ricardo santos albornoz
UNA NOCHE CON LOS DIABLITOS
Son momentos maravillosos vivir en la chacra entre los meses de julio y agosto. Rastrojear maíz. Cazar palomas o tórtolas con la hondilla que inquietas buscan un grano de maíz para saciar su necesidad. Calentar el horno recogiendo boñiga de los alfalfares para hacer la Jachashwatia y al día siguiente saborear su dulzor en familia. Jugar a las escondidas con los de nuestra edad durante las tardes o noches de novilunio o plenilunio, cuando el silencio se apodera del indeciso color de la noche que precede al crepúsculo; y se oye el chirriar multitudinario y profundo de los grillos. Así llega la temporada en que los pobladores de Mangas bajan a sus chacras a la cosecha de maíz. Se van durante dos o tres semanas a Jalcan, Cuira o Gorgor y en el pueblo quedan algunos niños.
Mis padres se fueron también a la cosecha de maíz. Me quedé con mi primo Jesús, que en el pueblo le conocían como Voshko. Yo, tenía doce años y estudiaba en la escuela de mi pueblo. Él llevaba ya dieciséis años, por eso se aficionaba a las chinas nuestro pueblo.
Una fría noche de luna llena fuimos a dormir al cuarto de mi primo Jesús, ubicada en una esquina de la plaza de armas, junto a la cárcel colonial, que conservaba la construcción que era de dos pisos, con ramadas y arcos adornados con murales, aunque ya borrosas por el golpe del tiempo. Estaban durmiendo, pues el frío de la noche instaba a abrigarse más. Cuando me quedé dormido, mi primo Jesús se levantó y salió sigilosamente y se fue al encuentro con su enamorada. Pasaron varias horas. Las frazadas de colores tejidas con lanas de oveja me abrigaban apaciblemente. A eso de la una de la madrugada desperté queriendo ir al baño. Me percaté que estaba solo. Mi primo se había ido, pues andaba enamorado como un caballo. Con miedo y pensativo estaba en la cama, aún, dudando salir o no. En ese afán que estaba oí una música que provenía de la plaza, era la danza los diablitos. Entonces pudo más la curiosidad que el miedo, me levanté sin hacer ruido y lentamente me acerqué a la puerta. Afuera la luna iluminaba en todo su esplendor por eso por una hendija pude ver a unos diablitos, danzando con mucha agilidad y elegancia; tenían máscaras con cuernos y pantalones cortos. Al centro estaba el jefe, quién con un chicote dirigía al grupo de doce danzantes. Mi sorpresa se agigantó al no ver ningún músico, solo la música parecía provenir de los aires, pues nadie tocaba. Quedé asombrado y desconcertado, cavilando de que se trataba de la fiesta de los diablitos, que año tras año se celebraba en Corpus Christi, pero no era la época.
Cuando pensaba en lo que he visto, escuché sorpresivamente los rebuznos de un burro a lo lejos y en un santiamén desaparecieron los danzantes.
Quedé atónito y fui corriendo a la cama para envolverme todo lo que pude y hasta las ganas de ir al baño había desaparecido.
Nunca más acepté acompañar a mi primo, ya no quería pasar otra noche más con los diablitos…
Ricardo Santos Albornoz
[email protected]
Mis padres se fueron también a la cosecha de maíz. Me quedé con mi primo Jesús, que en el pueblo le conocían como Voshko. Yo, tenía doce años y estudiaba en la escuela de mi pueblo. Él llevaba ya dieciséis años, por eso se aficionaba a las chinas nuestro pueblo.
Una fría noche de luna llena fuimos a dormir al cuarto de mi primo Jesús, ubicada en una esquina de la plaza de armas, junto a la cárcel colonial, que conservaba la construcción que era de dos pisos, con ramadas y arcos adornados con murales, aunque ya borrosas por el golpe del tiempo. Estaban durmiendo, pues el frío de la noche instaba a abrigarse más. Cuando me quedé dormido, mi primo Jesús se levantó y salió sigilosamente y se fue al encuentro con su enamorada. Pasaron varias horas. Las frazadas de colores tejidas con lanas de oveja me abrigaban apaciblemente. A eso de la una de la madrugada desperté queriendo ir al baño. Me percaté que estaba solo. Mi primo se había ido, pues andaba enamorado como un caballo. Con miedo y pensativo estaba en la cama, aún, dudando salir o no. En ese afán que estaba oí una música que provenía de la plaza, era la danza los diablitos. Entonces pudo más la curiosidad que el miedo, me levanté sin hacer ruido y lentamente me acerqué a la puerta. Afuera la luna iluminaba en todo su esplendor por eso por una hendija pude ver a unos diablitos, danzando con mucha agilidad y elegancia; tenían máscaras con cuernos y pantalones cortos. Al centro estaba el jefe, quién con un chicote dirigía al grupo de doce danzantes. Mi sorpresa se agigantó al no ver ningún músico, solo la música parecía provenir de los aires, pues nadie tocaba. Quedé asombrado y desconcertado, cavilando de que se trataba de la fiesta de los diablitos, que año tras año se celebraba en Corpus Christi, pero no era la época.
Cuando pensaba en lo que he visto, escuché sorpresivamente los rebuznos de un burro a lo lejos y en un santiamén desaparecieron los danzantes.
Quedé atónito y fui corriendo a la cama para envolverme todo lo que pude y hasta las ganas de ir al baño había desaparecido.
Nunca más acepté acompañar a mi primo, ya no quería pasar otra noche más con los diablitos…
Ricardo Santos Albornoz
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