UN CABALLO LLAMADO BOLÍVAR
Olinda C. Ramírez Soto
[email protected]
En aquellos tiempos en que los maestros, sacerdotes, comerciantes y pobladores tenían que trasladarse desde Chiquián a los distritos y anexos, se hacía a lomo de equinos, hago este relato en honor al esfuerzo de los maestros que trabajaban en los pueblos y también recordando lo maravilloso que eran estos mamíferos que servían de trasporte de carga y pasajero.
Mi familia, como las demás, tenían algunos caballos, yeguas, potrillo una que otra mula, para hacer sus traslados, burros no teníamos eran de mis tíos que muy buenos se los prestaban y/o alquilaban.
Del grupo en cuestión, estaba el caballo más elegante llamado “ Bolívar”, era un precioso semental de porte erguido, color caramelo, con pelaje suave y brilloso, de crin y cola bien cuidados, sus patas largas fuertes con un aro blanco en el borde del tobillo, Bolívar, tenía sus ojos oscuros vivaces y las orejas pequeñas siempre en alerta moviéndose de un lado a otro, eran sus antenas, este animalito solo se dejaba sentar en su espalda a mi mamá, o a mí, no se dejaba montar por ninguna otra persona, ni siquiera mi papá. Cada uno de nosotros teníamos un caballo o yegua para cabalgar, era nuestro trasporte particular, seguramente cuando mi hermano y yo éramos bebes nuestros padres nos llevaban cargados; mi recuerdo es cuando yo sola cabalgaba a uno de ellos, habría tenido 6 a 7 años de edad y luego me encantaba hacerlo correr en los caminos planos.
Bolívar, era el jefe del grupo, si él se movía los demás lo hacían, si él se plantaba los demás se plantaban. La montura era de cuero, el equipo de riendas y demás tenían incrustaciones de plata, eso era para Bolívar. Mis padres trabajaban por entonces como profesores, mi mamá en Canis (por muchos años), mi papá en Gorgorillo, nuestro camino era largo, salíamos de Chiquián a eso de las 4:30 a.m. con los caballos ya ensillados, con las alforjas llenas, los burros con carga de víveres para que dure por lo menos un mes; de estos víveres mi mamá hacía trueque con los pobladores, ellos daban gallina, papas ó cuyes a cambio de fideos, arroz, azúcar, cocoa, etc. Tengo muchos recuerdos de mis años de niñez en Canis, pueblo al que llevo en mi corazón, al igual que Carhuajara y Pacllón, donde mi mamá trabajó.
Un día de esos ya estábamos cerca a Matara, lugar de mucho frio donde el viento sopla y pasa silbando, en esta parte teníamos que amarrar los sombreros porque salían volando hacía la laguna que tiene su leyenda, comentada en los cuentos, era tan fuerte el viento que si estabas parado en el piso te hacía retroceder, lo que pasó antes de llegar a Matara, fue que de pronto Bolívar se inquietó, empezó a relinchar, las orejas las movía rápido, rápido, bufaba y bufaba, por más que mamá le hablaba el no obedecía, mis padres se apearon, Bolívar se plantó no quiso continuar caminando, hacía pasos retrocediendo, era casi oscuro, no había luna llena, apenas se veían las chamizas más cercanas, mi padre agarró las riendas del caballo, él no se dejaba, mi mamá empezó a orar fuerte, yo abría más mis ojos buscando ver algo extraño en la noche entre las hierbas y no vi nada, de pronto Bolívar se tranquilizó y los demás también, yo no me bajé, mi caballo era más tranquilo, así jalándolo con las riendas empezó a caminar, pasó ese tramo de camino, mi mamá sube y continuamos. Yo había escuchado que cuando un caballo se planta es porque ve un alma, un fantasma o una culebra, no sé qué habría visto pero nos hizo pasar un susto, ese era Bolívar el hermoso caballo de mamá.
Cierta vez en que mi querida prima, viajaba con nosotros hacía Carhuajara, ella no sabía cabalgar como yo, la sentaron a una yegua que se llamaba “Blanca”, por su color, ella tenía un lindo potrillo que después de algunos meses ya caminaba junto a su madre. Mi prima iba, acomodada sobre la montura y bien amarrada para que no caiga, ya habíamos pasado Matara, Roca, Ticllos y estábamos en camino plano cerca de Corpanqui, empezamos a trotar más rápido y Bolívar se inquietó, alarmó a todos porque mi prima con el trote de Blanca poco a poco se había ido resbalando, felizmente no se desató y la vimos debajo de la yegua, ella gritaba mamá, mamita, mamita…
En otro viaje a Canis, después de pasar y descansar en Cuspón, los caballos caminaban relajados, ya eran muchas horas de viaje, al pasar el río de LLaclla, mi papá me dice apúrate, yo grite a mi caballo ¡Arre…. Arre! Y este que estaba caminando medio dormido al reaccionar de un salto caí al agua, mi mamá venía atrás con Bolívar, este movió la cabeza haciendo resoplos, mi mamá llamó a mi papá, él me sacó rápido del agua, por suerte era época de poca agua, bien mojada entramos a casa de un tío en LLaclla, me cambiaron y a seguir hasta Canis. Estos viajes duraban todo un día y a veces parte de la noche. Esos eran los tiempos de aquellos profesores que merecen nuestro recuerdo y respeto porque hicieron hombres y mujeres de bien con sus enseñanzas y mostraron a la gente que con esfuerzo y unidad se pueden construir escuelas, ellos lo hicieron con los pueblos.
También, recordar a esos nobles animales que fueron parte de nuestra vida como a Bolivar.
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En aquellos tiempos en que los maestros, sacerdotes, comerciantes y pobladores tenían que trasladarse desde Chiquián a los distritos y anexos, se hacía a lomo de equinos, hago este relato en honor al esfuerzo de los maestros que trabajaban en los pueblos y también recordando lo maravilloso que eran estos mamíferos que servían de trasporte de carga y pasajero.
Mi familia, como las demás, tenían algunos caballos, yeguas, potrillo una que otra mula, para hacer sus traslados, burros no teníamos eran de mis tíos que muy buenos se los prestaban y/o alquilaban.
Del grupo en cuestión, estaba el caballo más elegante llamado “ Bolívar”, era un precioso semental de porte erguido, color caramelo, con pelaje suave y brilloso, de crin y cola bien cuidados, sus patas largas fuertes con un aro blanco en el borde del tobillo, Bolívar, tenía sus ojos oscuros vivaces y las orejas pequeñas siempre en alerta moviéndose de un lado a otro, eran sus antenas, este animalito solo se dejaba sentar en su espalda a mi mamá, o a mí, no se dejaba montar por ninguna otra persona, ni siquiera mi papá. Cada uno de nosotros teníamos un caballo o yegua para cabalgar, era nuestro trasporte particular, seguramente cuando mi hermano y yo éramos bebes nuestros padres nos llevaban cargados; mi recuerdo es cuando yo sola cabalgaba a uno de ellos, habría tenido 6 a 7 años de edad y luego me encantaba hacerlo correr en los caminos planos.
Bolívar, era el jefe del grupo, si él se movía los demás lo hacían, si él se plantaba los demás se plantaban. La montura era de cuero, el equipo de riendas y demás tenían incrustaciones de plata, eso era para Bolívar. Mis padres trabajaban por entonces como profesores, mi mamá en Canis (por muchos años), mi papá en Gorgorillo, nuestro camino era largo, salíamos de Chiquián a eso de las 4:30 a.m. con los caballos ya ensillados, con las alforjas llenas, los burros con carga de víveres para que dure por lo menos un mes; de estos víveres mi mamá hacía trueque con los pobladores, ellos daban gallina, papas ó cuyes a cambio de fideos, arroz, azúcar, cocoa, etc. Tengo muchos recuerdos de mis años de niñez en Canis, pueblo al que llevo en mi corazón, al igual que Carhuajara y Pacllón, donde mi mamá trabajó.
Un día de esos ya estábamos cerca a Matara, lugar de mucho frio donde el viento sopla y pasa silbando, en esta parte teníamos que amarrar los sombreros porque salían volando hacía la laguna que tiene su leyenda, comentada en los cuentos, era tan fuerte el viento que si estabas parado en el piso te hacía retroceder, lo que pasó antes de llegar a Matara, fue que de pronto Bolívar se inquietó, empezó a relinchar, las orejas las movía rápido, rápido, bufaba y bufaba, por más que mamá le hablaba el no obedecía, mis padres se apearon, Bolívar se plantó no quiso continuar caminando, hacía pasos retrocediendo, era casi oscuro, no había luna llena, apenas se veían las chamizas más cercanas, mi padre agarró las riendas del caballo, él no se dejaba, mi mamá empezó a orar fuerte, yo abría más mis ojos buscando ver algo extraño en la noche entre las hierbas y no vi nada, de pronto Bolívar se tranquilizó y los demás también, yo no me bajé, mi caballo era más tranquilo, así jalándolo con las riendas empezó a caminar, pasó ese tramo de camino, mi mamá sube y continuamos. Yo había escuchado que cuando un caballo se planta es porque ve un alma, un fantasma o una culebra, no sé qué habría visto pero nos hizo pasar un susto, ese era Bolívar el hermoso caballo de mamá.
Cierta vez en que mi querida prima, viajaba con nosotros hacía Carhuajara, ella no sabía cabalgar como yo, la sentaron a una yegua que se llamaba “Blanca”, por su color, ella tenía un lindo potrillo que después de algunos meses ya caminaba junto a su madre. Mi prima iba, acomodada sobre la montura y bien amarrada para que no caiga, ya habíamos pasado Matara, Roca, Ticllos y estábamos en camino plano cerca de Corpanqui, empezamos a trotar más rápido y Bolívar se inquietó, alarmó a todos porque mi prima con el trote de Blanca poco a poco se había ido resbalando, felizmente no se desató y la vimos debajo de la yegua, ella gritaba mamá, mamita, mamita…
En otro viaje a Canis, después de pasar y descansar en Cuspón, los caballos caminaban relajados, ya eran muchas horas de viaje, al pasar el río de LLaclla, mi papá me dice apúrate, yo grite a mi caballo ¡Arre…. Arre! Y este que estaba caminando medio dormido al reaccionar de un salto caí al agua, mi mamá venía atrás con Bolívar, este movió la cabeza haciendo resoplos, mi mamá llamó a mi papá, él me sacó rápido del agua, por suerte era época de poca agua, bien mojada entramos a casa de un tío en LLaclla, me cambiaron y a seguir hasta Canis. Estos viajes duraban todo un día y a veces parte de la noche. Esos eran los tiempos de aquellos profesores que merecen nuestro recuerdo y respeto porque hicieron hombres y mujeres de bien con sus enseñanzas y mostraron a la gente que con esfuerzo y unidad se pueden construir escuelas, ellos lo hicieron con los pueblos.
También, recordar a esos nobles animales que fueron parte de nuestra vida como a Bolivar.