filomeno zubieta núñez
BREVE HISTORIA DE MI WASHCURUNCU
El tercer sábado del mes de mayo, que este año fue el 20 de mayo, se celebra el Día Mundial del Whisky. Con ese motivo publiqué en mi Facebook una nota singular que tuvo mucha acogida y comentarios: EL DÍA DE MI WASHCURUNCU. Se trata de la historia de una botella muy especial en el que nunca falta un trago, especialmente macerado. Es muy conocido y ha recorrido medio Perú.
Su historia se inicia con el fallecimiento de mi padre el 15 de octubre de 1993 en mi pueblo de Cuspón. Luego de muchas insistencias había retornado a este hacía tres meses, de su residencia obligada en Lima. Desesperadamente deseaba volver a la tierra de sus amores. Allí falleció en la fecha señalada. Mamá, consciente de la situación, había previsto todo, para un entierro decoroso como se merecía papá. Yo llegué ese día temprano, lo encontré consciente y tuvimos una larga charla dentro de las limitaciones de sus últimas horas. Su hermana y una tía lo acompañaron a dormir, a la 9: 45 pm ocurrió su fallecimiento. Tío Guillermo Zubieta fue encargado de anunciar al pueblo con el redoble de la campana de la Iglesia
Desde la noche los pobladores fueron llegando a casa. Muy de mañana Mamalicuna preparó el quipu y colocó en la cintura del difunto que yacía sobre la mesa mortuoria. Mamá mandó a algunos vecinos a degollar el mejor toro que tenía entre sus vacunos, para tener carne suficiente para los días del velorio y entierro. En determinado momento mamá quiso separar parte de la carne para que sus hijos pudieran llevarse a su retorno luego del entierro. Las tías se opusieron con energía: “¡la carne es del difunto y no de tus hijos y todo se consume en estos días!”. A duras penas logré salvar su escroto con las criadillas, al que luego de salarlo y darle un tratamiento adecuado, a los 15 días me llevé a Huacho. Allí Margot, mi esposa, remojó el escroto en agua de sal e introdujo una botella ovalada de los licores que vendía la Cooperativa Nuevo Horizonte, le dio lo cosidos y con el cuero sobrante una pequeña agarradera. Luego, días y días, estuve pensando en el nombre para mi botella singular: “washcuruntu”, “wiskhyruntu”, “wiskhyruncu”, “washcuruncu” y, finalmente, apareció el WASHCURUNCU. Y se inició el largo recorrido histórico de mi Washcuruncu.
En esta botella fui llenando los macerados en pisco, pisco que siempre me proporcionaba mi buen amigo Augusto Escalante Apaéstegui. Unas veces era con muchki, otras con mito, con huyu, o cualquier fruto nativo de Cuspón; no faltaron también coca, mandarina u otro furto costeño. El Washcuruncu con su buen contenido se convirtió en mi fiel acompañante en cada viaje corto o largo que, por razones de trabajo e investigación siempre realizaba, como también a las reuniones sociales y culturales de las que participaba.
Cuando me desempeñaba como Director del Archivo Provincial de Huaura-Huacho, hoy Archivo Regional de Lima, iba con mi Washcuruncu a cada reunión de directores regionales de archivos: Lima, Ayacucho, Trujillo, Piura, Arequipa, Cusco, Huancayo, etc, donde era muy apreciado no solo por su contenido, también por su forma y significado que le fueron asignando. Las damas lo acariciaban a todo dar para tener suerte en las artes amatorias. Eso mismo ocurría en Huacho en las reuniones de la Asociación Cultural Luis Pardo, de Ínsula-Huacho o con mis colegas cantuteños que laborábamos en la Universidad de Huacho.
En mis viajes a Cajatambo, Oyón, Naván, Cochamarca, Rapaz, Chiquián, Cuspón y otros lugares de investigación de campo con amigos arqueólogos, literatos y escritores en general, también estaba acompañándonos el Washcururncu. En muchos de los escritos de los Drs. Arturo Ruiz Estrada o Federico Kauffmann Doig, por citar dos casos, están mencionados los consumos del reconfortante y animador licorcillo que portaba nuestro Washcuruncu.
En una oportunidad llevé a clases del doctorado en la UNMSM (sería aproximadamente 1998) y el Dr. Max Hernández, famoso psicoanalista, nuestro profesor de "Psicoanálisis e Historia", tomó debida nota del relato que hice de la compañía de mi Washcuruncu y nos explicó el enorme significado que tenía para mí, como cordón umbilical que me mantenía unido a mi padre. Allí entendí cómo los propósitos de papá en bien de su pueblo, de compromiso con su historia, costumbres y búsqueda de progreso – y de alguna manera- de todas las tareas que me estaba dejando para dar continuidad a su labor en beneficio del Cuspón de sus amores.
No faltó un amigo, como Ítalo Bonino J. Nieves, que enamorado de mi Washcuruncu se fue al Camal de Huacho y se compró varios escrotos de toros degollados y preparó varias imitaciones de mi singular botella, una le obsequió a su cuñado Giuseppe que radica en Italia, otro lo exhibe en el bar circular que tiene en su casa de Huacho. Cuando retorne de Italia con seguridad brindaremos en su casa con amigos comunes.
Muchos de los amigos con quienes cotidianamente brindaba con mi Washcuruncu ya no están. Se fueron: Máximo Luna Jiménez, Narciso Robles Atachagua, Ciro Liberato, Augusto Escalante Apaéstegui, Wilfredo Brito Vega, Carlos Morales Chirito, Arturo Ruiz Estrada, entre otros. Con seguridad donde se hallen estarán brindando al son de un buen huayno bolognesino o cajatambino.
Muchos amigos que leyeron mi nota en el Facebook están reclamando un encuentro con mi Washcuruncu. En julio tendremos uno con José Antonio Salazar Mejía y Armando Zarazú Aldave, entre otros, brindando por la continuidad de la revista digital www. Chiquianmarka.com
como proyectando nuevas actividades culturales. Washcuruncu es un motivador de desarrollo de actividades culturales. Hay Washcuruncu para rato.
Su historia se inicia con el fallecimiento de mi padre el 15 de octubre de 1993 en mi pueblo de Cuspón. Luego de muchas insistencias había retornado a este hacía tres meses, de su residencia obligada en Lima. Desesperadamente deseaba volver a la tierra de sus amores. Allí falleció en la fecha señalada. Mamá, consciente de la situación, había previsto todo, para un entierro decoroso como se merecía papá. Yo llegué ese día temprano, lo encontré consciente y tuvimos una larga charla dentro de las limitaciones de sus últimas horas. Su hermana y una tía lo acompañaron a dormir, a la 9: 45 pm ocurrió su fallecimiento. Tío Guillermo Zubieta fue encargado de anunciar al pueblo con el redoble de la campana de la Iglesia
Desde la noche los pobladores fueron llegando a casa. Muy de mañana Mamalicuna preparó el quipu y colocó en la cintura del difunto que yacía sobre la mesa mortuoria. Mamá mandó a algunos vecinos a degollar el mejor toro que tenía entre sus vacunos, para tener carne suficiente para los días del velorio y entierro. En determinado momento mamá quiso separar parte de la carne para que sus hijos pudieran llevarse a su retorno luego del entierro. Las tías se opusieron con energía: “¡la carne es del difunto y no de tus hijos y todo se consume en estos días!”. A duras penas logré salvar su escroto con las criadillas, al que luego de salarlo y darle un tratamiento adecuado, a los 15 días me llevé a Huacho. Allí Margot, mi esposa, remojó el escroto en agua de sal e introdujo una botella ovalada de los licores que vendía la Cooperativa Nuevo Horizonte, le dio lo cosidos y con el cuero sobrante una pequeña agarradera. Luego, días y días, estuve pensando en el nombre para mi botella singular: “washcuruntu”, “wiskhyruntu”, “wiskhyruncu”, “washcuruncu” y, finalmente, apareció el WASHCURUNCU. Y se inició el largo recorrido histórico de mi Washcuruncu.
En esta botella fui llenando los macerados en pisco, pisco que siempre me proporcionaba mi buen amigo Augusto Escalante Apaéstegui. Unas veces era con muchki, otras con mito, con huyu, o cualquier fruto nativo de Cuspón; no faltaron también coca, mandarina u otro furto costeño. El Washcuruncu con su buen contenido se convirtió en mi fiel acompañante en cada viaje corto o largo que, por razones de trabajo e investigación siempre realizaba, como también a las reuniones sociales y culturales de las que participaba.
Cuando me desempeñaba como Director del Archivo Provincial de Huaura-Huacho, hoy Archivo Regional de Lima, iba con mi Washcuruncu a cada reunión de directores regionales de archivos: Lima, Ayacucho, Trujillo, Piura, Arequipa, Cusco, Huancayo, etc, donde era muy apreciado no solo por su contenido, también por su forma y significado que le fueron asignando. Las damas lo acariciaban a todo dar para tener suerte en las artes amatorias. Eso mismo ocurría en Huacho en las reuniones de la Asociación Cultural Luis Pardo, de Ínsula-Huacho o con mis colegas cantuteños que laborábamos en la Universidad de Huacho.
En mis viajes a Cajatambo, Oyón, Naván, Cochamarca, Rapaz, Chiquián, Cuspón y otros lugares de investigación de campo con amigos arqueólogos, literatos y escritores en general, también estaba acompañándonos el Washcururncu. En muchos de los escritos de los Drs. Arturo Ruiz Estrada o Federico Kauffmann Doig, por citar dos casos, están mencionados los consumos del reconfortante y animador licorcillo que portaba nuestro Washcuruncu.
En una oportunidad llevé a clases del doctorado en la UNMSM (sería aproximadamente 1998) y el Dr. Max Hernández, famoso psicoanalista, nuestro profesor de "Psicoanálisis e Historia", tomó debida nota del relato que hice de la compañía de mi Washcuruncu y nos explicó el enorme significado que tenía para mí, como cordón umbilical que me mantenía unido a mi padre. Allí entendí cómo los propósitos de papá en bien de su pueblo, de compromiso con su historia, costumbres y búsqueda de progreso – y de alguna manera- de todas las tareas que me estaba dejando para dar continuidad a su labor en beneficio del Cuspón de sus amores.
No faltó un amigo, como Ítalo Bonino J. Nieves, que enamorado de mi Washcuruncu se fue al Camal de Huacho y se compró varios escrotos de toros degollados y preparó varias imitaciones de mi singular botella, una le obsequió a su cuñado Giuseppe que radica en Italia, otro lo exhibe en el bar circular que tiene en su casa de Huacho. Cuando retorne de Italia con seguridad brindaremos en su casa con amigos comunes.
Muchos de los amigos con quienes cotidianamente brindaba con mi Washcuruncu ya no están. Se fueron: Máximo Luna Jiménez, Narciso Robles Atachagua, Ciro Liberato, Augusto Escalante Apaéstegui, Wilfredo Brito Vega, Carlos Morales Chirito, Arturo Ruiz Estrada, entre otros. Con seguridad donde se hallen estarán brindando al son de un buen huayno bolognesino o cajatambino.
Muchos amigos que leyeron mi nota en el Facebook están reclamando un encuentro con mi Washcuruncu. En julio tendremos uno con José Antonio Salazar Mejía y Armando Zarazú Aldave, entre otros, brindando por la continuidad de la revista digital www. Chiquianmarka.com
como proyectando nuevas actividades culturales. Washcuruncu es un motivador de desarrollo de actividades culturales. Hay Washcuruncu para rato.
Para ver la fotografía completa hacer click en ella.
Filomeno Zubieta Núñez
[email protected]
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