MANUEL NIEVES FABIÁN
Fotografía del Sr. Juan Carlos Gamarra Abarca
UN PAR DE CUENTOS

TÍA ROSA, LA INCRÉDULA
La tía Rosa Fabián era una mujer que nunca faltaba a los velorios y a los entierros porque gustaba saborear el caldo de cabeza o «pigan caldo», sobre todo los sesos ("tugshun") alojado en el cráneo del animal.
Cuando alguien moría, la gente se trasladaba con todo a la casa del finado desde la primera noche del velorio. Si el muerto era de buena posesión económica no había por qué pedir permiso a los familiares, pues los especialistas en matar ganados se acercaban al corral, escogían uno o dos toros de los buenos y lo sacrificaban. Había carne para toda la semana, hasta después del pichgay. Si el finado era pobre, sacrificaban ovejas, y si no tenía, pedían prestado a los vecinos. Lo cierto es que había comida en abundancia en casa de los deudos.
La tía Rosa, era la primera en acudir a los velorios y la primera en recibir el «pigan caldo». El «tugshun» era su mayor delicia.
Como no hay tiempo que permanece inmóvil, ni vida que eternamente te mantenga joven, la tía Rosa llegó a su longevidad y cayó gravemente enferma. Decían que ya se iba a morir, pero la maldita Pelona no llegaba. La agonía se prolongaba día tras día.
Una de sus sobrinas, compadecida de sus sufrimientos, se acercó al lecho donde se quejaba con sus ¡ayes! interminables y le dijo:
–Tía Rosa tenemos que rezar para que diosito te alivie los dolores.
Al escuchar esta petición ella respondió así:
–Atatay!, ¡Dius, Dius! ¡Diusqa manan kansu! ¡Diusninsiqa nuqataqa qunqamashmi! (¡Qué desdicha!, ¡Dios, Dios! ¡Dios no existe! ¡Dios se ha olvidado de mí!)
Luego lloraba con honda preocupación, pero lúcidamente decía:
–¡Waray warantin wanukuptï, qamkunaqa üshapa tuqushunintachi mikurkaykanki! (¡Mañana o pasado cuando me muera ustedes estarán comiendo los sesos del carnero!)
Y lloraba desconsoladamente. Era increíble la manera cómo razonaba la tía Rosa.
BALBINA “JIWA SUA”
La agricultura y la ganadería son actividades básicas para la supervivencia de los miembros de la comunidad, además en cada casa las mujeres se dedican a la crianza de animales menores. Son raras las casas donde no haya cuyes y conejos.
Dona Balbina era una mujer muy singular. Criaba gran cantidad de cuyes sin tener ni una planta de alfalfa. Era muy fácil de identificarla porque usaba un sombrero blanco de palma con sus infaltables flores y vestía una monilla oscura donde resaltaban los listones morados. Entendía el castellano, pero se expresaba en quechua.
Para aplacar el hambre de sus animalitos se levantaba muy de madrugada y robaba alfalfa de las chacras. A las cinco de la mañana ya ingresaba al pueblo con la carga en sus espaldas. Por esta razón le pusieron el apodo de «Jiwa sua», es decir, la «Roba alfalfa»
Un día, asistió a la plaza de armas donde el profesor, los alumnos y los padres de familia celebraban el Día de la Bandera. Como llegó un poco tarde no se había enterado del motivo de la actuación. Cuando vio al profesor que disertaba el tema gesticulando y levando los brazos, un tanto curiosa preguntó a sus vecinos que estaban sentados en el piso:
–¿Imatataq taqay nuna makinta mashta mashtaykur parlan? (¿Qué es lo que dice ese hombre levantando y abriendo la palma de sus manos)
Entonces, uno de los que estaban sentados mirando la actuación respondió:
–¡Jiwasuataqa karciman watasishun, ninmi! (¡A los que roban alfalfa hay que mandarlo encerrar en la cárcel, dice)
–¡Atatay! ¡jiwataqa suwakushaqchi! (¡Qué despreciable! ¡La alfalfa tendré que robar, pues!)
Y las mujeres y los hombres se reían a carcajadas por la ocurrencia de doña Balbina.
La tía Rosa Fabián era una mujer que nunca faltaba a los velorios y a los entierros porque gustaba saborear el caldo de cabeza o «pigan caldo», sobre todo los sesos ("tugshun") alojado en el cráneo del animal.
Cuando alguien moría, la gente se trasladaba con todo a la casa del finado desde la primera noche del velorio. Si el muerto era de buena posesión económica no había por qué pedir permiso a los familiares, pues los especialistas en matar ganados se acercaban al corral, escogían uno o dos toros de los buenos y lo sacrificaban. Había carne para toda la semana, hasta después del pichgay. Si el finado era pobre, sacrificaban ovejas, y si no tenía, pedían prestado a los vecinos. Lo cierto es que había comida en abundancia en casa de los deudos.
La tía Rosa, era la primera en acudir a los velorios y la primera en recibir el «pigan caldo». El «tugshun» era su mayor delicia.
Como no hay tiempo que permanece inmóvil, ni vida que eternamente te mantenga joven, la tía Rosa llegó a su longevidad y cayó gravemente enferma. Decían que ya se iba a morir, pero la maldita Pelona no llegaba. La agonía se prolongaba día tras día.
Una de sus sobrinas, compadecida de sus sufrimientos, se acercó al lecho donde se quejaba con sus ¡ayes! interminables y le dijo:
–Tía Rosa tenemos que rezar para que diosito te alivie los dolores.
Al escuchar esta petición ella respondió así:
–Atatay!, ¡Dius, Dius! ¡Diusqa manan kansu! ¡Diusninsiqa nuqataqa qunqamashmi! (¡Qué desdicha!, ¡Dios, Dios! ¡Dios no existe! ¡Dios se ha olvidado de mí!)
Luego lloraba con honda preocupación, pero lúcidamente decía:
–¡Waray warantin wanukuptï, qamkunaqa üshapa tuqushunintachi mikurkaykanki! (¡Mañana o pasado cuando me muera ustedes estarán comiendo los sesos del carnero!)
Y lloraba desconsoladamente. Era increíble la manera cómo razonaba la tía Rosa.
BALBINA “JIWA SUA”
La agricultura y la ganadería son actividades básicas para la supervivencia de los miembros de la comunidad, además en cada casa las mujeres se dedican a la crianza de animales menores. Son raras las casas donde no haya cuyes y conejos.
Dona Balbina era una mujer muy singular. Criaba gran cantidad de cuyes sin tener ni una planta de alfalfa. Era muy fácil de identificarla porque usaba un sombrero blanco de palma con sus infaltables flores y vestía una monilla oscura donde resaltaban los listones morados. Entendía el castellano, pero se expresaba en quechua.
Para aplacar el hambre de sus animalitos se levantaba muy de madrugada y robaba alfalfa de las chacras. A las cinco de la mañana ya ingresaba al pueblo con la carga en sus espaldas. Por esta razón le pusieron el apodo de «Jiwa sua», es decir, la «Roba alfalfa»
Un día, asistió a la plaza de armas donde el profesor, los alumnos y los padres de familia celebraban el Día de la Bandera. Como llegó un poco tarde no se había enterado del motivo de la actuación. Cuando vio al profesor que disertaba el tema gesticulando y levando los brazos, un tanto curiosa preguntó a sus vecinos que estaban sentados en el piso:
–¿Imatataq taqay nuna makinta mashta mashtaykur parlan? (¿Qué es lo que dice ese hombre levantando y abriendo la palma de sus manos)
Entonces, uno de los que estaban sentados mirando la actuación respondió:
–¡Jiwasuataqa karciman watasishun, ninmi! (¡A los que roban alfalfa hay que mandarlo encerrar en la cárcel, dice)
–¡Atatay! ¡jiwataqa suwakushaqchi! (¡Qué despreciable! ¡La alfalfa tendré que robar, pues!)
Y las mujeres y los hombres se reían a carcajadas por la ocurrencia de doña Balbina.
Manuel Nieves Fabián
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