manuel nieves fabián
CUY TOROK TOROK
(Anécdota)
(Anécdota)
En cierta ocasión llegó un gringo a las alturas de uno de los pueblos de nuestra provincia en busca de minas, Caminaba con su inmensa bolsa sobre la espalda con el sudor que corría por debajo de sus lentes oscuros. De rato en rato auscultaba las oquedades de los cerros con su inmenso catalejo. Debajo de las rocas colocaba otros aparatos para ubicar los codiciados minerales que dormían en las profundidades de la madre tierra.
Ya muy de tarde, sumamente cansado, ubicó una choza que dejaba escapar el humo por entre las pajas de su techo. Luego de cruzar quebradas y pequeños manantiales vio la casita cubierta de pajas a un canto del corral como si fuese la fotografía de un artista profesional, digno de ser publicado en los almanaques. Unos ladridos agudos y molestos rompió el silencio, y como si fuese u huracán avanzaban los perros dispuestos a tarascarlo. Tras sus animales salió una ancianita, quien, después apaciguar los ladridos furiosos de sus amigos inseparables, al ver al hombre, alto, corpulento y el rostro lleno de barbas, un tanto asustada le invitó a descansar.
El gringo, con tanta hambre, pues no había probado bocado alguno durante el día, suplicó que le preparara algo para comer y por sus servicios sería bien gratificada.
La ancianita, inmediatamente se puso a pensar ante semejante petición. Se dijo para sí: "¿Qué comerán estos mishtis?” “¡Qué puedo invitarle!” Después de un buen rato decidió sacrificar a uno de sus animalitos que criaba en su cocina.
Luego de freír y aderezar la carne, sirvió al hombre que esperaba bostezando, sentado sobre la piedra, en la puerta de la choza.
El gringo, apenas recibió el recipiente en sus manos, por el olor, sintió lo sabroso del potaje, y sin esperar ni un segundo más lo devoró. Tanto habrá sido su hambre que no dejó ni los huesos del animalito. Después de hartarse y sumamente satisfecho dijo:
–¡Thank you! Sabroso estar comida!... ¿Cómo llamar plato y cómo llamar animal?
La viejita, con bastante chispa e ingenio, respondió:
–¡Ah señor!, plato se llama picante de cuy, y animal se llama cuy torok torok!
–¡Ah!, ¡O.K.! (¡okey!) , ¡cuy torok torok! ¡Rico estar comida! –replicó el gringo relamiéndose los labios.
Ya muy de tarde, sumamente cansado, ubicó una choza que dejaba escapar el humo por entre las pajas de su techo. Luego de cruzar quebradas y pequeños manantiales vio la casita cubierta de pajas a un canto del corral como si fuese la fotografía de un artista profesional, digno de ser publicado en los almanaques. Unos ladridos agudos y molestos rompió el silencio, y como si fuese u huracán avanzaban los perros dispuestos a tarascarlo. Tras sus animales salió una ancianita, quien, después apaciguar los ladridos furiosos de sus amigos inseparables, al ver al hombre, alto, corpulento y el rostro lleno de barbas, un tanto asustada le invitó a descansar.
El gringo, con tanta hambre, pues no había probado bocado alguno durante el día, suplicó que le preparara algo para comer y por sus servicios sería bien gratificada.
La ancianita, inmediatamente se puso a pensar ante semejante petición. Se dijo para sí: "¿Qué comerán estos mishtis?” “¡Qué puedo invitarle!” Después de un buen rato decidió sacrificar a uno de sus animalitos que criaba en su cocina.
Luego de freír y aderezar la carne, sirvió al hombre que esperaba bostezando, sentado sobre la piedra, en la puerta de la choza.
El gringo, apenas recibió el recipiente en sus manos, por el olor, sintió lo sabroso del potaje, y sin esperar ni un segundo más lo devoró. Tanto habrá sido su hambre que no dejó ni los huesos del animalito. Después de hartarse y sumamente satisfecho dijo:
–¡Thank you! Sabroso estar comida!... ¿Cómo llamar plato y cómo llamar animal?
La viejita, con bastante chispa e ingenio, respondió:
–¡Ah señor!, plato se llama picante de cuy, y animal se llama cuy torok torok!
–¡Ah!, ¡O.K.! (¡okey!) , ¡cuy torok torok! ¡Rico estar comida! –replicó el gringo relamiéndose los labios.
Al día siguiente, nuevamente salió con dirección a otros cerros, en eso, cerca de un manantial escuchó:
–"¡Toroook!, ¡toroook!, ¡toroook!...
La voz onomatopéyica le trajo a la memoria aquella cena de la noche anterior; entonces, se dijo: "¡Ah, cuy torok torok!". Y tragándose la saliva e imaginándose el potaje que iba a repetir, se puso a buscar al animal, hasta que logró atraparlo.
Por la tarde, al llegar a otra estancia, le dijo a la dueña de casa:
–¡Oh, señora!, ¡preparar cuy torok torok!
La mujer, al reconocer al animal sintió repugnancia y mecánicamente repetía: "¡Cuy torok torok!"... "¡Seguro éste será pues cuy de los gringos!" Y muy a su pesar, completamente asqueada, en la única olla que preparaba sus alimentos, terminó de freír al animal.
El gringo, que esperaba impaciente, con el estómago que le aullaba de hambre, apenas recibió el plato, engulló el potaje en cuestión de minutos, pero al sentir un sabor diferente, dijo:
–¡Oh!, ¡no saber preparar cuy torok torok!
Un tanto enojado se levantó, cogió su mochila y se alejó del lugar. A los pocos minutos el veneno del animal empezó a hacer efecto. Con el dolor, el gringo se retorcía. Se caía, se levantaba, y a su vez gritaba alzando los brazos:
–¡Good bye! ¡Good bye!... ¡Adiós..., vida!
Al escuchar estos gritos y al ver al gringo que saltaba con desesperación, la mujer pensó: "¡Así será pues despedida de gringos!", por lo que contestó a voz en cuello.
–¡Aywallay taytay, aywallay taytay! (¡Vaya nomás, vaya nomás! ¡Buena suerte!
–"¡Toroook!, ¡toroook!, ¡toroook!...
La voz onomatopéyica le trajo a la memoria aquella cena de la noche anterior; entonces, se dijo: "¡Ah, cuy torok torok!". Y tragándose la saliva e imaginándose el potaje que iba a repetir, se puso a buscar al animal, hasta que logró atraparlo.
Por la tarde, al llegar a otra estancia, le dijo a la dueña de casa:
–¡Oh, señora!, ¡preparar cuy torok torok!
La mujer, al reconocer al animal sintió repugnancia y mecánicamente repetía: "¡Cuy torok torok!"... "¡Seguro éste será pues cuy de los gringos!" Y muy a su pesar, completamente asqueada, en la única olla que preparaba sus alimentos, terminó de freír al animal.
El gringo, que esperaba impaciente, con el estómago que le aullaba de hambre, apenas recibió el plato, engulló el potaje en cuestión de minutos, pero al sentir un sabor diferente, dijo:
–¡Oh!, ¡no saber preparar cuy torok torok!
Un tanto enojado se levantó, cogió su mochila y se alejó del lugar. A los pocos minutos el veneno del animal empezó a hacer efecto. Con el dolor, el gringo se retorcía. Se caía, se levantaba, y a su vez gritaba alzando los brazos:
–¡Good bye! ¡Good bye!... ¡Adiós..., vida!
Al escuchar estos gritos y al ver al gringo que saltaba con desesperación, la mujer pensó: "¡Así será pues despedida de gringos!", por lo que contestó a voz en cuello.
–¡Aywallay taytay, aywallay taytay! (¡Vaya nomás, vaya nomás! ¡Buena suerte!