manuel nieves fabián
EL VENADO DE PLATA (*)
(Cuento de Mahuay)
(Cuento de Mahuay)
En memoria de don Ponceano Valderrama Gonzales QPD.
En Mahuay, pueblo ubicado en el distrito de Huasta, hace años vivió Ishtico, hombre tan sano e inocente que ni hasta mujer conocía por vivir entregado al cuidado de sus ganados.
El jirka, compadecido de su pobreza y sobre todo de su nobleza decidió hacerle un obsequio para que cambiara su vida.
Fue así que, en una ocasión, cuando pastaba sus ganados en las punas, cerca de Pillukaka, sobre la pampa, donde descansaban sus animales, apareció un venado blanco que corría de un lado para otro sin ningún temor como si estuviese domesticado. Era un bellísimo animal. Ishtico nunca había visto un venado blanco, pues todos los venados son grises. El animal, día tras día recorría los pastizales junto con sus ganados y hasta se recostaba al lado de ellos a la hora del descanso.
Ishtico, al ver la conducta del animal, se dijo para sí: «Este animal se burla de mí porque no tengo escopeta», y resolvió cazarlo.
Al día siguiente alistó su mellicera de dos cañones y muy de mañana arreando sus ganados llegó a las punas de Pillukaka. Ni bien los ganados empezaron a comer el pasto fresco, el venado apareció misteriosamente y se paseaba cerca de él. El pastor, abrió el gatillo de su escopeta, apuntó y disparó. La bala dio en el blanco y el animal cayó muerto. El cazador se aproximó para desangrarlo, pero para su sorpresa el venado había desaparecido, en su lugar encontró sobre el piso gran cantidad de monedas de plata de nueve décimos. Asombrado, no hizo sino sacar su poncho y recoger las monedas. Pesaba el atado, sin embargo, cargó hasta Mahuay.
Al ingresar al pueblo, cansado y sudoroso, se encontró con una mujer, quien al ver que cargaba un pesado bulto preguntó:
–¿Qué cosa llevas Ishtico, puedes invitarme?
El hombrecito, con toda inocencia contó los pormenores de lo que le había sucedido. La mujer un tanto incrédula, con el balde lleno de agua en sus manos, acotó:
–No te creo. Yo no veo ningún venado blanco. Guardaré mi agua y ahorita voy a tu casa para ver.
Ishtico, apenas ingresó a su casa, al momento de descargar su atado de plata, perdió el habla y empezó arrojar abundante sangre por la nariz y la boca y horas más tarde murió.
Toda la fortuna quedó para su hermano Vences, que de la noche a la mañana se convirtió en un hombre con mucho dinero, pues sin mayor sacrificio la fortuna le había sonreído.
Con el correr del tiempo su nombre era conocido en todas partes. Sus prodigiosas manos confeccionaron las famosas monturas enchapadas con plata que lucían los más finos caballos de paso en las grandes fiestas de los pueblos; así también de sus manos salieron las hermosas campanillas, los relucientes «colebrillos» y los famosos regatones o bastones enchapados con plata que usaban los danzantes de la cuadrilla de Negritos.
Manuel Nieves Fabián
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