administrativas de los curatos que correspondían a la provincia de Cajatambo, entre ellos el de Ticllos, al que pertenecía el pueblo de Llaclla, sucedáneo del antiguo pueblo prehispánico de Cusi, llamado también San Agustín de Cusi en los primeros años de la colonia.

En documentos más antiguos encontramos otras referencias sobre Llaclla o Cusi. De ellos insertamos los párrafos más pertinentes. Tales documentos corresponden a los juicios de extirpación de idolatrías llevados a cabo intensamente durante el siglo XVII en casi todo el territorio del Perú, pero con mayor empeño en una zona bastante específica del país, aquella que comprende la costa y sierra centrales, especialmente en los territorios de Lima, Huacho, Yauyos, Huarochurí, Canta y la antigua provincia de Cajatambo que comprendía, como se sabe, desde la llanura de la meseta de Lampas (límite con Recuay) hasta los territorios de la moderna provincia del mismo nombre. Incidentalmente, cabe señalar que la actual provincia ancashina de Bolognesi es de factura moderna, pues se creó recién el 22 de octubre de 1903, desgajando parte del territorio de la provincia de Cajatambo.
El documento más antiguo se refiere al Título de las tierras de la comunidad de Llaclla, que data de fines del siglo XVIII, casi de las postrimerías de la Colonia, es interesante por varias razones, entre ellas, porque muestra los linderos que delimitaban muy claramente el territorio comunal, parte del cual fue comprado por la gente del lugar pagando a la Corona Española la suma de cien pesos de ocho reales. Este mismo documento habla de la acequia de Cusi que no es la misma que la actual, pues fue hecha recién antes de la segunda mitad del siglo XX; habla también del estanque llamado Saquicocha, dando a entender que ya no era activa en el referido siglo; otra cosa interesante de este documento es que nos revela el uso de un nuevo nombre realmente muy sorprendente del río Pativilca, el cual es llamado como el río Marañón de Llaclla, claramente en emulación por su regular tamaño al río Amazonas –llamado comúnmente Marañón durante la época colonial- y por la presencia en Llaclla de cuatro ríos, que seguramente les parecía como una situación semejante a la del Amazonas con el que se unen centenarios de ríos.
Si bien con Antonio Raimondi tenemos una visión paradisiaca de Llaclla, no sucede lo mismo con algunos relatos orales que se refieren a pasajes de la historia colonial de la zona de la provincia de Bolognesi, de la que forma parte Llaclla. Por ejemplo, entre una serie de relatos ambientados en los tiempos coloniales y a comienzos de la República, que se conocen en la zona de Llaclla, hay uno acerca de la trabajosa tarea de transportar mineral desde las lejanas minas ubicadas en Ticapampa hacia la costa, pasando por Llaclla o sus alrededores. Una versión de tales labores es bastante ilustrativa de la penosa experiencia de todo aquel que tenía que pasar por Llaclla en una época en que enfermedades como la uta y el paludismo diezmaban prácticamente a los que viajaban por el lugar, de allí que se explique el pánico casi sobrenatural que invadía tanto a los esforzados y sufridos arrieros de las largas filas de llamas cargadas de mineral, como a las mismas personas convertidas en bestias de carga. La muerte, como es obvio, era una inminencia en todo el trayecto, por el hambre, el cansancio, los accidentes de desbarrancamiento y, más que todos estos factores, por la mortal picadura de los zancudos transmisores del paludismo (terciana y cuartana), enfermedad llamada por los lugareños suksu o chukchu, de consecuencias siempre mortales en aquellos tiempos. Dado el cuadro de calamidades, Llaclla era considerada como la segura antesala de una muerte horrible, pues siendo un lugar cálido y con abundante agua, resultaba el hábitat privilegiado de los zancudos y por ende el oasis para el contagio del paludismo en todo el recorrido de los cargadores de minerales que cumplían con la mita impuesta por administradores del régimen colonial de la época.
El documento más antiguo se refiere al Título de las tierras de la comunidad de Llaclla, que data de fines del siglo XVIII, casi de las postrimerías de la Colonia, es interesante por varias razones, entre ellas, porque muestra los linderos que delimitaban muy claramente el territorio comunal, parte del cual fue comprado por la gente del lugar pagando a la Corona Española la suma de cien pesos de ocho reales. Este mismo documento habla de la acequia de Cusi que no es la misma que la actual, pues fue hecha recién antes de la segunda mitad del siglo XX; habla también del estanque llamado Saquicocha, dando a entender que ya no era activa en el referido siglo; otra cosa interesante de este documento es que nos revela el uso de un nuevo nombre realmente muy sorprendente del río Pativilca, el cual es llamado como el río Marañón de Llaclla, claramente en emulación por su regular tamaño al río Amazonas –llamado comúnmente Marañón durante la época colonial- y por la presencia en Llaclla de cuatro ríos, que seguramente les parecía como una situación semejante a la del Amazonas con el que se unen centenarios de ríos.
Si bien con Antonio Raimondi tenemos una visión paradisiaca de Llaclla, no sucede lo mismo con algunos relatos orales que se refieren a pasajes de la historia colonial de la zona de la provincia de Bolognesi, de la que forma parte Llaclla. Por ejemplo, entre una serie de relatos ambientados en los tiempos coloniales y a comienzos de la República, que se conocen en la zona de Llaclla, hay uno acerca de la trabajosa tarea de transportar mineral desde las lejanas minas ubicadas en Ticapampa hacia la costa, pasando por Llaclla o sus alrededores. Una versión de tales labores es bastante ilustrativa de la penosa experiencia de todo aquel que tenía que pasar por Llaclla en una época en que enfermedades como la uta y el paludismo diezmaban prácticamente a los que viajaban por el lugar, de allí que se explique el pánico casi sobrenatural que invadía tanto a los esforzados y sufridos arrieros de las largas filas de llamas cargadas de mineral, como a las mismas personas convertidas en bestias de carga. La muerte, como es obvio, era una inminencia en todo el trayecto, por el hambre, el cansancio, los accidentes de desbarrancamiento y, más que todos estos factores, por la mortal picadura de los zancudos transmisores del paludismo (terciana y cuartana), enfermedad llamada por los lugareños suksu o chukchu, de consecuencias siempre mortales en aquellos tiempos. Dado el cuadro de calamidades, Llaclla era considerada como la segura antesala de una muerte horrible, pues siendo un lugar cálido y con abundante agua, resultaba el hábitat privilegiado de los zancudos y por ende el oasis para el contagio del paludismo en todo el recorrido de los cargadores de minerales que cumplían con la mita impuesta por administradores del régimen colonial de la época.

En el relato se destaca en forma especial como, por temor al contagio del Suksa (paludismo o malaria), la gente evitaba pasar por el poblado mismo de Llaclla, procurando hacerlo alejados, por las faldas de cerro Ojshajircal / Uqshahirka, precisamente por un camino cuyos restos aún se notan y que pasaba por encima de las chacras que se encuentran en la Banda o Simpa, empalmando a Cochas y cruzando el puente sobre el río Pativilca, para luego subir por el hitórico Cóndorsenga / Kuntur Sinqa en dirección a Cajatambo, desde donde bajaban hacía la costa, destino final de los minerales.
Pero no solo el paludismo hacía de Llaclla un lugar inhóspito; también estaba la uta (la terrible lesmaniosis peruvianis) producida por un misquito que en las tardes y en las mañanas picaba a todo aquel que se bañaba o pasaba los ríos, depositando su huevo en el cuerpo de las personas, de preferencia en la cara por estar descubierta.
Como se sabe, del huevo depositado en el cuerpo de la persona nace una larva de gusano que para vivir se alimenta de la carne viva, carcomiendo más y más hasta por último dejar incluso los huesos casi descarnados, tal como se observa aún hasta hoy en algunos sitios del Perú en los que la afección de la uta es una enfermedad endémica, por ejemplo en la quebrada del Tupe de la provincia de Yauyos, en Lima, donde es algo común ver a las personas con el rostro cubierto para ocultar las huellas de la enfermedad.
Lo grave en el caso de la uta es que el gusano, habiendo encontrado un hábitat excelente para su desarrollo, demora el lapso de su metamorfosis que le debía obligar a dejar el cuerpo de su infeliz acogedor, convertido en mosca para iniciar de nuevo el circuito vital de su especie con la búsqueda de un nuevo cuerpo donde debería depositar su huevo y reproducirse.
Así, vista en el transcurso de los tiempos, Llaclla presenta una historia de contrastes: primitivamente indígena cuando el asentamiento se llamaba Cusi que a la entrada de los españoles devino en llamarse San Agustín de Cusi, hispanizada después del desbarrancamiento del pueblo viejo de Cusi como consecuencia de algún huayco que socavó sus bases; edénica para Antonio Raimondi, pero temible y trágica para los transportadores de minerales del tiempo de la colonia. Sin embargo, por encima de todos estos contrastes hay una clara vocación de ser un lugar que ha atraído a las gentes con una fuerza subyugadora. Su historia así lo atestigua como lo podemos entrever en las páginas que siguen.
Dr. Gustavo Solis Fonseca.
Pero no solo el paludismo hacía de Llaclla un lugar inhóspito; también estaba la uta (la terrible lesmaniosis peruvianis) producida por un misquito que en las tardes y en las mañanas picaba a todo aquel que se bañaba o pasaba los ríos, depositando su huevo en el cuerpo de las personas, de preferencia en la cara por estar descubierta.
Como se sabe, del huevo depositado en el cuerpo de la persona nace una larva de gusano que para vivir se alimenta de la carne viva, carcomiendo más y más hasta por último dejar incluso los huesos casi descarnados, tal como se observa aún hasta hoy en algunos sitios del Perú en los que la afección de la uta es una enfermedad endémica, por ejemplo en la quebrada del Tupe de la provincia de Yauyos, en Lima, donde es algo común ver a las personas con el rostro cubierto para ocultar las huellas de la enfermedad.
Lo grave en el caso de la uta es que el gusano, habiendo encontrado un hábitat excelente para su desarrollo, demora el lapso de su metamorfosis que le debía obligar a dejar el cuerpo de su infeliz acogedor, convertido en mosca para iniciar de nuevo el circuito vital de su especie con la búsqueda de un nuevo cuerpo donde debería depositar su huevo y reproducirse.
Así, vista en el transcurso de los tiempos, Llaclla presenta una historia de contrastes: primitivamente indígena cuando el asentamiento se llamaba Cusi que a la entrada de los españoles devino en llamarse San Agustín de Cusi, hispanizada después del desbarrancamiento del pueblo viejo de Cusi como consecuencia de algún huayco que socavó sus bases; edénica para Antonio Raimondi, pero temible y trágica para los transportadores de minerales del tiempo de la colonia. Sin embargo, por encima de todos estos contrastes hay una clara vocación de ser un lugar que ha atraído a las gentes con una fuerza subyugadora. Su historia así lo atestigua como lo podemos entrever en las páginas que siguen.
Dr. Gustavo Solis Fonseca.