josé antonio salazar mejía
LA LEVA DE LOS NIÑOS
De las memorias del docente huarasino don Julio Collazos, quien llegó a trabajar muy joven a Corongo y allí echó raíces. Narración contada por su hijo el músico Frank Collazos en el 2012.
En Huánuco han celebrado por todo lo alto el bicentenario del alzamiento de Crespo y Castillo, próceres que se levantaron contra el yugo español en el año de 1812. La revolución huanuqueña fue secundada por los patriotas de la zona de Conchucos. Las autoridades españolas organizaron un maquiavélico plan para escarmentar a las poblaciones de Conchucos y de ese modo prevenir futuros alzamientos.
Terminaba el año de 1812 cuando se presentó fuerte tropa en la apacible villa de Corongo. Alarmada la población se reunió en la plaza principal para escuchar las novedades que traían los oficiales españoles. Los tambores redoblaban en clara indicación que se iba a leer un bando. Incrédulos, escucharon a un oficial dictar terribles disposiciones.
Por el camino a Colcabamba lograron emboscar a un soldado que fue tras un pequeño fugitivo, y le dieron cruel muerte en venganza por el abuso cometido.
Aún hoy en día, entre La Pampa y Corongo hay un lugar llamado La Trinchera en medio del camino conocido con el nombre de Cuchilla, allí los coronguinos abrieron una profunda zanja para impedir el paso de las tropas enemigas. A ambos flancos del camino que es un paso estrecho y peligroso, las pendientes son empinadas y terminan en abismos profundos; mejor lugar no podían haber escogido esos patriotas.
Cuando llegaron los españoles que llevaban refuerzos desde Huarás, no pudieron cruzar la enorme zanja y desilusionados retornaron a La Pampa, para de allí tomar el camino de Yupán. Avanzaron hasta Allaucán y bajaron hacia La Playa para subir nuevamente por el camino de Aticara.
En Corongo se vivían momentos de gran tensión. Reunidos en Cabildo buscaron una salida a la situación,
Don Felipe Chávez, con la voz entrecortada pero con palabras elocuentes pidió clemencia para su pueblo, justificando la muerte del soldado por la inhumana decisión de quitarles a sus menores hijos.
Las tropas ingresaron a Corongo y se formaron en la plaza principal, frente al templo de San Pedro en espera de la presencia de quienes dieron muerte al soldado. El capitán a cargo del pelotón dio plazo hasta el mediodía, o de lo contrario arrasaría con la población. En todas las casas la gente oraba y se encomendaba a San Pedro pidiendo una solución favorable a tan inquietante situación.
Cuando las campanas del templo de San Pedro empezaban a doblar señalando el rezo del Ángelus al mediodía, el capitán español dio la orden de pasar a cuchillo a toda la población, pero antes de que los soldados saquen sus armas, el señor cura apareció en la puerta del templo y se declaró culpable.
Por más que se intentó, nada se supo de los cuarenta niños levados. ¿Fueron llevados a España como se anunció? ¿Se quedaron en Lima a formarse bajo las órdenes de oficiales españoles? Ellos tendrían 20 o 22 años cuando se realizó la batalla de Ayacucho. ¿Combatieron contra sus paisanos en las filas realistas? Lo cierto es que jamás se supo de ellos. Desaparecieron sin dejar rastro alguno. Es uno de los tantos misterios que guarda la historia y la tradición.
De las memorias del docente huarasino don Julio Collazos, quien llegó a trabajar muy joven a Corongo y allí echó raíces. Narración contada por su hijo el músico Frank Collazos en el 2012.
En Huánuco han celebrado por todo lo alto el bicentenario del alzamiento de Crespo y Castillo, próceres que se levantaron contra el yugo español en el año de 1812. La revolución huanuqueña fue secundada por los patriotas de la zona de Conchucos. Las autoridades españolas organizaron un maquiavélico plan para escarmentar a las poblaciones de Conchucos y de ese modo prevenir futuros alzamientos.
Terminaba el año de 1812 cuando se presentó fuerte tropa en la apacible villa de Corongo. Alarmada la población se reunió en la plaza principal para escuchar las novedades que traían los oficiales españoles. Los tambores redoblaban en clara indicación que se iba a leer un bando. Incrédulos, escucharon a un oficial dictar terribles disposiciones.
- ¡Por orden real, dados los sangrientos episodios acontecidos en la villa de Huánuco, la Corona dispone lo siguiente: escarmiéntese a los pueblos que apoyaron la asonada, Huánuco, Huamalíes y Corongo, y recójanse cuarenta niños de cada una de estas villas, entre 8 y diez años, para ser conducidos a España, en donde pasarán a formar parte del ejército de su Real majestad! Cualquier oposición al real mandato será penado con la muerte del infractor!
Por el camino a Colcabamba lograron emboscar a un soldado que fue tras un pequeño fugitivo, y le dieron cruel muerte en venganza por el abuso cometido.
- ¡Llevemos su cuerpo a la plaza de Corongo para exponerlo a la vindicta pública!
- ¡Si, si! ¡Coloquemos su cabeza en una pica para mayor escarnio!
Aún hoy en día, entre La Pampa y Corongo hay un lugar llamado La Trinchera en medio del camino conocido con el nombre de Cuchilla, allí los coronguinos abrieron una profunda zanja para impedir el paso de las tropas enemigas. A ambos flancos del camino que es un paso estrecho y peligroso, las pendientes son empinadas y terminan en abismos profundos; mejor lugar no podían haber escogido esos patriotas.
Cuando llegaron los españoles que llevaban refuerzos desde Huarás, no pudieron cruzar la enorme zanja y desilusionados retornaron a La Pampa, para de allí tomar el camino de Yupán. Avanzaron hasta Allaucán y bajaron hacia La Playa para subir nuevamente por el camino de Aticara.
En Corongo se vivían momentos de gran tensión. Reunidos en Cabildo buscaron una salida a la situación,
- ¡Debemos enfrentarlos con hondas y galgas! –Sostenían los más osados.
- Imposible, vienen con fuerza superiores y pueden acabar con todos nosotros. -Respondían los más juiciosos.
- ¡Huyamos a los cerros, a ver a quién agarran!
- Es mejor enviar una embajada y pedir clemencia, de lo contrario nos exponemos a grandes represalias. –Opinó el señor cura don Andrés Armijo.
Don Felipe Chávez, con la voz entrecortada pero con palabras elocuentes pidió clemencia para su pueblo, justificando la muerte del soldado por la inhumana decisión de quitarles a sus menores hijos.
- ¿Cómo obrarían sus mercedes si les arrebatan a los hijos de su corazón? ¿Pueden sentir el dolor de las madres coronguinas al ver arrebatados a los hijos de sus entrañas? No justifico nuestro delito, pero manifiesto nuestra adhesión a la autoridad del Rey que por gracia de Dios es padre de todos los habitantes de sus colonias. –Hizo una pausa para ordenar mejor sus ideas y continuó:
- Corongo los espera en paz y en el deseo de entregar el cadáver del malogrado oficial, cuyo fallecimiento se dio en circunstancias de una profunda conmoción suscitada por la pérdida de nuestros pequeñuelos. Tengan la bondad de ablandar sus corazones y no manchar sus manos con sangre inocente. ¡Dios nuestro Señor, presente en la Sagrada Eucaristía, los llene de bendiciones! ¡San Pedro, patrón de Corongo los cubra con su manto! –Don Andrés Armijo utilizó así lo mejor de su florido verbo para conmover al jefe español.
Las tropas ingresaron a Corongo y se formaron en la plaza principal, frente al templo de San Pedro en espera de la presencia de quienes dieron muerte al soldado. El capitán a cargo del pelotón dio plazo hasta el mediodía, o de lo contrario arrasaría con la población. En todas las casas la gente oraba y se encomendaba a San Pedro pidiendo una solución favorable a tan inquietante situación.
Cuando las campanas del templo de San Pedro empezaban a doblar señalando el rezo del Ángelus al mediodía, el capitán español dio la orden de pasar a cuchillo a toda la población, pero antes de que los soldados saquen sus armas, el señor cura apareció en la puerta del templo y se declaró culpable.
- Eso no me lo creo señor cura, usía lo hace por salvar a los verdaderos asesinos. –Sentenció el capitán español.
- ¡Mande fusilarme a mí, señor capitán, que el pueblo se salve!
- ¡No le va el papel de mártir doctor, pero si nadie se entrega, con gusto le ajustaré el pescuezo para escarmiento de este pueblo asesino! –Tronó el oficial. Y cuando se aprestaba a ajusticiar al santo varón, llegaron a la plaza tres coronguinos afirmando ser autores del crimen.
Por más que se intentó, nada se supo de los cuarenta niños levados. ¿Fueron llevados a España como se anunció? ¿Se quedaron en Lima a formarse bajo las órdenes de oficiales españoles? Ellos tendrían 20 o 22 años cuando se realizó la batalla de Ayacucho. ¿Combatieron contra sus paisanos en las filas realistas? Lo cierto es que jamás se supo de ellos. Desaparecieron sin dejar rastro alguno. Es uno de los tantos misterios que guarda la historia y la tradición.
- Es decir, esas son cosas del Orinoco.
- ¿Y cómo es eso?
- Que yo no sé y tú tampoco.