ARMANDO ZARAZÚ ALDAVE
HAN PASADO TANTOS AÑOS...

El próximo 31 de mayo el departamento de Ancash y, el Perú en general, estará recordando el sismo del 70, como se le conoce popularmente al movimiento telúrico que hace 49 años destruyó literalmente ese departamento, que sufrió una de los más terribles, catastróficos y mortíferos terremotos que se tiene memoria, al menos en decenas de generaciones, en Sudamérica. Catastrófico porque redujo a escombros decenas de ciudades e innumerables poblados de sus alturas andinas, amén de su infraestructura y medios de producción; mortífero, debido a que las pérdidas humanas se calculan moderadamente en ochenta mil muertos, sin embargo, es posible que ese número sea superior tomando en cuenta que los sobrevivientes de las pequeñas poblaciones andinas tuvieron que enterrar a sus muertos antes de que las estadísticas oficiales tuvieran a bien tomarlos en cuenta. Si a esa cifra se le agrega la cantidad de heridos que sobrevivieron no hay lugar a dudas que las consecuencias del terremoto fueron devastadoras para Ancash. Si a ello se le agrega la desorganización en la entrega de la ayuda nacional y extranjera para los damnificados y, el endémico problema de los manejos económicos que nos ha tocado padecer a través de nuestra historia “occidental”*, veremos que las consecuencias económicas del terremoto fueron catastróficas.
El terremoto que destruyó Ancash el 31 de mayo de 1970, marcó profundamente a toda una generación de ancashinos. Incontables familias y pueblos enteros quedaron reducidos completamente en la miseria, teniendo que trabajar sin descanso para poder reconstruir sus casas, sus propiedades y sus pueblos. La ayuda de la que tanto se habló en su momento fue más que nada para las grandes poblaciones, mientras que las pequeñas miraron de lejos. Indudablemente que se hicieron grandes obras como la reconstrucción de Huaraz, el aeropuerto de Anta y carreteras, dentro de las que sobresale el nuevo trazo y asfaltado de la carretera Huaraz – Pativilca, pero allí quedó todo. Una de las consecuencias sociales que trajo el terremoto del 70 fue la migración de muchas familias, que lo habían perdido todo, a lugares en donde pudieran encontrar los medios suficientes para sobrevivir su misfortunio, principalmente en la costa, que les ofreciera mejores oportunidades que la tierra en donde la naturaleza les había quitado todo. Sería interesante ver si existen estudios socioeconómicos sobre el tema y cuáles son sus resultados.
El terremoto que destruyó Ancash el 31 de mayo de 1970, marcó profundamente a toda una generación de ancashinos. Incontables familias y pueblos enteros quedaron reducidos completamente en la miseria, teniendo que trabajar sin descanso para poder reconstruir sus casas, sus propiedades y sus pueblos. La ayuda de la que tanto se habló en su momento fue más que nada para las grandes poblaciones, mientras que las pequeñas miraron de lejos. Indudablemente que se hicieron grandes obras como la reconstrucción de Huaraz, el aeropuerto de Anta y carreteras, dentro de las que sobresale el nuevo trazo y asfaltado de la carretera Huaraz – Pativilca, pero allí quedó todo. Una de las consecuencias sociales que trajo el terremoto del 70 fue la migración de muchas familias, que lo habían perdido todo, a lugares en donde pudieran encontrar los medios suficientes para sobrevivir su misfortunio, principalmente en la costa, que les ofreciera mejores oportunidades que la tierra en donde la naturaleza les había quitado todo. Sería interesante ver si existen estudios socioeconómicos sobre el tema y cuáles son sus resultados.

La terrible mortandad causada por el movimiento telúrico que recordamos se debió, en la mayor parte de casos, a que las casas andinas, al menos las de esa época, eran construidas con adobe y sin columnas que las pudieran sostener en caso de movimientos sísmicos. Esas construcciones se hicieron siguiendo los cánones arquitectónicos que impusieron los colonizadores españoles, quienes, con su habitual desprecio por toda expresión cultural del hombre andino, no tomaron en cuenta que las construcciones prehispánicas estaban hechas con técnicas diseñadas a soportar los embates telúricos que siempre han castigado nuestro territorio desde tiempos inmemoriales. Por otro lado, la teja de origen europeo, utilizada para techar las casas de nuestros pueblos, no solo es pesada, sino que en caso de sismo se convierte en amenaza mortal para los que están a sus alrededores.
Efectos secundarios que tuvo el terremoto fue el cierre, por algunos meses en algunos casos y hasta un año completo en otros, de los centros educativos del departamento, esto, en una nación como el Perú en proceso de desarrollo, es sumamente terrible. Al respecto dicen Sebastían Miller y Gemán Caruso en “Quake’n and Shake’n…Foreve! Long-Run Effects of Natural Disasters: A Case Study on the 1970 Ancash Harthquake”, publicado en octubre del 2014: “El desastre no terminó al amainar el terremoto. De hecho, los efectos del terremoto continúan hasta hoy. El análisis de los Censo Nacionales de Perú de 1993 y 2007 resulta en una conclusión preocupante: no sólo los niños menores de dos años de edad y los que estaban en el útero en el momento del desastre experimentaron efectos significativos, sino que también los efectos se reflejaron en la siguiente generación. En comparación con las personas que viven en el interior del país, las personas afectadas por el terremoto de Ancash completaron menos educación formal, comenzaron a trabajar antes, y se convirtieron en padres a una edad más temprana. Las personas afectadas también tenían más probabilidades de convertirse en padres solteros, de vivir en viviendas de baja calidad y de tener pocas propiedades. En todas las áreas afectadas, las mujeres sufrieron peores impactos que los hombres.”
Si bien es cierto que el terremoto del 70 destruyó físicamente a nuestro departamento y arrebató la vida a decenas de miles de seres humanos, no pudo quitarles a sus habitantes el deseo de continuar viviendo, edificando, superando los infortunios y forjando nuevas generaciones con el mismo espíritu de sus padres. Hoy vemos un departamento nuevo, con sus gentes queriendo vivir dignamente, queriendo gozar de la vida y de lo que esta pueda darles, luego de cuarenta y cinco años en que la noche del dolor y destrucción cayó a sus tierras.
Quien escribe estas líneas, joven estudiante universitario en la Lima de esos años, caminó cuatro días, en compañía de un grupo de amigos y paisanos, por los caminos derruidos que conducían a su amado Chiquián, sin tener noticias de la situación de sus familiares, porque solo se sabía de los destrozos sucedido en Huaraz, el Callejón de Huaylas y la desaparición de Yungay por la avalancha desprendida del Huascarán. Recuerdos que causan dolor al evocarlos.
*Ver: “Historia de la corrupción en el Perú” de Alfonso W. Quirós.
Armando Zarazú Aldave
[email protected]
Efectos secundarios que tuvo el terremoto fue el cierre, por algunos meses en algunos casos y hasta un año completo en otros, de los centros educativos del departamento, esto, en una nación como el Perú en proceso de desarrollo, es sumamente terrible. Al respecto dicen Sebastían Miller y Gemán Caruso en “Quake’n and Shake’n…Foreve! Long-Run Effects of Natural Disasters: A Case Study on the 1970 Ancash Harthquake”, publicado en octubre del 2014: “El desastre no terminó al amainar el terremoto. De hecho, los efectos del terremoto continúan hasta hoy. El análisis de los Censo Nacionales de Perú de 1993 y 2007 resulta en una conclusión preocupante: no sólo los niños menores de dos años de edad y los que estaban en el útero en el momento del desastre experimentaron efectos significativos, sino que también los efectos se reflejaron en la siguiente generación. En comparación con las personas que viven en el interior del país, las personas afectadas por el terremoto de Ancash completaron menos educación formal, comenzaron a trabajar antes, y se convirtieron en padres a una edad más temprana. Las personas afectadas también tenían más probabilidades de convertirse en padres solteros, de vivir en viviendas de baja calidad y de tener pocas propiedades. En todas las áreas afectadas, las mujeres sufrieron peores impactos que los hombres.”
Si bien es cierto que el terremoto del 70 destruyó físicamente a nuestro departamento y arrebató la vida a decenas de miles de seres humanos, no pudo quitarles a sus habitantes el deseo de continuar viviendo, edificando, superando los infortunios y forjando nuevas generaciones con el mismo espíritu de sus padres. Hoy vemos un departamento nuevo, con sus gentes queriendo vivir dignamente, queriendo gozar de la vida y de lo que esta pueda darles, luego de cuarenta y cinco años en que la noche del dolor y destrucción cayó a sus tierras.
Quien escribe estas líneas, joven estudiante universitario en la Lima de esos años, caminó cuatro días, en compañía de un grupo de amigos y paisanos, por los caminos derruidos que conducían a su amado Chiquián, sin tener noticias de la situación de sus familiares, porque solo se sabía de los destrozos sucedido en Huaraz, el Callejón de Huaylas y la desaparición de Yungay por la avalancha desprendida del Huascarán. Recuerdos que causan dolor al evocarlos.
*Ver: “Historia de la corrupción en el Perú” de Alfonso W. Quirós.
Armando Zarazú Aldave
[email protected]