ARMANDO ZARAZÚ
DÁNDOLE COLOR AL MUNDO
Ahora que se acaba de celebrar un aniversario más del “descubrimiento” del nuevo continente, es necesario recordar que estas tierras americanas no estaban deshabitadas, vivían en ellas gentes que habían alcanzado organización social, política y económica no vistas en algunos de los llamados países civilizados de la época. Sin embargo, la historia la escriben los vencedores y de allí es el mito creado acerca del famoso descubrimiento, que en realidad fue más un hecho fortuito que una expedición creada para llegar a estas tierras. La idea de Colón era encontrar una nueva ruta a las indias, debido a que, con la caída de Constantinopla, se habían cerrado las únicas vías usadas para la comercialización de productos entre oriente y occidente.
Indudablemente que la llegada de los europeos trajo como consecuencia cambios radicales en la forma de vida de los conquistados, no solo los redujo a condición poco menos de esclavitud, sino también significó imposición cultural, religiosa, política y económica, además del saqueo de las riquezas del nuevo continente, latrocinio que duró al rededor de trescientos años en Latinoamérica. Por otro lado, es bueno recordar también que los conquistadores no prestaron mayor importancia a los productos nativos que no fueran minerales preciosos, de allí por ejemplo que la papa, alimento básico de los Andes sudamericanos, fuera por muchos años desconocida en el viejo continente. Historia muy parecida es de la cochinilla, pequeño insecto, que desde épocas milenarias era conocida por los primitivos americanos, los cuales la usaban para teñir sus tejidos, cuyo color y calidad se mantienen durante siglos.
Desde épocas muy antiguas el rojo era considerado un color de prestigio, al punto que era el preferido de las clases pudientes, lo cual convertía en un gran negocio el oficio de teñir telas, pero a la vez también confrontaba a estos trabajadores con un reto casi imposible de cumplir, el rojo puro, duradero, también llamado rojo verdadero era casi imposible de lograr. En 1519, hizo su aparición un nuevo tinte que cambió la idea de la obtención del rojo imposible. La nueva tintura se obtenía de la caparazón de un insecto americano llamado cochinilla, que vive en una planta llamada nopal y que era conocido desde épocas inmemoriales por los antiguos americanos. Textiles precolombinos de las culturas Nazca y Chimú en el Perú, mantienen los colores originales tan vivo como si recién hubieran sido terminados de teñir. En realidad se especula que la cochinilla se conoció primero en lo que ahora es México, además es sabido que los pueblos sometidos por los aztecas debían pagar parte de sus tributos en determinadas cantidades de cochinilla, lo cual da una idea clara de su importancia entre los pueblos antiguos de esta parte del mundo. Carlos V, el emperador español que alguna vez se vanaglorió “que en su imperio jamás se ocultaba el sol”, sintió curiosidad por el tinte que solicitó a Cortés le enviara mayor información al respecto.
La fama de la calidad del tinte proveniente de la cochinilla se extendió pronto entre los usuarios y comerciantes del viejo continente y del resto del mundo conocido ese entonces. Su importancia como producto comercial fue tanta que la corona española trato de regular su producción, amen de considerarla como el único producto agrícola digno de merecer el dudoso honor de ser grabado con un impuesto. La reputación como tinte de la cochinilla creció rápidamente, al punto que junto con los metales preciosos se convirtió en presa muy codiciada para los piratas y corsarios que le hacían difícil la travesía marítima a la flota comercial española, tal era el interés que había despertado este humilde insecto americano entre los amantes de la moda y del color rojo. Sin embargo existía el problema de que los usuarios no sabían cual era el origen del color que tanto los agradaba vestir. Había la creencia generalizada de que se trataba de un vegetal desconocido y, ni siquiera la invención del microscopio, pudo dar una respuesta definitiva y segura a los usuarios del nuevo tinte. Finalmente el holandés Melchior de Ruuscher logró conseguir testimonios orales de los agricultores de Oxaca, zona en donde la producción de la cochinilla era la ocupación más importante de la población, para publicar su libro Historia natural de la cochinilla, poniendo punto final a las especulaciones que se hacían sobre el origen del tinte proveniente de la cochinilla.
La importancia que tuvo la cochinilla en la Europa de esos años se tradujo en algunos hechos curiosos que nada tienen que envidiar a los problemas económicos de estos días. Fue uno de los primeros productos del nuevo continente que se cotizó en la bolsa, además que algunos inversionistas, cansados de pagar los exorbitantes precios que imponía la corona española, trataron de obtener muestras de los insectos para hacerlos reproducir en otros lugares. Lamentablemente para ellos sus esfuerzos no tuvieron los resultados deseados y la industria de la cochinilla siguió prosperando en suelo americano. El desarrollo de la industria química hizo posible la producción de colorantes, con iguales o parecidos, tonos a la cochinilla, lo cual redujo considerablemente su mercado y, por lo tanto, afectó la economía de los países productores. Felizmente, el interés que los productos naturales han vuelto a tener entre los adeptos a la moda ha hecho que la producción de este humilde insecto, y por ende, del buscado tinte de cochinilla vuelva a renacer en las últimas décadas. Actualmente el Perú se ha convertido en el mayor productor y exportador de cochinilla en el mundo, con una producción de un poco más de las doscientas toneladas. Curiosamente, es en nuestro país donde se encuentran los tejidos con los colores mejor conservados, a pesar de los centenares de años que han transcurrido desde que fueron elaborados.
Armando Zarazú